«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

domingo, 30 de septiembre de 2012

El encuentro con Nicodemo.

Una tarde en la casa de Flavio vino a ver a Jesús un cierto Nicodemo, rico y anciano miembro del sanedrín judío. Mucho había oído él sobre las enseñanzas de este galileo, y por eso fue una tarde a escucharle cuando enseñaba en los patios del templo. Hubiera querido ir a menudo a escuchar las enseñanzas de Jesús, pero temía ser visto por la gente que estaba presente en estas conferencias, porque ya los rectores judíos estaban tan en contra de Jesús que ningún miembro del sanedrín quería identificarse abiertamente con él. Por consiguiente, Nicodemo había arreglado con Andrés de ver a Jesús en privado, después de la caída del sol, esta tarde en particular. Pedro, Santiago y Juan estaban en el jardín de Flavio cuando comenzó la entrevista, pero más tarde entraron a la casa en donde continuó el diálogo.
     
Al recibir a Nicodemo, Jesús no demostró una deferencia especial; al hablar con él, no había concesión ni tampoco un tono indebidamente persuasivo. El Maestro no hizo ningún intento de rechazar a su visitante sigiloso, ni tampoco lo trató con sarcasmo. En todo su trato con el distinguido visitante, Jesús se mostró calmo, honesto y digno. Nicodemo no era un delegado oficial del sanedrín; vino a ver a Jesús solamente debido a su interés personal y sincero en las enseñanzas del Maestro.
     
Al ser presentado por Flavio, dijo Nicodemo: «Rabino, sabemos que eres un maestro enviado por Dios, porque ningún mero hombre podría enseñar así a menos que Dios estuviese con él. Y estoy deseoso de conocer más de tus enseñanzas sobre el reino venidero».
     
Jesús respondió a Nicodemo: «De cierto, de cierto te digo, Nicodemo, que si un hombre no naciere de lo alto, no puede ver el reino de Dios». Entonces replicó Nicodemo: «Pero, ¿cómo puede un hombre nacer de nuevo cuando ya es viejo? No puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre para nacer».
     
Dijo Jesús: «Sin embargo, yo te declaro que, a menos que un hombre naciere del espíritu, no podrá entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne, carne es, y lo que nace del espíritu, espíritu es. Pero no debes sorprenderte de que yo haya dicho que debes nacer de lo alto. Cuando sopla el viento, oyes el murmullo de las hojas, pero no ves el viento —de donde viene y adonde va— y así es con todo aquel que nace del espíritu. Con los ojos de la carne puedes contemplar las manifestaciones del espíritu, pero no puedes en verdad discernir el espíritu».
     
Replicó Nicodemo: «Pero no comprendo; ¿cómo puede eso ser?» Dijo Jesús: «¿Es posible que tú seas un maestro en Israel y sin embargo ignores todo esto? Se vuelve pues el deber de los que conocen las realidades del espíritu revelar estas cosas a los que disciernen tan sólo las manifestaciones del mundo material. Pero ¿nos creerás a nosotros, si te decimos las verdades celestiales? ¿Tienes tú el coraje, Nicodemo, de creer en el que ha descendido del cielo, aun en el Hijo del Hombre?»

     
Y dijo Nicodemo: «Pero ¿cómo podré yo comenzar a captar este espíritu que ha de rehacerme en preparación para entrar al reino?» Respondió Jesús: «El espíritu del Padre en el cielo ya reside en ti. Si te dejas conducir por este espíritu que viene de lo alto, muy pronto comenzarás a ver con los ojos del espíritu. Cuando esto ocurra y tú elijas de todo corazón seguir la dirección del espíritu, nacerás del espíritu, puesto que tu único propósito del vivir será hacer la voluntad de tu Padre que está en el cielo. Al encontrarte nacido del espíritu, y feliz en el reino de Dios, comenzarás a rendir en tu vida diaria los frutos abundantes del espíritu».
     
Nicodemo era completamente sincero. Estaba profundamente afectado, pero se alejó perplejo. Nicodemo era una persona con un yo bien desarrollado y con buen autocontrol, y aun poseía altas cualidades morales. Era refinado, egoísta y altruista; pero no sabía como someter su voluntad a la voluntad del Padre divino así como un niño se somete voluntariamente a la guía y a la dirección de un padre terrestre sabio y amante, para volverse verdaderamente hijo de Dios, heredero progresivo del reino eterno.
      
Pero Nicodemo supo tener fe suficiente para llegar al reino. Protestó tímidamente cuando sus colegas del sanedrín quisieron condenar a Jesús sin audición; y más tarde, con José de Arimatea, confesó valientemente su fe y reclamó el cuerpo de Jesús, aun cuando la mayoría de los discípulos habían huido atemorizados de la escena del sufrimiento final y muerte del Maestro.

domingo, 23 de septiembre de 2012

El discurso sobre la certidumbre.

Uno de los grandes sermones que predicó Jesús en el templo durante esa semana de Pascua fue en respuesta a una pregunta de uno de los oyentes, un hombre de Damasco. Éste preguntó a Jesús: «Pero, Rabino, ¿cómo sabremos con certidumbre que tú has sido enviado por Dios, y que nosotros podremos en verdad entrar en este reino que tú y tus discípulos declaran venidero?» Y Jesús respondió:
     
«En cuanto a mi mensaje y a las enseñanzas de mis discípulos, debéis juzgarlos por sus frutos. Si os proclamamos las verdades del espíritu, el espíritu atestiguará en vuestro corazón que nuestro mensaje es genuino. En cuanto al reino y a vuestra certidumbre de que seréis aceptados por el Padre celestial, permitidme preguntaros ¿qué padre entre vosotros, digno de llamarse padre y con un corazón tierno, abandonaría a su hijo en la ansiedad o en el suspenso sobre su posición dentro de la familia o su sitio asegurado en el afecto del corazón de su padre? ¿Acaso vosotros, padres terrestres, disfrutáis torturando a vuestros hijos con incertidumbres sobre el lugar de amor que ocupan en vuestro corazón paterno humano? Tampoco abandona vuestro Padre en el cielo a sus hijos de fe del espíritu en la incertidumbre de no saber cuál es su posición en el reino. Si recibís a Dios como vuestro Padre, de verdad y de veras seréis hijos de Dios. Y si sois hijos, os encontraréis seguros en vuestra posición en todo cuanto se refiera a la filiación eterna y divina. Si creéis mis palabras, creéis de este modo en Aquel que me envió; y creyendo así en el Padre os habéis asegurado vuestro estado en la ciudadanía celestial. Si hacéis la voluntad del Padre en el cielo, no dejaréis jamás de alcanzar la vida eterna de progreso en el reino divino.
     
«El Espíritu Supremo será testigo con vuestro espíritu de que sois realmente hijos de Dios. Y si sois hijos de Dios, habéis nacido del espíritu de Dios; y el que haya nacido del espíritu, tiene dentro de sí el poder de sobreponerse a toda duda, y ésta es la victoria que se sobrepone a toda incertidumbre, aun vuestra fe.
      
«Dijo el profeta Isaías hablando de estos tiempos: `cuando el espíritu se derrame sobre nosotros desde lo alto, entonces la labor de la rectitud significará paz, reposo, y seguridad para siempre'. Para todos aquellos que crean verdaderamente en este evangelio, yo seré la garantía de su recepción en la misericordia eterna y en la vida perdurable del reino de mi Padre. Así pues vosotros que oís de este mensaje y creéis en este evangelio del reino sois hijos de Dios, y tenéis vida para siempre; y la prueba para todo el mundo de que habéis nacido del espíritu está en que vosotros os amáis sinceramente los unos a los otros».
     
El gentío de escuchadores permaneció muchas horas con Jesús haciéndole preguntas y escuchando atentamente sus respuestas consoladoras. Aun los apóstoles se sentían fortalecidos por las enseñanzas de Jesús, y pudieron predicar el evangelio del reino con más fuerza y certidumbre. Esta experiencia en Jerusalén fue una gran inspiración para los doce. Fue su primer contacto con multitudes tan enormes, y aprendieron muchas lecciones valiosas que les resultaron de gran ayuda en su trabajo posterior.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Flavio y la cultura griega.

Flavio, el judío griego, era un prosélito del portal, pues no había sido circuncidado ni bautizado, y puesto que mucho amaba lo bello en arte y escultura, la casa que ocupaba durante su estadía en Jerusalén era un hermoso edificio. Esta casa estaba exquisitamente adornada con tesoros invaluables, que él había recogido aquí y allí en sus viajes por el mundo. Cuando se le ocurrió por primera vez invitar a Jesús a su casa, temía que el Maestro pudiese ofenderse a la vista de tantas así llamadas imágenes. Pero Flavio estuvo agradablemente sorprendido cuando Jesús entró a la casa y, en vez de reprocharle el poseer estos objetos supuestamente idólatras esparcidos por toda la casa, manifestó gran interés en la colección entera e hizo muchas preguntas apreciativas sobre cada objeto a medida que Flavio lo acompañaba de cuarto en cuarto, mostrándole sus estatuas favoritas.
      
El Maestro vio que su anfitrión estaba sorprendido por su actitud positiva sobre el arte; por consiguiente, cuando terminaron de ver la entera colección, Jesús dijo: «Porque sabes apreciar la belleza de las cosas creadas por mi Padre y hechas por las manos artísticas del hombre, ¿esperas que yo te reproche? Sólo porque Moisés intentó combatir la idolatría y la adoración de los dioses falsos, ¿por qué deben todos los hombres ponerse en contra de la reproducción de la elegancia y de la belleza? Yo te digo, Flavio, que los hijos de Moisés no supieron interpretarlo y ahora crean falsos dioses aun de sus prohibiciones de las imágenes de los objetos del cielo y de la tierra. Pero, aunque Moisés enseñara estas restricciones a la mente en tinieblas de aquellos días, ¿qué tiene eso que ver con esta época, en la que el Padre en el cielo se revela como el Gobernante Espiritual universal por sobre todas las cosas? Flavio, yo declaro que en el reino venidero ya no enseñarán, `no adoréis esto y no adoréis aquello'; ya no se preocuparán de instar a que evitéis esto y a que no hagáis aquello, sino más bien, todos se ocuparán de un deber supremo. Y éste deber del hombre está expresado en dos grandes privilegios: adoración sincera del Creador infinito, del Padre del Paraíso, y servicio amante dado a los semejantes. Si amas a tu prójimo como te amas a ti mismo, realmente conocerás que eres hijo de Dios.
      
«En una época en que mi Padre no era bien comprendido, Moisés estaba justificado en sus intentos de resistir la idolatría, pero en la era venidera el Padre habrá sido revelado en la vida del Hijo; y esta nueva revelación de Dios hará por siempre innecesario confundir al Padre Creador con los ídolos de piedra o las imágenes de oro y plata. De aquí en adelante los hombres inteligentes podrán disfrutar de los tesoros del arte sin confundir la apreciación material de la belleza con la adoración y servicio del Padre del Paraíso, el Dios de todas las cosas y de todos los seres».
      
Flavio creyó todo lo que Jesús le enseñaba. Al día siguiente fue a Betania allende el Jordán y fue bautizado por los discípulos de Juan. Hizo esto porque los apóstoles de Jesús aún no bautizaban a los creyentes. Cuando Flavio retornó a Jerusalén, hizo una gran fiesta para Jesús e invitó a sesenta de sus amigos. Muchos de esos invitados también se hicieron creyentes en el mensaje del reino venidero.

viernes, 21 de septiembre de 2012

El concepto de Dios.

Los doce apóstoles, la mayoría de los cuales habían escuchado esta conversación sobre el carácter de Dios, hicieron a Jesús muchas preguntas esa noche sobre el Padre en el cielo. Las respuestas del Maestro a estas preguntas pueden presentarse mejor mediante el resumen siguiente, puesto en lenguaje moderno:
 
      
Jesús reprochó suavemente a los doce, diciendo en substancia: ¿No conocéis acaso las tradiciones de Israel relacionadas con el crecimiento de la idea Yahvé, y sois acaso ignorantes de las enseñanzas de las Escrituras sobre la doctrina de Dios? Luego el Maestro procedió a instruir a los apóstoles sobre la evolución del concepto de la Deidad a lo largo del curso del desarrollo del pueblo judío. Les llamó la atención sobre las siguientes fases del crecimiento de la idea de Dios:
      
1. Yahvé: El dios de los clanes del Sinaí. Era éste el concepto primitivo de la Deidad, que Moisés exaltó al nivel más alto del Señor Dios de Israel. El Padre en el cielo nunca deja de aceptar la adoración sincera de sus hijos en la tierra, aunque su concepto de la Deidad sea burdo, y sea cual fuere el nombre que para ellos simboliza la naturaleza divina.
      
2. El Altísimo. Este concepto del Padre en el cielo fue proclamado por Melquisedek a Abraham y fue llevado muy lejos desde Salem por los que subsiguientemente creyeron en esta idea ampliada y expandida de la Deidad. Abraham y su hermano se fueron de Ur debido al establecimiento de la adoración del sol, y se tornaron creyentes en las enseñanzas de Melquisedek sobre El Elyón —el Dios Altísimo. El concepto de ellos era un concepto compuesto de Dios que consistía en una mezcla de las ideas mesopotámicas más antiguas con la doctrina del Altísimo.
      
3. El Shaddai. Durante estos tiempos primitivos muchos de los hebreos adoraban El Shaddai, el concepto egipcio del Dios del cielo, que habían aprendido durante su cautiverio en la tierra del Nilo. Mucho tiempo después de la época de Melquisedek, estos tres conceptos de Dios se unieron para formar la doctrina de la Deidad creadora, el Señor Dios de Israel.
      
4. Elohim. Las enseñanzas de la Trinidad Paradisiaca han persistido desde los tiempos de Adán. ¿Recordáis cómo las escrituras comienzan declarando que «en el principio los Dioses crearon los cielos y la tierra»? Esto indica que cuando se registró esto, el concepto de la Trinidad, de los tres Dioses en uno, había encontrado lugar en la religión de nuestros antepasados.
      
5. El Yahvé Supremo. En los tiempos de Isaías, estas creencias sobre Dios se habían ampliado en el concepto de un Creador Universal que era simultáneamente todopoderoso y todo misericordioso. Este concepto de Dios en desarrollo y ampliación suplantó virtualmente todas las ideas previas sobre la Deidad en la religión de nuestros padres.
      
6. El Padre en el cielo. Ahora pues, conocemos a Dios como nuestro Padre en el cielo. Nuestra enseñanza provee una religión en la que el creyente es hijo de Dios. Esta es la buena nueva del evangelio del reino del cielo. Coexisten con el Padre, el Hijo y el Espíritu, y la revelación de la naturaleza y ministerio de estas Deidades del Paraíso continuará ampliándose e iluminándose a lo largo de las eras sin fin de la progresión espiritual eterna de los hijos ascendentes de Dios. En todos los tiempos y durante todas las épocas la verdadera adoración de todo ser humano — en cuanto se relaciona con el progreso espiritual individual— es reconocida por el espíritu residente como un homenaje al Padre en el cielo.
      
Nunca antes habían estado los apóstoles tan anonadados como en este momento, al escuchar el relato del crecimiento del concepto de Dios en la mente judía de las generaciones previas; estaban demasiado confundidos como para hacer preguntas. Mientras permanecían sentados ante Jesús en silencio, el Maestro continuó: «Y habríais conocido estas verdades si hubieseis leído las Escrituras. ¿Acaso no habéis leído a Samuel donde dice: `Y la ira del Señor se encendió contra Israel, de tal modo que incitó a David contra ellos, ordenándole que hiciese censo de Israel y Judá'? Y eso no era extraño porque en los días de Samuel los hijos de Abraham realmente creían que Yahvé había creado tanto el bien como el mal. Pero cuando un escritor posterior narró estos acontecimientos, después de la ampliación del concepto judío sobre la naturaleza de Dios, no se atrevió atribuir el mal a Yahvé, por consiguiente dijo: `Y Satanás se levantó contra Israel e incitó a David a que hiciese censo de Israel' ¿Acaso no sois capaces de discernir que tales narraciones de las Escrituras muestran claramente como el concepto de la naturaleza de Dios continuó creciendo de una generación a la otra?
      
«También deberíais haber discernido el crecimiento de la comprensión de la ley divina, en perfecta armonía con estos conceptos ampliados de la divinidad. Cuando los hijos de Israel salieron de Egipto, en los días antes de la revelación ampliada de Yahvé, tenían diez mandamientos que les sirvieron de ley hasta el momento en que acamparon frente al Sinaí. Y estos diez mandamientos eran:
     
« 1. No adorarás a otro dios, porque el Señor es un Dios celoso.
      
« 2. No harás imágenes fundidas de dios.
      
« 3. No dejarás de santificar la fiesta del pan ázimo.
     
« 4. De todos los hombres varones y animales machos, los primogénitos son míos, dice el Señor.
      
« 5. Seis días trabajarás, pero el séptimo día descansarás.
      
« 6. No dejarás de santificar la fiesta de las primeras frutas y la fiesta de la cosecha a la salida del año.
     
« 7. No ofrecerás la sangre de los sacrificios con pan leudado.
     
« 8. El sacrificio de la fiesta de Pascua no debe dejarse hasta la mañana.
     
« 9. Las primicias de los primeros frutos de la tierra llevarás a la casa del Señor tu Dios.
      
« 10. No cocerás el cabrito en la leche de su madre.
     
«Y luego, entre truenos y relámpagos en el Sinaí, Moisés les dio los nuevos diez mandamientos, que todos vosotros estaréis de acuerdo en que son pronunciamientos más nobles, más de acuerdo con los conceptos yahvéitas ampliados de la Deidad. ¿Acaso nunca notasteis que estos mandamientos, tal como aparecen dos veces en las Escrituras, en el primer caso consideran que la liberación del cautiverio en Egipto es la razón para acatar el sábado, mientras que en el segundo, el progreso de las creencias religiosas de nuestros antepasados exigía que el hecho de la creación se reconociera como la motivación de la observancia del sábado?
     
«Y luego, recordaréis que una vez más —en la época más espiritualmente esclarecida de Isaías— estos diez mandamientos negativos fueron cambiados en la gran ley positiva del amor, la exhortación de amar a Dios en forma suprema y a vuestro prójimo como a vosotros mismos. Esta suprema ley de amor hacia Dios y hacia el hombre es la que yo también os declaro, como el deber total del hombre».
      
Cuando terminó de hablar, nadie le preguntó nada. Se alejaron cada uno a su sitio de descanso.

jueves, 20 de septiembre de 2012

La ira de Dios.

Se encontraba en Jerusalén para asistir a las festividades de la Pascua un tal Jacobo, rico mercader judío proveniente de Creta, que fue a ver a Andrés con la solicitud de reunirse con Jesús en privado. Andrés arregló ese encuentro secreto con Jesús en la casa de Flavio para la tarde del día siguiente. Este hombre no podía comprender las enseñanzas del Maestro, y había venido porque deseaba hacer preguntas más completas sobre el reino de Dios. Jacobo le dijo a Jesús: «Pero, Rabino, Moisés y los profetas de ataño nos dicen que Yahvé es un Dios celoso, un Dios de gran ira e intenso enojo. Los profetas dicen que él odia a los malhechores y que se venga de los que no obedecen su ley. Tú y tus discípulos nos enseñan que Dios es un Padre clemente y compasivo que tanto ama a todos los hombres que les daría la bienvenida en este nuevo reino del cielo, que tú proclamas que se está acercando». 

    

Cuando Jacobo terminó de hablar, Jesús le contestó: «Jacobo, has expresado bien las enseñanzas de los antiguos profetas que enseñaban a los hijos de su generación de acuerdo con las luces de su época. Nuestro Padre en el Paraíso es inmutable. Pero el concepto de su naturaleza se ha ampliado y ha crecido desde los días de Moisés a través de los tiempos de Amós y aun hasta la generación del profeta Isaías. Ahora pues he venido yo en la carne para revelar el Padre en nueva gloria y para mostrar su amor y misericordia para con todos los hombres de todos los mundos. A medida que el evangelio de este reino se derrame sobre el mundo con su mensaje de felicidad y buena voluntad para todos los hombres, se irán desarrollando mejores relaciones entre las familias de toda las naciones. A medida que pase el tiempo, los padres y sus hijos se amarán más, y así surgirá una mayor comprensión del amor del Padre en el cielo por sus hijos en la tierra. Recuerda, Jacobo, que un padre verdadero y bueno no sólo ama a su familia en su totalidad —como una familia— sino que también ama verdaderamente y cuida afectuosamente de cada miembro individual de la familia».
     
Después de una larga conversación sobre el carácter del Padre celestial, Jesús pausó para decir: «Tú, Jacobo, padre de muchos como tú eres, bien conoces la verdad de mis palabras». Y Jacobo dijo: «Pero Maestro, ¿quién te dijo que soy padre de seis hijos? ¿Cómo es que tú sabías esto sobre mí?» Y respondió el Maestro: «Basta con decir que el Padre y el Hijo conocen todas las cosas, porque en verdad lo ven todo. Como tú amas a tus hijos como padre sobre la tierra, así debes ahora aceptar la realidad del amor del Padre celestial hacia ti —no sólo hacia todos los hijos de Abraham, sino hacia ti, tu alma individual».
     
Siguió diciendo Jesús: «Cuando tus hijos son muy pequeños e inmaduros, y cuando tú debes castigarlos, es posible que piensen que su padre está enojado y lleno de ira y resentimiento. Su inmadurez no consigue penetrar más allá del castigo para discernir el afecto previsor y correctivo del padre. Pero cuando estos mismos hijos se vuelven hombres y mujeres adultos, ¿no es acaso una locura para ellos mantener estos conceptos previos y erróneos sobre su padre? Como hombres y mujeres ya deberían discernir el amor de su padre en estos castigos tempranos. ¿Acaso no debería la humanidad, a medida que pasan los siglos, llegar a una mejor comprensión de la verdadera naturaleza y carácter amante del Padre en el cielo? ¿Qué habéis ganado de las generaciones sucesivas de esclarecimiento espiritual si persistís en ver a Dios tal como lo veían Moisés y los profetas? Te digo, Jacobo, que bajo la luz brillante de este momento deberías ver al Padre como ninguno de los que han venido antes pudo jamás contemplarle. Y al verlo así, deberías regocijarte de entrar al reino en el que gobierna tan misericordioso Padre, y deberías tratar de que su voluntad de amor domine tu vida de ahora en adelante».
      
Y Jacobo contestó: «Rabino, yo creo; deseo que me conduzcas al reino del Padre».

miércoles, 19 de septiembre de 2012

La enseñanza en el templo.



Durante todo este mes, Jesús o uno de los apóstoles enseñaban diariamente en el templo. Cuando las multitudes pascuales eran demasiado numerosas para entrar al templo y escuchar la enseñanza, los apóstoles conducían muchos grupos de enseñanza fuera de los precintos sagrados. Lo esencial de su mensaje era:
     
1. El reino del cielo se acerca.

2. Mediante la fe en la paternidad de Dios, podéis entrar en el reino del cielo y así ser hijos de Dios.
     
3. El amor es la regla del vivir dentro del reino —devoción suprema a Dios al amar al prójimo como a vosotros mismos.
     
4. La obediencia a la voluntad del Padre, que produce los frutos del espíritu en la vida personal, es la ley del reino.
     
Las multitudes que venían a celebrar la Pascua escucharon estas enseñanzas de Jesús, y cientos entre ellos se regocijaron de la buena nueva. Los altos sacerdotes y rectores de los judíos mucho se preocuparon acerca de Jesús y sus apóstoles y discutieron qué deberían de hacer con ellos.
     
Además de enseñar dentro y fuera del templo, los apóstoles y otros creyentes hacían mucho trabajo personal entre las multitudes pascuales. Estos hombres y mujeres interesados llevaron la nueva del mensaje de Jesús, escuchada durante la celebración pascual, a los puntos más remotos del Imperio Romano y también al oeste. Fue éste el comienzo de la expansión del evangelio del reino al mundo exterior. El trabajo de Jesús ya no se limitaría a Palestina.

Prólogo de; La enseñanza en el templo.

DURANTE el mes de abril, Jesús y los apóstoles trabajaron en Jerusalén, saliendo de la ciudad todas las tardes para pasar la noche en Betania. Jesús mismo pasó una o dos noches por semana en Jerusalén en la casa de Flavio, un judío griego, donde concurrían en secreto muchos judíos prominentes para entrevistarse con él.       

El primer día en Jerusalén Jesús visitó a su amigo de años pasados, Anás, ex sumo sacerdote y pariente de Salomé, la esposa de Zebedeo. Anás había oído informes sobre las enseñanzas de Jesús, y cuando Jesús llegó a la casa del sumo sacerdote, fue recibido con mucha reserva. Al percibir Jesús la frialdad de Anás, se despidió inmediatamente, diciendo al partir: «El miedo es el esclavizador principal del hombre, y el orgullo, su mayor debilidad; ¿te traicionarás a ti mismo obligándote a la esclavitud de estos dos destructores de la felicidad y de la libertad?». Pero Anás no respondió. El Maestro no volvió a ver a Anás hasta el momento en que éste se sentó con su yerno en juicio del Hijo del Hombre.

lunes, 17 de septiembre de 2012

La partida para Jerusalén.

El lunes, el último día de marzo, Jesús y los apóstoles comenzaron su viaje cuesta arriba hacia Jerusalén. Lázaro de Betania había viajado al Jordán dos veces para ver a Jesús, y se habían hecho todos los arreglos para que el Maestro y sus apóstoles tomaran como base de operaciones la casa de Lázaro y sus hermanas en Betania por todo el tiempo que desearan permanecer en Jerusalén.
      
Los discípulos de Juan permanecieron en Betania allende el Jordán enseñando y bautizando a las multitudes, de modo que Jesús iba acompañado tan sólo por los doce cuando llegó a la casa de Lázaro. 

Allí Jesús y sus apóstoles permanecieron durante cinco días, descansando y reponiéndose antes de seguir viaje a Jerusalén para la Pascua. Fue un gran acontecimiento en la vida de Marta y María tener al Maestro y sus apóstoles en el hogar de su hermano y poder atender a sus necesidades.
      El domingo por la mañana, 6 de abril, Jesús y los apóstoles bajaron a Jerusalén; y fue ésta la primera vez que el Maestro y los doce se encontraban allí todos juntos.

domingo, 16 de septiembre de 2012

El trabajo en Jericó.

Durante las cuatro semanas de estadía en Betania allende el Jordán, varias veces cada semana Andrés asignaba parejas apostólicas para que fueran a Jericó por uno o dos días. Juan tenía muchos creyentes en Jericó, y la mayoría de ellos aceptaron con placer las enseñanzas más avanzadas de Jesús y sus apóstoles. Durante estas visitas a Jericó, los apóstoles comenzaron a llevar a cabo más específicamente las instrucciones de Jesús sobre el ministerio a los enfermos; visitaron cada casa de la ciudad y trataron de confortar a cada persona afligida.
      
Los apóstoles hicieron algún trabajo público en Jericó, pero sus esfuerzos eran principalmente de una naturaleza más tranquila y personal. Descubrieron por entonces que la buena nueva del reino reconfortaba mucho a los enfermos; que su mensaje llevaba curación a los afligidos. Y fue en Jericó donde el encargo de Jesús a los doce de que predicaran la buena nueva del reino y ministraran a los afligidos fue llevado a cabo plenamente por primera vez.
      
Se detuvieron en Jericó camino a Jerusalén y fueron alcanzados por una delegación de la Mesopotamia que había venido para conferenciar con Jesús. Los apóstoles habían proyectado pasar un solo día allí, pero cuando llegaron estos buscadores orientales de la verdad, Jesús pasó con ellos tres días, y éstos regresaron a sus distintos hogares a lo largo del Eufrates felices de poseer el conocimiento de la nueva verdad del reino del cielo.

sábado, 15 de septiembre de 2012

En Betania más allá del Jordán.

El 26 de febrero, Jesús, sus apóstoles y un grupo grande de seguidores viajaron hacia el sur, siguiendo el Jordán hasta el vado cerca de Betania en Perea, el lugar donde Juan había proclamado por primera vez sobre el reino venidero. Jesús permaneció allí con sus apóstoles, enseñando y predicando durante cuatro semanas, antes de seguir viaje a Jerusalén.
La segunda semana de su estadía en Betania allende el Jordán, Jesús llevó a Pedro, Santiago y Juan a las colinas del otro lado del río y al sur de Jericó para descansar por tres días. El Maestro enseñó a estos tres muchas verdades nuevas y avanzadas sobre el reino del cielo. Para los fines de esta narración hemos reorganizado y clasificado estas enseñanzas como sigue:
     
Jesús se empeñó en aclararles que deseaba que sus discípulos, habiendo probado de las realidades buenas del espíritu del reino, vivieran su vida en tal forma que, al contemplarla los hombres, se tornaran conscientes del reino y fueran conducidos por esa conciencia a preguntar a los creyentes el camino del reino. Todos los seres que de tal manera sinceramente buscan la verdad están siempre felices de oír la buena nueva del don de fe que asegura la entrada al reino con sus realidades espirituales eternas y divinas.
     
El Maestro intentó convencer a todos los instructores del evangelio del reino de que su tarea exclusiva consistía en revelar al hombre individual que Dios era su Padre —en conducir a ese hombre individual a la conciencia de su filiación; luego, presentar ese mismo hombre a Dios como su hijo en la fe. Estas dos revelaciones esenciales se cumplen en Jesús. Él fue efectivamente «el camino, la verdad y la vida». La religión de Jesús estaba totalmente basada en el vivir de su vida autootorgadora en la tierra. Cuando Jesús partió de este mundo, no dejó libros, leyes ni otras formas de organización humana que afectaran la vida religiosa del individuo.
     
Jesús aclaró que él había venido para establecer relaciones personales y eternas con los hombres, relaciones que para siempre habrían de tomar precedencia sobre toda otra relación humana. Y accentuó que esta íntima hermandad espiritual debía extenderse a todos los hombres de todas las edades y todas las condiciones sociales de todos los pueblos. La única recompensa que ofrecía a sus hijos era: en este mundo —felicidad espiritual y comunión divina; en el mundo siguiente —vida eterna en el progreso de las realidades espirituales divinas del Padre del Paraíso.
     
Jesús hacía hincapié sobre las dos verdades que él llamaba de principal importancia en las enseñanzas del reino, y éstas son: el alcanzar la salvación mediante la fe, y la fe por sí sola, asociada con la enseñanza revolucionaria de alcanzar la libertad del hombre, mediante el reconocimiento sincero de la verdad: «conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». Jesús era la verdad hecha manifiesta en la carne, y él prometió enviar su Espíritu de la Verdad al corazón de todos sus hijos después de su retorno al Padre en el cielo.
     
El Maestro estaba enseñando a estos apóstoles la esencia de la verdad para una era entera sobre la tierra. Frecuentemente escuchaban ellos sus enseñanzas, aunque en realidad lo que él decía era para inspiración y edificación de otros mundos. Ejemplificaba un plan de vida nuevo y original. Desde el punto de vista humano, era en verdad un judío, pero vivió su vida para todo el mundo como un mortal de la tierra.
     
Para asegurar el reconocimiento de su Padre en el desarrollo del plan del reino, Jesús explicó que a propósito había ignorado a los «poderosos de la tierra». Comenzó su trabajo con los pobres, la clase social que había sido desechada por la mayoría de las religiones evolucionarias de los tiempos precedentes. No despreciaba a ningún hombre; su plan era mundial, aun universal. Fue tan osado y tan enfático en estos anuncios que hasta Pedro, Santiago y Juan estuvieron tentados a pensar que tal vez pudiera estar él fuera de sí.
     
Trató de impartir suavemente a estos apóstoles la verdad de que había venido en esta misión autootorgadora, no para dar el ejemplo a unas pocas criaturas en la tierra, sino para establecer y demostrar una norma de vida humana para todos los pueblos de todos los mundos de todo su universo. Y esta norma se acercaba a la más alta perfección, aun a la bondad final del Padre universal. Pero los apóstoles no podían comprender el significado de sus palabras.
     
Anunció que había venido como instructor, maestro enviado del cielo para presentar la verdad espiritual a la mente material. Y esto fue exactamente lo que hizo. Era instructor, no predicador. Desde el punto de vista humano, Pedro era mucho más eficaz como predicador que Jesús. La predicación de Jesús era tan arrolladora debido a su personalidad singular, no tanto por una irresistible atracción oratoria o emotiva. Jesús hablaba directamente al alma de los hombres. Enseñaba al espíritu del hombre, pero a través de la mente. Vivía con los hombres.
     
En esta ocasión Jesús, dio a Pedro, a Santiago y a Juan a entender que su trabajo en la tierra estaba en cierto modo limitado por la encomienda de su «asociado en lo alto», refiriéndose a los consejos de su hermano Paradisiaco, Emanuel, antes del autootorgamiento. Les dijo que el había venido a hacer la voluntad de su Padre y sólo la voluntad de su Padre. Estando pues motivado por una exclusividad de propósito totalmente sincera, no sufría mucha preocupación ni ansiedad por las maldades del mundo.
     
Los apóstoles estaban empezando a reconocer la cordialidad sin afectación de Jesús. Aunque era fácil acercarse al Maestro, siempre vivía independientemente de todos los seres humanos y por encima de ellos. No estuvo jamás ni por un momento, dominado por una influencia puramente mortal ni sujeto al frágil juicio humano. No prestó atención alguna a la opinión pública, y las alabanzas no lo afectaban. Pocas veces se detuvo para corregir los malentendidos o resentir una interpretación errónea. Nunca les pidió consejo a los hombres; jamás pidió a nadie que orara.
     
Santiago estaba asombrado de cómo Jesús parecía ver el fin desde el principio. El Maestro rara vez parecía sorprenderse. No estaba nunca excitado, enojado o desconcertado. No le pidió nunca disculpas a nadie. A veces estaba triste, pero nunca desalentado.
     
Más claramente reconocía Juan que, a pesar de todas sus dotes divinas, después de todo, él era humano. Jesús vivió como un hombre entre los hombres y les comprendió, les amó y conoció como tratar con los hombres. En su vida personal era tan humano y sin embargo, tan sin defecto. Y siempre, tan generoso.
     Aunque Pedro, Santiago y Juan no podían comprender mucho de lo que Jesús dijo en esta ocasión, sus graciables palabras se grabaron en su corazón, y después de la crucifixión y resurrección, surgieron a su memoria para enriquecer y regocijar su ministerio subsiguiente. No es de extrañar que estos apóstoles no comprendieron completamente las palabras del Maestro, porque les estaba proyectando el plan de una nueva era.

lunes, 10 de septiembre de 2012

La última semana en Amatus.

Hacia fines de la última semana en Amatus, Simón el Zelote trajo a Jesús a un tal Tejerma, un persa que estaba haciendo negocios en Damasco. Tejerma había oído hablar de Jesús y había venido a Capernaum para verlo, y cuando descubrió allí que Jesús se había ido con sus apóstoles río abajo por el Jordán camino de Jerusalén, salió a buscarlo. Andrés se lo presentó a Simón para que le enseñara. Simón consideraba al persa un «adorador del fuego», aunque Tejerma explicó con sumo cuidado que el fuego era tan sólo el símbolo visible de Aquel que es Puro y Santo. Después de hablar con Jesús, el persa manifestó su intención de permanecer varios días allí para escuchar las enseñanzas y la predicación.
      
Cuando Simón el Zelote y Jesús estuvieron a solas, Simón le preguntó al Maestro: «¿Por qué no pude yo persuadirle? ¿Por qué tanto se resistió él a mis esfuerzos y tan rápidamente se dispuso a escuchar tus palabras?» Jesús respondió: «Simón, Simón, ¿cuántas veces te he enseñado a abandonar tus esfuerzos por quitar algo del corazón de los que buscan la salvación? ¿Cuántas veces te he dicho que trabajes solamente para poner algo dentro de estas almas hambrientas? Conduce a los hombres al reino, y las grandes verdades vivientes del reino finalmente disiparán todo error grave. Cuando hayas comunicado al hombre mortal la buena nueva de que Dios es su Padre, podrás persuadirle más fácilmente de que él es, en realidad, un hijo de Dios. Y habiendo hecho eso, habrás traído la luz de la salvación al que está sentado en las tinieblas. Simón, cuando el Hijo del Hombre vino primero a ti, ¿vino acaso denunciando a Moisés y a los profetas y proclamando un camino de vida nuevo y mejor? No. Yo vine, no para eliminar lo que tú habías recibido de tus antepasados, sino para mostrarte la visión perfeccionada de lo que tus padres sólo habían podido vislumbrar en parte. Vete Simón, vete a enseñar y predicar el reino, y cuando veas que un hombre está a salvo y seguro en el reino, recién en ese momento, cuando aquel venga con sus preguntas, impártele la instrucción relacionada con el avance progresivo del alma dentro del reino divino».
      
Simón estaba asombrado por estas palabras, pero hizo lo que Jesús le había instruído, y Tejerma, el persa, se contó entre los que entraron al reino.
      
Esa noche Jesús les dio a los apóstoles un discurso sobre la nueva vida en el reino. Dijo en parte: «Cuando entréis al reino, habréis renacido. No podéis enseñar las cosas profundas del espíritu a los que tan sólo han nacido en la carne; primero haced que los hombres nazcan del espíritu antes de instruirle sobre los caminos avanzados del espíritu. No tratéis de mostrar a los hombres las bellezas del templo antes de llevarles al templo. Presentad los hombres a Dios y como hijos de Dios, antes de hablarles de las doctrinas de la paternidad de Dios y de la filiación de los hombres. No disputéis con los hombres —sed siempre pacientes. No es vuestro el reino; tan sólo sois sus embajadores. Salid simplemente proclamando: este es el reino del cielo —Dios es vuestro Padre y vosotros sois sus hijos, y esta buena nueva es vuestra salvación eterna si creéis en ésta de todo corazón».
      
Los apóstoles hicieron grandes progresos durante su estadía en Amatus. Pero estaban muy desilusionados de que Jesús no les diera sugerencias sobre cómo tratar con los discípulos de Juan. Aun en el importante asunto del bautismo, todo lo que Jesús dijo fue: «Efectivamente, Juan bautizaba con agua, pero cuando entréis en el reino del cielo, seréis bautizados con el espíritu».

domingo, 9 de septiembre de 2012

La unidad espiritual.

Una de las conferencias nocturnas más pletóricas en Amatus fue la que tuvo que ver con la conversación sobre la unidad espiritual. Santiago Zebedeo había preguntado: «Maestro, ¿cómo podremos aprender a ver las cosas de las misma manera y de ese modo disfrutar de mayor armonía entre nosotros?» Al oír Jesús la pregunta, se sintió tan agitado en su espíritu que inmediatamente replicó: «Santiago, Santiago, ¿cuándo os enseñé que debéis ver las cosas todos vosotros de la misma manera? He venido al mundo para proclamar la libertad espiritual, para que los mortales tengan la fuerza de vivir su vida individual con originalidad y libertad ante Dios. No deseo que se compre la armonía social y la paz fraternal al precio del sacrificio de la personalidad libre y de la originalidad espiritual. Lo que yo os pido, mis apóstoles, es unidad espiritual —y ésa podréis experimentar en el regocijo de vuestra dedicación unida a hacer de todo corazón, la voluntad de mi Padre en el cielo. No hace falta que veáis las cosas de la misma manera ni que las sintáis de la misma manera ni tampoco que penséis de la misma manera para ser iguales espiritualmente. La unidad espiritual deriva de la conciencia de que cada uno de vosotros está habitado, y cada vez más dominado, por el don espiritual del Padre celestial. Vuestra armonía apostólica ha de crecer del hecho de que la esperanza espiritual de cada uno de vosotros es idéntica en origen, naturaleza y destino.
      
«Así podréis experimentar una unidad perfeccionada de propósito espiritual y de comprensión espiritual que crecen de la conciencia mutua de la identidad de cada uno de vuestros espíritus Paradisiacos residentes; y podréis disfrutar de esta profunda unidad espiritual dentro de la diversidad extrema de actitudes individuales en cuanto a pensamiento intelectual, sentimiento temperamental y conducta social. Vuestra personalidad bien puede ser encantadoramente distinta y marcadamente variada, y vuestra naturaleza espiritual y los frutos espirituales de la adoración divina y del amor fraternal pueden estar al mismo tiempo tan unificados que todos los que contemplen vuestra vida reconocerán con toda seguridad esta identidad de espíritu y unidad de alma; reconocerán que vosotros habéis estado conmigo y que de esa manera habéis aprendido, y habéis aprendido aceptablemente, cómo hacer la voluntad del Padre en el cielo. Podéis pues lograr la unidad del servicio de Dios, aunque cada uno de vosotros cumpla tal servicio de acuerdo con la técnica de las propias dotes originales de mente, cuerpo y alma.
     
«Vuestra unidad de espíritu implica dos cosas, que siempre armonizan en la vida de cada uno de los creyentes: Primero, estáis poseídos por un motivo común de vida de servicio; todos vosotros deseáis por sobre todas las cosas hacer la voluntad del Padre en el cielo. Segundo, todos tenéis un propósito común de existencia; todos os proponéis encontrar al Padre en el cielo, probando así al universo que os habéis tornado como él».
      
Muchas veces, durante el período de capacitación de los doce, Jesús volvió sobre este tema. Repetidas veces les dijo que no era su deseo que los que creyeran en él se volvieran dogmatizado y estandardizados según las interpretaciones religiosas de los hombres, aun de los hombres buenos. Una y otra vez admonestó a los apóstoles contra la elaboración de credos y el establecimiento de tradiciones como medio para guiar y controlar a los creyentes en el evangelio del reino.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Las enseñanzas sobre el Padre.

Durante la estadía en Amatus, Jesús pasó mucho tiempo con los apóstoles instruyéndolos sobre el nuevo concepto de Dios; una y otra vez les repitió que Dios es un Padre, y no un contador supremo ocupado principalmente en asentar en los libros los pecados y el mal de sus hijos descarriados en la tierra, la computación de sus maldades, para usarlos luego contra ellos al abrir juicio como justo Juez de toda la creación. Los judíos habían concebido desde hacía mucho tiempo a Dios como el rey de todos, aun como el Padre de la nación, pero nunca antes habían contemplado grandes números de hombres mortales la idea de Dios como Padre amante de cada individuo.
      
En respuesta a la pregunta de Tomás: «¿Quién es este Dios del reino?» Jesús replicó: «Dios es tu Padre, y la religión —mi evangelio— no es ni más ni menos que el reconocimiento creyente de la verdad de que tú eres su hijo. Y yo estoy aquí entre vosotros en la carne para iluminar con mi vida y enseñanzas estas dos ideas».
      
También trató Jesús de liberar la mente de sus apóstoles de la idea de ofrecer sacrificios de animales como deber religioso. Pero estos hombres, criados en la religión del sacrificio diario, tardaban en comprender lo que él quería decir. Sin embargo, el Maestro nunca se cansaba de enseñarles. Cuando no conseguía impresionar la mente de todos los apóstoles mediante una ilustración, volvía a repetir su mensaje empleando otro tipo de parábola para esclarecer el concepto.
      
Por esta época empezó Jesús a enseñar a los doce en forma más completa sobre la misión de ellos de «consolar a los afligidos y ministrar a los enfermos». Mucho les enseñó el Maestro sobre el hombre completo —la unión del cuerpo, la mente y el espíritu para formar al individuo, hombre o mujer. Jesús explicó a sus asociados los tres tipos de aflicción que encontrarían, y luego les explicó cómo deberían ministrar a todos los que sufren las penas de la enfermedad humana. Les enseñó a reconocer:
     
1. Las enfermedades de la carne —las aflicciones generalmente consideradas enfermedades físicas.
     
2. Las mentes atribuladas —esas aflicciones que no son físicas que posteriormente fueron consideradas como desórdenes y disturbios emocionales y mentales.
     
3. Los poseídos por los espíritus malignos.
      
Jesús explicó a sus apóstoles en varias ocasiones la naturaleza y algo del origen de estos espíritus malignos, que en aquella época también se llamaban frecuentemente, espíritus impuros. El Maestro bien conocía la diferencia entre ser poseído por los espíritus malignos y la locura, pero los apóstoles no la conocían. Tampoco era posible para Jesús, en vista del conocimiento limitado de ellos sobre la historia primitiva de Urantia, tratar de hacer plenamente comprensible este asunto. Pero muchas veces les dijo, aludiendo a estos espíritus malignos: «No volverán a molestar a los hombres cuando yo haya ascendido a la diestra de mi Padre en el cielo y después de que haya derramado mi espíritu sobre toda la carne, cuando llegue el reino en gran poder y gloria espiritual».
      
Semana a semana y mes a mes, a lo largo de todo este año, los apóstoles prestaron más y más atención al ministerio curativo de los enfermos.

viernes, 7 de septiembre de 2012

La estadía en Amatus.

El Maestro y sus apóstoles permanecieron cerca de Amatus casi tres semanas. Los apóstoles continuaron su predicación a la multitud dos veces por día, y Jesús predicó todos los sábados por la tarde. Resultaba imposible continuar con la rutina de recreación los miércoles; por eso Andrés decidió que los apóstoles descansarían de dos en dos, uno de los seis días de la semana, mientras que todos trabajarían durante los servicios del sábado.
     
Pedro, Santiago y Juan hicieron la mayor parte de la predicación pública. Felipe, Natanael, Tomás y Simón hicieron la mayor parte del trabajo personal y dictaron clases para grupos especiales de interesados; los mellizos continuaron con su supervisión policíaca general, mientras que Andrés, Mateo y Judas se combinaron en un comité general ejecutivo de tres, aunque cada uno de ellos también realizó una considerable tarea religiosa.
     
Andrés estaba muy atareado solucionando los malentendidos y desacuerdos que recurrían constantemente entre los discípulos de Juan y los discípulos más nuevos de Jesús. Surgían situaciones graves cada tantos días, pero Andrés, con la ayuda de sus asociados apostólicos, consiguió inducir a las partes en disputa a que llegaran a algún tipo de acuerdo, por lo menos temporalmente. Jesús se negaba a participar en estas conferencias; tampoco ofrecía consejo alguno sobre la manera de arreglar estas dificultades. No ofreció sugerencias ni una sola vez a los apóstoles sobre cómo solucionar estos problemas preocupantes. Cuando Andrés se acercaba a Jesús con estos asuntos, siempre decía: «El invitado no ha de participar en las querellas de sus huéspedes; un padre sabio no toma nunca partido en las disputas de sus hijos».
      
El Maestro demostraba gran sabiduría y manifestaba una ecuanimidad perfecta en todas sus deliberaciones con sus apóstoles y con todos sus discípulos. Jesús era de veras un maestro de hombres; ejercía una gran influencia sobre sus semejantes, debido a la combinación de encanto y fuerza que integraba su personalidad. Su vida ruda, nomádica y sin hogar ejercía una influencia sutil y llena de autoridad. Había en su manera firme y llena de autoridad de enseñar, en su lógica lúcida, en la fuerza de su razonamiento, en su perspicacia sagaz, en la claridad de su mente, en su donaire incomparable y en su sublime tolerancia, una atractividad intelectual y un imán espiritual. Era sencillo, varonil, honesto y sin miedo. Además de esta gran influencia física e intelectual que se manifestaba en la presencia del Maestro, también se transmitían esos encantos espirituales del ser que se han asociado a través del tiempo con su personalidad: la paciencia, la ternura, la mansedumbre, la compasión y la humildad.
     
Jesús de Nazaret era en verdad una personalidad fuerte y enérgica; era una fuerza intelectual y un baluarte espiritual. Su personalidad atraía no sólo a las mujeres con inclinación espiritual entre sus discípulos, sino también al Nicodemo erudito e intelectual y al rudo soldado romano, al capitán a quien se encargara la vigilancia de la cruz, quien después de ver morir al Maestro, dijo: «De veras, éste era un Hijo de Dios». Y los toscos y enérgicos pescadores galileos le llamaban Maestro.
     
Los retratos de Jesús han sido altamente desafortunados. Estas pinturas de Cristo han ejercido una influencia deletérea sobre la juventud; los mercaderes del templo no hubieran huido ante Jesús si hubiese sido un hombre tal como lo retratan generalmente vuestros artistas. Su virilidad era digna; él era bueno, pero natural. Jesús no posaba de místico manso, dulce, gentil y afable. Su manera de enseñar era dinámica, electrizante. No solamente tenía buenas intenciones sino que hacía realmente el bien.
      
El Maestro nunca dijo: «Venid a mí, todos vosotros que sois indolentes y todos vosotros que sois soñadores». Pero dijo muchas veces: «Venid a mí, todos vosotros que laboráis, y yo os daré descanso —fuerza espiritual». El yugo del Maestro es en verdad fácil de llevar, pero aun así, nunca lo impone; cada uno debe aceptar ese yugo por su propio libre albedrío.
      
Jesús enseñaba que la conquista era fruto del sacrificio, el sacrificio del orgullo y del egoísmo. Al ejercer la misericordia intentó ilustrar la liberación espiritual de todos los afanes, los rencores, la ira, y el deseo egoísta de poderío y venganza. Y cuando dijo: «No resistáis el mal», explicó más tarde que no significaba que se tolerara el pecado ni que se fraternizara con la iniquidad. Intentaba más bien enseñar a perdonar «a no resistir el mal trato contra la personalidad de uno, la injuria malintencionada a la dignidad personal».

jueves, 6 de septiembre de 2012

La ley de Dios y la voluntad del Padre.

La noche antes de partir de Pella, Jesús impartió instrucciones ulteriores a los apóstoles sobre el nuevo reino. Dijo el Maestro: «Se os ha enseñado a esperar el advenimiento del reino de Dios, y ahora yo he venido anunciando que este reino por tanto tiempo esperado está cerca, que en efecto ya está aquí, en nuestro medio. En todo reino debe de haber un rey sentado en su trono que establece las leyes del reino. Por eso habéis desarrollado un concepto del reino del cielo como el gobierno glorificado del pueblo judío sobre todos los pueblos de la tierra, con el Mesías sentado en el trono de David promulgando desde este lugar de milagroso poder las leyes para el mundo entero. Pero, hijos míos, no estáis viendo con los ojos de la fe, ni oyendo con la comprensión del espíritu. Yo os declaro que el reino del cielo es la comprensión y la aceptación del gobierno de Dios en el corazón de los hombres. En verdad hay un Rey en este reino, y ese Rey es mi Padre y vuestro Padre. Somos en verdad sus súbditos fieles, pero la verdad transformadora que en mucho trasciende este hecho es que nosotros somos sus hijos. En mi vida esta verdad se hará manifiesta para todos. Nuestro Padre también está sentado en un trono, pero no un trono hecho por manos humanas. El trono del Infinito es la morada eterna del Padre en el cielo de los cielos; él llena todas las cosas y proclama sus leyes a los universos tras los universos. Y el Padre también gobierna dentro del corazón de sus hijos en la tierra, mediante el espíritu que él ha enviado para que more en el alma de los hombres mortales.
      
«Cuando súbditos de este reino, en verdad debéis escuchar la ley del Gobernante Universal; pero cuando, gracias al evangelio del reino que yo he venido para declarar, vosotros descubrís por la fe que sois hijos, de allí en adelante no os consideraréis como criaturas sujetas a la ley de un rey todopoderoso, sino como los hijos privilegiados de un Padre amante y divino. De cierto, de cierto os digo, que cuando la voluntad del Padre es vuestra ley, aún no estáis en el reino. Pero cuando la voluntad del Padre se hace verdaderamente vuestra voluntad, entonces estaréis vosotros en verdad en el reino, porque el reino se ha tornado de esta manera una experiencia establecida en vosotros. Cuando la voluntad de Dios es vuestra ley, sois nobles súbditos esclavos; pero cuando creéis en este nuevo evangelio de filiación divina, la voluntad de mi Padre se hace vuestra voluntad, y seréis elevados a la alta posición de hijos libres de Dios, hijos liberados del reino».
      
Algunos de los apóstoles comprendieron algo de esta enseñanza, pero ninguno de ellos comprendió el significado pleno de este extraordinario anuncio, excepto tal vez Santiago Zebedeo. Sin embargo, estas palabras se grabaron en su corazón, emergiendo para alegrar su ministerio durante los años posteriores de servicio.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

La salida de Galilea.

Capernaum no estaba lejos de Tiberias, y la fama de Jesús se había difundido por toda Galilea y aun más allá. Jesús sabía que Herodes pronto comenzaría a notar el desarrollo de su obra; por eso pensó que sería mejor viajar al sur y entrar a Judea con sus apóstoles. Un grupo de más de cien creyentes expresaron el deseo de acompañarlos, pero Jesús les habló convenciéndolos de que no acompañaran al grupo apostólico en su viaje por el valle del Jordán. Aunque consintieron en quedarse atrás, muchos de ellos siguieron al Maestro pocos días después.    
El primer día, Jesús y los apóstoles sólo viajaron hasta Tariquea, donde pasaron la noche. Al día siguiente llegaron hasta un punto en el Jordán, cerca de Pella, donde Juan había predicado tan sólo un año antes, y donde Jesús había recibido el bautismo. Aquí permanecieron más de dos semanas, enseñando y predicando. Hacia fines de la primera semana, se habían reunido varios cientos de personas en un campamento cerca de la morada de Jesús y los doce, y habían venido de Galilea, Fenicia, Siria, la Decápolis, Perea y Judea.      

Jesús no hizo ninguna predicación pública. Andrés dividió la multitud en grupos y asignó predicadores para las asambleas de la mañana y de la tarde; después de la cena, Jesús habló con los doce. No les enseñó nada nuevo sino que repasó sus enseñanzas anteriores y respondió a sus muchas preguntas. En una de estas noches, algo dijo a los doce sobre los cuarenta días que había transcurrido en las montañas, cerca de ese lugar.
      
Muchos de los que venían de Perea y Judea habían sido bautizados por Juan y estaban interesados en averiguar más sobre las enseñanzas de Jesús. Los apóstoles mucho progresaron en enseñar a los discípulos de Juan, puesto que en nada desmerecían la predicación de Juan, y además, en esa época, ni siquiera bautizaban a los nuevos discípulos. Pero siempre fue un tropiezo para los seguidores de Juan el hecho de que Jesús, si era realmente todo lo que Juan había anunciado que sería, nada había hecho por sacarlo de la cárcel. Los discípulos de Juan nunca pudieron comprender por qué Jesús no previno la muerte cruel de su amado líder.
      
Noche tras noche Andrés instruía cuidadosamente a sus compañeros apóstoles en la tarea delicada y difícil de llevarse bien con los seguidores de Juan el Bautista. Durante este primer año del ministerio público de Jesús, más de tres cuartos de sus seguidores habían seguido previamente a Juan y habían recibido su bautismo. Este entero año 27 d. de J.C. transcurrió en la tarea sosegada de hacerse cargo del trabajo de Juan en Perea y Judea.

martes, 4 de septiembre de 2012

El comienzo de la obra pública.

JESÚS y los doce apóstoles se prepararon para partir de su centro de operaciones en Betsaida el 19 de enero del año 27 d. de J.C., que era el primer día de esa semana. Los doce nada sabían de los planes de su Maestro excepto que irían a Jerusalén para presenciar las festividades de la Pascua en abril, y que la intención era viajar por el camino del valle del Jordán. No salieron de la casa de Zebedeo hasta cerca del mediodía, porque las familias de los apóstoles y otros de los discípulos habían venido para despedirlos y darles la enhorabuena en la nueva obra que estaban por comenzar.
      
Poco antes de partir, los apóstoles no podían encontrar al Maestro, y Andrés fue a buscarlo. Después de una breve búsqueda, encontró a Jesús sentado en una barca junto a la playa, y estaba llorando. Los doce habían visto a su Maestro apenado muchas veces, y habían contemplado sus breves temporadas de seria preocupación mental, pero ninguno de ellos lo había visto nunca llorar. Andrés estaba un tanto sorprendido al ver al Maestro así afectado en vísperas de su partida hacia Jerusalén y se atrevió a acercarse a Jesús y preguntarle: «Maestro, en este día auspicioso en que estamos a punto de partir hacia Jerusalén para proclamar el reino del Padre, ¿por qué lloras? ¿Quién entre nosotros te ha ofendido?» Y Jesús, volviendo en compañía de Andrés para reunirse con los doce, le respondió: «Nadie entre vosotros me ha causado pena. Estoy triste tan sólo porque nadie de la familia de mi padre José, ha pensado en venir a despedirse.» En esta época, Ruth estaba de visita en la casa de su hermano José en Nazaret. Los demás miembros de su familia se mantenían alejados por orgullo, desilusión, falta de comprensión y pequeños resentimientos, emociones que surgían de sus sentimientos heridos.

domingo, 2 de septiembre de 2012

La noche después de la consagración.

Esa noche al enseñar dentro de la casa, porque había comenzado a llover, Jesús habló largamente, tratando de mostrar a los doce cómo debían ser, no lo que debían hacer. Ellos tan sólo conocían una religión que imponía el obrar de cierta manera para alcanzar el estado de rectidud —la salvación. Pero Jesús reiteraba: «En el reino, debéis ser rectos para hacer el trabajo». Muchas veces repitió: « Sed perfectos, así como vuestro Padre en los cielos es perfecto». Todo el tiempo el Maestro explicaba a sus perplejos apóstoles que la salvación que había venido a traer al mundo se alcanzaba tan sólo creyendo, por medio de la fe simple y sincera. Decía Jesús: «Juan predicó un bautismo de arrepentimiento, de pena por la vieja manera de vivir. Vosotros debéis proclamar el bautismo del compañerismo con Dios. Predicad arrepentimiento a los que necesitan tales enseñanzas, pero a los que ya están buscando sinceramente entrar al reino, abrid las puertas de par en par e invitadlos a entrar en la jubilosa hermandad de los hijos de Dios». Pero era difícil tarea persuadir a estos pescadores galileos de que, en el reino, ser rectos, por medio de la fe, debía preceder al obrar rectamente en la vida diaria de los mortales en la tierra.
      
Otra gran dificultad en el trabajo de enseñar a los doce residía en su tendencia a tomar principios altamente idealistas y espirituales de verdad religiosa y transformarlos en reglas concretas de conducta personal. Jesús les presentaba el espíritu hermoso de la actitud del alma, pero ellos insistían en traducir estas enseñanzas en reglas de conducta personal. Muchas veces, cuando se esforzaban en recordar lo que el Maestro decía, solían casi de cierto olvidarse de lo que no decía. Pero poco a poco asimilaron sus enseñanzas porque Jesús era todo lo que enseñaba. Lo que no conseguían obtener de sus instrucciones verbales, paulatinamente lo adquirieron viviendo con él.
  
Los apóstoles no veían manifiesto que su Maestro estaba viviendo una vida de inspiración espiritual para todas las personas de todas las eras de todos los mundos de un extenso universo. A pesar de que Jesús les decía esto de vez en cuando, los apóstoles no alcanzaban a comprender la idea de que estaba haciendo una labor en este mundo pero para todos los otros mundos de su vasta creación. Jesús vivió su vida terrestre en Urantia, no para dar un ejemplo personal de vida mortal a los hombres y mujeres de este mundo, sino más bien para crear un ideal altamente espiritual e inspirador para todos los seres mortales de todos los mundos.
      
Esta misma noche Tomás le preguntó a Jesús: «Maestro, tú dices que debemos llegar a ser como niñitos antes de poder entrar al reino del Padre, y sin embargo nos has advertido que no nos dejemos engañar por falsos profetas ni que nos hagamos culpables de echar nuestras perlas delante de los cerdos. Pues, estoy sinceramente perplejo. No puedo comprender tus enseñanzas». Jesús le replicó a Tomás: «¿Cuánta paciencia habré de tenerte! Siempre insistes en entender literalmente todo lo que yo enseño. Cuando os pedí que lleguéis a ser como niñitos como precio para entrar al reino, no me refería a la facilidad de caer en el engaño, al mero afán de creer, ni tampoco al impulso de confiar en cautivantes extraños. Lo que deseaba que vosotros pudierais entender con esta figura era la relación entre hijo y padre. Tú eres el hijo, y es el reino de tu padre adonde quieres entrar. Está presente ese afecto natural entre todo niño normal y su padre que asegura una relación comprensiva y amante, y que precluye para siempre toda inclinación a regatear para obtener el amor y la misericordia del padre. Y el evangelio que vais a predicar tiene que ver con esta salvación que crece del descubrimiento por la fe de esta misma y eterna relación entre niño y padre».
     
La característica fundamental de las enseñanzas de Jesús consistía en la moralidad de su filosofía originada en la relación personal del individuo con Dios —esta misma relación niño-padre. Jesús hacía hincapié en el individuo, no en la raza ni en la nación. Mientras comían la cena, Jesús tuvo una conversación con Mateo en la que le explicó que la moralidad de cualquier acción está determinada por la motivación del individuo. La moralidad de Jesús siempre era positiva. La regla de oro tal como Jesús la rerradactó exige un activo contacto social; la antigua regla negativa podía ser obedecida en la soledad. Jesús liberó la moral de todas las reglas y ceremonias y la elevó a niveles majestuosos de pensamiento espiritual y de vida verdaderamente recta.
     
Esta nueva religión de Jesús no carecía completamente de implicaciones prácticas, pero todo valor práctico político, social o económico que se pueda hallar en sus enseñanzas es una consecuencia natural de esta experiencia interior del alma tal como manifiesta los frutos del espíritu en el espontáneo ministerio diario de una genuina experiencia religiosa personal.
      
Cuando Jesús y Mateo terminaron de conversar, Simón el Zelote preguntó: «Pero, Maestro, ¿son todos los hombres hijos de Dios?» Y Jesús contestó: «Sí, Simón, todos los hombres son hijos de Dios, y ésa es la buena nueva que vais a proclamar». Pero los apóstoles no conseguían comprender tal doctrina; era un pronunciamiento nuevo, extraño y sorprendente. Y fue debido a su deseo de inculcarles esta verdad debido al que Jesús enseñó a sus discípulos a tratar a todos los hombres como hermanos.
      
En respuesta a una pregunta de Andrés, el Maestro aclaró que la moralidad de su enseñanza era inseparable de la religión de su vivir. Enseñaba la moralidad, no fundándola en la naturaleza del hombre, sino en la relación del hombre con Dios.
     
Juan le preguntó a Jesús: «Maestro, ¿qué es el reino de los cielos?» Y Jesús respondió: «El reino del cielo consiste en estas tres cosas esenciales: primero, el reconocimiento del hecho de la soberanía de Dios; segundo, la creencia en la verdad de que sois hijos de Dios; y tercero, la fe en la eficacia del supremo deseo humano de hacer la voluntad de Dios —de ser como Dios. Y ésta es la buena nueva del evangelio: que mediante la fe, todo mortal puede obtener estas cosas esenciales para la salvación».
      
Ahora pues la semana de espera llegaba a su cierre, y ellos se preparaban para partir hacia Jerusalén al día siguiente.