Tal vez algún día ocurra una Reforma de la
iglesia cristiana tan profunda como para producir el regreso a las
enseñanzas religiosas no modificadas de Jesús, el autor y acabador de
nuestra fe. Podéis predicar una religión sobre Jesús, pero, por fuerza, debéis vivir la religión de
Jesús. En el entusiasmo de Pentecostés, Pedro inintencionalmente
inauguró una nueva religión, la religión del Cristo resucitado y
glorificado. El apóstol Pablo más adelante transformó este nuevo
evangelio en el cristianismo, una religión que abarca las opiniones
teológicas de Pablo e ilustra su experiencia personal con el
Jesús del camino a Damasco. El evangelio del reino está fundado en la
experiencia religiosa personal de Jesús de Galilea; el cristianismo se
basa casi exclusivamente en la experiencia religiosa personal del
apóstol Pablo. Casi todo el Nuevo Testamento está dedicado, no a
ilustrar la significativa e inspiradora vida religiosa de Jesús, sino
más bien a exponer la experiencia religiosa de Pablo y a explicar sus
convicciones religiosas personales. Las únicas excepciones notables a
esta declaración, además de ciertas porciones de Mateo, Marcos y Lucas,
son, el Libro de los Hebreos y la Epístola de Santiago. Aun Pedro, en
sus escritos, sólo una vez se refirió a la vida personal religiosa de su
Maestro. El Nuevo Testamento es un extraordinario documento cristiano,
pero es sólo ligeramente jesuístico.
La vida de Jesús en la carne ilustra el
crecimiento religioso trascendental partiendo de las ideas primitivas de
temor y reverencia humana hasta los años de comunión espiritual personal y hasta finalmente
llegar a ese estado avanzado y exaltado de la conciencia de su unidad
con el Padre. Así, en una corta vida, Jesús atravesó esa experiencia de
progresión religiosa espiritual que el hombre comienza en la tierra y
generalmente alcanza tan sólo cuando termina su largo paso por las
escuelas de capacitación espiritual de los niveles sucesivos de la
carrera preparaíso. Jesús progresó desde la conciencia puramente humana
de las certezas de fe de la experiencia religiosa personal a las alturas
espirituales sublimes de la comprensión positiva de su naturaleza
divina y de la conciencia de su asociación estrecha con el Padre
Universal en el gobierno de un universo. Progresó del humilde estado de
dependencia mortal que le llevó espontáneamente a decir al que le llamó
Buen Instructor, «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino Dios», a
la conciencia sublime de divinidad alcanzada que le condujo a exclamar:
«¿Quién entre vosotros me condena de pecado?» Esta ascensión progresiva
de lo humano a lo divino fue exclusivamente un logro mortal. Y cuando
así alcanzó él la divinidad, él seguía siendo el mismo Jesús humano, el
Hijo del Hombre así como también el Hijo de Dios.
Marcos, Mateo y Lucas retienen algunos
aspectos del Jesús humano, empeñado en la lucha soberbia por discernir
la voluntad divina y hacer esa voluntad. Juan retrata a un Jesús
triunfador, que pasa por la tierra, plenamente consciente de su
divinidad. El gran error de los que han estudiado la vida del Maestro,
es que algunos le han concebido como enteramente humano, mientras que
otros han discurrido en él como exclusivamente divino. A lo largo de
toda esta experiencia, él fue verdaderamente tanto humano como divino,
aun como todavía lo es.
Pero el error más grande se cometió cuando, aunque se reconocía que el Jesús humano tenía
una religión, el Jesús divino (Cristo) se convirtió, prácticamente de
la noche a la mañana, en una religión. El cristianismo de Pablo aseguró
la veneración del Cristo divino, pero perdió de vista casi completamente
al Jesús humano de Galilea, luchador y valiente, quien, por el valor de
su fe personal religiosa y el heroísmo de su Ajustador residente,
ascendió de los niveles bajos de la humanidad hasta hacerse uno con la
divinidad, convirtiéndose así en el nuevo camino vivo por el cual todos
los mortales podrán elevarse de la humanidad a la divinidad. Los
mortales en todas las etapas de la espiritualidad y en todos los mundos
pueden encontrar en la vida personal de Jesús lo que fortalece e inspira
para su progreso desde los niveles espirituales más bajos a los más
altos valores divinos, desde el comienzo hasta el fin de toda la
experiencia personal religiosa.
En el momento de la escritura del Nuevo
Testamento, los autores no sólo creían con toda profundidad en la
divinidad del Cristo resucitado, sino que también creían devota y
sinceramente en su retorno inmediato a la tierra para consumar el reino
celestial. Esta poderosa fe en el retorno inmediato del Señor fue en
gran parte responsable de la omisión de aquellas referencias que
retrataban las experiencias y atributos puramente humanos del Maestro en
los escritos de la época. Todo el movimiento cristiano fue abandonando
la imagen humana del Jesús de Nazaret, en favor de la exaltación del
Cristo resucitado, el Señor Jesucristo glorificado, que pronto
retornaría.
Jesús fundó la religión de la experiencia
personal al hacer la voluntad de Dios y servir a la hermandad humana;
Pablo fundó una religión cuyo objeto de adoración fue el Jesús
glorificado, y la hermandad estuvo constituida por los compañeros
creyentes en el Cristo divino. En el autootorgamiento de Jesús estos dos
conceptos eran potenciales en su vida divino-humana, y es en verdad una
pena que estos seguidores no lograron crear una religión unificada
capaz de reconocer adecuadamente tanto la naturaleza humana como la
naturaleza divina del Maestro, tal cual estuvieron vinculadas inseparablemente en su vida terrenal y tan gloriosamente establecidas en el evangelio original del reino.
No tanto os impresionaríais ni os
perturbaríais por algunas de las declaraciones más enérgicas de Jesús si
tan sólo pudierais recordar que él fue el religionista más sincero y
devoto del mundo. Fue un mortal totalmente consagrado,
incondicionalmente dedicado a hacer la voluntad de su Padre. Muchos de
sus refranes aparentemente duros fueron más una confesión personal de fe
y un juramento de devoción que admoniciones para sus seguidores. Esta
misma singularidad de propósito y devoción altruista le permitió
efectuar un progreso tan extraordinario en la conquista de su mente
humana en una corta vida. Muchas de sus declaraciones deben ser
consideradas más como una confesión de lo que él exigía de sí mismo que
como demandas a sus seguidores. En su devoción a la causa del reino,
Jesús acabó con todo lo suyo; lo sacrificó todo por hacer la voluntad de
su Padre.
Jesús bendijo a los pobres porque
generalmente eran sinceros y píos; condenó a los ricos, porque estos
usualmente eran embusteros y irreligiosos. Del mismo modo condenaría él
al pobre irreligioso y alabaría al pudiente consagrado y venerante.
Jesús guió a los hombres a que se sintieran
en el mundo como en su propia casa; los liberó de la esclavitud de los
tabús y les enseñó que el mundo no es fundamentalmente malo. No anhelaba
escapar de su vida terrenal; dominó la técnica de hacer la voluntad del
Padre aceptablemente mientras estaba en la carne. Alcanzó una vida
religiosa idealista en medio de un mundo realista. Jesús no compartía la
opinión pesimista de Pablo sobre la humanidad. El Maestro consideraba a
los hombres como hijos de Dios y anticipaba un futuro magnífico y
eterno para los que eligieran la sobrevivencia. No era un escéptico
moral; consideraba al hombre en forma positiva, no negativa. Veía a la
mayoría de los hombres más como débiles que como malvados, más
confundidos que depravados. Pero fuera cual fuese su estado, ellos eran
hijos de Dios y sus hermanos.
Enseñó a los hombres a que se asignaran un
alto valor, en el tiempo y en la eternidad. Como Jesús asignaba a los
hombres un alto valor, estaba dispuesto a invertir en un servicio sin
pausa a la humanidad. Y fue este valor infinito de lo finito que hizo
que la regla de oro fuera un factor vital de su religión. ¿Qué mortal
puede dejar de sentirse elevado por la fe extraordinaria que Jesús tiene
en él?
Jesús no ofreció reglas para el avance
social; la suya fue una misión religiosa, y la religión es
exclusivamente una experiencia individual. El propósito último del
alcance más avanzado de la sociedad no trascenderá jamás a la hermandad
jesuística de los hombres, basada en el reconocimiento de la paternidad
de Dios. El ideal de todo alcance social tan sólo se puede realizar en
el advenimiento de este reino divino.