«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

viernes, 28 de octubre de 2016

Bajo el imperio Romano

Después de la consolidación del régimen político romano y tras la propagación del cristianismo, los cristianos se encontraron con un solo Dios, un gran concepto religioso, pero sin imperio. Los grecorromanos se encontraron con un gran imperio, pero sin un Dios que sirviera como concepto religioso satisfactorio para el culto del imperio y la unificación espiritual. Los cristianos aceptaron el imperio, y el imperio adoptó el cristianismo. Los romanos proporcionaron una unidad de gobierno político; los griegos, una unidad de cultura y de instrucción; y el cristianismo, una unidad de pensamiento y de práctica religiosos.
   
Roma venció la tradición del nacionalismo mediante un universalismo imperial, y por primera vez en la historia hizo posible que diversas razas y naciones aceptaran, al menos nominalmente, una misma religión.
   
El cristianismo tuvo la aceptación de Roma en un momento en que había grandes discusiones entre las vigorosas enseñanzas de los estoicos y las promesas de salvación de los cultos de misterio. El cristianismo aportó un consuelo reconfortante y un poder liberador a un pueblo espiritualmente hambriento cuyo idioma no contenía la palabra «desinterés».
   
Lo que dio mayor poder al cristianismo fue la manera en que sus creyentes vivieron una vida de servicio, e incluso la forma en que murieron por su fe durante los primeros tiempos de persecuciones radicales.
   
La enseñanza acerca del amor de Cristo por los niños pronto puso fin a la práctica generalizada de exponer a la muerte a los niños no deseados, en particular a las niñas.
   El primer modelo de culto cristiano fue ampliamente tomado de las sinagogas judías, y modificado por el ritual mitríaco; más tarde se añadió mucha pompa pagana. Los griegos cristianizados, prosélitos del judaísmo, componían la columna vertebral de la iglesia cristiana primitiva.
   
El siglo segundo después de Cristo fue el mejor período de toda la historia mundial para que una buena religión progresara en el mundo occidental. Durante el siglo primero, el cristianismo se había preparado, mediante la lucha y los compromisos, para echar raíces y difundirse rápidamente. El cristianismo adoptó al emperador, y más tarde éste adoptó el cristianismo. Fue una gran época para la difusión de una nueva religión. Había libertad religiosa, los viajes se habían generalizado y el libre pensamiento no tenía trabas.
   
El ímpetu espiritual de aceptar nominalmente el cristianismo helenizado llegó a Roma demasiado tarde para impedir su decadencia moral bien avanzada, o para compensar el deterioro racial ya bien establecido y en aumento. Esta nueva religión era una necesidad cultural para la Roma imperial, y es extremadamente desafortunado que no se convirtiera en un medio de salvación espiritual en un sentido más amplio.
   
Ni siquiera una buena religión podía salvar a un gran imperio de los resultados inevitables de la falta de participación individual en los asuntos del gobierno, del paternalismo excesivo, del exceso de impuestos y de los abusos flagrantes en su recaudación, de un comercio desequilibrado con el Levante que agotaba el oro, de la locura por las diversiones, de la estandarización romana, de la degradación de la mujer, de la esclavitud y la decadencia racial, de las calamidades físicas y de una iglesia estatal que se institucionalizó hasta el punto de llegar casi a la esterilidad espiritual.
   
Sin embargo, las condiciones no eran tan malas en Alejandría. Las primeras escuelas siguieron conservando muchas enseñanzas de Jesús libres de compromisos. Pantaenos enseñó a Clemente, y luego siguió a Natanael para proclamar a Cristo en la India. Aunque algunos ideales de Jesús fueron sacrificados para construir el cristianismo, hay que indicar con toda justicia que a finales del siglo segundo prácticamente todas las grandes mentes del mundo grecorromano se habían vuelto cristianas. El triunfo se acercaba a su culminación.
   
Y este imperio romano duró el tiempo suficiente como para asegurar la supervivencia del cristianismo, incluso después de que se derrumbara el imperio. Pero a menudo hemos conjeturado sobre qué hubiera sucedido en Roma y en el mundo si se hubiera aceptado el evangelio del reino en lugar del cristianismo griego.

viernes, 21 de octubre de 2016

La influencia Romana

Los romanos se apoderaron en su totalidad de la cultura griega, sustituyendo el gobierno echado a suertes por un gobierno representativo. Este cambio favoreció pronto al cristianismo, ya que Roma introdujo en todo el mundo occidental una nueva tolerancia por los idiomas y los pueblos extranjeros, e incluso por las religiones ajenas.
   
En Roma, muchas de las primeras persecuciones contra los cristianos se debieron únicamente a la desafortunada utilización, en sus predicaciones, de la palabra «reino». Los romanos eran tolerantes con todas y cada una de las religiones, pero muy susceptibles ante cualquier cosa que tuviera sabor a rivalidad política. Por eso, cuando estas primeras persecuciones —debidas tan ampliamente a los malentendidos— desaparecieron, el campo para la propaganda religiosa se encontró completamente abierto. A los romanos les interesaba la administración política; el arte o la religión les resultaban indiferentes, pero eran excepcionalmente tolerantes con los dos.
   
La ley oriental era rígida y arbitraria; la ley griega era fluida y artística; la ley romana tenía dignidad y causaba respeto. La educación romana engendraba una lealtad inaudita e imperturbable. Los primeros romanos eran unos individuos políticamente dedicados y sublimemente consagrados. Eran honrados, incondicionales y entregados a sus ideales, pero sin una religión digna de ese nombre. No es de extrañar que sus educadores griegos fueran capaces de persuadirlos para que aceptaran el cristianismo de Pablo.
   
Estos romanos eran un gran pueblo. Podían gobernar Occidente porque se gobernaban a sí mismos. Esta honradez sin igual, esta devoción y este firme autocontrol constituían un terreno ideal para la recepción y el crecimiento del cristianismo.
   
A estos grecorromanos les resultaba igual de fácil consagrarse espiritualmente a una iglesia institucional, como hacerlo políticamente al Estado. Los romanos sólo lucharon contra la iglesia cuando temieron que ésta le hiciera la competencia al Estado. Como Roma tenía poca filosofía nacional o cultura nativa, se apoderó de la cultura griega como si fuera suya y adoptó audazmente a Cristo como filosofía moral. El cristianismo se convirtió en la cultura moral de Roma pero difícilmente en su religión, en el sentido de ser una experiencia individual de crecimiento espiritual para aquellos que abrazaron la nueva religión de una manera tan masiva. Es verdad que muchas personas penetraron bajo la superficie de toda esta religión estatal y encontraron, para alimento de su alma, los verdaderos valores de los significados ocultos contenidos en las verdades latentes del cristianismo helenizado y paganizado.
   
Los estoicos y su vigoroso llamamiento a «la naturaleza y la conciencia» habían preparado mucho mejor toda Roma para recibir a Cristo, al menos en un sentido intelectual. El romano era un jurista por naturaleza y por educación; veneraba incluso las leyes de la naturaleza. Y ahora, en el cristianismo, discernía las leyes de Dios en las leyes de la naturaleza. Un pueblo que podía dar a un Cicerón y a un Virgilio estaba maduro para el cristianismo helenizado de Pablo.
   
Y así, estos griegos romanizados forzaron tanto a los judíos como a los cristianos a hacer filosófica su religión, a coordinar sus ideas y sistematizar sus ideales, a adaptar las prácticas religiosas a la marcha existente de la vida. Todo esto fue enormemente favorecido por la traducción al griego de las escrituras hebreas y la redacción posterior del Nuevo Testamento en lengua griega.
   
Durante largo tiempo, los griegos, a diferencia de los judíos y de otros muchos pueblos, habían creído provisionalmente en la inmortalidad, en alguna clase de supervivencia después de la muerte. Puesto que éste era el centro mismo de la enseñanza de Jesús, era seguro que el cristianismo ejercería un poderoso atractivo sobre ellos.
   
Una sucesión de victorias de la cultura griega y de la política romana había consolidado a los países mediterráneos en un solo imperio, con un solo idioma y una sola cultura, y había preparado al mundo occidental para un solo Dios. El judaísmo proporcionaba este Dios, pero el judaísmo era inaceptable como religión para estos griegos romanizados. Filón ayudó a algunos a mitigar sus objeciones, pero el cristianismo les reveló un concepto aún mejor de un solo Dios, y lo aceptaron inmediatamente.

sábado, 15 de octubre de 2016

La influencia de los griegos

La helenización del cristianismo comenzó intensamente en ese día memorable en el que el apóstol Pablo se puso de pie ante el concilio del Areópago en Atenas y habló a los atenienses sobre el «Dios Desconocido». Ahí, a la sombra de la Acrópolis, este ciudadano romano proclamó a los griegos su versión de la nueva religión que se había originado en la tierra judía de Galilea. Y había cierta extraña similitud entre la filosofía griega y muchas de las enseñanzas de Jesús. Tenían una meta común: ambas buscaban elsurgimiento del individuo. Los griegos, en lo referente a un surgimiento social y político; Jesús, en lo referente a un surgimiento moral y espiritual. Los griegos enseñaban ese liberalismo intelectual que conducía hacia una libertad política; Jesús enseñaba ese liberalismo espiritual que conducía hacia una libertad religiosa. Estas dos ideas juntas constituyeron un nuevo y poderoso código para la libertad humana; presagiaron la libertad social, política y espiritual del hombre.

El cristianismo nació y triunfó sobre todas las otras religiones, debido principalmente a dos factores:

     1. La mente griega estaba dispuesta a tomar prestadas ideas nuevas y buenas, incluso de los judíos.

     2. Pablo y sus sucesores estaban dispuestos a negociar, y sabían hacerlo con astucia y sagacidad; eran hábiles traficantes teológicos.
     
Cuando Pablo se puso de pie en Atenas y predicó «Cristo, y el crucificado», los griegos estaban espiritualmente hambrientos; se hacían preguntas, estaban interesados y realmente buscaban la verdad espiritual. No olvidéis jamás que, al principio, los romanos lucharon contra el cristianismo, mientras que los griegos lo abrazaron, y fueron éstos quienes literalmente forzaron a los romanos, posteriormente, a la aceptación de esta nueva religión, con las modificaciones entonces adoptadas, como parte de la cultura griega.
     
Los griegos veneraban la belleza, los judíos, la santidad; pero ambos pueblos amaban la verdad. Durante siglos los griegos habían pensado seriamente y debatido con sinceridad sobre todos los problemas humanos —sociales, económicos, políticos y filosóficos— con excepción de la religión. Pocos entre los griegos se habían ocupado de la religión con profundidad; ni siquiera tomaban muy en serio su propia religión. Durante siglos, los judíos ignoraron estos otros campos del pensamiento, concentrándose en la religión. Tomaban su religión muy seriamente, demasiado en serio. Iluminado por el contenido del mensaje de Jesús, el producto conjunto de siglos del pensamiento de estos dos pueblos se convirtió en ese momento en el poder impulsor de un nuevo orden de la sociedad humana y, hasta cierto punto, de un nuevo orden de creencias y prácticas religiosas de la humanidad.
     
La influencia de la cultura griega ya había penetrado en las tierras del Mediterráneo occidental cuando Alejandro diseminó la civilización helenista por el mundo del cercano Oriente. Los griegos fueron bien con su religión y su política mientras estuvieron organizados en pequeñas ciudades-estado; pero cuando el rey macedonio se atrevió a extender Grecia hasta convertirla en un imperio que iba del Adriático al Indus, comenzaron los problemas. El arte y la filosofía de Grecia estaban a la altura de la expansión imperial, pero no así su administración política ni su religión. Una vez que las ciudades-estado de Grecia se expandieron hasta volverse un imperio, sus dioses un tanto parroquiales resultaron ligeramente raros. Los griegos estaban realmente buscando un Dios, un Dios más importante y mejor, cuando recibieron la versión cristianizada de la religión judía más antigua.     

El imperio helenista, como tal, no podía durar. Su influencia cultural continuó, pero perduró sólo después de adquirir del oeste el genio político romano para la administración de un imperio, y de obtener del este una religión cuyo único Dios poseía dignidad imperial.
     
En el primer siglo después de Cristo, la cultura helenista ya había alcanzado sus más altos niveles; su retrogresión ya había comenzado; el conocimiento avanzaba, pero el genio estaba declinando. Fue en este mismo momento en que las ideas e ideales de Jesús, que estaban parcialmente contenidos en el cristianismo, se integraron al salvamento de la cultura y el conocimiento griegos.
     
Alejandro había atacado al oriente con el don cultural de la civilización griega; Pablo asaltaba al occidente con la versión cristiana del evangelio de Jesús. Y donde quiera que prevalecía la cultura griega en occidente, allí echó raíces el cristianismo helenizado.
     
La versión oriental del mensaje de Jesús, aunque permaneció más fiel a sus enseñanzas, continuó siguiendo la actitud poco transigente de Abner. No progresó jamás como lo hizo la versión helenizada sino que finalmente se malogró dentro del movimiento islámico.

martes, 4 de octubre de 2016

Después de Pentecostés

LOS resultados de la predicación de Pedro el día de Pentecostés fueron tales que decidieron la política futura y determinaron los planes, de la mayoría de los apóstoles en sus esfuerzos por proclamar el evangelio del reino. Pedro fue el verdadero fundador de la iglesia cristiana; Pablo llevó el mensaje cristiano a los gentiles, y los creyentes griegos lo llevaron a todo el imperio romano.
  
Aunque los hebreos, encadenados por la tradición e dominados por los sacerdotes, se negaron como pueblo a aceptar el evangelio de Jesús sobre la paternidad de Dios y la hermandad del hombre, así como también la proclamación de Pedro y Pablo sobre la resurrección y ascensión de Cristo (subsiguiente cristianismo), el resto del imperio romano se encontró receptivo a las enseñanzas cristianas en evolución. La civilización occidental era, en esta época, intelectual, estaba cansada de guerras y profundamente escéptica de todas las religiones y filosofías sobre el universo existentes. Los pueblos del mundo occidental, los beneficiarios de la cultura griega, tenían una tradición venerada de un magnífico pasado. Podían contemplar la heredad de los grandes logros en filosofía, arte, literatura y progreso político. Pero con todos estos logros, no tenían una religión que satisficiera el alma. Sus anhelos espirituales permanecían insatisfechos.
   
Sobre este foro de la sociedad humana fueron arrojadas de pronto las enseñanzas de Jesús, comprendidas en el mensaje cristiano. Un nuevo orden de vida se presentó así a los corazones hambrientos de estos pueblos occidentales. Esta situación significó un conflicto inmediato entre las viejas prácticas religiosas y la nueva versión cristianizada del mensaje de Jesús al mundo. Tal conflicto debe resolverse o en una victoria absoluta de lo nuevo o de lo antiguo, o en cierto grado detransigencia. La historia enseña que esta lucha terminó en una transigencia. El cristianismo presumió abarcar demasiado, para ser asimilado por un pueblo en una o dos generaciones. No era un sencillo llamado espiritual, tal como Jesús había presentado a las almas de los hombres; muy pronto adoptó una actitud decidida sobre ritos religiosos, educación, magia, medicina, arte, literatura, ley, gobierno, moral, reglamentación sexual, poligamia y, en forma limitada, incluso sobre la esclavitud. El cristianismo no vino solamente como una nueva religión —cosa que estaba esperando todo el imperio romano y el Oriente— sino como un nuevo orden de sociedad humana. Y siendo tal pretensión como era el cristianismo precipitó rápidamente el conflicto sociomoral de los siglos. Los ideales de Jesús, tal como fueron reinterpretados por la filosofía griega y socializados en el cristianismo, desafiaron audazmente las tradiciones de la raza humana, contenidas en la ética, moral y religiones de la civilización occidental.
   
Al principio, el cristianismo ganó conversos solamente en las capas sociales y económicas más bajas. Pero para el comienzo del segundo siglo lo más elevado de la cultura grecorromana tendió cada vez más hacia este nuevo orden de la creencia cristiana, este nuevo concepto del propósito de la vida y de la meta de la existencia.

¿Cómo pudo este nuevo mensaje de origen judío, que casi había fracasado en la tierra de su nacimiento, captar tan rápida y eficazmente las mejores mentes del imperio romano? El triunfo del cristianismo sobre las religiones filosóficas y los cultos de misterio se debió a:
   
1. La organización. Pablo fue un gran organizador y sus sucesores siguieron el mismo paso que él asentó.
   
2. El cristianismo estaba profundamente helenizado. Comprendía lo mejor de la filosofía griega, así como también la crema de la teología hebrea.
   
3. Pero, mejor aún, contenía un nuevo y gran ideal, el eco de la vida autootorgadora de Jesús y el reflejo de su mensaje de salvación para toda la humanidad.
   
4. Los líderes cristianos estaban dispuestos a hacer tales concesiones al mitraísmo que la mejor parte de sus seguidores fue granjeado para el culto de Antioquía.
   
5. Asimismo la siguiente generación de líderes cristianos y las generaciones subsiguientes hicieron concesiones con el paganismo hasta tal punto que se granjearon aun al emperador romano Constantino para la nueva religión.
   
Pero los cristianos hicieron un astuto convenio con los paganos, ya que adoptaron la pompa ritualista de éstos, forzándolos a la vez a que aceptaran la versión helenizada del cristianismo paulino. Hicieron un convenio mejor con los paganos que el que hicieron con el culto mitraico, pero en esa primer transigencia ellos resultaron aun más que conquistadores, porque consiguieron eliminar burdas inmoralidades y otras prácticas criticables del misterio persa.
   
Sabia o insensatamente, estos primeros líderes del cristianismo comprometieron deliberadamente los ideales de Jesús en un esfuerzo por salvar y fomentar muchas de sus ideas; y tuvieron un éxito enorme. ¡Pero no os equivoquéis! Estos ideales del Maestro que fueron sacrificados en aquellas transigencias aún están latentes en su evangelio, y con el tiempo afirmarán su pleno poder ante el mundo.
   
Por esta paganización del cristianismo, el viejo orden ganó muchas victorias menores de naturaleza ritualista, pero los cristianos ganaron ascendencia en cuanto:
   
1. Brotó una nota nueva y considerablemente más elevada de moral humana.
   
2. Se impartió al mundo un concepto de Dios nuevo y considerablemente amplificado.
  
3. La esperanza de la inmortalidad se volvió parte de las aseveraciones de una religión reconocida.
   
4. Jesús de Nazaret fue entregado al alma hambrienta del hombre.
   
Muchas de estas grandes verdades enseñadas por Jesús casi se perdieron en estas primeras transigencias, pero aún yacen adormecidas en esta religión de cristianismo paganizado, que a su vez fue la versión paulina de la vida y enseñanzas del Hijo del Hombre. El cristianismo, aun antes de haber sido paganizado, fue primero profundamente helenizado. El cristianismo debe mucho, muchísimo a los griegos. Fue un griego de Egipto quien con tanta valentía se puso de pie en Nicea y desafió a esta asamblea con tal intrepidez que ésta no se atrevió a enturbiar el concepto de la naturaleza de Jesús en tal forma que habría podido poner en peligro la verdad real de su autootorgamiento, la cual podría así haber desaparecido del mundo. El nombre de este griego era Atanasio, y si no hubiese sido por la elocuencia y la lógica de este creyente, habrían triunfado las persuasiones de Ario.