«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

viernes, 28 de junio de 2013

La naturaleza divina de Jesús.

Puesto que Natanael y Tomás habían aprobado tan plenamente los puntos de vista de Rodán sobre el evangelio del reino, tan sólo quedaba un punto más por considerar: la enseñanza que trata de la naturaleza divina de Jesús, una doctrina que acababa de ser anunciada públicamente. Natanael y Tomás conjuntamente presentaron sus puntos de vista sobre la naturaleza divina del Maestro, y la siguiente narrativa es una presentación condensada, reorganizada y mantenida de nuevo de sus enseñanzas:

     
1. Jesús ha admitido su divinidad, y nosotros le creemos. Muchas cosas notables han sucedido en relación con su ministerio, que podemos comprender sólo si creemos que él es el Hijo de Dios así como también el Hijo del Hombre.
      
2. Su vida con nosotros ejemplifica el ideal de la amistad humana; sólo un ser divino podría ser un amigo humano de esta índole. Es la persona más verdaderamente generosa que hemos conocido jamás. Es amigo aun de los pecadores; se atreve a amar a sus enemigos. Es muy leal con nosotros. Aunque no vacila en reprocharnos, está claro para todos que nos ama verdaderamente. Cuanto más lo conozcáis, más lo amaréis. Os encantará su devoción constante. A lo largo de todos estos años a pesar de nuestro fracaso para comprender su misión, ha sido un amigo fiel. Aunque no hace uso de la lisonja, nos trata a todos con igual dulzura; es invariablemente tierno y compasivo. Ha compartido su vida y todo lo demás con nosotros. Nosotros somos una comunidad feliz; compartimos todas las cosas. No creemos que un mero ser humano podría vivir una vida tan limpia de culpa bajo tales circunstancias difíciles.
      
3. Pensamos que Jesús es divino porque nunca hace nada mal; no comete errores. Su sabiduría es extraordinaria; su piedad, enorme. Vive día tras día en acuerdo perfecto con la voluntad del Padre. Nunca se arrepiente de malas acciones porque no transgrede ninguna de las leyes del Padre. Ora por nosotros y con nosotros, pero nunca nos pide que oremos por él. Creemos que está constantemente libre de pecado. No creemos que un ser sólo humano nunca haya profesado vivir una vida semejante. Afirma que vive una vida perfecta, y nosotros vemos que así lo es. Nuestra piedad nace del arrepentimiento, pero su piedad nace de la rectitud. Aun profesa perdonar pecados y cura enfermedades. Nadie quien tan sólo es un hombre mortal pero está en su sano juicio, profesaría perdonar pecados; ésa es una prerrogativa divina. Y nos ha aparecido así de perfecto en su rectitud desde los tiempos de nuestros primeros contactos con él. Nosotros crecemos en la gracia y en el conocimiento de la verdad, pero nuestro Maestro exhibe madurez de rectitud desde el principio. Todos los hombres, buenos y malos, reconocen estos elementos de bondad en Jesús. Sin embargo, su piedad no es jamás sobrecogedora ni ostentosa. Es a la vez humilde y audaz. Parece aprobar nuestra creencia en su divinidad. Es lo que profesa ser, o de lo contrario es el hipócrita y fraude más grande que el mundo haya conocido jamás. Nosotros estamos persuadidos de que él es exactamente lo que dice ser.
      
4. La singularidad de su carácter y la perfección de su control emocional nos convencen de que es una combinación de humanidad y divinidad. Responde infaliblemente al espectáculo de la necesidad humana; el sufrimiento no deja nunca de conmoverlo. Su compasión se despierta del mismo modo por el sufrimiento físico, la angustia mental o la pesadumbre espiritual. Reconoce rápidamente y con generosidad la presencia de la fe o cualquier otra gracia en sus semejantes. Es tan justo y recto y al mismo tiempo tan misericordioso y considerado. Se apena por la obstinación espiritual de la gente y se regocija cuando ellos consienten en ver la luz de la verdad.
      
5. Parece conocer los pensamientos de la mente de los hombres y comprender los anhelos de su corazón. Es siempre comprensivo con nuestros espíritus atribulados. Parece poseer todas nuestras emociones humanas, pero magníficamente glorificadas. Ama poderosamente la bondad e igualmente odia el pecado. Posee una conciencia sobrehumana de la presencia de la Deidad. Ora como un hombre, pero actúa como un Dios. Parece conocer las cosas de antemano; aun ahora se atreve a hablar de su muerte, una referencia mística a su futura glorificación. Aunque es tierno, también es valiente y valeroso. Nunca vacila en el cumplimiento de su deber.
      
6. Constantemente nos impresiona el fenómeno de su conocimiento sobrehumano. Casi no pasa un día en que no transcienda alguna cosa que revela que el Maestro sabe lo que está ocurriendo lejos de su inmediata presencia. También parece saber de los pensamientos de sus asociados. Indudablemente comulga con las personalidades celestiales; indudablemente vive en un plano espiritual muy por encima del resto de nosotros. Todo parece estar abierto a su comprensión singular. Nos hace preguntas para estimularnos, no para obtener información.
      
7. Recientemente el Maestro no ha vacilado en afirmar su sobrehumanidad. Desde el día de nuestra ordenación como apóstoles, hasta los tiempos recientes, no ha negado nunca que proviene del Padre en el cielo. Habla con la autoridad de un Maestro divino. El Maestro no vacila en refutar las enseñanzas religiosas de hoy y en declarar el nuevo evangelio con autoridad positiva. Es positivo, firme y confirmativo. Aun Juan el Bautista, cuando escuchó a Jesús hablar, declaró que era el Hijo de Dios. Parece ser muy suficiente dentro de sí mismo. No anhela el apoyo de las multitudes. Es indiferente a la opinión de los hombres. Es valiente y sin embargo tan libre de orgullo.
      
8. Habla constantemente de Dios como un asociado siempre presente en todo lo que hace. No hace sino el bien, porque Dios parece estar en él. Hace las declaraciones más sorprendentes sobre sí mismo y su misión en la tierra, afirmaciones que serían absurdas si no fuese divino. Cierta vez declaró: «Antes de que fuera Abraham, yo soy». Definitivamente ha afirmado su divinidad; profesa estar en asociación con Dios. Prácticamente agota las posibilidades del lenguaje en la reiteración de su declaración de una asociación íntima con el Padre celestial. Aun se atreve a afirmar que él y el Padre son uno. Dice que el que lo haya visto a él, ha visto al Padre. Dice y hace todas estas cosas extraordinarias con tal naturalidad infantil. Se refiere a su asociación con el Padre de la misma manera en que se refiere a su asociación con nosotros. Parece estar tan seguro de Dios que habla de estas relaciones en una forma perfectamente natural.
     
9. En su vida de oración parece comunicarse directamente con su Padre. Hemos oído pocas de sus oraciones, pero estas pocas parecen indicar que habla con Dios, en realidad como si estuvieran cara a cara. Parece conocer el futuro tan bien como el pasado. Simplemente no podría ser y hacer todas estas cosas extraordinarias a menos que fuera algo más que humano. Sabemos que es humano, estamos seguros de eso, pero estamos casi igualmente seguros de que es también divino. Creemos que es divino. Estamos convencidos de que es el Hijo del Hombre y el Hijo de Dios.
      
Al concluir Natanael y Tomás sus diálogos con Rodán, se fueron de prisa en dirección a Jerusalén para reunirse con los demás apóstoles, llegando el viernes de esa semana. Ésta había sido una gran experiencia en la vida de estos tres creyentes, y los demás apóstoles mucho aprendieron del relato de Natanael y Tomás sobre estas experiencias.
      
Rodán regresó a Alejandría, donde enseñó largamente su filosofía en la escuela de Meganta. Con el tiempo llegó a ser un personaje poderoso en los asuntos del reino del cielo; fue un creyente fiel hasta el fin de sus días en la tierra, habiendo entregado su vida con otros en Grecia, cuando las persecuciones estaban en su apogeo.

jueves, 27 de junio de 2013

La personalidad de Dios.

Había un asunto sobre el cual Rodán y los dos apóstoles no tenían la misma opinión, y ése era el de la personalidad de Dios. Rodán aceptó prontamente todo lo que se le explicó sobre los atributos de Dios, pero sostenía que el Padre en el cielo no es, no puede ser, una persona concebida como concibe el hombre la personalidad. Aunque los apóstoles tropezaban con dificultades al tratar de probar que Dios es una persona, Rodán encontraba aun más difícil probar que no es una persona.
      
Rodán sostenía que el hecho de la personalidad consiste en el hecho coexistente de la comunicación plena y mutua entre seres del mismo nivel, seres que son capaces de comprenderse. Dijo Rodán: «Para ser una persona, Dios debe poseer símbolos de comunicación espiritual que le permitan ser plenamente comprendido por los que entren en contacto con él. Pero, puesto que Dios es infinito y eterno, el Creador de todos los demás seres, se desprende que, en cuanto a seres del mismo nivel, Dios está solo en el universo. No hay nadie que esté a su nivel; no hay nadie con quien él se pueda comunicar de igual a igual. Dios puede bien ser la fuente de toda personalidad, pero como tal él trasciende la personalidad, así como el Creador está más allá de la criatura».
      
Este punto de vista preocupó grandemente a Tomás y Natanael, y pidieron a Jesús que los ayudara, pero el Maestro se negó a participar en las discusiones. Pero sí le dijo a Tomás: «Poco importa qué idea del Padre podáis tener, siempre y cuando conozcáis espiritualmente el ideal de su naturaleza infinita y eterna».
     
 Tomás sostenía que Dios se comunica con el hombre, y por consiguiente que el Padre es una persona, aun dentro de la definición de Rodán. Esto fue rechazado por el griego sobre la base de que Dios no se revela personalmente; que Dios es todavía un misterio. Entonces Natanael apeló a su propia experiencia personal con Dios, y eso lo aceptó Rodán afirmando que recientemente había tenido experiencias similares, pero estas experiencias, sostenía él, probaban solamente la realidad de Dios, y no su personalidad.
      
Para el lunes por la noche Tomás se rindió. Pero el martes por la noche Natanael había convencido a Rodán de que creyera en la personalidad del Padre, y había conseguido cambiar la opinión del griego mediante los siguientes pasos de razonamiento:
      
1. El Padre en el Paraíso goza igualdad de comunicación por lo menos con dos otros seres que son totalmente iguales a él mismo, y completamente como él: el Hijo Eterno y el Espíritu Infinito. En vista de la doctrina de la Trinidad, el griego tuvo que reconocer la posibilidad de la personalidad del Padre Universal. (Fue la consideración posterior de estas discusiones la que llevó al concepto ampliado de la Trinidad en la mente de los doce apóstoles. Por supuesto, era creencia general que Jesús era el Hijo Eterno).
     
2. Puesto que Jesús era igual al Padre, y puesto que este Hijo había logrado manifestar su personalidad a sus hijos en la tierra, este fenómeno constituía prueba del hecho, y demostración de la posibilidad, de la posesión de personalidad por parte de las tres Deidades, y solucionaba para siempre la cuestión sobre la habilidad de Dios para comunicarse con el hombre y la posibilidad del hombre de comunicarse con Dios.
      
3. Que Jesús estaba en términos de asociación mutua y comunicación perfecta con el hombre; que Jesús era el Hijo de Dios. Que la relación del Hijo y el Padre presupone una igualdad de comunicación y una mutualidad de comprensión afín; que Jesús y el Padre eran uno. Que Jesús mantenía al mismo tiempo una comunicación comprensiva tanto con Dios como con el hombre, y que, puesto que tanto Dios como el hombre comprendían el significado de los símbolos de la comunicación de Jesús, tanto Dios como el hombre poseían los atributos de la personalidad en cuanto se refería a los requisitos necesarios para intercomunicarse. Que la personalidad de Jesús demostraba la personalidad de Dios, mientras probaba conclusivamente la presencia de Dios en el hombre. Que dos cosas que están relacionadas con una tercera, están relacionadas entre sí.
     
4. Que la personalidad representa el concepto más elevado que tiene el hombre de realidad humana y valores divinos; que Dios también representa el concepto más elevado del hombre de la realidad divina y de los valores infinitos; por consiguiente, que Dios debe ser una personalidad divina e infinita, una personalidad en la realidad aunque infinita y eternamente trascendente del concepto del hombre y de la definición de la personalidad, pero sin embargo siempre y universalmente una personalidad.
      
5. Que Dios debe ser una personalidad puesto que él es el Creador de toda personalidad y el destino de toda personalidad. Rodán había sido enormemente influido por la enseñanza de Jesús: «Sé pues perfecto, así como es perfecto tu Padre en el cielo».
    
Cuando Rodán escuchó estos argumentos, dijo: «Estoy convencido. Confesaré a Dios como persona si vosotros me permitís cualificar mi confesión de esta creencia otorgando al significado de personalidad un grupo de valores ampliados, tales como sobrehumano, trascendental, supremo, infinito, eterno, final y universal. Estoy ahora convencido de que, mientras Dios debe ser infinitamente más que una personalidad, no puede ser nada menos. Estoy satisfecho de concluir esta discusión y de aceptar a Jesús como la revelación personal del Padre y la satisfacción de todos los factores no satisfechos en la lógica, la razón y la filosofía».

Las conversaciones ulteriores con Rodán.

EL DOMINGO 25 de septiembre del año 29 d. de J.C., los apóstoles y los evangelistas se reunieron en Magadán. Esa tarde, después de una larga conferencia con sus asociados, Jesús sorprendió a todos anunciando que, temprano al día siguiente, él y los doce apóstoles partirían para Jerusalén para asistir a la fiesta de los tabernáculos. Ordenó que los evangelistas visitaran a los creyentes en Galilea, y que el cuerpo de mujeres regresara por un tiempo a Betsaida.
 
     
Cuando llegó la hora de partir para Jerusalén, Natanael y Tomás aún estaban en medio de sus diálogos con Rodán de Alejandría, y solicitaron el permiso del Maestro para quedarse en Magadán por unos días. Así pues, mientras Jesús y los diez partieron rumbo a Jerusalén, Natanael y Tomás estaban ocupados en un intenso debate con Rodán. La semana anterior, durante la cual Rodán había expuesto su filosofía, Tomás y Natanael se habían turnado para presentar el evangelio del reino al filósofo griego. Rodán descubrió que había sido bien instruido en las enseñanzas de Jesús por uno de los anteriores apóstoles de Juan el Bautista, que había sido su maestro en Alejandría.

miércoles, 26 de junio de 2013

La religión del ideal.

Me habéis dicho que vuestro Maestro considera que la religión humana genuina es la experiencia del individuo con las realidades espirituales. Yo he considerado la religión como la experiencia del hombre que reacciona a algo que le parece digno de homenaje y devoción de toda la humanidad. En este sentido, la religión simboliza nuestra suprema devoción a lo que representa nuestro concepto más elevado de los ideales de la realidad y el alcance más amplio de nuestra mente hacia las posibilidades eternas del logro espiritual.
      
Cuando los hombres reaccionan a la religión en un sentido tribal, nacional o racial, es porque consideran que los que no pertenecen a su grupo no son realmente humanos. Nosotros siempre consideramos el objeto de nuestra lealtad religiosa digno de reverencia por parte de todos los hombres. La religión no puede nunca ser asunto de mera creencia intelectual o razonamiento filosófico; la religión es siempre y para siempre una forma de reaccionar a las situaciones de la vida; es una especie de conducta. La religión engloba el pensar, el sentir y el actuar con reverencia hacia una realidad que consideramos digna de adoración universal.
      
Si algo se ha vuelto religión en tu experiencia, es evidente que ya te has vuelto evangelista activo de esa religión, puesto que consideras el supremo concepto de tu religión digno de la adoración de toda la humanidad, de todas las inteligencias del universo. Si no eres un evangelista positivo y misionario de tu religión, te autoengañas, y eso que llamas religión es tan sólo una creencia tradicional o un mero sistema filosófico intelectual. Si tu religión es una experiencia espiritual, tu objeto de adoración debe ser la realidad espiritual universal y el ideal de todos tus conceptos espiritualizados. Todas las religiones que se basan en el temor, la emoción, la tradición y la filosofía, las denomino religiones intelectuales, mientras que las que se basan en la verdadera experiencia espiritual, las denominaría religiones verdaderas. El objeto de la devoción religiosa puede ser material o espiritual, verdadero o falso, real o irreal, humano o divino. Las religiones, por consiguiente, pueden ser buenas o malas.
      
La moralidad y la religión no son necesariamente la misma cosa. Un sistema de moral, si adopta un objeto de adoración, puede volverse una religión. Una religión, al perder su atracción universal a la lealtad y a la devoción suprema, puede volverse un sistema de filosofía o un código moral. Esta cosa, ser, estado, u orden de existencia, o posibilidad de obtención que constituye el ideal supremo de la lealtad religiosa, y que es el receptor de la devoción religiosa de los que adoran, es Dios. Sea cual fuere el nombre aplicado a este ideal de la realidad espiritual, es Dios.
      
Las características sociales de una religión verdadera consisten en el hecho de que ésta busca invariablemente convertir al individuo y transformar el mundo. La religión implica la existencia de ideales no descubiertos, que trascienden en mucho las normas conocidas de ética y moralidad comprendidas incluso en los usos sociales más elevados de las instituciones más maduras de la civilización. La religión busca ideales no descubiertos, realidades no exploradas, valores sobrehumanos, sabiduría divina, y verdadero alcance espiritual. La verdadera religión hace todo esto; todas las demás creencias, no son dignas de ese nombre. No podéis tener una religión espiritual genuina sin el ideal supremo y excelso de un Dios eterno. Una religión sin este Dios es una invención del hombre, una institución humana de creencias intelectuales sin vida y ceremonias emocionales sin sentido. Una religión puede aclamar como objeto de su devoción a un gran ideal. Pero tales ideales irreales no son alcanzables; tal concepto es ilusorio. Los únicos ideales susceptibles del logro humano son las realidades divinas de los valores infinitos residentes en el hecho espiritual del Dios eterno.
     
La palabra Dios, la idea de Dios en contraposición con el ideal de Dios, puede volverse parte de cualquier religión aunque sea una religión altamente pueril o falsa. Y esta idea de Dios puede llegar a ser cualquier cosa que los que la albergan tal vez elijan hacerla. Las religiones más bajas forjan sus ideas de Dios para coincidir con el estado natural del corazón humano; las religiones más altas exigen que el corazón humano cambie para satisfacer las demandas de los ideales de la verdadera religión.
      
La religión de Jesús trasciende todos nuestros conceptos anteriores de la idea de adoración, en cuanto no solamente describe a su Padre como el ideal de la realidad infinita, sino que declara positivamente que esta fuente divina de valores y el centro eterno del universo es verdadera y personalmente obtenible por cada criatura mortal que elija entrar al reino del cielo en la tierra, reconociendo así la aceptación de la filiación a Dios y de la hermandad con el hombre. Eso, en mi opinión, es el más elevado concepto de religión que el mundo haya conocido jamás, y declaro que no puede haber nunca un concepto más alto, puesto que este evangelio abraza la infinidad de las realidades, la divinidad de los valores y la eternidad de los alcances universales. Dicho concepto constituye la realización de la experiencia del idealismo de lo supremo y lo último.
      
No sólo me intrigan los ideales cabales de esta religión de vuestro Maestro, sino que estoy poderosamente impulsado a profesar mi creencia en su anuncio de que estos ideales de las realidades espirituales son alcanzables; que vosotros y yo podemos embarcarnos en esta larga y eterna aventura con su garantía de la certidumbre de nuestra llegada final a las puertas del Paraíso. Hermanos míos, yo soy un creyente, me he embarcado; me he encaminado con vosotros en esta aventura eterna. El Maestro dice que él vino del Padre, y que nos mostrará el camino. Estoy plenamente persuadido de que profesa la verdad. Por fin estoy convencido de que no existen ideales alcanzables de realidad ni valores de perfección fuera del Padre eterno y Universal.
      
Vengo pues a adorar, no meramente al Dios de las existencias, sino al Dios de la posibilidad de toda existencia futura. Por lo tanto debe vuestra devoción a un ideal supremo, si ese ideal es real, ser devoción a este Dios de los universos pasados, presentes y futuros de las cosas y los seres. Y no hay otro Dios, porque no es posible que haya ningún otro Dios. Todos los otros dioses son invenciones de la imaginación, ilusiones de la mente mortal, distorsiones de la lógica falsa, e ídolos falaces de los que los crean. Sí, podéis tener una religión sin este Dios, pero no significará nada. Si buscáis sustituir la palabra Dios por la realidad de este ideal del Dios viviente, tan sólo os habéis engañado a vosotros mismos poniendo una idea en el lugar de un ideal, una realidad divina. Estas creencias son meramente religiones de una fantasía anhelante.
      
Veo en las enseñanzas de Jesús la religión en su mejor expresión. Este evangelio nos permite buscar al verdadero Dios y encontrarlo. Pero, ¿estamos dispuestos a pagar el precio de esta entrada en el reino del cielo? ¿Estamos dispuestos a renacer? ¿A ser rehechos? ¿Estamos dispuestos a someternos a este terrible y agotador proceso de autodestrucción y reconstrucción del alma? Acaso no ha dicho el Maestro: «El que quiera salvar su vida tiene que perderla. No creáis que he venido para traer paz sino más bien lucha por el alma». Es verdad que después que paguemos el precio de la dedicación a la voluntad del Padre, experimentaremos gran paz, siempre y cuando sigamos caminando por los caminos espirituales del vivir consagrado.
      
Ahora pues, estamos verdaderamente abandonando las atracciones del orden conocido de existencia convencional, dedicándonos sin reservas a buscar las atracciones de lo desconocido y lo no explorado dentro de la existencia de una vida futura de aventura en los mundos espirituales del idealismo más alto de la realidad divina. Y buscamos esos símbolos de significado por medio de los cuales podamos transmitir a nuestros semejantes estos conceptos de la realidad del idealismo de la religión de Jesús, y no dejaremos de orar por ese día en que toda la humanidad se conmoverá por la visión común de esta suprema verdad. Ahora mismo, nuestro concepto focalizado del Padre, tal como lo albergamos en nuestro corazón, es que Dios es espíritu; tal como lo trasmitimos a nuestros semejantes, es que Dios es amor.
      
La religión de Jesús exige experiencia espiritual y viviente. Otras religiones podrán consistir en creencias tradicionales, sentimientos emocionales, conciencias filosóficas, y todo eso, pero la enseñanza del Maestro requiere el alcance de niveles reales de verdadera progresión espiritual.
      
La conciencia del impulso a ser como Dios no es verdadera religión. El sentir la emoción de adorar a Dios no es verdadera religión. El conocimiento de la convicción de olvidar al yo para servir a Dios no es verdadera religión. La sabiduría del razonamiento de que esta religión es la mejor de todas, no es religión como experiencia personal y espiritual. La verdadera religión se refiere al destino y realidad de lo que se obtiene, así como también a la realidad e idealismo de lo que se acepta totalmente por la fe. Y todo esto debe hacérsenos personal mediante la revelación del Espíritu de la Verdad.
    
 Así pues terminaron las disertaciones del filósofo griego, uno de los más grandes de su raza, que se había vuelto creyente del evangelio de Jesús.

martes, 25 de junio de 2013

El equilibrio de la madurez.

Mientras os dedicáis a la obtención de las realidades eternas, debéis también disponer para las necesidades de la vida temporal. Aunque el espíritu sea nuestra meta, la carne es un hecho. Ocasionalmente, puede que lo necesario para vivir caiga en nuestras manos por casualidad, pero en general, debemos trabajar con inteligencia para conseguirlo. Los dos problemas principales de la vida son: ganarse la vida temporal y obtener la supervivencia eterna. Aun el problema de ganarse la vida necesita de la religión para su solución ideal. Estos dos problemas son altamente personales. La verdadera religión, de hecho, no funciona separada del individuo.

Los factores esenciales de la vida temporal, tal como yo los veo, son:

     1. La buena salud.
     2. El pensamiento claro y limpio.
     3. La habilidad y la pericia.
     4. La riqueza —las posesiones de la vida.
     5. La habilidad para soportar la derrota.
     6. La cultura —la educación y la sabiduría.
      
 Aun los problemas físicos de la salud del cuerpo y de su eficiencia se solucionan de la mejor manera cuando se los considera desde el punto de vista religioso de las enseñanzas de nuestro Maestro: que el cuerpo y la mente del hombre son la morada del don de los dioses, el espíritu de Dios que llega a ser el espíritu del hombre. Así pues, la mente del hombre se vuelve la mediadora entre las cosas materiales y las realidades espirituales.
      
Se requiere inteligencia para garantizarse uno mismo una porción de las cosas deseables en la vida. Es totalmente erróneo suponer que la fidelidad al propio trabajo diario asegura las recompensas de la riqueza. Aparte de la adquisición ocasional y accidental de la riqueza, las recompensas materiales de la vida temporal fluyen en ciertos canales bien organizados, y sólo los que tienen acceso a estos canales pueden esperar ser bien recompensados por sus esfuerzos temporales. La pobreza será por siempre el destino de los hombres que buscan la riqueza en canales aislados e individuales. Por consiguiente, el planeamiento sabio se torna el elemento esencial para llegar a la prosperidad en el mundo. El éxito requiere, no solamente devoción al propio trabajo, sino también funcionar como parte de uno de los canales de la riqueza material. Si no eres sabio, puedes entregar una vida de dedicación a tu generación, sin obtener recompensa material; si eres un beneficiario accidental de la corriente de la riqueza, podrás nadar en lujo aunque no hayas hecho nada valioso para tus semejantes.
      
La habilidad es lo que heredas, mientras que la pericia es lo que adquieres. La vida no es real para el que no sepa hacer bien —expertamente— por lo menos una cosa. La pericia es una de las fuentes reales de satisfacción en la vida. La habilidad implica el don de la prudencia, de tener una visión futurista. No te dejes engañar por las recompensas tentadoras de las empresas deshonestas; está dispuesto a trabajar en pos de las recompensas futuras, inherentes en la conducta honesta. El hombre sabio es capaz de distinguir entre los medios y los fines; pues, a veces el excesivo planeamiento del futuro resulta contraproducente. Un buscador de los placeres como tú eres, debes tratar siempre de ser tanto productor como consumidor.
      
Entrena tu memoria para mantener en fideicomiso sagrado los episodios vigorizantes y valiosos de la vida para que puedas recordarlos, cuando querrás, para tu placer y edificación. De esta manera construye en ti y para ti galerías donde tienes en reserva belleza, bondad y grandeza artística. Pero el recuerdo más noble de todos es la evocación atesorada de los grandes momentos de una amistad sin par. Todos estos tesoros de la memoria irradian sus más preciosas y exaltadoras influencias bajo el toque liberador de la adoración espiritual.
      
Pero la vida será una carga pesada a menos que aprendas a enfrentar los fracasos con donaire. Es un arte aceptar las derrotas, y las almas nobles siempre lo adquieren; debes saber cómo perder, sin perder el ánimo; no debes temer el desencanto. No vaciles jamás en admitir el fracaso. No intentes ocultar el fracaso bajo sonrisas engañosas y falso optimismo. Suena bien pretender tener siempre éxito, pero los resultados finales son desastrosos. Tal técnica conduce directamente a la creación de un mundo de irrealidad y al choque inevitable del desencanto final.
      
El éxito puede generar valor y promover confianza, pero la sabiduría sólo proviene de las experiencias del ajuste al resultado de los propios fracasos. Los hombres que prefieren las ilusiones optimistas a la realidad, jamás podrán ser sabios. Sólo los que se enfrentan con los hechos y los adaptan a los ideales pueden llegar a la sabiduría. La sabiduría abraza tanto el hecho como el ideal y por consiguiente salva a sus devotos de esos extremos estériles de la filosofía — al hombre cuyo idealismo excluye los hechos y al materialista que está vacío de visión espiritual. Esas almas tímidas que sólo pueden mantener la lucha de la vida mediante las continuadas ilusiones falsas del éxito están destinadas a sufrir el fracaso y experimentar la derrota cuando finalmente despierten del mundo de ensueño de su propia imaginación.
      
En este asunto de enfrentarse con el fracaso y adaptarse a la derrota es donde la visión de largo alcance de la religión ejerce su influencia suprema. El fracaso es simplemente un episodio educacional —un experimento cultural en la adquisición de la sabiduría— en la experiencia del hombre que busca a Dios, embarcado en la aventura eterna de la exploración de un universo. Para esos hombres, la derrota no es sino un medio nuevo para el alcance de niveles más altos de la realidad universal.
      
La carrera del hombre que busca a Dios puede ser triunfal a la luz de la eternidad, aunque toda su vida temporal parezca un fracaso completo, siempre y cuando cada uno de sus fracasos durante la vida haya producido la cultura de la sabiduría y el alcance del espíritu. No cometas el error de confundir el conocimiento, la cultura y la sabiduría. Están relacionados en la vida, pero representan valores espirituales vastamente diferentes; la sabiduría por siempre domina al conocimiento y para siempre glorifica la cultura.

lunes, 24 de junio de 2013

Los alicientes de la madurez.

El esfuerzo hacia la madurez necesita trabajo, y el trabajo requiere energía. ¿De dónde vendrá el poder para realizar todo esto? Se puede ver las cosas físicas como algo evidente, pero el Maestro bien ha dicho: «No sólo de pan vive el hombre». Una vez que poseamos un cuerpo normal y una salud razonablemente buena, debemos buscar esas atracciones que actúen como estímulos para despertar las durmientes fuerzas espirituales del hombre. Jesús nos ha enseñado que Dios vive en el hombre; ¿cómo podemos pues inducir al hombre a liberar esos poderes de divinidad e infinidad de dentro del alma? ¿Cómo inducir a los hombres a liberar a Dios para que él pueda salir adelante y refrescar nuestra alma al pasar hacia afuera y luego esclarecer, elevar y bendecir innumerables otras almas? ¿Cómo puedo yo de la mejor manera despertar estos poderes latentes del bien que yacen durmientes en vuestra alma? De una cosa estoy seguro: la excitación emocional no es el estímulo espiritual ideal. La excitación no aumenta la energía; más bien agota los poderes tanto de la mente como del cuerpo. ¿De dónde viene pues la energía para hacer estas grandes cosas? Contemplad a vuestro Maestro. Aun ahora él está allí en las colinas llenándose de fuerza mientras nosotros estamos aquí gastando energía. El secreto de todo este problema se encuentra encubierto en la comunión espiritual, en la adoración. Desde un punto de vista humano es una cuestión de meditación y reposo combinados. La meditación pone en contacto la mente con el espíritu. El reposo determina la capacidad para la receptividad espiritual. Este intercambio de fuerza en vez de debilidad, valor en vez de temor, voluntad de Dios en vez de mente humana, constituye la adoración. Por lo menos, así es como lo ve el filósofo.
      
Cuando estas experiencias se repiten frecuentemente, se cristalizan en hábitos, hábitos vigorizantes y llenos de adoración, y estos hábitos gradualmente se traducen en carácter espiritual, y este carácter finalmente es reconocido por nuestros semejantes como una personalidad madura. Estas prácticas son difíciles y llevan mucho tiempo al principio, pero cuando se vuelven habituales, son a la vez fuente de descanso y de ahorro de tiempo. Cuánto más compleja se vuelva la sociedad, cuánto más se multipliquen los alicientes y encantos de la civilización, más urgente será la necesidad para los individuos conocedores de Dios de establecer tales prácticas habituales de protección, con el objeto de conservar y aumentar su energía espiritual.
      
 Otro requisito para la obtención de la madurez es el ajuste cooperativo de los grupos sociales a un medio ambiente en constante cambio. El individuo inmaduro despierta el antagonismo de sus semejantes; el hombre maduro gana la cooperación sincera de sus asociados, multiplicando así muchas veces los frutos de los esfuerzos de su vida.
      
Mi filosofía me dice que hay épocas en las que debo pelear, si hace falta, para defender mi concepto de la rectitud, pero no dudo de que el Maestro, con un tipo de personalidad más madura, ganaría fácil y elegantemente una victoria igual mediante su técnica superior y cautivante de tacto y tolerancia. Demasiado frecuentemente, cuando luchamos por lo bien, ocurre que tanto el vencedor como los vencidos han sido derrotados. Ayer mismo oí que el Maestro dijo: «El hombre sabio, cuando trata de entrar por una puerta cerrada, no destruye la puerta sino que busca la llave para abrirla». Demasiado frecuentemente nos embrollamos en una lucha sólo para convencernos de que no tenemos miedo.
      
Este nuevo evangelio del reino rinde un gran servicio al arte de vivir en cuanto provee un incentivo nuevo y más rico para un vivir más elevado. Presenta un nuevo y exaltado objetivo de destino, un supremo propósito de la vida. Estos nuevos conceptos de propósito eterno y divino de la existencia son por sí mismos estímulos trascendentales, que sacan a relucir la reacción de lo mejor que existe en la naturaleza superior del hombre. En cada cima del pensamiento intelectual se encuentra reposo para la mente, fuerza para el alma y comunión para el espíritu. Desde tales puntos ventajosos de vida elevada, el hombre es capaz de trascender las irritaciones materiales de los niveles más bajos del pensamiento: la preocupación, los celos, la envidia, la venganza, y el orgullo de la personalidad inmadura. Estas almas elevadas se liberan a sí mismas de una multitud de conflictos entrecruzados de las cosas triviales del vivir, y así son libres de alcanzar conciencia de las corrientes más altas del concepto espiritual y de la comunicación celestial. Pero el propósito de la vida debe ser celosamente protegido contra la tentación de buscar logros fáciles y pasajeros; del mismo modo se lo debe promover de manera tal como para que sea inmune a las desastrosas amenazas del fanatismo.

El arte de vivir.

Tan sólo hay dos maneras en las que los mortales pueden convivir: la manera material o animal y la manera espiritual o humana. Por medio de signos y sonidos, los animales pueden comunicarse entre ellos en una forma limitada. Pero estas formas de comunicación no transmiten significados, valores ni ideas. La única diferencia entre el hombre y el animal es de que el hombre puede comunicarse con sus semejantes mediante símbolos que por supuesto designan e identifican significados, valores, ideas y aun ideales.
      
Puesto que los animales no pueden comunicarse ideas, no pueden desarrollar una personalidad. El hombre desarrolla la personalidad, porque puede comunicarse de esta manera con sus semejantes tanto sobre ideas como sobre ideales.
      
Es esta habilidad de comunicar y compartir significados lo que constituye la cultura humana y permite al hombre, a través de las asociaciones sociales, erigir civilizaciones. El conocimiento y la sabiduría se tornan cumulativos debido a la habilidad del hombre de comunicar estas posesiones a las generaciones sucesivas. De esta manera surgen las actividades culturales de la raza: el arte, la ciencia, la religión y la filosofía.
      
La comunicación simbólica entre los seres humanos predetermina la aparición de los grupos sociales. El más eficaz de todos los grupos sociales es la familia, más específicamente los dos padres. El afecto personal es el lazo espiritual que mantiene la unidad de estas asociaciones materiales. Una relación tan eficaz también es posible entre dos personas del mismo sexo, tal como se ha ilustrado tan abundamente en la devoción de las verdaderas amistades.
      
Estas asociaciones de amistad y afecto mutuo son socializantes y ennoblecedoras porque fomentan y facilitan los siguientes factores esenciales de los niveles más elevados del arte del vivir:
      
1. La autoexpresión y la autocomprensión mutuas. Muchos nobles impulsos humanos perecen porque no hay nadie que escuche su expresión. De veras, no es bueno para el hombre estar solo. Cierto grado de aprobación y cierta cantidad de apreciación son esenciales para el desarrollo del carácter humano. Sin el amor genuino del hogar, ningún niño puede lograr el desarrollo pleno de un carácter normal. El carácter es algo más que mente y sentimiento moral. De todas las relaciones sociales calculadas para desarrollar el carácter, la más eficaz e ideal es la amistad afectuosa y comprensiva del hombre y la mujer en el abrazo mutuo del matrimonio inteligente. El matrimonio, con sus múltiples relaciones, es el mejor medio para traer a la superficie esos preciosos impulsos y esos motivos más elevados que son indispensables para el desarrollo de un carácter fuerte. No vacilo en glorificar así la vida familiar porque vuestro Maestro eligió sabiamente la relación padre-hijo como la piedra angular misma de su nuevo evangelio del reino. Y tal incomparable comunidad de relación, el hombre y la mujer en el abrazo afectuoso que expresa los más altos ideales del tiempo, es una experiencia tan valiosa y satisfactoria que para obtenerla vale la pena cualquier precio, cualquier sacrificio.
      
2. La unión de las almas —la movilización de la sabiduría. Todo ser humano adquiere, tarde o temprano, cierto concepto de este mundo y cierta visión del próximo. Ahora bien, es posible, a través de la asociación de las personalidades, unificar estos conceptos de la existencia temporal y de las perspectivas eternas. De este modo la mente de uno aumenta sus valores espirituales porque gana mucho del entendimiento del otro. Así pues, los hombres enriquecen su alma aunando sus respectivas posesiones espirituales. De esta manera, también consigue el hombre escapar de la siempre presente tendencia a caer víctima de una visión distorsionada, un punto de vista prejuiciado y una estrechez de juicio. El temor, la envidia y el engreimiento pueden ser prevenidos únicamente mediante el contacto íntimo con otras mentes. Llamo vuestra atención sobre el hecho de que el Maestro no os envía jamás solos a trabajar para la expansión del reino; siempre os envía de a dos. Y puesto que la sabiduría es superconocimiento, es lógico deducir que, en la unión de la sabiduría, el grupo social, pequeño o grande, comparte mutuamente todo conocimiento.
      
3. El entusiasmo por el vivir. El aislamiento tiende a agotar la carga de energía del alma. La asociación con los semejantes es esencial para mantener el entusiasmo por la vida, e indispensable para alimentar la valentía necesaria en las batallas inherentes a la ascensión a los niveles más altos del vivir humano. La amistad intensifica el gozo y glorifica los triunfos de la vida. Las asociaciones humanas amantes e íntimas tienden a liberar al sufrimiento de su pesadumbre y a la dificultad de mucho de su amargura. La presencia de un amigo aumenta toda belleza y exalta toda bondad. Por medio de símbolos inteligentes, el hombre es capaz de acelerar y ampliar la capacidad de apreciación de sus amigos. Una de las glorias máximas de la amistad humana es este poder y posibilidad de estimulación mutua de la imaginación. Hay gran poder espiritual inherente en la conciencia de una devoción absoluta a una causa común, la lealtad mutua a una Deidad cósmica.
      
4. El aumento de la defensa contra todo mal. La asociación de las personalidades y el afecto mutuo es un seguro eficiente contra el mal. Las dificultades, la pesadumbre, el desencanto, y la derrota son más dolorosos y desalentadores cuando se los sufre a solas. La asociación no transforma el mal en rectitud, pero mucho contribuye a mitigar el golpe. Dijo vuestro Maestro: «Bienaventurados serán los que están de luto» —si hay un amigo cerca que los consuele. Hay una fuerza positiva en el conocimiento de que vives para el bienestar de otros, y que estos otros, del mismo modo, viven para tu bienestar y adelanto. El hombre languidece en el aislamiento. Los seres humanos infaliblemente se desalientan cuando ven únicamente las transacciones transitorias del tiempo. El presente, cuando está divorciado del pasado y del futuro, se torna exasperantemente trivial. Tan sólo una vislumbre del círculo de la eternidad puede inspirar al hombre a dar lo mejor de sí mismo y llevar lo mejor que hay en él a su máxima expresión. Y cuando el hombre de este modo llega a su mejor potencial, vive de la manera más generosa para el bien de los demás, de sus semejantes transeúntes en el tiempo y en la eternidad.
      
Repito: una asociación tan inspiradora y ennoblecedora encuentra sus posibilidades ideales en la relación humana del matrimonio. Es verdad que mucho se obtiene fuera del matrimonio, y muchos, muchos matrimonios fracasan completamente en producir estos frutos morales y espirituales. Demasiadas veces contraen matrimonio aquellos que buscan otros valores, más bajos que estas características superiores de la madurez humana. El matrimonio ideal debe ser fundado en algo más estable que las fluctuaciones del sentimiento y la transitoriedad de la mera atracción sexual; debe basarse en la devoción personal genuina y mutua. Así pues, si podéis fomentar estas pequeñas unidades tan confiables y eficaces de asociación humana, cuando éstas se reúnan en un todo, el mundo contemplará una estructura social grande y glorificada, la civilización de madurez mortal. Tal raza podría comenzar a realizar algo del ideal de vuestro Maestro de «paz en la tierra y buena voluntad entre los hombres». Aunque tal sociedad no sería perfecta ni estaría enteramente libre del mal, se acercaría por lo menos a la estabilización de la madurez.

sábado, 22 de junio de 2013

La filosofía griega de Rodán.

Temprano el lunes por la mañana, Rodán comenzó una serie de diez discursos a Natanael, Tomás y un grupo de unas dos docenas de creyentes que se encontraban a la sazón en Magadán. Estas conversaciones, condensadas, combinadas y expresadas en fraseología moderna, expresan los siguientes pensamientos:
 
     
La vida humana consiste en tres grandes impulsos: ímpetus, deseos y atracciones. Un carácter fuerte, una personalidad imponente, se adquiere tan sólo mediante la conversión del impulso natural de la vida en arte social del vivir, transformando los deseos presentes en esos anhelos más elevados que son capaces de un logro duradero, mientras que la atracción común de la existencia debe ser transferida de las propias ideas convencionales y establecidas a los dominios más elevados de las ideas no exploradas y de los ideales no descubiertos.
      
Cuánto más compleja se vuelva la civilización, más difícil será el arte del vivir. Cuánto más rápidos los cambios en los hábitos sociales, más complicada será la tarea del desarrollo del carácter. Cada diez generaciones, la humanidad debe aprender nuevamente el arte de vivir si el progreso ha de continuar. Si el hombre se torna tan ingenioso como para aumentar las complejidades de la sociedad a paso más acelerado, habrá que aprender de nuevo el arte de vivir mucho más frecuentemente, tal vez, en cada generación. Si la evolución del arte de vivir no se mantiene al ritmo de la técnica de la existencia, la humanidad volverá a caer rápidamente en el simple impulso del vivir —la búsqueda de la satisfacción de los deseos presentes. Así pues, la humanidad seguirá siendo inmadura; la sociedad no conseguirá crecer hasta la madurez plena.
       
La madurez social es equivalente al grado en que el hombre esté dispuesto a renunciar a la nueva gratificación de deseos pasajeros e inmediatos, para abrigar aquellos anhelos superiores cuya obtención proporciona las satisfacciones más abundantes del avance progresivo hacia objetivos permanentes. Pero la verdadera indicación de la madurez social de un pueblo es su capacidad y voluntad de ceder su derecho a vivir apacible y contentamente bajo las normas promotoras de comodidad basadas en el aliciente de las creencias establecidas y las ideas convencionales, en vez del atractivo zozobrador, devorador de energía, de la búsqueda de posibilidades no exploradas para lograr propósitos no descubiertos de realidades espirituales ideales.
     
Los animales responden noblemente al impulso de la vida, pero sólo el hombre puede alcanzar el arte de vivir, aunque la mayoría de la humanidad sólo experimenta el impulso animal a vivir. Los animales sólo conocen este impulso ciego e instintivo; el hombre es capaz de trascender este impulso a la función natural. El hombre puede elegir vivir en un alto plano de arte inteligente, aun en un plano de felicidad celestial y éxtasis espiritual. Los animales no se preguntan el propósito de la vida; por consiguiente, no se preocupan jamás, ni tampoco cometen suicidio. Entre los hombres el suicidio atestigua que esos seres han emergido de la etapa puramente animal de la existencia, y que sus esfuerzos de exploración han fracasado en el logro de niveles artísticos de la experiencia mortal. Los animales no conocen el significado de la vida; el hombre no sólo posee la capacidad para reconocer los valores y la comprensión de los significados, sino que también tiene conciencia del significado de los significados —es autoconsciente de su discernimiento.
      
Cuando los hombres se atreven a abandonar una vida de anhelos naturales en favor de una vida de arte aventurera y lógica incierta, deben estar preparados a soportar los inevitables riesgos de heridas emocionales —conflictos, infelicidad e incertidumbres— por lo menos hasta el momento en que alcancen cierto grado de madurez intelectual y emocional. El desaliento, la preocupación y la indolencia son prueba positiva de la inmadurez moral. La sociedad humana se enfrenta con dos problemas: cómo alcanzar la madurez del individuo y cómo alcanzar la madurez de la raza. El ser humano maduro pronto comienza a ver a todos los demás mortales con sentimientos de ternura y con emociones de tolerancia. Los hombres maduros tratan a los seres inmaduros con el amor y la compasión que un padre tiene hacia sus hijos.
      
Vivir con éxito no es más ni menos que el arte del dominio de técnicas confiables para solucionar problemas comunes. El primer paso en la solución de todo problema consiste en ubicar la dificultad, aislar el problema y reconocer francamente su naturaleza y gravedad. El gran error es que, cuando los problemas de la vida despiertan nuestros temores profundos, nos negamos a reconocerlos. Del mismo modo, cuando el reconocimiento de nuestras dificultades comprende la reducción de nuestro largamente acariciado engreimiento, la admisión de la envidia, o el abandono de prejuicios profundamente arraigados, la persona común prefiere aferrarse a sus antiguas ilusiones de seguridad y a los falsos sentimientos de inmunidad largamente acariciados. Sólo una persona valiente está dispuesta a admitir honestamente y a enfrentar sin temor, lo que descubre una mente sincera y lógica.
      
La solución sabia y eficaz de todo problema exige que la mente esté libre de ideas preconcebidas, pasión, y todo otro prejuicio puramente personal que pueda interferir con la encuesta desinteresada de los factores reales que constituyen el problema que se presenta para su solución. La solución de los problemas de la vida requiere coraje y sinceridad. Sólo las personas honestas y valientes son capaces de seguir valerosamente a través del perturbador y desconcertante laberinto del vivir hasta donde los pueda conducir la lógica de una mente sin temor. Esta emancipación de la mente y del alma no puede producirse nunca sin el poder impulsor de un entusiasmo inteligente, casi celo religioso. Se requiere la atracción de un gran ideal para impulsar al hombre en pos de un objetivo cargado de problemas materiales difíciles y múltiples riesgos intelectuales.
      
Aunque estés efectivamente armado para encarar las situaciones difíciles de la vida, no puedes esperar mucho éxito a menos que estés equipado de esa sabiduría de mente y encanto de personalidad que te permite ganar el apoyo y la cooperación sincera de tus semejantes. No puedes esperar una amplia medida de éxito, ni en el trabajo secular ni en el trabajo religioso, a menos que aprendas cómo persuadir a tus semejantes, cómo convencer a los hombres. Simplemente, debes tener tacto y tolerancia.
      
Pero el mejor de todos los métodos para solucionar problemas lo aprendí de Jesús, vuestro Maestro. Me refiero a aquello que él practica tan constantemente, y que tan fielmente os ha enseñado: el aislamiento para la meditación adoradora. En esta costumbre de Jesús de apartarse tan frecuentemente para comulgar con el Padre en el cielo, se ha de encontrar la técnica, no sólo para reunir la fuerza y sabiduría necesarias en los conflictos ordinarios del vivir, sino también para apropiarse de la energía necesaria en la solución de los problemas más elevados de naturaleza moral y espiritual. Pero aun los métodos correctos de solucionar problemas no compensarán los defectos inherentes de la personalidad ni la ausencia de hambre y sed de la verdadera rectitud.
      
Me impresiona profundamente el hábito de Jesús de apartarse a solas para pasar esas temporadas de encuesta solitaria de los problemas del vivir; buscar nuevas reservas de sabiduría y energía para así poder enfrentarse a las múltiples demandas del servicio social; acelerar y profundizar el supremo propósito del vivir sometiendo verdaderamente la personalidad total a la conciencia de estar en contacto con la divinidad; luchar por alcanzar métodos nuevos y mejores de adaptarse a las situaciones en constante cambio de la existencia viviente; efectuar aquellas reconstrucciones vitales y reajustes de las actitudes personales que son tan esenciales para un mayor discernimiento de todo lo que es válido y real; y hacer todo esto con el único propósito de la gloria de Dios —enviar como aliento a los cielos la oración favorita de vuestro Maestro: «Que se haga, no mi voluntad, sino la tuya».
      
Esta práctica de adoración de vuestro Maestro trae ese reposo que renueva la mente; esa iluminación que inspira el alma; ese valor que permite enfrentarse valientemente con los propios problemas; esa autocomprensión que borra el temor debilitante; y esa conciencia de la unión con la divinidad que da al hombre la seguridad necesaria para atreverse a ser como Dios. El reposo de la adoración, o comunión espiritual, como la practica el Maestro, alivia la tensión, elimina los conflictos y aumenta poderosamente los recursos totales de la personalidad. Y toda esta filosofía, más el evangelio del reino, constituyen la nueva religión tal como yo la comprendo.
      
El prejuicio enceguece el alma en el reconocimiento de la verdad, y el prejuicio puede ser eliminado sólo por la devoción sincera del alma a la adoración de una causa capaz de abrazar e incluir a todos los semejantes. El prejuicio está vinculado inseparablemente con el egoísmo. El prejuicio tan sólo se puede eliminar si se abandona el egoísmo y se lo reemplaza por la búsqueda de la satisfacción que produce el servicio de una causa que sea no sólo más grande que el yo, sino aun más grande que toda la humanidad —la búsqueda de Dios, al alcance de la divinidad. El indicio de la madurez de la personalidad consiste en la transformación del deseo humano de manera tal que busque constantemente la realización de esos valores que son los más elevados y los más divinamente reales.
      
En un mundo en continuo cambio, en medio de un orden social en evolución, es imposible mantener propósitos rígidos y establecidos de destino. La estabilidad de la personalidad tan sólo puede ser experimentada por los que han descubierto y abrazado al Dios viviente como meta eterna de alcance infinito. El transferir de este modo el propio objetivo del tiempo a la eternidad, de la tierra al Paraíso, de lo humano a lo divino, requiere que el hombre se regenere, se convierta, nazca nuevamente; que se vuelva el hijo recreado del espíritu divino; que gane el ingreso en la hermandad del reino del cielo. Todas las filosofías y religiones que no llegan a estos ideales, son inmaduras. La filosofía que yo enseño, vinculada con el evangelio que vosotros predicáis, representa la nueva religión de la madurez, el ideal de todas las generaciones futuras. Y esto es verdad porque nuestro ideal es final, infalible, eterno, universal, absoluto e infinito.
      
Mi filosofía me impulsó a buscar las realidades del verdadero alcance, el objetivo de la madurez. Pero mi impulso era impotente; mi búsqueda carecía de fuerza impulsadora; mi indagación sufría, por faltarle la certidumbre de una dirección. Estas deficiencias han sido abundantemente corregidas por este nuevo evangelio de Jesús, con su enaltecimiento de vistas, con su elevación de ideales, y con su certidumbre de objetivos. Sin dudas ni recelos puedo ahora de todo corazón entrar en la aventura eterna.

Rodán de Alejandría.

EL DOMINGO 18 de septiembre por la mañana, Andrés anunció que no se programaba trabajo alguno para la semana siguiente. Todos los apóstoles, excepto Natanael y Tomás, fueron a su casa para visitar a sus familias o estar con sus amigos. Esta semana Jesús disfrutó de un período de descanso casi completo, pero Natanael y Tomás estuvieron muy ocupados en conversaciones con cierto filósofo griego de Alejandría, llamado Rodán. Este griego se había hecho recientemente discípulo de Jesús a través de la enseñanza de uno de los asociados de Abner que había conducido una misión en Alejandría. Rodán estaba en esos momentos totalmente sumergido en la tarea de armonizar su filosofía de la vida con las nuevas enseñanzas religiosas de Jesús, y había venido a Magadán con la esperanza de que el Maestro quisiera hablar con él sobre estos problemas. También deseaba obtener una versión directa y autorizada del evangelio de labios de Jesús o de uno de sus apóstoles. Aunque el Maestro rehusó la invitación de participar en las conversaciones con Rodán, lo recibió amablemente e inmediatamente ordenó que Natanael y Tomás escucharan todo lo que tenía que decir y le hablaran sobre el evangelio.

viernes, 21 de junio de 2013

El retorno a Magadán.

La misión de cuatro semanas en la Decápolis tuvo un éxito moderado. Cientos de almas fueron recibidas en el reino, y los apóstoles y evangelistas acumularon experiencia valiosa al llevar a cabo su trabajo sin la inspiración de la inmediata presencia personal de Jesús.
      
El viernes 16 de septiembre, todo el cuerpo de trabajadores se reunió, tal como se había establecido, en el parque de Magadán. El día sábado se celebró un consejo de más de cien creyentes en el que se consideraron a fondo los planes futuros para la ampliación del trabajo del reino. Asistieron los mensajeros de David e informaron sobre el bienestar de los creyentes en Judea, Samaria, Galilea y los distritos adyacentes.

      
Pocos de los seguidores de Jesús apreciaban plenamente en ese momento el gran valor de los servicios del cuerpo de mensajeros. Los mensajeros no sólo mantenían a los creyentes en contacto unos con los otros, con Jesús y los apóstoles por toda Palestina, sino que durante estos días difíciles también servían como recolectores de fondos, no sólo para el mantenimiento de Jesús y sus asociados, sino también para ayudar a las familias de los doce apóstoles y de los doce evangelistas.
      
Aproximadamente en esta época, Abner trasladó su centro de operaciones de Hebrón a Belén, y este último lugar fue también el centro de operaciones en Judea para los mensajeros de David. David mantenía un servicio de mensajeros de difusión de noticias de la tarde a la mañana, entre Jerusalén y Betsaida. Estos corredores salían de Jerusalén todas las tardes, se relevaban en Sicar y Escitópolis, y llegaban a Betsaida a la hora del desayuno de la mañana siguiente.
      
Ahora Jesús y sus asociados se dispusieron a tomar una semana de descanso antes de prepararse para empezar la última época de sus labores para el reino. Fue éste su último descanso porque la misión de Perea se desarrolló en una campaña de predicación y enseñanza que continuó hasta el momento de su llegada a Jerusalén y del advenimiento de los episodios finales de la carrera terrenal de Jesús.

jueves, 20 de junio de 2013

La naturaleza positiva de la religión de Jesús.

En Filadelfia, donde trabajaba Santiago, Jesús enseñó a los discípulos sobre la naturaleza positiva del evangelio del reino. Cuando, en el curso de sus palabras, sugirió que algunas partes de las Escrituras contenían más verdades que otras y advirtió a sus oyentes que alimentaran su alma con el mejor alimento espiritual, Santiago interrumpió al Maestro, preguntando: «¿Quieres, Maestro, tener la bondad de sugerirnos cómo podremos elegir los mejores pasajes de las Escrituras para nuestra edificación personal?» Jesús replicó: «Sí, Santiago, cuando leáis las Escrituras, buscad aquellas enseñanzas eternamente verdaderas y divinamente hermosas, como:

     «Crea en mi, Oh Señor, un corazón limpio.
     «El Señor es mi pastor; nada me faltará.
     «Ama a tu prójimo como a ti mismo.
     «Porque yo, el Señor tu Dios, te tomaré de la mano derecha, y te dice: No temas; yo te ayudo.
     «Ni tampoco se adiestrarán más las naciones para la guerra».
      
Esto ilustra la forma en que Jesús, día tras día, se apropiaba de lo mejor de las Escrituras hebreas para instruir a sus seguidores y para incluirlas en las enseñanzas del nuevo evangelio del reino. Otras religiones habían sugerido la idea de la cercanía de Dios al hombre, pero Jesús convirtió el amparo de Dios al hombre como la solicitud del padre amante por el bienestar de sus hijos dependientes, haciendo de esta enseñanza el cimiento de su religión. Así pues la doctrina de la paternidad de Dios convirtió en obligatoria la práctica de la hermandad de los hombres. La adoración de Dios y el servicio del hombre se tornaron la suma y sustancia de su religión. Jesús tomó lo mejor de la religión judía y lo tradujo en un valioso conjunto de nuevas enseñanzas del evangelio del reino.

      
Jesús puso un espíritu de acción positiva en las doctrinas pasivas de la religión judía. En lugar de la obediencia negativa a los requisitos ceremoniales, Jesús impuso una actuación positiva en pos de lo que su nueva religión exigía de los que la aceptaban. La religión de Jesús consistió no solamente en creer, sino en verdaderamente hacer, esas cosas que el evangelio requería. No enseñó que la esencia de su religión consistía en el servicio social, sino más bien, que el servicio social era uno de los efectos seguros de la posesión del espíritu de la verdadera religión.
      
Jesús no vaciló en apropiarse de la mejor mitad de las Escrituras, repudiando al mismo tiempo las porciones menos valiosas. Su gran exhortación, «ama a tu prójimo como a ti mismo», la tomó de las Escrituras en donde dice: «No te vengarás contra los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo». Jesús se apropió de la porción positiva de esta escritura, rechazando, al mismo tiempo, la porción negativa. Aun se oponía a la no-resistencia negativa o puramente pasiva. Dijo: «Cuando un enemigo te bofetea, no reacciones pasiva y tontamente, sino vuelve la otra mejilla en actitud positiva; o sea, haz lo mejor posible para alejar activamente a tu hermano errado de los caminos del mal y conducirlo hacia los caminos mejores de la vida recta». Jesús exigía que sus seguidores reaccionaran positiva y enérgicamente en toda situación de la vida. El acto de volver la otra mejilla, o lo que esa acción pudiera tipificar, exige iniciativa, requiere una expresión vigorosa, activa y valiente de la personalidad del creyente.
      
Jesús no apoyaba una práctica de sumisión negativa a las indignidades de los que pudieran buscar a sabiendas aprovechar de los que practican la no-resistencia contra el mal, sino más bien, que sus seguidores fueran sabios y estuvieran alertas para reaccionar rápida y positivamente con el bien frente al mal, con el objeto de conquistar eficazmente el mal con el bien. No olvidéis que el bien verdadero es invariablemente más poderoso que el mal más maligno. El Maestro enseñó una norma positiva de rectitud: «El que quiera ser mi discípulo, que se olvide de sí mismo y asuma la entera medida de su responsabilidad diaria para seguirme». Vivió él mismo de una manera tal que «anduvo haciendo el bien». Este aspecto del evangelio estuvo bien ilustrado por las muchas parábolas que más adelante dijo a sus seguidores. Nunca exhortó a sus seguidores a que soportaran pacientemente sus obligaciones sino más bien a que asumieran la medida plena de su responsabilidad humana y privilegios divinos, con energía y entusiasmo, en el reino de Dios.
     
Cuando Jesús instruyó a sus apóstoles que si les quitaban injustamente el abrigo, ofrecieran la otra prenda, se refería no tanto a una segunda prenda, literalmente, sino a la idea de hacer algo positivo para salvar al que erraba, en vez de seguir el antiguo consejo de la venganza —«ojo por ojo» y así sucesivamente. Jesús aborrecía la idea de la venganza, así mismo la de convertirse en un mero sufriente pasivo o una víctima de la injusticia. En esta ocasión, les enseñó tres maneras de encarar el mal y resistirlo:

     1. Devolver el mal con el mal —el método positivo, pero no recto.
     2. Sufrir el mal sin queja y sin resistencia —el método puramente negativo.
     3. Devolver el bien por el mal, afirmar la voluntad para adueñarse de la situación, para conquistar el mal con el bien —el método positivo y recto.
      
Uno de los apóstoles cierta vez preguntó: «Maestro, ¿qué debo hacer si un extraño me fuerza a llevar su carga por una milla?» Jesús respondió: «No te sientes y suspires de alivio mientras insultas en voz baja al extraño. La rectitud no proviene de las actitudes pasivas. Si no puedes pensar en nada más eficazmente positivo, por lo menos podrás llevar la carga por una segunda milla. Es indudable que esa acción habrá de desafiar al injusto extraño impío».
     
Los judíos sabían de un Dios que perdona a los pecadores arrepentidos y trata de olvidar sus errores, pero hasta la llegada de Jesús, los hombres nunca habían oído hablar de un Dios que fuera en busca de las ovejas perdidas, que tomara la iniciativa de buscar a los pecadores, que se regocijara cuando los encontraba deseosos de volver a la casa del Padre. Esta nota positiva en la religión, la expandió Jesús hasta sus oraciones. Y convirtió la regla de oro negativa en una admonición positiva de ecuanimidad humana.
      
En todas sus enseñanzas, Jesús infaliblemente evitó los detalles que distraían. Evitó el lenguaje florido y evitó las meras imágenes poéticas de los juegos de palabras. Habitualmente expresaba grandes significados en expresiones sencillas. Para fines de ilustración, Jesús invertía el significado corriente de muchos términos, tales como sal, levadura, pesca y niñitos. Empleaba la antítesis con la mayor eficacia, comparando lo pequeño con lo infinito y así sucesivamente. Sus ilustraciones eran sobrecogedoras, como por ejemplo, «el ciego que conduce al ciego». Pero la mayor fuerza que se puede encontrar en su enseñanza ilustrativa era su naturalidad. Jesús trajo la filosofía de la religión desde el cielo a la tierra. Describió las necesidades elementales del alma con una nueva visión y una nueva dote de afecto.

miércoles, 19 de junio de 2013

La conversación con Natanael.

Luego Jesús fue a Abila, donde trabajaban Natanael y sus asociados. Natanael estaba muy preocupado por algunas de las declaraciones de Jesús, que parecían menoscabar la autoridad de las escrituras hebreas reconocidas. Por consiguiente, esa noche, después del usual período de preguntas y respuestas, Natanael condujo a Jesús lejos de los demás y preguntó: «Maestro, ¿podrías tú confiar en mí para que yo conozca la verdad sobre las Escrituras? Observo que tú nos enseñas sólo una parte de las escrituras sagradas —la mejor parte en mi opinión— y deduzco que rechazas las enseñanzas de los rabinos que indican que las palabras de la ley son las palabras mismas de Dios, y que estas palabras han estado con Dios en el cielo aun antes de los días de Abraham y Moisés. ¿Cuál es la verdad de las Escrituras?» Cuando Jesús oyó la pregunta de su perplejo apóstol, respondió:
      
«Natanael, tú has juzgado correctamente; yo no contemplo las Escrituras, como lo hacen los rabinos. Te hablaré sobre este asunto, a condición de que tú nada digas de estas cosas a tus hermanos, pues no todos ellos están preparados para recibir esta enseñanza. Las palabras de la ley de Moisés y las enseñanzas de las Escrituras no existían antes de Abraham. Sólo en tiempos recientes se han recopilado las Escrituras en la forma como las conocemos. Aunque contienen los mejores pensamientos y los anhelos más elevados del pueblo judío, también contienen mucho que está lejos de ser representativo del carácter y de las enseñanzas del Padre en el cielo; por lo tanto, yo debo elegir, entre las mejores enseñanzas, aquellas verdades que han de recogerse para el evangelio del reino.
      
«Estos escritos son obra de los hombres, algunos santos, otros, no tan santos. Las enseñanzas de estos libros representan el punto de vista y el nivel de esclarecimiento de los tiempos en los que se originaron. Como revelación de la verdad, los más recientes son más confiables que los más antiguos. Las Escrituras contienen errores y su origen es puramente humano, pero ten la seguridad de que constituyen la mejor recopilación de sabiduría religiosa y verdad espiritual que hay en el mundo entero en este momento.
      
«Muchos de estos libros no fueron escritos por las personas cuyos nombres llevan, pero eso no disminuye de ninguna manera el valor de las verdades que contienen. Aunque la historia de Jonás no fuera un hecho, aun si Jonás no hubiera existido, la profunda verdad de este relato, el amor de Dios por Nínive y los así llamados paganos, no sería menos preciosa a los ojos de todos aquellos que aman a sus semejantes. Las Escrituras son sagradas porque presentan los pensamientos y acciones de los hombres que buscaban a Dios, y que nos dejaron en estos escritos sus más elevados conceptos de rectitud, verdad y santidad. Las Escrituras contienen mucho que es verdad, mucho, pero tú ya sabes, a la luz de las enseñanzas que habéis recibido, que estos escritos contienen también mucho que tergiversa la imagen del Padre en el cielo, el Dios amante que yo he venido para revelar a todos los mundos.
     
«Natanael, no te permitas ni por un instante creer en aquellos documentos de las Escrituras que dicen que el Dios del amor ordenó a tus antepasados que salieran a batallar para destruir a todos sus enemigos: hombres, mujeres y niños. Estos documentos son palabras de hombres, hombres no muy santos, no son la palabra de Dios. Las Escrituras siempre reflejaron y siempre reflejarán el estado intelectual, moral y espiritual de los que las crean. ¿Acaso no has notado que los conceptos de Yahvé crecen en belleza y gloria a través de los escritos de los profetas, desde Samuel hasta Isaías? Y recuerda también, que el propósito de las Escrituras es la instrucción religiosa y la guía espiritual. No son obra de historiadores ni de filósofos.
      
«Lo más deplorable es, no solamente esta idea errónea de la perfección absoluta de las Escrituras y de la infalibilidad de sus enseñanzas, sino más bien la confusa y errónea interpretación de estos escritos sagrados por los escribas y fariseos de Jerusalén, esclavos de la tradición. Ahora pues, emplearán ellos tanto la doctrina de inspiración de las Escrituras como sus propias tergiversaciones para resistirse decididamente a las enseñanzas más nuevas del evangelio del reino. Natanael, no olvides jamás que el Padre no limita la revelación de la verdad a una sola generación ni a un solo pueblo. Muchos buscadores sinceros de la verdad se han encontrado confundidos y desilusionados por esta doctrina de la perfección de las Escrituras, y lo estarán también en el futuro.
     
«La autoridad de la verdad es el espíritu mismo que mora en sus manifestaciones vivientes, no las palabras muertas de hombres menos iluminados y supuestamente inspirados de generaciones pasadas. Aunque estos santos varones de antaño sí vivieron vidas inspiradas y llenas de espíritu, eso no significa que sus palabras eran similarmente inspiradas espiritualmente. Hoy, no ponemos por escrito las enseñanzas de este evangelio del reino, para que, después de mi partida, vosotros os separéis rápidamente en distintos grupos, cada uno convencido de poseer la verdad como resultado de la diversidad de vuestras interpretaciones de mis enseñanzas. Durante esta generación, es mejor que vivamos estas verdades evitando dejar documentos escritos.
     
«Presta atención a mis palabras, Natanael: nada de lo que toque la naturaleza humana puede ser considerado infalible. Indudablemente podrá brillar la verdad divina a través de la mente humana pero siempre con pureza relativa y divinidad parcial. La infalibilidad puede ser anhelo de la criatura pero sólo los Creadores la poseen.
      
«Pero el error más grande de las enseñanzas que se refieren a las Escrituras, consiste en la doctrina de que éstas son libros sellados de misterio y de sabiduría que tan sólo se atreven a interpretar las mentes sabias de la nación. Las revelaciones de la verdad divina no están selladas sino por la ignorancia humana, el fanatismo y la intolerancia de miras estrechas. Sólo el prejuicio y la superstición empañan la luz de las Escrituras. Un falso temor de lo sagrado ha impedido que la religión fuera salvaguardada por el sentido común. El temor de la autoridad de los escritos sagrados del pasado impide eficazmente que las almas honestas de hoy acepten la nueva luz del evangelio, la misma luz que aquellos hombres de otra generación conocedores de Dios tan intensamente anhelaban ver. 

«Pero lo más triste de todo esto es, que algunos de los que enseñan la santidad de este tradicionalismo, conocen esta misma verdad. Ellos comprenden más o menos plenamente estas limitaciones de las Escrituras, pero sufren de cobardía moral y deshonestidad intelectual. Conocen la verdad relativa a los sagrados escritos, pero prefieren ocultar del pueblo estos hechos perturbadores. Así pues, pervierten y distorsionan las Escrituras, tornándolas guías de detalles esclavizantes de la vida diaria y autoridad en cosas no espirituales, en vez de apelar a las escrituras sagradas como minas de sabiduría moral, inspiración religiosa y enseñanzas espirituales de los hombres conocedores de Dios de otras generaciones».
      
Natanael resultó iluminado y pasmado ante el pronunciamiento del Maestro. Largamente reflexionó sobre esta conversación en las profundidades de su alma, pero a nadie dijo nada sobre este diálogo hasta la ascensión de Jesús; y aun entonces, tenía temor de impartir la historia completa de las instrucciones del Maestro.