«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

viernes, 19 de abril de 2013

En el camino a Fenicia.

El jueves 9 de junio por la mañana, después de recibir noticia sobre el progreso del reino, traída de Betsaida por los mensajeros de David, este grupo de veinticinco instructores de la verdad partió de Cesarea de Filipo para comenzar su viaje a la costa de Fenicia. Pasaron rodeando la región pantanosa, camino a Luz, hasta el punto de unión con el camino de Magdala al Monte Líbano, de allí al cruce con el camino que conducía a Sidón, llegando allí el viernes por la tarde.
      
Al pausar para almorzar bajo la sombra de unas rocas inclinadas, cerca de Luz, Jesús hizo uno de los más notables discursos que sus apóstoles le habían escuchado jamás a lo largo de todos sus años de asociación con él. Acababan de sentarse para romper pan cuando Simón Pedro le preguntó a Jesús: «Maestro, puesto que el Padre en el cielo lo sabe todo, y puesto que su espíritu es nuestro apoyo en el establecimiento del reino del cielo en la tierra, ¿por qué huimos de las amenazas de nuestros enemigos? ¿Por qué nos negamos a enfrentarnos con los enemigos de la verdad?» Pero antes de que Jesús hubiera comenzado a contestar la pregunta de Pedro, Tomás interrumpió diciendo: «Maestro, realmente quisiera saber qué hay de erróneo en la religión de nuestros enemigos en Jerusalén. ¿Cuál es la real diferencia entre su religión y la nuestra? ¿Por qué tenemos tantas creencias diversas si todos nosotros profesamos servir al mismo Dios?» Cuando Tomás hubo terminado, Jesús dijo: «Aunque no deseo ignorar la pregunta de Pedro, porque bien sé cuán fácil sería interpretar mal mis razones para evitar un encuentro abierto con los potentados de los judíos en este preciso momento, será más útil para todos vosotros que yo elija más bien responder a la pregunta de Tomás. Y eso es pues lo que haré cuando hayáis terminado vuestro almuerzo».

martes, 16 de abril de 2013

En Cesarea de Filipo.

Aunque Jesús no hizo ningún trabajo público durante estas dos semanas de estadía cerca de Cesarea de Filipo, los apóstoles celebraron numerosas reuniones vespertinas tranquilas en la ciudad, y muchos de los creyentes concurrieron al campamento para hablar con el Maestro. Muy pocos fueron agregados al grupo de creyentes como resultado de esta visita. Jesús habló con los apóstoles cada día, y discernieron más claramente que estaba empezando una nueva fase de la tarea de predicación del reino del cielo. Estaban comenzando a comprender que el «reino del cielo no es comida y bebida, sino la comprensión de la felicidad espiritual de la aceptación de la filiación divina».
     
 
La estadía en Cesarea de Filipo fue una verdadera prueba para los once apóstoles; fueron dos semanas difíciles para todos ellos. Estaban muy deprimidos, y extrañaban la estimulación periódica de la entusiasta personalidad de Pedro. En estos momentos, era realmente una gran aventura y una prueba creer en Jesús y seguirlo. Aunque lograron pocos conversos durante esas dos semanas, mucho aprendieron de las conferencias diarias con el Maestro, lo que les fue altamente beneficioso.
      
Los apóstoles aprendieron que los judíos estaban espiritualmente estancados y moribundos porque habían cristalizado la verdad en un credo; que cuando la verdad se formula como una línea divisoria de exclusividad farisaica y engreída, en lugar de servir como signo de guía y progreso espiritual, estas enseñanzas pierden su poder creador y dador de vida y, en último término, se tornan meramente preservativas y fosilizantes.
      
Cada vez más aprendieron de Jesús a considerar a las personalidades humanas en términos de sus posibilidades en el tiempo y en la eternidad. Aprendieron que muchas almas pueden ser conducidas mejor a amar al Dios invisible si se les enseña primero a amar a sus hermanos a quienes pueden ver. Y fue en relación con esto, en que se asignó un nuevo significado a la declaración del Maestro sobre el servicio desprendido a los semejantes: «Lo que hicisteis por uno de los más humildes de mis hermanos, lo hicisteis por mí.»
      
Una de las grandes lecciones de esta estadía en Cesarea tuvo que ver con el origen de las tradiciones religiosas, con el grave peligro de permitir que se les atribuya una importancia sagrada a objetos no sagrados, a ideas comunes o acontecimientos cotidianos. De una de las conferencias emergieron con la enseñanza de que la verdadera religión era la lealtad plena del hombre a sus convicciones más altas y más veraces.
      
Jesús advirtió a sus creyentes que, si sus deseos religiosos eran puramente materiales, un mayor conocimiento de la naturaleza los privaría en última instancia de su fe en Dios debido al desplazamiento progresivo del origen supuestamente supernatural de las cosas. Pero que, si su religión era espiritual, el progreso de la ciencia física no podría jamás alterar su fe en las realidades eternas y en los valores divinos.
      
Aprendieron que, cuando la religión es totalmente espiritual en su motivación, hace más valiosa la vida entera, llenándola de altos propósitos, dignificándola con valores transcendentales, inspirándola con motivos elevados, y consolando mientras tanto al alma humana con una sublime y alentadora esperanza. La verdadera religión tiene el propósito de disminuir el esfuerzo de la existencia; libera la fe y el valor para la vida diaria y el servicio desinteresado. La fe promueve la vitalidad espiritual y los frutos de la rectitud.
     
Jesús enseñó repetidamente a sus apóstoles que ninguna civilización puede sobrevivir por largo tiempo, la pérdida de lo mejor de su religión. No se cansó nunca de hacerles observar a los doce el gran peligro de aceptar símbolos y ceremonias religiosos en lugar de la experiencia religiosa. Su entera vida terrenal fue constantemente dedicada a la misión de derretir las formas congeladas de la religión en las libertades líquidas de la filiación esclarecida.

lunes, 15 de abril de 2013

Los evangelistas en Corazín.

El lunes 23 de mayo por la mañana Jesús ordenó a Pedro que fuera a Corazín con los doce evangelistas, mientras él, con los once, partía hacia Cesarea de Filipo por la vía del Jordán hasta la carretera de Damasco—Capernaum, de allí al noreste hasta la unión con la carretera a la ciudad de Cesarea de Filipo, en donde permanecieron y enseñaron por dos semanas. Llegaron por la tarde del martes 24 de mayo.
     
Pedro y los evangelistas permanecieron en Corazín durante dos semanas, predicando el evangelio del reino a un grupo pequeño, pero sincero, de creyentes. Pero no pudieron ganar muchos conversos nuevos. Ninguna ciudad de Galilea entregó al reino tan pocas almas como Corazín. De acuerdo con las instrucciones de Pedro, los doce evangelistas poco dijeron sobre curaciones —las cosas físicas— mientras predicaban y enseñaban con vigor aumentado, las verdades espirituales del reino celestial. Estas dos semanas en Corazín constituyeron un verdadero bautismo de adversidades para los doce evangelistas porque fue el período más difícil y menos productivo de su carrera hasta ese momento. Sintiéndose así privados de la satisfacción de ganar almas para el reino, cada uno de ellos evaluó más honesta y sinceramente su propia alma y su progreso en los caminos espirituales de la nueva vida.

     
Cuando fue aparente que no había más gente que deseara entrar al reino, el martes 7 de junio, Pedro reunió a sus asociados y partió para Cesarea de Filipo para reunirse con Jesús y los apóstoles. Llegaron alrededor del mediodía del miércoles y pasaron la entera tarde comentando sus experiencias que tuvieron con los no creyentes de Corazín. Durante las discusiones de esta tarde, Jesús hizo otra referencia a la parábola del sembrador y les enseñó mucho sobre el significado del aparente fracaso de las empresas de la vida.

¿Por qué se amotinan los paganos?

Dijo Jesús: «Todos vosotros deberíais recordar cómo habló el salmista sobre estos tiempos, diciendo: `¿Por qué se amotinan los paganos, y los pueblos conspiran en vano? Se levantarán los reyes de la tierra, y los príncipes de los pueblos consultarán unidos contra el Señor y contra su ungido, diciendo: rompamos las cadenas de la misericordia y echemos de nosotros las cuerdas del amor'.
 
      
«Hoy veis cumplirse todo esto ante vuestros ojos. Pero no veréis cumplido el resto de la profecía del salmista, porque él tenía ideas erróneas sobre el Hijo del Hombre y su misión en la tierra. Mi reino está fundado en el amor, proclamado en la misericordia y establecido mediante el servicio generoso. Mi Padre no está sentado en el cielo riéndose y burlándose de los paganos. No está lleno de furor en su gran desagrado. Es verdad la promesa de que el Hijo heredará a los así llamados paganos (en realidad, sus hermanos ignorantes y que no han recibido enseñanza). Yo recibiré a estos gentiles con los brazos abiertos con misericordia y afecto. Toda esta amante misericordia será mostrada a los así llamados paganos, a pesar de la desafortunada declaración en las escrituras que anuncia que el Hijo triunfante `los quebrantará con vara de hierro, y como vasijas de alfarero los desmenuzará'. El salmista os exhortó: `servid al Señor con temor'; yo os pido que ingreséis a los exaltados privilegios de filiación divina por la fe; él os ordena que os alegréis con temblor. Yo os pido que os regocijéis con seguridad. Él dice: `Besad al Hijo, para que se no enoje, y perezcáis al inflamarse su furor'. Pero vosotros habéis vivido conmigo y bien sabéis que el enfado y la ira no forman parte del establecimiento del reino del cielo en el corazón de los hombres. Sin embargo, el salmista vislumbró la verdadera luz cuando, al cerrar esta exhortación, dijo: `Benditos sean los que en este Hijo confían'».
      
Jesús continuó enseñando a los veinticuatro, diciendo: «Los paganos tienen cierta razón al rabiar contra nosotros. Debido a que su enfoque es limitado y estrecho, pueden concentrar sus energías con entusiasmo. Su objetivo es cercano y más o menos visible; por eso luchan con valentía y eficacia para que se lo logren. Vosotros que habéis profesado entrar al reino del cielo, sois demasiado vacilantes e imprecisos en vuestra conducta de la enseñanza. Los paganos atacan directamente por sus objetivos; vosotros sois culpables de añoranza excesiva y crónica. Si deseáis entrar al reino, ¿por qué no lo tomáis con un asalto espiritual así como los paganos toman una ciudad sitiada? Casi no sois merecedores del reino si vuestro servicio consiste en tan gran parte en una actitud de deplorar del pasado, lamento por el presente, y vana esperanza por el futuro. ¿Por qué rabian los paganos? Porque no conocen la verdad. ¿Por qué vosotros languidecéis en fútiles añoranzas? Porque no obedecéis la verdad. Dejad vuestras añoranzas inútiles y adelantaos valientemente haciendo lo que corresponde al establecimiento del reino.
     
«En todo lo que hacéis, no os volváis dogmáticos y superespecializados. Los fariseos que buscan nuestra destrucción, de cierto piensan que están sirviendo a Dios. Tanto los ha limitado la tradición, que están enceguecidos por el prejuicio y endurecidos por el terror. Considerad a los griegos, que tienen una ciencia sin religión, mientras que los judíos, tienen una religión sin ciencia. Y cuando los hombres se desorientan de esta manera, aceptando una desintegración estrecha y confusa de la verdad, su única esperanza de salvación es coordinarse en la verdad —convertirse.
      
«Dejadme declarar enfáticamente esta verdad eterna: si vosotros, mediante la coordinación en la verdad, aprendéis a ejemplificar en vuestras vidas esta hermosa totalidad de rectitud, vuestros semejantes os seguirán entonces para ganar lo que habéis así adquirido. La medida en que atraéis a los buscadores de la verdad representa la medida de vuestra dotación de la verdad, vuestra rectitud. El esfuerzo que tengáis que hacer para llegar al pueblo con vuestro mensaje es, en cierto modo, la medida de vuestra deficiencia para vivir una vida plena o recta, la vida coordinada en la verdad».
     
Muchas otras cosas el Maestro enseñó a sus apóstoles y los evangelistas antes de que ellos le desearan las buenas noches y apoyaran la cabeza sobre la almohada.

domingo, 14 de abril de 2013

La huída por la Galilea del Norte.

POCO después de echar ancla cerca de Queresa en este memorable domingo, Jesús y los veinticuatro anduvieron un tramo hacia el norte, donde pasaron la noche en un hermoso parque al sur de Betsaida-Julias. Conocían este sitio para acampar, habiéndose detenido allí en el pasado. Antes de retirarse por la noche, el Maestro convocó a su alrededor a sus seguidores y habló con ellos de los planes para la gira proyectada a través de Batanea y Galilea del norte, hasta la costa fenicia.

lunes, 8 de abril de 2013

La apresurada huída.

Así pues la mañana de este domingo 22 de mayo del año 29 d. de J.C., Jesús se embarcó con sus doce apóstoles y los doce evangelistas, huyendo apresuradamente de los oficiales del sanedrín que se dirigían a Betsaida con el permiso de Herodes Antipas para arrestarlo y llevarlo a Jerusalén, donde lo juzgarían porque había sido acusado de blasfemia y de otras contravenciones a las leyes sagradas de los judíos. Eran casi las ocho y media de esta hermosa mañana cuando estos veinte y cinco se sentaron en la barca y remaron hacia la costa oriental del Mar de Galilea.
      
Seguía a la barca del Maestro una embarcación más pequeña, que contenía a seis de los mensajeros de David, quienes tenían instrucciones de mantenerse en contacto con Jesús y sus asociados y asegurarse de que la información de sus andanzas y de su seguridad se transmitiera regularmente a la casa de Zebedeo en Betsaida, que había servido como cuartel general de la obra del reino durante cierto tiempo. Pero Jesús no se albergaría nunca más en la casa de Zebedeo. De aquí en adelante, por el resto de su vida en la tierra, el Maestro verdaderamente «no tendría dónde recostar su cabeza». Ya no tenía ni siquiera la semejanza de una morada establecida.
      
Remaron hasta cerca de la aldea de Queresa, confiaron la barca a los cuidados de amigos, y comenzaron las peregrinaciones de este último año memorable en la vida del Maestro en la tierra. Permanecieron cierto tiempo en los dominios de Felipe, yendo de Queresa a Cesarea de Filipo, y de ahí camino hacia la costa de Fenicia.
     
La multitud permaneció alrededor de la casa de Zebedeo observando estas dos embarcaciones que navegaban por el lago hacia la orilla oriental. Ya estaban bien alejados cuando llegaron los oficiales de Jerusalén buscando a Jesús. Se negaban a creer que se les había escapado, y mientras Jesús y sus asociados estaban viajando hacia el norte por Batanea, los fariseos y sus asistentes pasaron casi una semana entera buscándole en vano en las cercanías de Capernaum.
     
La familia de Jesús volvió a su casa en Capernaum, y allí pasaron casi una semana hablando, discutiendo y orando. Estaban llenos de confusión y consternación. No pudieron tranquilizarse hasta el jueves por la tarde, cuando volvió Ruth de visitar la casa de Zebedeo, y les dijo que había oído de David que su padre-hermano estaba a salvo y en buena salud, abriéndose camino hacia la costa de Fenicia.

jueves, 4 de abril de 2013

Llega la familia de Jesús.

Eran aproximadamente las ocho de la mañana de este domingo cuando cinco miembros de la familia terrenal de Jesús llegaron al lugar en respuesta al llamado urgente de la cuñada de Judá. De todos sus parientes en la carne, sólo Ruth creía constantemente y de todo corazón en la divinidad de su misión en la tierra. Judá, Santiago, y aun José, todavía mantenían mucha de la fe en Jesús, pero habían permitido que el orgullo interfiriera con su mejor criterio y sus verdaderas inclinaciones espirituales. María estaba igualmente dividida entre el amor y el temor, entre el amor materno y el orgullo familiar. Aunque las dudas le atormentaban, no podía olvidar del todo la visita de Gabriel antes del nacimiento de Jesús. Los fariseos habían intentado persuadir a María de que Jesús estaba fuera de sí, demente. La urgían a que fuera a verlo con sus hijos, a que tratara de disuadirlo de sus esfuerzos de enseñanza pública. Aseguraban a María de que la salud de Jesús estaba a punto de quebrantarse, y que si se le permitía seguir por ese camino, el deshonor y la ignominia terminarían por caer sobre la familia entera. Así pues, cuando la cuñada de Judá trajo la noticia, los cinco partieron inmediatamente a la casa de Zebedeo, pues se encontraban todos juntos en casa de María, donde se habían reunido con los fariseos la noche anterior. Habían conversado con los líderes de Jerusalén hasta muy entrada la noche, y todos ellos estaban más o menos convencidos de que Jesús, desde hacía un tiempo, actuaba en forma extraña. Aunque Ruth no encontraba explicaciones para todos sus actos, insistió que Jesús había sido siempre recto para con su familia, y se negó a participar en el plan de disuadirlo a continuar con su obra.
     

Camino a la casa de Zebedeo, hablaron de estas cosas y decidieron tratar de persuadir a Jesús que se volviera con ellos, porque, según dijo María: «Sé que puedo influenciar a mi hijo si él regresa a casa y me escucha». Santiago y Judá habían oído rumores sobre el plan de arrestar a Jesús y llevarlo a Jerusalén para juzgarlo. También temían por su propia seguridad. No se habían preocupado gran cosa mientras Jesús gozó de popularidad, pero al volverse el pueblo de Capernaum y los líderes de Jerusalén repentinamente contra él, empezaron a sentir agudamente la presión de la supuesta ignominia de su posición comprometida.
      
Pensaban pues encontrarse con Jesús, apartarse con él, e instarlo a que regresara con ellos a la casa. Tenían decidido asegurarle que olvidarían su abandono — que olvidarían y le perdonarían todo— siempre y cuando él desistiera de la tontería de predicar una nueva religión que tan sólo le ocasionaría problemas y desencadenaría el oprobio sobre su familia. A todo esto Ruth sólo decía: «Le diré a mi hermano que pienso que es un hombre de Dios, y que espero que esté dispuesto a morir antes de permitir que estos malvados fariseos pongan fin a su predicación». José prometió que vigilaría a Ruth mientras los demás argumentaban con Jesús.
     
Cuando llegaron a la casa de Zebedeo, Jesús estaba en medio de su discurso de despedida a los discípulos. Trataron de entrar, pero la gente estaba tan apiñada que fue imposible. Terminaron por instalarse en la terraza de atrás y pasar la voz de persona a persona, hasta que finalmente Simón Pedro le susurró la nueva a Jesús, interrumpiendo su discurso para este fin, y diciéndole: «He aquí que tu madre y tus hermanos están fuera, y ansían hablar contigo.» No se le había ocurrido a su madre cuán importante era este mensaje de despedida a sus seguidores, tampoco sabía ella que dicho discurso podía ser interrumpido en cualquier momento por la llegada de sus aprehensores. Ella realmente pensó que, después de tan prolongada aparente desavenencia, habiendo ella y sus hermanos tenido la benevolencia de acudir adonde él, Jesús interrumpiría inmediatamente su discurso para reunirse con ellos en cuanto se enterara de que lo estaban esperando.
     
Fue éste otro de esos casos en los que su familia terrestre no podía comprender que él debía ocuparse de los asuntos de su Padre. Así pues María y sus hermanos se sintieron profundamente heridos cuando, a pesar de que interrumpió su discurso para recibir el mensaje, en vez de salir corriendo a su encuentro, levantó su voz melodiosa para decir: «Decid a mi madre y a mis hermanos que no teman por mí. El Padre que me envió a este mundo no me abandonará; tampoco sufrirá mi familia daño alguno. Decidles que tengan coraje y que confíen en el Padre del reino. Pero, después de todo, ¿quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y abriendo los brazos a todos sus discípulos reunidos en la sala, dijo: «Yo no tengo madre; yo no tengo hermanos. ¡Contemplad a mi madre y a mis hermanos! Puesto que el que haga la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ése es mi madre, mi hermano y mi hermana.»
     
Al oír estas palabras, María cayó desmayada en los brazos de Judá. La llevaron al jardín para reanimarla mientras Jesús articulaba las palabras finales de su mensaje de despedida. Quiso ir entonces a conferenciar con su madre y sus hermanos, pero llegó un mensajero urgente de Tiberias trayendo la noticia de que ya venían los oficiales del sanedrín con permiso para arrestar a Jesús y llevarlo a Jerusalén. Andrés recibió este mensaje e interrumpiendo a Jesús, se lo transmitió.

Andrés no recordaba que David había apostado unos veinte y cinco centinelas alrededor de la casa de Zebedeo, para que nadie pudiera sorprenderlos; por eso preguntó a Jesús qué debían hacer. El Maestro permaneció de pie, callado, mientras su madre, habiendo oído las palabras, «yo no tengo madre», se estaba recuperando del golpe en el jardín. En ese preciso instante, una mujer en la sala se puso de pie y exclamó: «Bendito sea el vientre que te dio a luz y benditos sean los pechos que te amamantaron». Jesús se volvió por un momento de su conversación con Andrés para responder a esta mujer diciendo: «No, más bien bendito es aquel que escucha la palabra de Dios y se atreve a obedecerla.»

   
María y los hermanos de Jesús pensaban que Jesús no los comprendía, que había perdido el interés en ellos, sin darse cuenta que eran ellos los que no comprendían a Jesús. Jesús comprendía plenamente cuán difícil era para los hombres romper con su pasado. Sabía cómo gana el predicador a los seres humanos con su elocuencia, cómo responde la conciencia al llamado emocional así como la mente responde a la lógica y a la razón, pero también sabía cuánto más difícil es persuadir a los hombres a que deshereden el pasado.
     
Es por siempre verdad que todos los que piensan que son mal comprendidos o que no son apreciados tienen en Jesús un amigo comprensivo y un consejero compasivo. El había advertido a sus apóstoles que los enemigos de un hombre pueden estar en su propia casa, pero apenas si se había percatado cuán cerca estaba esta predicción de su propia experiencia. Jesús no abandonó a su familia terrenal para hacer el trabajo de su Padre —ellos lo abandonaron a él. Más tarde, después de la muerte y resurrección del Maestro, cuando Santiago se relacionó con el primitivo movimiento cristiano, sufrió inconmensurablemente por no haber sabido disfrutar esta asociación anterior con Jesús y sus discípulos.
      
Al pasar por estos acontecimientos, Jesús eligió ser guiado por el conocimiento limitado de su mente humana. Deseó pasar la experiencia con sus asociados como un ser humano y nada más. En la mente humana de Jesús estaba su intención de ver a su familia antes de irse. No quiso interrumpir su discurso, porque no deseaba transformar este primer encuentro después de tan larga separación en un espectáculo público. Tenía la intención de terminar su discurso y luego reunirse con ellos antes de partir, pero este plan fue frustrado por la conspiración de los acontecimientos que siguieron inmediatamente.
      
La urgencia de su huida se acrecentó por la llegada a la puerta de atrás de la casa de Zebedeo de un grupo de mensajeros de David. La conmoción producida por estos hombres asustó a los apóstoles que pensaron que ya llegaban los aprehensores, y temiendo un arresto inmediato, salieron de prisa por la puerta de adelante, hacia la barca que estaba esperando. Y todo esto explica por qué Jesús no vio a su familia que estaba esperando en la terraza de atrás.
      
Pero sí dijo a David Zebedeo al subir a la barca en rápida huida: «Diles a mi madre y a mis hermanos que agradezco su venida, y que tenía la intención de verlos. Adviérteles que no se ofendan, sino más bien que traten de buscar el conocimiento de la voluntad de Dios y de obtener la gracia y el coraje para hacer esa voluntad.»

El memorable domingo por la mañana.

El 22 de mayo fue un día memorable en la vida de Jesús. Este domingo por la mañana, antes del amanecer, uno de los mensajeros de David llegó de gran prisa de Tiberias, trayendo la noticia de que Herodes había autorizado, o estaba a punto de autorizar, el arresto de Jesús por parte de los oficiales del sanedrín. Al recibir la noticia de este peligro inminente, David Zebedeo despertó a sus mensajeros y los envió a todos los grupos locales de discípulos, llamándolos para un concilio de emergencia a las siete de esa misma mañana. Cuando la cuñada de Judá (hermano de Jesús) escuchó este informe alarmante, rápidamente pasó la noticia a todos los de la familia de Jesús que vivían cerca, convocándolos a la casa de Zebedeo. En respuesta a este llamado de urgencia, pronto se congregaron María, Santiago, José, Judá y Ruth.
     
En esta reunión temprano por la mañana, Jesús impartió sus instrucciones de despedida a los discípulos reunidos; o sea, que se despidió de ellos por el momento, porque bien sabía que pronto serían dispersados de Capernaum. Les instó a que buscaran a Dios para que los guiara, y que llevaran a cabo la obra del reino sin temer las consecuencias. Los evangelistas debían laborar como mejor les pareciera hasta el momento en que se los llamara. Seleccionó a doce entre los evangelistas para que lo acompañaran; ordenó a los doce apóstoles que permanecieran con él pasara lo que pasara. Instruyó a las doce mujeres que permanecieran en la casa de Zebedeo y en la casa de Pedro hasta que él enviara por ellas.
     
Jesús aprobó que David Zebedeo continuara con el servicio de mensajeros por todo el país, y David, al despedirse del Maestro, dijo: «Maestro, sal y haz tu obra. No te dejes atrapar por los fanáticos, y no dudes que los mensajeros estarán siempre a tu alcance. Mis hombres no te perderán nunca de vista, y por su intermedio estarás informado sobre el progreso del reino en otras regiones, y por ellos sabremos nosotros de ti. Nada puede ocurrirme que interfiera con este servicio, porque he nombrado líderes sustitutos en primero, segundo y aun tercer término. No soy instructor ni predicador, pero mi corazón me exige que haga esto, y nadie podrá disuadirme».
      
A eso de las 7:30 de esta mañana dio comienzo Jesús a su discurso de despedida a casi cien creyentes que se apiñaban en el interior de la casa para escucharlo. Era ésta una ocasión solemne para todos los presentes, pero Jesús parecía estar especialmente alegre; había vuelto a ser él mismo. La seriedad de las últimas semanas había desaparecido y los inspiró con palabras de fe, esperanza y valor.

lunes, 1 de abril de 2013

El sábado por la noche en Capernaum.

Este mismo sábado por la noche, se reunió en la sinagoga de Capernaum un grupo de cincuenta ciudadanos sobresalientes para discutir la cuestión candente del momento: «¿Qué hemos de hacer con Jesús?» Hablaron y discutieron hasta después de la medianoche, pero no pudieron encontrar un terreno común para el acuerdo. Aparte de unas pocas personas que se inclinaban a creer que Jesús tal vez fuera el Mesías, al menos un santo varón, o tal vez un profeta, la asamblea estaba dividida en cuatro grupos casi iguales que sostenían, respectivamente, los siguientes puntos de vista sobre Jesús:

      
1. Que era un fanático religioso iluso e inocuo.
     
2. Que era un agitador peligroso y alevoso, capaz de incitar a la rebelión.
      
3. Que estaba aliado con los diablos, que podía aun ser un príncipe de los diablos.
     
4. Que estaba fuera de sí, que estaba loco, mentalmente desequilibrado.
     
Mucho se habló sobre el que Jesús predicaba doctrinas con efecto perturbador sobre la gente común; sus enemigos sostenían que sus enseñanzas no eran prácticas, que se correría el peligro de una desintegración total si todo el mundo decidiera esforzarse honestamente por vivir de acuerdo con sus ideas. Y los hombres de muchas generaciones subsiguientes han dicho las mismas cosas. Muchos hombres inteligentes y con buenas intenciones, aun en las edades más esclarecidas de estas revelaciones, sostienen que no se podría haber construido la civilización moderna sobre las enseñanzas de Jesús; y en parte tienen razón. Pero todos estos descreídos olvidan que se podría haber construido una civilización mucho mejor sobre sus enseñanzas, y que alguna vez así se hará. Este mundo no ha intentado nunca llevar a cabo seriamente y en gran escala las enseñanzas de Jesús, a pesar de los muchos intentos semientusiastas por seguir las doctrinas del así llamado cristianismo.

La segunda reunión en Tiberias.

El 16 de mayo se convocó la segunda reunión de las autoridades de Jerusalén con Herodes Antipas en Tiberias. Estaban presentes los líderes religiosos y políticos de Jerusalén. Los líderes judíos pudieron informar a Herodes que prácticamente todas las sinagogas de Galilea y de Judea ya habían cerrado sus puertas a las enseñanzas de Jesús. Nuevamente intentaron convencer a Herodes que mandara arrestar a Jesús, pero él nuevamente se negó a hacerlo. Sin embargo, el 18 de mayo, Herodes aprobó un plan que permitía que las autoridades del sanedrín arrestaran a Jesús y lo llevaran a juicio en Jerusalén acusado de infracciones religiosas, siempre y cuando el gobernador romano de Judea estuviera de acuerdo. Mientras tanto, los enemigos de Jesús se dedicaron activamente a correr el rumor por toda Galilea de que Herodes se había vuelto hostil a Jesús, y que tenía la intención de exterminar a todos los que creyeran en sus enseñanzas.
     
La noche del sábado 21 de mayo, llegó a Tiberias la noticia de que las autoridades civiles de Jerusalén no objetaban el acuerdo entre Herodes y los fariseos en el sentido de que se arrestara a Jesús y se lo llevara a Jerusalén para juzgarlo ante el sanedrín, acusado de burlarse de las leyes sagradas de la nación judía. Por consiguiente, justo antes de la media noche de este día, Herodes firmó el decreto que autorizaba a los oficiales del sanedrín a arrestar a Jesús dentro de los dominios de Herodes y a llevarlo por la fuerza a Jerusalén para someterlo a juicio. Gran presión de muchos lados fue ejercida sobre Herodes antes de que éste consintiera en otorgar este permiso, y él bien sabía que Jesús no podía esperar un juicio imparcial ante sus encarnizados enemigos de Jerusalén.