«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

domingo, 1 de abril de 2018

La religión de Jesús.

Tal vez algún día ocurra una Reforma de la iglesia cristiana tan profunda como para producir el regreso a las enseñanzas religiosas no modificadas de Jesús, el autor y acabador de nuestra fe. Podéis predicar una religión sobre Jesús, pero, por fuerza, debéis vivir la religión de Jesús. En el entusiasmo de Pentecostés, Pedro inintencionalmente inauguró una nueva religión, la religión del Cristo resucitado y glorificado. El apóstol Pablo más adelante transformó este nuevo evangelio en el cristianismo, una religión que abarca las opiniones teológicas de Pablo e ilustra su experiencia personal con el Jesús del camino a Damasco. El evangelio del reino está fundado en la experiencia religiosa personal de Jesús de Galilea; el cristianismo se basa casi exclusivamente en la experiencia religiosa personal del apóstol Pablo. Casi todo el Nuevo Testamento está dedicado, no a ilustrar la significativa e inspiradora vida religiosa de Jesús, sino más bien a exponer la experiencia religiosa de Pablo y a explicar sus convicciones religiosas personales. Las únicas excepciones notables a esta declaración, además de ciertas porciones de Mateo, Marcos y Lucas, son, el Libro de los Hebreos y la Epístola de Santiago. Aun Pedro, en sus escritos, sólo una vez se refirió a la vida personal religiosa de su Maestro. El Nuevo Testamento es un extraordinario documento cristiano, pero es sólo ligeramente jesuístico.
      
La vida de Jesús en la carne ilustra el crecimiento religioso trascendental partiendo de las ideas primitivas de temor y reverencia humana hasta los años de comunión espiritual personal y hasta finalmente llegar a ese estado avanzado y exaltado de la conciencia de su unidad con el Padre. Así, en una corta vida, Jesús atravesó esa experiencia de progresión religiosa espiritual que el hombre comienza en la tierra y generalmente alcanza tan sólo cuando termina su largo paso por las escuelas de capacitación espiritual de los niveles sucesivos de la carrera preparaíso. Jesús progresó desde la conciencia puramente humana de las certezas de fe de la experiencia religiosa personal a las alturas espirituales sublimes de la comprensión positiva de su naturaleza divina y de la conciencia de su asociación estrecha con el Padre Universal en el gobierno de un universo. Progresó del humilde estado de dependencia mortal que le llevó espontáneamente a decir al que le llamó Buen Instructor, «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino Dios», a la conciencia sublime de divinidad alcanzada que le condujo a exclamar: «¿Quién entre vosotros me condena de pecado?» Esta ascensión progresiva de lo humano a lo divino fue exclusivamente un logro mortal. Y cuando así alcanzó él la divinidad, él seguía siendo el mismo Jesús humano, el Hijo del Hombre así como también el Hijo de Dios.
      
Marcos, Mateo y Lucas retienen algunos aspectos del Jesús humano, empeñado en la lucha soberbia por discernir la voluntad divina y hacer esa voluntad. Juan retrata a un Jesús triunfador, que pasa por la tierra, plenamente consciente de su divinidad. El gran error de los que han estudiado la vida del Maestro, es que algunos le han concebido como enteramente humano, mientras que otros han discurrido en él como exclusivamente divino. A lo largo de toda esta experiencia, él fue verdaderamente tanto humano como divino, aun como todavía lo es.

Pero el error más grande se cometió cuando, aunque se reconocía que el Jesús humano tenía una religión, el Jesús divino (Cristo) se convirtió, prácticamente de la noche a la mañana, en una religión. El cristianismo de Pablo aseguró la veneración del Cristo divino, pero perdió de vista casi completamente al Jesús humano de Galilea, luchador y valiente, quien, por el valor de su fe personal religiosa y el heroísmo de su Ajustador residente, ascendió de los niveles bajos de la humanidad hasta hacerse uno con la divinidad, convirtiéndose así en el nuevo camino vivo por el cual todos los mortales podrán elevarse de la humanidad a la divinidad. Los mortales en todas las etapas de la espiritualidad y en todos los mundos pueden encontrar en la vida personal de Jesús lo que fortalece e inspira para su progreso desde los niveles espirituales más bajos a los más altos valores divinos, desde el comienzo hasta el fin de toda la experiencia personal religiosa.
      
En el momento de la escritura del Nuevo Testamento, los autores no sólo creían con toda profundidad en la divinidad del Cristo resucitado, sino que también creían devota y sinceramente en su retorno inmediato a la tierra para consumar el reino celestial. Esta poderosa fe en el retorno inmediato del Señor fue en gran parte responsable de la omisión de aquellas referencias que retrataban las experiencias y atributos puramente humanos del Maestro en los escritos de la época. Todo el movimiento cristiano fue abandonando la imagen humana del Jesús de Nazaret, en favor de la exaltación del Cristo resucitado, el Señor Jesucristo glorificado, que pronto retornaría.
     
Jesús fundó la religión de la experiencia personal al hacer la voluntad de Dios y servir a la hermandad humana; Pablo fundó una religión cuyo objeto de adoración fue el Jesús glorificado, y la hermandad estuvo constituida por los compañeros creyentes en el Cristo divino. En el autootorgamiento de Jesús estos dos conceptos eran potenciales en su vida divino-humana, y es en verdad una pena que estos seguidores no lograron crear una religión unificada capaz de reconocer adecuadamente tanto la naturaleza humana como la naturaleza divina del Maestro, tal cual estuvieron vinculadas inseparablemente en su vida terrenal y tan gloriosamente establecidas en el evangelio original del reino.
      
No tanto os impresionaríais ni os perturbaríais por algunas de las declaraciones más enérgicas de Jesús si tan sólo pudierais recordar que él fue el religionista más sincero y devoto del mundo. Fue un mortal totalmente consagrado, incondicionalmente dedicado a hacer la voluntad de su Padre. Muchos de sus refranes aparentemente duros fueron más una confesión personal de fe y un juramento de devoción que admoniciones para sus seguidores. Esta misma singularidad de propósito y devoción altruista le permitió efectuar un progreso tan extraordinario en la conquista de su mente humana en una corta vida. Muchas de sus declaraciones deben ser consideradas más como una confesión de lo que él exigía de sí mismo que como demandas a sus seguidores. En su devoción a la causa del reino, Jesús acabó con todo lo suyo; lo sacrificó todo por hacer la voluntad de su Padre.
      
Jesús bendijo a los pobres porque generalmente eran sinceros y píos; condenó a los ricos, porque estos usualmente eran embusteros y irreligiosos. Del mismo modo condenaría él al pobre irreligioso y alabaría al pudiente consagrado y venerante.
      
Jesús guió a los hombres a que se sintieran en el mundo como en su propia casa; los liberó de la esclavitud de los tabús y les enseñó que el mundo no es fundamentalmente malo. No anhelaba escapar de su vida terrenal; dominó la técnica de hacer la voluntad del Padre aceptablemente mientras estaba en la carne. Alcanzó una vida religiosa idealista en medio de un mundo realista. Jesús no compartía la opinión pesimista de Pablo sobre la humanidad. El Maestro consideraba a los hombres como hijos de Dios y anticipaba un futuro magnífico y eterno para los que eligieran la sobrevivencia. No era un escéptico moral; consideraba al hombre en forma positiva, no negativa. Veía a la mayoría de los hombres más como débiles que como malvados, más confundidos que depravados. Pero fuera cual fuese su estado, ellos eran hijos de Dios y sus hermanos.
      
Enseñó a los hombres a que se asignaran un alto valor, en el tiempo y en la eternidad. Como Jesús asignaba a los hombres un alto valor, estaba dispuesto a invertir en un servicio sin pausa a la humanidad. Y fue este valor infinito de lo finito que hizo que la regla de oro fuera un factor vital de su religión. ¿Qué mortal puede dejar de sentirse elevado por la fe extraordinaria que Jesús tiene en él?
      
Jesús no ofreció reglas para el avance social; la suya fue una misión religiosa, y la religión es exclusivamente una experiencia individual. El propósito último del alcance más avanzado de la sociedad no trascenderá jamás a la hermandad jesuística de los hombres, basada en el reconocimiento de la paternidad de Dios. El ideal de todo alcance social tan sólo se puede realizar en el advenimiento de este reino divino.