«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

miércoles, 16 de noviembre de 2016

El totalitarismo Laico

Pero incluso después de que el materialismo y el mecanicismo hayan sido más o menos derrotados, la influencia devastadora del laicismo del siglo veinte continuará marchitando la experiencia espiritual de millones de almas confiadas.
   
El laicismo moderno ha sido fomentado por dos influencias mundiales. El padre del laicismo fue la actitud atea y de ideas limitadas de la llamada ciencia de los siglos diecinueve y veinte —la ciencia atea. La madre del laicismo moderno fue la iglesia cristiana totalitaria de la Edad Media. El laicismo tuvo su comienzo como una protesta que se elevó contra la dominación casi completa de la civilización occidental por parte de la iglesia cristiana institucionalizada.
   
En el momento de esta revelación, el clima intelectual y filosófico que prevalece tanto en la vida europea como en la americana es decididamente laico —humanista. Durante trescientos años, el pensamiento occidental ha sido progresivamente laicizado. La religión se ha convertido cada vez más en una influencia nominal, se ha vuelto mayormente un ejercicio ritualista. La mayoría de los cristianos declarados de la civilización occidental son, sin saberlo, realmente laicos.
   
Fue necesario un gran poder, una poderosa influencia, para liberar el pensamiento y la vida de los pueblos occidentales de la garra marchitante de una dominación eclesiástica totalitaria. El laicismo rompió las ataduras del control de la iglesia, y ahora amenaza a su vez con establecer un nuevo tipo de dominio ateo en el corazón y la mente del hombre moderno. El Estado político tiránico y dictatorial es el descendiente directo del materialismo científico y del laicismo filosófico. El laicismo apenas libera al hombre de la dominación de la iglesia institucionalizada, cuando lo vende a la esclavitud servil del Estado totalitario. El laicismo sólo libera al hombre de la esclavitud eclesiástica para traicionarlo entregándolo a la tiranía de la esclavitud política y económica.
   
El materialismo niega a Dios, el laicismo se limita a ignorarlo; al menos ésta fue su actitud primitiva. Más recientemente, el laicismo ha tomado una actitud más militante, pretendiendo ocupar el lugar de la religión, cuya esclavitud totalitaria rechazó anteriormente. El laicismo del siglo veinte tiende a afirmar que el hombre no necesita a Dios. ¡Pero cuidado! Esta filosofía atea de la sociedad humana sólo conducirá a la inquietud, a la animosidad, a la infelicidad, a la guerra y a un desastre mundial.
   
El laicismo nunca podrá traer la paz a la humanidad. Nada puede sustituir a Dios en la sociedad humana. ¡Pero poned mucha atención! No os apresuréis a abandonar las ventajas beneficiosas de la sublevación laica que os ha liberado del totalitarismo eclesiástico. La civilización occidental disfruta hoy de muchas libertades y satisfacciones debido a la sublevación laica. El gran error del laicismo fue el siguiente: Al sublevarse contra el control casi total de la vida por parte de la autoridad religiosa, y después de conseguir liberarse de esta tiranía eclesiástica, los laicos continuaron adelante iniciando una sublevación contra el mismo Dios, a veces tácitamente y a veces de manera manifiesta.
   
A la sublevación laica le debéis la asombrosa creatividad de la industria americana y el progreso material sin precedentes de la civilización occidental. Como la sublevación laica ha ido demasiado lejos y ha perdido de vista a Dios y a la verdadera religión, también le ha seguido una cosecha inesperada de guerras mundiales y de inestabilidad internacional.
   
 No es necesario sacrificar la fe en Dios para disfrutar de las bendiciones de la sublevación laica moderna: tolerancia, servicio social, gobierno democrático y libertades civiles. Los laicos no tenían necesidad de oponerse a la verdadera religión para promover la ciencia y hacer progresar la educación.
   
Pero el laicismo no es el único autor de todas estas ventajas recientes en la expansión del modo de vivir. Detrás de los logros del siglo veinte están no solamente la ciencia y el laicismo, sino también los efectos espirituales no reconocidos ni admitidos de la vida y las enseñanzas de Jesús de Nazaret.
   
Sin Dios, sin religión, el laicismo científico nunca podrá coordinar sus fuerzas, ni armonizar sus intereses, razas y nacionalismos divergentes y rivales. A pesar de sus logros materialistas incomparables, esta sociedad humana laicista se está desintegrando lentamente. La principal fuerza de cohesión que se resiste a esta desintegración de antagonismos es el nacionalismo. Y el nacionalismo es el obstáculo principal para la paz mundial.
   
La debilidad inherente al laicismo consiste en que desecha la ética y la religión a favor de la política y del poder. Es simplemente imposible establecer la fraternidad de los hombres cuando se ignora o se niega la paternidad de Dios.
   
El optimismo laico en materia social y política es una ilusión. Sin Dios, ni la independencia y la libertad, ni los bienes y la riqueza conducirán a la paz.
   
La secularización completa de la ciencia, la educación, la industria y la sociedad sólo pueden conducir al desastre. Durante el primer tercio del siglo veinte, los urantianos han matado a más seres humanos que durante toda la dispensación cristiana hasta ese momento. Y éste sólo es el principio de la espantosa cosecha del materialismo y del laicismo; una destrucción aún más terrible está todavía por venir.

viernes, 11 de noviembre de 2016

La vulnerabilidad del materialismo

Qué insensatez la del hombre con mentalidad materialista cuando permite que unas teorías tan vulnerables como las de un universo mecanicista le priven de los enormes recursos espirituales de la experiencia personal de la verdadera religión. Los hechos nunca están reñidos con la auténtica fe espiritual; las teorías sí pueden estarlo. La ciencia haría mejor en dedicarse a destruir la superstición, en lugar de intentar aniquilar la fe religiosa —la creencia humana en las realidades espirituales y los valores divinos.
   
La ciencia debería hacer materialmente por el hombre lo que la religión hace espiritualmente por él: ampliar el horizonte de la vida y engrandecer su personalidad. La verdadera ciencia no puede tener ninguna discrepancia duradera con la verdadera religión. El «método científico» es simplemente una vara intelectual para medir las aventuras materiales y los logros físicos. Pero como es material y enteramente intelectual, es totalmente inútil para evaluar las realidades espirituales y las experiencias religiosas.
   
La contradicción del mecanicista moderno es la siguiente: Si este universo fuera simplemente material y el hombre sólo fuera una máquina, ese hombre sería enteramente incapaz de reconocerse como tal máquina; además, un hombre-máquina así sería totalmente inconsciente del hecho de que existe dicho universo material. El desaliento y la desesperación materialista de una ciencia mecanicista no han logrado reconocer el hecho de que la mente del científico está habitada por el espíritu, aunque la perspicacia supermaterial del científico es precisamente la que formula estos conceptos erróneos y contradictorios en sí mismos de un universo materialista.
   
Los valores paradisiacos de eternidad e infinidad, de verdad, belleza y bondad, están escondidos dentro de los hechos de los fenómenos de los universos del tiempo y del espacio. Pero es necesario el ojo de la fe de un mortal nacido del espíritu para detectar y discernir estos valores espirituales.
   
Las realidades y los valores del progreso espiritual no son una «proyección psicológica» —un simple sueño despierto y glorificado de la mente material. Estas cosas son las previsiones espirituales del Ajustador interior, del espíritu de Dios que vive en la mente del hombre. No dejéis que vuestros escarceos en los descubrimientos ligeramente vislumbrados de la «relatividad» alteren vuestros conceptos de la eternidad y de la infinidad de Dios. Y en todas vuestras tentativas relacionadas con la necesidad de expresaros, no cometáis el error de omitir la expresión del Ajustador, la manifestación de vuestro yo real y mejor.
  Si este universo sólo fuera material, el hombre material nunca sería capaz de llegar al concepto del carácter mecanicista de una existencia tan exclusivamente material. Este mismo concepto mecanicista del universo es, en sí mismo, un fenómeno no material de la mente, y toda mente es de origen no material, por mucho que pueda dar la impresión de estar condicionada materialmente y controlada mecánicamente.
   
El mecanismo mental parcialmente evolucionado del hombre mortal no está muy dotado de coherencia ni de sabiduría. La presunción del hombre sobrepasa a menudo su razón y elude su lógica.
   
El mismo pesimismo del materialista más pesimista es, en sí y por sí mismo, una prueba suficiente de que el universo del pesimista no es totalmente material. Tanto el optimismo como el pesimismo son unas reacciones conceptuales que se producen en una mente que es consciente de los valores así como de los hechos. Si el universo fuera realmente lo que el materialista considera que es, entonces el hombre, como máquina humana, estaría privado de todo reconocimiento consciente de ese mismo hecho. Sin la conciencia del concepto de los valores dentro de la mente nacida del espíritu, el hombre no podría reconocer de ninguna manera el hecho del materialismo universal ni los fenómenos mecanicistas de la acción del universo. Una máquina no puede ser consciente de la naturaleza ni del valor de otra máquina.
   
Una filosofía mecanicista de la vida y del universo no puede ser científica, porque la ciencia sólo reconoce y trata de los objetos materiales y de los hechos. La filosofía es inevitablemente supercientífica. El hombre es un hecho material de la naturaleza, pero su vida es un fenómeno que trasciende los niveles materiales de la naturaleza, porque manifiesta los atributos controladores de la mente y las cualidades creativas del espíritu.
   
El esfuerzo sincero del hombre por volverse mecanicista representa el fenómeno trágico del empeño inútil de ese hombre por suicidarse intelectual y moralmente. Pero no puede conseguirlo.
   
Si el universo sólo fuera material y el hombre solamente una máquina, no existiría ninguna ciencia que animara al científico a postular esta mecanización del universo. Las máquinas no pueden medirse, clasificarse ni evaluarse a sí mismas. Esta tarea científica sólo podría ejecutarla una entidad con estatus de supermáquina.
   
Si la realidad del universo no es más que una inmensa máquina, entonces el hombre debe estar fuera del universo y separado de él para poder reconocer este hecho y ser consciente de la perspicacia de esta evaluación.
   
Si el hombre sólo es una máquina, ¿qué técnica utiliza para llegar a creer o a pretender saber que sólo es una máquina? La experiencia de evaluarse conscientemente a sí mismo nunca es atributo de una simple máquina. Un mecanicista declarado y consciente de sí mismo es la mejor respuesta posible al mecanismo. Si el materialismo fuera un hecho, no podría existir ningún mecanicista consciente de sí mismo. También es cierto que primero hay que ser una persona moral antes de poder realizar actos inmorales.
   
La pretensión misma del materialismo implica una conciencia supermaterial de la mente que se atreve a afirmar tales dogmas. Un mecanismo puede deteriorarse, pero nunca puede progresar. Las máquinas no piensan, ni crean, ni sueñan, ni aspiran a algo, ni idealizan, ni tienen hambre de verdad o sed de rectitud. No motivan su vida con la pasión de servir a otras máquinas y escoger como meta de su progreso eterno la sublime tarea de encontrar a Dios y de esforzarse en ser como él. Las máquinas nunca son intelectuales, emotivas, estéticas, éticas, morales ni espirituales.
   
El arte prueba que el hombre no es mecánico, pero no prueba que sea espiritualmente inmortal. El arte es la morontia humana, el terreno intermedio entre el hombre material y el hombre espiritual. La poesía es un esfuerzo por huir de las realidades materiales hacia los valores espirituales.
   
En una civilización elevada, el arte humaniza a la ciencia, y es espiritualizado a su vez por la verdadera religión —la comprensión de los valores espirituales y eternos. El arte representa la evaluación humana y espacio-temporal de la realidad. La religión es el abrazo divino de los valores cósmicos y conlleva un progreso eterno en la ascensión y la expansión espirituales. El arte temporal sólo es peligroso cuando se vuelve ciego a los modelos espirituales de los arquetipos divinos que la eternidad refleja como sombras temporales de la realidad. El arte verdadero es la manipulación eficaz de las cosas materiales de la vida; la religión es la transformación ennoblecedora de los hechos materiales de la vida, y nunca deja de evaluar el arte en el sentido espiritual.
   
¡Cuán insensato es suponer que un autómata pueda concebir una filosofía del automatismo, y cuán ridículo es creer que podría formarse un concepto así de otros compañeros autómatas!
   
Cualquier interpretación científica del universo material carece de valor a menos que asegure un debido reconocimiento al científico. Ninguna apreciación del arte es auténtica a menos que conceda un reconocimiento al artista. Ninguna evaluación de la moral es válida a menos que incluya al moralista. Ningún reconocimiento de la filosofía es edificante si ignora al filósofo, y la religión no puede existir sin la experiencia real de la persona religiosa que, en esta experiencia misma y a través de ella, intenta encontrar a Dios y conocerlo. Del mismo modo, el universo de universos carece de trascendencia separado del YO SOY, el Dios infinito que lo ha hecho y lo gobierna sin cesar.
   
Los mecanicistas —los humanistas— tienden a ir a la deriva con las corrientes materiales. Los idealistas y los espiritualistas se atreven a utilizar sus remos con inteligencia y vigor a fin de modificar el curso, en apariencia puramente material, de las corrientes de energía.
   
La ciencia vive gracias a las matemáticas de la mente; la música expresa el ritmo de las emociones. La religión es el ritmo espiritual del alma, en armonía espacio-temporal con las medidas melódicas superiores y eternas de la Infinidad. La experiencia religiosa es algo verdaderamente supermatemático en la vida humana.
   
En el lenguaje, el alfabeto representa el mecanismo del materialismo, mientras que las palabras que expresan el significado de mil pensamientos, grandes ideas y nobles ideales —de amor y de odio, de cobardía y de valor— representan las actuaciones de la mente dentro del alcance definido por la ley tanto material como espiritual, unas actuaciones dirigidas por la afirmación de la voluntad de la personalidad, y limitadas por la dotación inherente a la situación.
   
El universo no se parece a las leyes, los mecanismos y las constantes que descubre el científico, y que llega a considerar como ciencia, sino que se parece más bien al científico curioso que piensa, escoge, crea, combina y discrimina, que observa así los fenómenos del universo y clasifica los hechos matemáticos inherentes a las fases mecanicistas del aspecto material de la creación. El universo tampoco se parece al arte del artista, sino más bien al artista que se esfuerza, sueña, aspira, progresa e intenta trascender el mundo de las cosas materiales, en un esfuerzo por alcanzar una meta espiritual.
   
Es el científico, y no la ciencia, el que percibe la realidad de un universo de energía y materia en evolución y progreso. Es el artista, y no el arte, el que demuestra la existencia del mundo morontial transitorio interpuesto entre la existencia material y la libertad espiritual. Es la persona religiosa, y no la religión, la que prueba la existencia de las realidades del espíritu y de los valores divinos que se habrán de encontrar durante el progreso en la eternidad.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

El materialismo

Los científicos han precipitado involuntariamente a la humanidad hacia un pánico materialista; han desencadenado un asedio irreflexivo al banco moral de los siglos, pero este banco de la experiencia humana tiene enormes recursos espirituales; puede soportar las demandas que se le hagan. Sólo los hombres irreflexivos se dejan llevar por el pánico con respecto a los activos espirituales de la raza humana. Cuando el pánico laico-materialista haya pasado, la religión de Jesús no se encontrará en bancarrota. El banco espiritual del reino de los cielos pagará con fe, esperanza y seguridad moral a todos los que recurran a él «en Su nombre».
   
Cualquiera que sea el conflicto aparente entre el materialismo y las enseñanzas de Jesús, podéis estar seguros de que las enseñanzas del Maestro triunfarán plenamente en las eras por venir. En realidad, la verdadera religión no puede meterse en ninguna controversia con la ciencia, pues no se ocupa en absoluto de las cosas materiales. A la religión, la ciencia le resulta sencillamente indiferente, aunque es comprensiva con ella, mientras que se interesa supremamente por el científico.
   
La búsqueda del simple conocimiento, sin la interpretación concomitante de la sabiduría y la perspicacia espiritual de la experiencia religiosa, conduce finalmente al pesimismo y a la desesperación humana. Un conocimiento limitado es realmente desconcertante.
   
En el momento de escribir este documento, lo peor de la era materialista ha pasado; ya está empezando a despuntar el día de una mejor comprensión. Las mejores mentes del mundo científico han dejado de tener una filosofía totalmente materialista, pero la gente común y corriente se inclina todavía en esa dirección a consecuencia de las enseñanzas anteriores. Pero esta era de realismo físico sólo es un episodio transitorio en la vida del hombre en la Tierra. La ciencia moderna ha dejado intacta a la verdadera religión —las enseñanzas de Jesús tal como se traducen en la vida de sus creyentes. Todo lo que la ciencia ha hecho es destruir las ilusiones infantiles de las falsas interpretaciones de la vida.

  En lo que se refiere a la vida del hombre en la Tierra, la ciencia es una experiencia cuantitativa y la religión una experiencia cualitativa. La ciencia se ocupa de los fenómenos; la religión, de los orígenes, los valores y las metas. Indicar que las causas son una explicación de los fenómenos físicos equivale a confesar que se ignoran los factores últimos, y al final sólo conduce al científico directamente de vuelta a la gran causa primera —al Padre Universal del Paraíso.
   
El paso violento de una era de milagros a una era de máquinas ha resultado ser enteramente perturbador para el hombre. El ingenio y la habilidad de las falsas filosofías mecanicistas desmienten sus mismas opiniones mecanicistas. La agilidad fatalista de la mente de un materialista contradice para siempre sus afirmaciones de que el universo es un fenómeno energético ciego y carente de finalidad.
   
Tanto el naturalismo mecanicista de algunos hombres supuestamente instruidos como el laicismo irreflexivo del hombre de la calle se ocupan exclusivamente de cosas; están desprovistos de todo verdadero valor, sanción y satisfacción de naturaleza espiritual, y también están exentos de fe, de esperanza y de seguridades eternas. Uno de los grandes problemas de la vida moderna es que el hombre se cree demasiado ocupado como para encontrar tiempo para la meditación espiritual y la devoción religiosa.
   
El materialismo reduce al hombre a un estado de autómata sin alma, y lo convierte en un simple símbolo aritmético que ocupa un lugar impotente en la fórmula matemática de un universo realista y mecanicista. Pero, ¿de dónde viene todo este inmenso universo de matemáticas, sin un Maestro Matemático? La ciencia puede discurrir sobre la conservación de la materia, pero la religión valida la conservación del alma de los hombres —se ocupa de su experiencia con las realidades espirituales y los valores eternos.
   
El sociólogo materialista de hoy examina una comunidad, hace un informe sobre ella y deja a la gente tal como las encontró. Hace mil novecientos años, unos galileos ignorantes observaron a Jesús dar su vida como aportación espiritual a la experiencia interior del hombre, y luego salieron y pusieron boca abajo todo el imperio romano.
   
Pero los dirigentes religiosos cometen un grave error cuando intentan llamar al hombre moderno a la lucha espiritual al son de las trompetas de la Edad Media. La religión debe proveerse de lemas nuevos y actualizados. Ni la democracia ni ninguna otra panacea política podrán reemplazar el progreso espiritual. Las falsas religiones pueden representar una evasión de la realidad, pero Jesús, en su evangelio, puso al hombre mortal en la entrada misma de una realidad eterna de progreso espiritual.
   
Decir que la mente «surgió» de la materia no explica nada. Si el universo fuera simplemente un mecanismo y la mente fuera inseparable de la materia, nunca tendríamos dos interpretaciones diferentes de cualquier fenómeno observado. Los conceptos de la verdad, la belleza y la bondad no son inherentes ni a la física ni a la química. Una máquina no puede conocer, y mucho menos conocer la verdad, tener hambre de rectitud y apreciar la bondad.
   
La ciencia puede ser física, pero la mente del científico que discierne la verdad es al mismo tiempo supermaterial. La materia no conoce la verdad, ni puede amar la misericordia ni deleitarse con las realidades espirituales. Las convicciones morales basadas en la iluminación espiritual y arraigadas en la experiencia humana son tan reales y seguras como las deducciones matemáticas basadas en las observaciones físicas, pero se encuentran en un nivel diferente y más elevado.
   
Si los hombres sólo fueran unas máquinas, reaccionarían de manera más o menos uniforme a un universo material. No existiría la individualidad, y mucho menos la personalidad.
   
El hecho del mecanismo absoluto del Paraíso en el centro del universo de universos, en presencia de la volición incondicionada de la Fuente-Centro Segunda, asegura para siempre que los determinantes no son la ley exclusiva del cosmos. El materialismo está ahí, pero no es exclusivo; el mecanismo está ahí, pero no es incondicionado; el determinismo está ahí, pero no está solo.
   
El universo finito de la materia se volvería finalmente uniforme y determinista si no fuera por la presencia combinada de la mente y el espíritu. La influencia de la mente cósmica inyecta constantemente espontaneidad incluso en los mundos materiales.
   
En cualquier aspecto de la existencia, la libertad o la iniciativa es directamente proporcional al grado de influencia espiritual y de control de la mente cósmica; es decir, en la experiencia humana, al grado en que se hace realmente «la voluntad del Padre». Así pues, una vez que habéis empezado a descubrir a Dios, ésta es la prueba decisiva de que Dios ya os ha encontrado.
   
La búsqueda sincera de la bondad, la belleza y la verdad conduce a Dios. Y todo descubrimiento científico demuestra la existencia tanto de la libertad como de la uniformidad en el universo. El descubridor era libre de hacer su descubrimiento. La cosa descubierta es real y aparentemente uniforme, pues de otro modo no hubiera podido ser conocida como cosa.

sábado, 5 de noviembre de 2016

El problema moderno

El siglo veinte ha traído al cristianismo y a todas las demás religiones unos nuevos problemas que tienen que resolver. Cuanto más se eleva una civilización, mayor es el deber que tiene el hombre de «buscar primero las realidades del cielo» en todos sus esfuerzos por estabilizar la sociedad y facilitar la solución de sus problemas materiales.
   
La verdad se vuelve a veces confusa e incluso engañosa cuando es fragmentada, segregada, aislada y analizada con exceso. La verdad viviente sólo enseña bien al buscador de la verdad cuando es abrazada en su totalidad y como una realidad espiritual viviente, no como un hecho de la ciencia material o una inspiración de un arte intermedio.
   
La religión es la revelación al hombre de su destino divino y eterno. La religión es una experiencia puramente personal y espiritual, y siempre se debe diferenciar de las otras formas elevadas de pensamiento humano, tales como:
   
1. La actitud lógica hacia las cosas de la realidad material.
   
2. La apreciación estética de la belleza, en contraste con la fealdad.
   
3. El reconocimiento ético de las obligaciones sociales y del deber político.
   
4. Incluso el sentido de la moral humana, en sí mismo y por sí mismo, no es religioso.
   
La religión está destinada a encontrar en el universo aquellos valores que inspiran la fe, la confianza y la seguridad; la religión culmina en la adoración. La religión descubre para el alma aquellos valores supremos que contrastan con los valores relativos descubiertos por la mente. Esta perspicacia sobrehumana sólo se puede obtener mediante una experiencia religiosa auténtica.
   
Mantener un sistema social duradero sin una moral basada en las realidades espirituales es igual de imposible que mantener el sistema solar sin la gravedad.
   No intentéis satisfacer la curiosidad o contentar todas las aventuras latentes que surgen dentro del alma, en una corta vida en la carne. ¡Tened paciencia! No caigáis en la tentación de zambulliros de manera desordenada en aventuras baratas y sórdidas. Aprovechad vuestras energías y refrenad vuestras pasiones; permaneced tranquilos mientras esperáis el desarrollo majestuoso de una carrera sin fin de aventuras progresivas y de descubrimientos emocionantes.
   
En la confusión sobre el origen del hombre, no perdáis de vista su destino eterno. No olvidéis que Jesús amaba incluso a los niños pequeños, y que indicó claramente para siempre el gran valor de la personalidad humana.
   
Al observar el mundo, recordad que las manchas oscuras de maldad que veis resaltan sobre un fondo blanco de bondad última. No observáis unas simples manchas blancas de bondad que destacan pobremente sobre un fondo oscuro de maldad.
   
Puesto que hay tantas verdades buenas que publicar y proclamar, ¿por qué los hombres habrían de hacer tanto hincapié en el mal que hay en el mundo, simplemente porque el mal parece ser un hecho? Los encantos de los valores espirituales de la verdad son más agradables y edificantes que el fenómeno del mal.
   
En religión, Jesús defendió y siguió el método de la experiencia, al igual que la ciencia moderna utiliza la técnica experimental. Encontramos a Dios mediante las directrices de la perspicacia espiritual, pero nos acercamos a esta perspicacia del alma mediante el amor de lo bello, la búsqueda de la verdad, la fidelidad al deber y la adoración de la bondad divina. Pero de todos estos valores, el amor es el verdadero guía que conduce a la perspicacia auténtica.

jueves, 3 de noviembre de 2016

La edad de las tinieblas en Europa

Como la iglesia era una agregada de la sociedad y la aliada de la política, estaba destinada a compartir la decadencia intelectual y espiritual de la llamada «edad de las tinieblas» en Europa. Durante este período, la religión se volvió cada vez más monástica, ascética y legalizada. En un sentido espiritual, el cristianismo estaba en hibernación. Durante todo este período existió, al lado de esta religión adormecida y secularizada, una corriente continua de misticismo, una experiencia espiritual fantástica que rayaba en la irrealidad y filosóficamente similar al panteísmo.
   
Durante estos siglos sombríos y desesperantes, la religión volvió a ser prácticamente de segunda mano. El individuo se encontraba casi perdido ante la autoridad, la tradición y el dictado de una iglesia que lo eclipsaba todo. Una nueva amenaza espiritual surgió con la creación de una constelación de «santos» que se suponía tenían una influencia especial en los tribunales divinos y que, por consiguiente, si se recurría eficazmente a ellos, podían interceder ante los Dioses a favor de los hombres.
    
Aunque era impotente para detener la edad de las tinieblas que se aproximaba, el cristianismo estaba suficientemente socializado y paganizado como para encontrarse mejor preparado para sobrevivir a este largo período de tinieblas morales y de estancamiento espiritual. Siguió viviendo durante la larga noche de la civilización occidental y aún desempeñaba su función como influencia moral en el mundo en los albores del renacimiento. Después de atravesar la edad de las tinieblas, la rehabilitación del cristianismo se tradujo en la aparición de numerosas sectas de enseñanzas cristianas, cuyas creencias estaban adaptadas a unos tipos especiales —intelectuales, emocionales y espirituales— de personalidades humanas. Muchos de estos grupos cristianos especiales, o familias religiosas, continúan existiendo en el momento de efectuar esta presentación.
   
El cristianismo muestra en su historia que tuvo su origen en la transformación no intencionada de la religión de Jesús en una religión acerca de Jesús. Además, su historia indica que experimentó la helenización, la paganización, la secularización, la institucionalización, el deterioro intelectual, la decadencia espiritual, la hibernación moral, la amenaza de extinción, el rejuvenecimiento posterior, la fragmentación y una rehabilitación relativa más reciente. Este historial indica una vitalidad inherente y la posesión de inmensos recursos de recuperación. Y este mismo cristianismo está ahora presente en el mundo civilizado de los pueblos occidentales, haciendo frente a una lucha por la existencia que es aún más inquietante que aquellas crisis memorables que caracterizaron sus pasadas batallas por conseguir el dominio.
   
La religión se enfrenta ahora con el desafío de una nueva era de mentalidad científica y de tendencias materialistas. En este conflicto gigantesco entre lo secular y lo espiritual, la religión de Jesús acabará por triunfar.