«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

domingo, 26 de mayo de 2013

La enseñanza en Sidón.

Al llegar a Sidón, Jesús y sus asociados pasaron por un puente, el primero que muchos de ellos habían visto jamás. Al caminar sobre este puente, Jesús, entre otras cosas, dijo: «Este mundo es tan sólo un puente; podéis pasar por él, pero no debéis pensar en construir sobre él vuestra morada».
 
     
Mientras los veinticuatro comenzaron su labor en Sidón, Jesús fue a residir en una casa al norte de la ciudad, la casa de Justa y de su madre Berenice. Jesús enseñó a los veinticuatro todas las mañanas en la casa de Justa, y ellos salían a Sidón por la tarde y por la noche para enseñar y predicar.
      
Los apóstoles y los evangelistas estaban altamente regocijados por la forma en que los gentiles de Sidón recibían su mensaje; durante su corta estadía muchos fueron recibidos en el reino. Este período de unas seis semanas en Fenicia fue una época muy fructífera en el trabajo de ganar almas, pero los escritores judíos que más tarde escribieron los evangelios intentaron pasar por alto la cálida recepción de las enseñanzas de Jesús por parte de estos gentiles, en el momento preciso en que tantos de su propio pueblo se alineaban hostilmente contra él.
      
De muchas maneras los creyentes gentiles apreciaban las enseñanzas de Jesús más plenamente que los judíos. Muchos de estos sirofenicios de habla griega llegaron a saber no sólo que Jesús era como Dios sino también que Dios era como Jesús. Estos así llamados paganos alcanzaron a comprender bien las enseñanzas del Maestro sobre la uniformidad de las leyes de este mundo y del universo entero. Alcanzaron a entender la enseñanza de que Dios no hace acepción de personas, razas o naciones; que no hay favoritismos para el Padre universal; que el universo es completamente y para siempre respetuoso de la ley e infaliblemente confiable. Estos gentiles no tenían miedo de Jesús; se atrevieron a aceptar su mensaje. A través de todos los tiempos, los hombres no han sido incapaces de comprender a Jesús; han tenido miedo a hacerlo.
      
Jesús aclaró a los veinticuatro que él no había huido de Galilea porque le faltara el coraje para enfrentarse con sus enemigos. Ellos comprendieron que él no estaba aún listo para una batalla abierta con la religión establecida, y que no buscaba convertirse en mártir. Fue durante una de estas conferencias en la casa de Justa cuando el Maestro dijo por primera vez a sus discípulos que «aunque desaparezcan el cielo y la tierra, mis palabras de verdad no desaparecerán».
      
El tema de las instrucciones de Jesús durante la estadía en Sidón fue la progresión espiritual. Les dijo que no podían quedarse inmóviles; debían seguir adelantando en rectitud o retroceder en el mal y el pecado. Les advirtió que «olvidaran esas cosas que están en el pasado, y lucharan por adelantarse hasta abrazar las realidades más grandes del reino». Les imploró que no se conformaran con ser niños en el evangelio sino que lucharan por alcanzar la estatura plena de la filiación divina en la comunión del espíritu y en la hermandad de los creyentes.
      
Dijo Jesús: «Mis discípulos deben no sólo cesar de hacer el mal, sino que deben aprender a hacer el bien; debéis no solamente limpiaros de todo pecado consciente, sino también negaros a albergar aun los sentimientos de culpa. Si confesáis vuestros pecados, éstos serán perdonados; por consiguiente debéis mantener una conciencia libre de ofensa.»
    
Jesús mucho disfrutaba del agudo sentido del humor que exhibían estos gentiles. Fue el sentido del humor demostrado por Norana, la mujer siria, así como también su gran fe persistente, lo que tanto conmovió el corazón del Maestro y atrajo su misericordia. Jesús mucho lamentaba que su gente —los judíos— fueran tan faltos de humor. Cierta vez le dijo a Tomás: «Mi pueblo se toma a sí mismo demasiado en serio; casi son incapaces de apreciar el humor. La opresiva religión de los fariseos no podría haberse originado en un pueblo con sentido del humor. Les falta visión de conjunto; cuelan el mosquito y se tragan el camello.»

La mujer Siria.

Cerca de la casa de Karuska, donde se alojaba el Maestro, vivía una mujer siria que mucho había oído sobre Jesús como gran curador y maestro, y este sábado por la tarde vino con su hijita. La niña, de unos doce años de edad, estaba afligida por un doloroso trastorno nervioso que se caracterizaba por convulsiones y otras manifestaciones penosas.
     
Jesús había encargado a sus asociados que a nadie dijeran nada de su presencia en la casa de Karuska explicando que deseaba descansar. Aunque ellos obedecieron las instrucciones de su Maestro, la criada de Karuska fue a la casa de esta mujer siria, Norana, para informarle que Jesús se hallaba alojado en la casa de su ama y urgió a esta madre ansiosa que trajera a su hija afligida para que la curara. Esta madre, por supuesto, creía que su hija estaba poseída por un demonio, un espíritu impuro.
     
Cuando Norana llegó con su hija, los gemelos Alfeo explicaron mediante un intérprete que el Maestro estaba descansando y no podía ser molestado; por lo cual Norana replicó que ella y la niña permanecerían allí hasta que el Maestro terminara su descanso. Pedro también trató de razonar con ella y de persuadirla que se volviese a su casa. Explicó que Jesús estaba cansado de tanta enseñanza y curación, y que había venido a Fenicia para pasar un período de tranquilidad y descanso. Pero fue inútil. Norana no quería irse. Ante las exhortaciones de Pedro, ella tan sólo replicó: «No me iré hasta tanto no haya visto a vuestro Maestro. Yo sé que él puede echar al demonio que posee a mi niña, y no me iré hasta que el curador haya visto a mi hija».
     
Entonces Tomás trató de despedir a la mujer, pero tampoco tuvo éxito. Ella le dijo a él: «Tengo fe de que vuestro Maestro puede echar a este demonio que atormenta a mi hija. Me he enterado de sus obras poderosas en Galilea, y creo en él. ¿Qué es lo que os ha pasado a vosotros, sus discípulos, que despedís a los que vienen en busca de la ayuda de vuestro Maestro?» Y cuando así ella habló, Tomás se retiró.
     
Vino luego Simón el Zelote para argüir con Norana. Dijo Simón: «Mujer, eres una gentil que habla griego. No es justo que esperes que el Maestro tome el pan reservado a los hijos de la casa favorita y se lo eche a los perros». Pero Norana no se ofendió por las palabras de Simón. Tan sólo replicó: «Sí, maestro, comprendo tus palabras. Yo no soy sino un perro a los ojos de los judíos, pero en cuanto a vuestro Maestro, soy un perro creyente. Estoy decidida a que él vea a mi hija porque estoy persuadida de que, si tan sólo la mira, la curará. Y aun tú, buen hombre, no te atreverías a quitarle a los perros el privilegio de comer las migajas de pan que suelen caer de la mesa de los niños».
     
Precisamente en ese momento, la niñita sufrió una violenta convulsión delante de todos ellos, y la madre gritó: «He aquí, bien podéis ver que mi niña está poseída por un mal espíritu. Si nuestra necesidad no os conmueve, sí conmoverá a vuestro Maestro, quien según me han dicho, ama a todos los hombres y aun se atreve a curar a los gentiles cuando estos creen. Vosotros no sois dignos de ser sus discípulos. No me iré hasta que mi hija no esté curada».
     
Jesús, que había escuchado toda esta conversación por una ventana abierta, salió pues con gran sorpresa de ellos y dijo: «Oh mujer, grande es tu fe, tan grande que no puedo negarte lo que tú deseas; vete en paz. Tu hija ya ha sido curada». Y la niñita estuvo bien desde ese momento. Cuando Norana y la niña se despidieron, Jesús les advirtió que a nadie relataran este suceso; y aunque sus asociados sí cumplieron con esta solicitud, la madre y la niña no cesaron de proclamar el hecho de la curación de la pequeña a lo largo y a lo ancho de la región y aun en Sidón, tanto que Jesús halló conveniente mudarse de residencia pocos días más tarde.
      
Al día siguiente, al enseñar Jesús a sus apóstoles, comentando sobre la curación de la hija de la mujer siria, dijo: «Así ha sido desde un principio; podéis ver vosotros mismos cómo los gentiles son capaces de alimentar una fe salvadora en las enseñanzas del evangelio del reino del cielo. De cierto, de cierto os digo que los gentiles van tomar posesión del reino del Padre si los hijos de Abraham no están dispuestos a mostrar la fe necesaria para entrar en él».

La estadía en Tiro y Sidón.

EL VIERNES 10 de junio por la tarde, Jesús y sus asociados llegaron a las cercanías de Sidón donde se detuvieron en la casa de una mujer pudiente que había sido paciente en el hospital de Betsaida en los tiempos en que Jesús estaba en la cumbre del favor popular. Los evangelistas y los apóstoles se alojaron con amigos de ella en el vecindario inmediato y descansaron el día del sábado en un ambiente sereno. Pasaron casi dos semanas y media en Sidón y en sus cercanías antes de prepararse para visitar las ciudades costeras del norte.
     
Este sábado de junio fue de gran tranquilidad. Los evangelistas y los apóstoles estaban completamente absortos en sus meditaciones sobre los discursos del Maestro acerca de la religión que habían escuchado camino a Sidón. Todos eran capaces de apreciar algo de lo que él les había dicho pero ninguno de ellos comprendía plenamente la importancia de su enseñanza.

domingo, 12 de mayo de 2013

El segundo discurso sobre la religión.

Así pues, mientras pausaban a la sombra de la colina, Jesús continuó enseñándoles sobre la religión del espíritu, diciendo en substancia:


Habéis salido de entre aquellos de vuestros semejantes que se quedan satisfechos con una religión de la mente, ansían la seguridad y prefieren el conformismo. Habéis elegido cambiar vuestros sentimientos de seguridad autoritaria por la seguridad del espíritu de fe progresiva y aventurosa. Habéis osado protestar contra la esclavitud abrumadora de la religión institucional y rechazar la autoridad de las tradiciones registradas que ahora se consideran la palabra de Dios. Nuestro Padre en efecto habló a través de Moisés, Elías, Isaías, Amós y Oseas. Pero no cesó de ministrar palabras de verdad al mundo cuando estos profetas de la antigua edad dejaron de pronunciarlas. Mi Padre no hace acepción de razas ni de generaciones, no vierte la palabra de la verdad sobre una era y se niega a concederla a otra. No cometáis la locura de llamar divino lo que es completamente humano, y no dejéis de discernir las palabras de la verdad que no vienen a través de los oráculos tradicionales de la supuesta inspiración.
     
Os he llamado para que renazcáis, para que nazcáis del espíritu. Os he llamado de las tinieblas de la autoridad y de la letargia de la tradición a la luz trascendental de la comprensión de la posibilidad de hacer por vosotros mismos el más grande descubrimiento posible para el alma humana —la excelsa experiencia de encontrar a Dios por vosotros mismos, en vosotros mismos y de vosotros mismos, y de hacer todo esto como un hecho de vuestra experiencia personal. Así pues podréis pasar desde la muerte a la vida, desde la autoridad de la tradición a la experiencia de conocer a Dios; así pasaréis de las tinieblas a la luz, de la fe racial heredada a una fe personal alcanzada por experiencia real; y así progresaréis de una teología de la mente traspasada por vuestros antepasados a una verdadera religión del espíritu que será construida en vuestras almas como dote eterna.
      
Vuestra religión cambiará de la mera creencia intelectual en la autoridad tradicional a la experiencia real de esa fe viviente que es capaz de alcanzar la realidad de Dios y todo lo que se relaciona con el espíritu divino del Padre. La religión de la mente os vincula sin esperanzas al pasado; la religión del espíritu consiste en la revelación progresiva y os llama constantemente a alcances más altos y santos en ideales espirituales y en realidades eternas.
      
Aunque la religión de autoridad pueda impartir un sentimiento inmediato de seguridad establecida, pagáis por esa satisfacción pasajera el precio de la pérdida de vuestra libertad espiritual y religiosa. Mi Padre no requiere de vosotros como precio para entrar al reino del cielo que os forcéis a suscribiros a una creencia en cosas que son espiritualmente repugnantes, profanas y falsas. No se os requiere que vuestro propio sentido de la misericordia, justicia y verdad sea ofendido por la sumisión a un sistema desgastado de formas y ceremonias religiosas. La religión del espíritu os deja por siempre libres para seguir la verdad, dondequiera os lleve la guía del espíritu. ¿Quién puede juzgar —tal vez este espíritu tenga algo que impartir a esta generación que otras generaciones se han negado a escuchar?
     
¡Vergüenza deberían tener esos falsos instructores religiosos que arrastran almas hambrientas de vuelta al oscuro y distante pasado y allí las dejan! Así pues estas desafortunadas personas están destinadas a asustarse de todo nuevo descubrimiento, y a desconcertarse ante toda nueva revelación de la verdad. El profeta que dijo: «Aquel cuyo pensamiento persevera en Dios será conservado en paz perfecta» no era un simple creyente intelectual en la teología autoritaria. Este ser humano conocedor de la verdad había descubierto a Dios; no estaba meramente hablando sobre Dios.
     
Os advierto que abandonéis la práctica de citar constantemente a los profetas del pasado y de alabar a los héroes de Israel; aspirad más bien a tornaros profetas vivientes del Altísimo y héroes espirituales del reino venidero. Honrar a los antiguos líderes conocedores de Dios indudablemente puede ser algo que vale la pena, pero ¿por qué, al hacerlo, debéis sacrificar la experiencia suprema de la existencia humana: encontrar a Dios por vosotros mismos y conocerle en vuestra propia alma?
      
Cada raza de la humanidad tiene su propio enfoque mental sobre la existencia humana; por consiguiente, la religión de la mente siempre debe ser fiel a estos varios puntos de vista raciales. Las religiones de autoridad no pueden jamás llegar a la unificación. La unidad humana y la hermandad de los mortales pueden ser alcanzadas tan sólo por la superdote de la religión del espíritu y a través de ésta. Las mentes raciales pueden diferir, pero la humanidad toda está habitada por el mismo espíritu divino y eterno. La esperanza de la hermandad humana tan sólo puede realizarse cuando y a medida que la ennoblecedora y unificante religión del espíritu —la religión de la experiencia personal espiritual— las impregne y las eclipse las religiones mentales de autoridad divergentes.
     
Las religiones de autoridad tan sólo pueden dividir a los hombres y ponerlos en orden de batalla consciente, los unos contra los otros; la religión del espíritu atraerá progresivamente a los hombres unos a los otros y hará que se tornen compasivamente comprensivos los unos de los otros. Las religiones de autoridad requieren de los hombres una uniformidad en la creencia, pero esto es imposible de lograr en el presente estado del mundo. La religión del espíritu requiere tan sólo unidad de experiencia —uniformidad de destino— permitiendo la plena diversidad de la creencia. La religión del espíritu requiere solamente uniformidad de discernimiento, no uniformidad de punto de vista ni de opinión. La religión del espíritu no exige uniformidad de puntos de vista intelectuales, tan sólo unidad de sentimientos espirituales. Las religiones de autoridad se cristalizan en credos sin vida; la religión del espíritu crece en el regocijo y libertad en aumento en las acciones ennoblecedoras de servicio amante y ministración misericordiosa.
      
Pero cuidaos de considerar con desdén a los hijos de Abraham, porque hayan caído en estos malos tiempos de esterilidad tradicional. Nuestros antepasados se dedicaron de lleno a la búsqueda persistente y apasionada de Dios, y lo encontraron como ninguna otra raza humana lo ha conocido desde los tiempos de Adán, quien mucho sabía de todo esto puesto que él mismo era Hijo de Dios. Mi Padre no ha dejado de apreciar la larga e incansable lucha de Israel por encontrar a Dios y conocer a Dios desde los días de Moisés. Durante largas generaciones, los judíos no han dejado de trabajar, sudar, luchar, penar y soportar los sufrimientos y experimentar las pesadumbres de un pueblo despreciado y mal comprendido, todo ello para acercarse un poco más al descubrimiento de la verdad sobre Dios. A pesar de todos los fracasos y errores de Israel, nuestros antepasados, desde Moisés hasta los tiempos de Amós y Oseas, revelaron cada vez más para todo el mundo una imagen cada vez más clara y más verdadera del Dios eterno. Así pues fue preparado el camino para la revelación aún más grande del Padre que vosotros habéis sido llamados a compartir.
     
No olvidéis jamás que hay tan sólo una aventura que es más satisfactoria y emocionante que el intento de descubrir la voluntad del Dios vivo, y ésa es la experiencia suprema de tratar honestamente de hacer la voluntad divina. No dejéis de recordar que la voluntad de Dios puede cumplirse en cualquier ocupación terrenal. No hay unas vocaciones que sean santas y otras que sean seculares. Todas las cosas son sagradas en la vida de los que son conducidos por el espíritu; o sea, subordinados a la verdad, ennoblecidos por el amor, dominados por la misericordia, y controlados por la ecuanimidad —la justicia. El espíritu que mi Padre y yo enviaremos al mundo es no solamente el Espíritu de la Verdad, sino también el espíritu de la belleza idealista.
      
Debéis dejar de buscar la palabra de Dios tan sólo en las páginas de los viejos libros de la autoridad teológica. Los que han nacido del espíritu de Dios de ahora en adelante discernirán la palabra de Dios sea donde fuere que ésta parezca originarse. La verdad divina no debe ser desechada porque el canal de su transmisión sea aparentemente humano. Muchos de vuestros hermanos aceptan la teoría de Dios con la mente pero espiritualmente no consiguen comprender la presencia de Dios. Ésta es justamente la razón por la cual tan a menudo os he enseñado que el reino del cielo puede ser comprendido mejor si se adquiere la actitud espiritual de un niño sincero. No es la inmadurez mental del niño la que os recomiendo, sino más bien la simpleza espiritual de un pequeño que cree con facilidad y confía plenamente. No es tan importante que conozcáis el hecho de Dios como que crezcáis cada vez más en la habilidad de sentir la presencia de Dios.
      
Cuando empecéis a encontrar a Dios en vuestra alma, pronto comenzaréis a descubrirlo en el alma de otros hombres y a su debido tiempo en todas las criaturas y creaciones de un poderoso universo. Pero ¿qué oportunidad tiene el Padre de aparecer como un Dios de lealtades supremas e ideales divinos en el alma de los hombres que dedican poco o ningún tiempo a la contemplación reflexiva de estas realidades eternas? Aunque la mente no es el asiento de la naturaleza espiritual, es por cierto la compuerta.
      
Pero no cometáis el error de tratar de probar a otros hombres que habéis encontrado a Dios; no podéis producir conscientemente tal prueba válida, aunque existen dos demostraciones positivas y poderosas del hecho de que conocéis a Dios. Éstas son:
      
1. Los frutos del espíritu de Dios que se muestran en vuestra vida rutinaria diaria.
      
2. El hecho de que todo el plan de vuestra vida ofrece una prueba positiva de que habéis arriesgado sin reserva todo lo que sois y tenéis, en la aventura de la supervivencia después de la muerte, en perseguir la esperanza de encontrar al Dios de la eternidad, cuya presencia habéis saboreado por anticipado en el tiempo.
     
Ahora bien, no os equivoquéis, mi Padre siempre responderá a la más débil llama de fe. Él presta atención a las emociones físicas y supersticiosas del hombre primitivo. Y con esas almas honestas pero temerosas, cuya fe es tan débil que no llega a ser mucho más que conformidad intelectual a una actitud pasiva de consentimiento a las religiones de autoridad, el Padre está siempre alerta para honrar y promover aun estos débiles intentos de llegar a él. Pero vosotros, que habéis sido llamados de las tinieblas a la luz, debéis creer con todo vuestro corazón; vuestra fe dominará las actitudes combinadas de cuerpo, mente y espíritu.
      
Sois mis apóstoles; y para vosotros la religión no se volverá un refugio teológico al que podáis huir cuando temáis enfrentaros con las duras realidades del progreso espiritual y de la aventura idealista; sino más bien, vuestra religión se tornará el hecho de la experiencia real que atestigua que Dios os ha encontrado, os ha idealizado, ennoblecido y espiritualizado, y que os habéis embarcado en la aventura eterna de encontrar a Dios, quien así os ha encontrado y os ha hecho sus hijos.
      
Y cuando Jesús terminó de hablar, llamó a Andrés con un gesto y, señalando hacia el oeste, hacia Fenicia, dijo: «Sigamos pues nuestro camino».

miércoles, 1 de mayo de 2013

El discurso sobre la verdadera religión.

Este memorable discurso sobre la religión, resumido y expresado en fraseología moderna, dio expresión a las siguientes verdades:   
    
Aunque las religiones del mundo tienen un doble origen —natural y revelatoria— en cualquier momento y en cualquier pueblo se encuentran tres formas distintas de devoción religiosa. Y estas tres manifestaciones del impulso religioso son:


    
1. La religión primitiva. El impulso seminatural e instintivo de temer las energías misteriosas y adorar las fuerzas superiores, principalmente una religión de la naturaleza física, la religión del miedo.
      
2. La religión de la civilización. Los conceptos y prácticas religiosos en avance de las razas en vías de civilización —la religión de la mente— la teología intelectual de la autoridad de una tradición religiosa establecida.
      
3. La verdadera religiónla religión de la revelación. La revelación de los valores supernaturales, una visión parcial de las realidades eternas, una diminuta visión de la bondad y belleza del carácter infinito del Padre en el cielo —la religión del espíritu tal como es demostrada en la experiencia humana. 

El Maestro se negó a menospreciar la religión de los sentidos físicos y los temores supersticiosos del hombre natural, aunque deploró el hecho de que tanto de esta forma primitiva de adoración hubiera de persistir en las formas religiosas de las razas más inteligentes de la humanidad. Jesús aclaró que la gran diferencia entre la religión de la mente y la religión del espíritu es que, mientras la primera es sostenida por la autoridad eclesiástica, la última está completamente basada en la experiencia humana.
      
Luego el Maestro, en su hora de enseñanza, aclaró así estas verdades:
      
Hasta que las razas se vuelvan altamente inteligentes y más plenamente civilizadas, persistirán muchas de esas ceremonias infantiles y supersticiosas que son tan características de las prácticas religiosas evolucionarias de los pueblos primitivos y atrasados. Hasta que la raza humana progrese al nivel de un reconocimiento más alto y más general de las realidades de la experiencia espiritual, gran número de hombres y mujeres continuarán mostrando una preferencia personal por esas religiones autoritarias que requieren tan sólo consentimiento intelectual, en contraste con la religión del espíritu, que presupone la participación activa de la mente y del alma en la aventura de fe de luchar cuerpo a cuerpo con las realidades rigurosas de la progresiva experiencia humana.
     
La aceptación de las religiones tradicionales autoritarias presenta el camino más fácil para el impulso humano de buscar la satisfacción de los deseos de su naturaleza espiritual. Las religiones establecidas, cristalizadas y monolíticas de autoridad permiten un refugio inmediato, al que puede acogerse el alma distraída y afligida del hombre, cuando la atormenta el miedo y la aflige la inseguridad. Tal religión requiere de sus devotos, como precio por sus satisfacciones y garantías, sólo un consentimiento pasivo y puramente intelectual.
      
Por mucho tiempo vivirán en la tierra esos individuos temerosos, miedosos y titubeantes que preferirán asegurarse de esta manera sus consuelos religiosos, aunque, al unirse a las religiones de autoridad, comprometan la soberanía de su personalidad, rebajen la dignidad del autorrespeto, y abandonen completamente el derecho a participar en la más conmovedora e inspiradora de todas las experiencias humanas posibles: la búsqueda personal de la verdad, la alegría de enfrentar los peligros del descubrimiento intelectual, la determinación de explorar las realidades de la experiencia religiosa personal, la satisfacción suprema de experimentar el triunfo personal de la comprensión real de la victoria de la fe espiritual sobre las dudas intelectuales, ganada honestamente en la suprema aventura de toda existencia humana —el hombre buscando a Dios, para sí y como tal, y encontrándolo.
     
La religión del espíritu significa esfuerzo, lucha, conflicto, fe, determinación, amor, lealtad, y progreso. La religión de la mente —la teología de la autoridad— requiere poco o nada de estos esfuerzos de sus creyentes formales. La tradición es un refugio seguro y un camino fácil para esas almas temerosas e indiferentes que instintivamente evitan las luchas espirituales y las incertidumbres mentales asociadas con esos viajes de osada aventura de la fe, a los altos mares de la verdad no explorada, en búsqueda de las orillas más lejanas de las realidades espirituales, como pueden ser descubiertas por la progresiva mente humana y experimentadas por el alma humana en evolución.
     
Jesús continuó diciendo: «En Jerusalén, los líderes religiosos han formulado las varias doctrinas, de sus instructores tradicionales y de profetas de otros tiempos, dentro de un sistema establecido de creencias intelectuales, la religión de autoridad. 

Estas religiones atraen principalmente a la mente. Ahora estamos a punto de entrar en un conflicto devastador con ese tipo de religión, puesto que pronto comenzaremos la audaz proclamación de una nueva religión —una religión que no es religión según el significado de hoy de esta palabra, una religión que apela principalmente al espíritu divino de mi Padre que reside en la mente del hombre; una religión que derivará su autoridad de los frutos de su aceptación, que tan certeramente aparecerán en la experiencia personal de todos los que real y verdaderamente se vuelvan creyentes de las verdades de esta comunión espiritual más elevada».
      
Señalando a cada uno de los veinticuatro y llamándolos por su nombre, Jesús dijo: «Ahora pues, ¿cuál de vosotros prefiere tomar el camino fácil de la conformidad a una religión establecida y fosilizada, tal como es defendida por los fariseos en Jerusalén, en vez de sufrir las dificultades y persecuciones que acompañarán la misión de proclamar un mejor camino de salvación para los hombres, mientras comprendéis la satisfacción de descubrir por vosotros mismos las bellezas de las realidades de una experiencia viviente y personal en las verdades eternas y grandezas supremas del reino del cielo? ¿Estáis temerosos, buscáis la comodidad, la facilidad? ¿Tenéis miedo de confiar vuestro futuro en las manos del Dios de la verdad, cuyos hijos sois vosotros? ¿Acaso no confiáis en el Padre, cuyos hijos sois vosotros? ¿Volveréis al fácil camino de la seguridad y de la quietud intelectual de la religión de autoridad tradicional, o bien os prepararéis para adelantaros conmigo en el incierto y atribulado futuro de proclamar las nuevas verdades de la religión del espíritu, el reino del cielo en el corazón de los hombres?»
     
Todos sus veinticuatro oyentes se pusieron de pie, para significar su respuesta unida y leal a éste, uno de los pocos llamados emocionales que Jesús jamás les hiciera, pero él levantó la mano y los detuvo, diciendo: «Apartaos ahora por vuestra cuenta, cada hombre a solas con el Padre, y encontrad allí la respuesta no emotiva a mi pregunta, y habiendo encontrado esa actitud verdadera y sincera del alma, enunciad esa respuesta, libre y audazmente, a mi Padre y vuestro Padre, cuya infinita vida de amor es el espíritu mismo de la religión que proclamamos».
      
Los evangelistas y apóstoles se apartaron por su cuenta durante un corto período. Su espíritu estaba elevado, su mente inspirada, y sus emociones, poderosamente sacudidas por las palabras de Jesús. Pero cuando Andrés los reunió, el Maestro tan sólo dijo: «Reanudemos pues nuestro viaje. Vamos a Fenicia para pasar una temporada, y todos vosotros debéis orar al Padre para que transforme vuestras emociones de mente y cuerpo en las más elevadas lealtades de mente y más satisfactorias experiencias del espíritu».
      
Al reanudar su viaje por el camino, los veinticuatro estaban callados, pero finalmente comenzaron a hablarse unos a los otros, y a las tres de esa tarde ya no podían seguir caminando; se detuvieron y Pedro, acercándose a Jesús, dijo: «Maestro, tú nos has hablado las palabras de la vida y de la verdad. Quisiéramos oír más; te imploramos que nos hables más sobre estos asuntos».