«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

jueves, 30 de enero de 2014

El retorno de Micael.


De todas las enseñanzas del Maestro ninguna fase fue tan completamente tergiversada como esta promesa de volver alguna vez en persona a este mundo. No es extraño que Micael estuviera interesado en retornar alguna vez al planeta en el que había experimentado su séptimo y último autootorgamiento como mortal del reino. Es tan sólo natural creer que Jesús de Nazaret, ahora gobernante soberano de un vasto universo, se interesara por volver, no sólo una sino aun muchas veces, al mundo en el cual vivió una vida tan singular y finalmente ganó del Padre para sí mismo el don ilimitado de poder y autoridad universales. Urantia será eternamente una de las siete esferas de natividad de Micael en su proceso de ganar la soberanía universal.
    
Jesús, en numerosas ocasiones y a muchas personas, declaró su intención de retornar a este mundo. A medida que sus seguidores despertaron al hecho de que su Maestro no funcionaría como libertador temporal, y a medida que escucharon sus predicciones sobre la caída de Jerusalén y de la nación judía, comenzaron de la manera más natural a asociar su retorno prometido con estos eventos catastróficos. Pero cuando los ejércitos romanos arrasaron los muros de Jerusalén, destruyeron el templo y dispersaron a los judíos de Judea, y aún el Maestro no se había revelado en poder y gloria, sus seguidores comenzaron a formular la creencia que eventualmente asoció el segundo advenimiento de Cristo con el fin de la era, aun con el fin del mundo.
    
Jesús prometió hacer dos cosas después de haber ascendido al Padre, y una vez que hubiese sido puesto en sus manos todo el poder en el cielo y en la tierra. Prometió en primer término enviar al mundo, y en su lugar, a otro maestro, el Espíritu de la Verdad; y esto lo hizo el día de Pentecostés. En segundo lugar, prometió de la forma más certera a sus seguidores que alguna vez él volvería personalmente a este mundo. Pero no dijo cómo, dónde ni cuándo volvería a visitar este planeta de su experiencia autootorgadora en la carne. En una ocasión sugirió que, como el ojo de la carne le había contemplado mientras vivía aquí en la carne, a su retorno (por lo menos en una de sus posibles visitas) tan sólo sería el discernido por el ojo de la fe espiritual.
     
Muchos de nosotros tienden a creer que Jesús retornará a Urantia muchas veces durante las eras venideras. No tenemos su promesa específica de tal pluralidad de visitas, pero parece lo más probable que el que lleva entre sus títulos universales el de Príncipe Planetario de Urantia, visitará muchas veces al mundo cuya conquista le confirió tan singular título.
    
Creemos muy positivamente que Micael volverá en persona a Urantia, pero no tenemos la menor idea de cuándo ni de qué manera elegirá hacerlo. ¿Se producirá este segundo advenimiento sobre la tierra en conexión con el juicio terminal de esta era corriente, sea, o no sea, con la aparición asociada del Hijo Magisterial? ¿Vendrá en relación con la terminación de alguna era urantiana subsiguiente? ¿Vendrá sin anuncio y como evento aislado? No lo sabemos. De una sola cosa estamos seguros, y ésa es, que cuando él retorne, muy probablemente todo el mundo lo sabrá, porque vendrá como el gobernante supremo de un universo y no como un oscuro recién nacido en Belén. Pero si todos los ojos lo han de contemplar, y si tan sólo los ojos espirituales pueden discernir su presencia, mucho se postergará su advenimiento.
     
Por lo tanto haríais bien en desasociar el retorno personal del Maestro a la tierra de todo evento establecido o época fijada. Estamos seguros solamente de una cosa: Prometió que volvería. No tenemos idea alguna de cuándo cumplirá con su promesa ni en relación con qué. Por lo que sabemos, puede aparecer en la tierra en cualquier momento, y puede no aparecer hasta que no hayan pasado eras tras eras y todas hayan sido debidamente adjudicadas por sus Hijos asociados del cuerpo del Paraíso.
     
El segundo advenimiento de Micael a la tierra es un evento de enorme valor sentimental tanto para los seres intermedios como para los humanos; pero por otra parte no es de inmediata importancia para los seres intermedios ni de mayor importancia práctica para todos los seres humanos que el acontecimiento común de la muerte natural, que precipita tan repentinamente al hombre mortal en el abrazo inmediato de esa sucesión de acontecimientos universales que conduce directamente a la presencia de este mismo Jesús, el gobernante soberano de nuestro universo. Los hijos de la luz están destinados a verlo, y no es preocupación seria que vayamos nosotros a él o que acaso él primero venga a nosotros. Estad pues vosotros siempre listos para recibirlo en la tierra, así como él está siempre listo para recibiros en el cielo. Anticipamos con confianza su gloriosa aparición, aun sus venidas repetidas, pero nuestra ignorancia es total en cuanto a cómo, cuándo, o en relación con qué está destinado a aparecer.

domingo, 26 de enero de 2014

La conversación posterior en el campamento.

Mientras se reunían alrededor del fuego, unos veinte de ellos, Tomás preguntó: «Puesto que has de volver para terminar la obra del reino, ¿cuál debe ser nuestra actitud mientras tú estás lejos, ocupado en los asuntos de tu Padre?» Jesús, mirándolos a la luz de las llamas, respondió:
     
«Tomás, tú tampoco comprendes lo que yo he estado diciendo. ¿Acaso no te he enseñado todo este tiempo que tu relación con el reino es espiritual e individual, que es totalmente un asunto de experiencia personal en el espíritu, mediante la comprensión por la fe de que tú eres un hijo de Dios? ¿Qué más he de decir? La caída de las naciones, la derrota de los imperios, la destrucción de los judíos incrédulos, el fin de una era, aun el fin del mundo, ¿qué tienen que ver todas estas cosas con el que cree en el evangelio y que ha refugiado su vida al amparo del reino eterno? Vosotros que sois conocedores de Dios y creyentes en el evangelio, ya habéis recibido la certeza de la vida eterna. Puesto que vuestras vidas han sido vividas en el espíritu y para el Padre, nada puede ser una preocupación seria para vosotros. Los constructores del reino, los ciudadanos acreditados de los mundos celestiales, no se molestan por los altibajos temporales ni se perturban por los cataclismos terrestres. ¿Qué importancia tiene, para vosotros que creéis en este evangelio del reino, de que caigan las naciones, que termine la era, que todas las cosas visibles se destruyan? en vista de que sabéis que vuestra vida es el don del Hijo, y que está eternamente segura en el Padre. Habiendo vivido la vida temporal por la fe y habiendo rendido los frutos del espíritu en forma de la rectitud que se manifiesta en servicio amoroso para con vuestros semejantes, podéis contemplar con confianza el próximo paso en la carrera eterna, con la misma fe de sobrevivencia que os ha llevado a través de vuestra primera y terrenal aventura en la filiación con Dios.
     
«Cada generación de creyentes debe continuar su obra, en vista del posible retorno del Hijo del Hombre, exactamente como cada creyente lleva hacia adelante su obra de vida en vista de la muerte natural inevitable y siempre amenazante. Cuando te hayas establecido de una vez por la fe como hijo de Dios, ninguna otra cosa importa en cuanto a la certeza de la sobrevivencia. Pero, ¡no os equivoquéis! Esta fe de sobrevivencia es una fe viva, y cada vez manifiesta más frutos de ese divino espíritu que la inspirara en primer término en el corazón humano. El que hayáis aceptado cierta vez la filiación en el reino celestial, no os salva si persistentemente y de sabiendas rechazáis aquellas verdades que tienen que ver con la rendición progresiva de frutos espirituales de los hijos de Dios en la carne. Vosotros que habéis estado conmigo en los trabajos del Padre sobre la tierra aun ahora podéis desertar el reino si halláis que no amáis el camino del servicio del Padre para con la humanidad.
     
«Como individuos, y como generación de creyentes, oídme cuando os digo una parábola: Hubo cierta vez un gran hombre que, antes de partir para un largo viaje a otro país, llamó a todos sus siervos de confianza y les entregó sus bienes. A uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno. Y así sucesivamente a todo el grupo de mayordomos honrados le confió a cada uno sus bienes conforme a las varias habilidades de cada cual; y luego partió de viaje. Cuando su amo hubo partido, los siervos se pusieron a trabajar para hacer ganancias de la riqueza que él les había confiado. Inmediatamente el que había recibido cinco talentos fue y negoció con ellos y muy pronto ganó otros cinco talentos. Asimismo el que había recibido dos talentos poco después tenía dos más. Así pues todos los siervos lograron ganancias para su maestro excepto aquel que había recibido un solo talento. Él se fue por su cuenta y cavó un hoyo en la tierra y allí escondió el dinero de su señor. Dentro de poco el señor retornó inesperadamente y llamó a sus mayordomos para que le rindieran cuentas. Y cuando todos ellos fueron convocados ante su amo, el que había recibido los cinco talentos se adelantó con el dinero que se le había confiado y los cinco talentos adicionales, diciendo: `Señor, cinco talentos me entregaste para invertir, y me regocija entregarte otros cinco talentos de ganancia'. Y entonces el amo le dijo: `Bien hecho, mi buen y fiel siervo, sobre poco has sido fiel; ahora te nombraré mayordomo sobre muchas cosas; entra así en el gozo de tu señor'. Luego el que había recibido los dos talentos se adelantó diciendo: `Señor, dos talentos me entregaste; he aquí que yo he ganado otros dos talentos adicionales'. Su señor entonces le dijo: `Bien hecho, mi buen y fiel mayordomo; tú también has sido fiel sobre pocas cosas y ahora te pondré a cargo de muchas; entra en el gozo de tu señor'. Luego se presentó para rendir cuentas el que había recibido un talento. Este siervo se adelantó diciendo: `Señor, yo te conocía y me daba cuenta de que eras un hombre duro porque esperas ganancias sin haber trabajado personalmente; por lo cual tuve miedo de arriesgar lo que se me había confiado. Escondí en lugar seguro tu talento en la tierra; aquí está; aquí tienes lo que es tuyo'. Pero su amo respondió: `Tú eres un mayordomo indolente y holgazán. Por tus propias palabras tú confiesas que sabías que yo requeriría de ti una rendición de cuenta con una ganancia razonable, tal como tus diligentes semejantes me han rendido este día. Sabiendo esto, por lo menos debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses'. Entonces al mayordomo jefe este señor le dijo: `Quitadle pues este talento a este siervo que no piensa en la ganancia y dadlo al que tiene los diez talentos'.
    
«Al que tiene, más le será dado, y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, aun lo poco que tiene le será quitado. No podéis estaros quietos en los asuntos del reino eterno. Mi Padre requiere que todos sus hijos crezcan en la gracia y en el conocimiento de la verdad. Vosotros que conocéis estas verdades debéis rendir cada vez más los frutos del espíritu y manifestar una devoción creciente al servicio altruista de vuestros conservidores. Y recordad que, cuando ministréis aun al más humilde de mis hermanos, hacéis ese servicio para mí.
     
«Así pues deberíais proseguir en la obra de los asuntos del Padre, ahora y después, aun por siempre jamás. Continuad hasta que yo regrese. Haced fielmente lo que se os ha encomendado, así estaréis listos para el llamado de cuentas cuando la muerte os llegue. Habiendo vivido así para la gloria del Padre y la satisfacción del Hijo, entraréis con regocijo y enorme gozo al servicio eterno del reino sempiterno».
     
La verdad está viva; el espíritu de la verdad por siempre conduce a los hijos de la luz a nuevos dominios de realidad espiritual y servicio divino. No se os da la verdad para que la cristalicéis en formas establecidas, seguras y honradas. Vuestra revelación de la verdad tanto se ha de enaltecer al pasar por vuestra experiencia personal que se descubrirá nueva belleza y nuevos frutos espirituales ante todos los que contemplan vuestros frutos espirituales y por ello son conducidos a glorificar al Padre que está en el cielo. Sólo aquellos siervos fieles que crecen así en el conocimiento de la verdad, y que así desarrollan una capacidad de apreciación divina de las realidades espirituales, pueden esperar alguna vez «entrar plenamente en el gozo de su Señor». Qué triste visión para las generaciones sucesivas de los seguidores profesos de Jesús decir, refiriéndose a su mayordomía de la verdad divina: «Aquí, Maestro, está la verdad que tú nos confiaste cien o mil años atrás. Nada perdimos; hemos conservado fielmente todo lo que nos diste; no hemos permitido que se haga ningún cambio en lo que nos enseñaste; aquí está la verdad que tú nos diste». Pero este llamado concerniente a la indolencia espiritual no justifica al mayordomo de verdad vacío en la presencia del Maestro. De acuerdo con la verdad entregada a vuestras manos, el Maestro de la verdad requerirá una rendición de cuentas.
     
En el próximo mundo se os pedirá que deis cuenta de los dones y mayordomías de este mundo. Sean los talentos inherentes pocos o muchos, es necesario enfrentarse con una rendición de cuenta justa y misericordiosa. Si los dones se usan tan sólo en empresas egoístas y no se presta atención alguna a los deberes más altos de obtener mayores frutos del espíritu, tal como se manifiestan en el servicio de los hombres cada vez más extenso y en la adoración de Dios, tales mayordomos egoístas deben aceptar las consecuencias de su elección deliberada.
     
¡Cuán semejante a todos los mortales egoístas fue este siervo infiel con un solo talento por cuanto culpó directamente a su señor de su propia indolencia! ¡Cuánta tendencia tiene el hombre, cuando se enfrenta con su propio fracaso, a culpar a otros, muchas veces a los que menos se lo merecen!
     
Dijo Jesús esa noche al dirigirse ellos a su reposo: «Libremente habéis recibido; por lo tanto, libremente debéis dar de la verdad del cielo, y esta verdad se multiplicará al ser dada, y se mostrará en una luz creciente de gracia salvadora, aun a medida que vosotros la ministráis».

miércoles, 22 de enero de 2014

El segundo advenimiento del maestro.

En varias ocasiones había hecho declaraciones Jesús que condujeron a sus oyentes a deducir que, aunque él intentaba dejar este mundo dentro de poco, retornaría con toda certeza para consumar la obra del reino celestial. A medida que crecía en sus seguidores el convencimiento de que él los iba a dejar, y después de haber partido él de este mundo, era natural que todos los creyentes se aferraran firmemente de estas promesas de retorno. La doctrina del segundo advenimiento de Cristo se incorporó de este modo en fecha temprana en las enseñanzas de los cristianos, y casi todas las generaciones subsiguientes de discípulos creyeron devotamente en esta verdad y esperaron con confianza su llegada.      

Si debían separarse de su Maestro e Instructor, tanto más estos primeros discípulos y apóstoles se aferraron a la promesa de su retorno, y no perdieron tiempo en asociar la destrucción prevista de Jerusalén con este segundo advenimiento prometido. Así continuaron interpretando sus palabras, a pesar de que, a lo largo de esta instrucción vespertina en el Monte de los Olivos, el Maestro puso particular cuidado en prevenir precisamente este error.
      
Respondiendo ulteriormente a la pregunta de Pedro, Jesús dijo: «¿Por qué persistís en considerar que el Hijo del Hombre se sentará en el trono de David y esperáis que se cumplan lo sueños materiales de los judíos? ¿Acaso no os he dicho en todos estos años que mi reino no es de este mundo? Las cosas que contempláis ahora a vuestros pies están llegando a su fin, pero éste será un nuevo comienzo del cual el evangelio del reino se expanderá a todo el mundo y esta salvación será para todos los pueblos. Cuando el reino haya llegado a su fruto pleno, estad seguros de que el Padre en el cielo no dejará de visitaros con una revelación ampliada de la verdad y con una enaltecida demostración de rectitud, aun como ya otorgó a este mundo a aquel que se convirtió en el príncipe de las tinieblas, y luego a Adán, que fue seguido por Melquisedek, y en estos días, el Hijo del Hombre. Así pues, mi Padre continuará manifestando su misericordia y mostrando su amor, aun a este mundo tenebroso y malvado. Así también yo, después que mi Padre me haya investido de todo poder y autoridad, continuaré siguiendo vuestra suerte y guiando los asuntos del reino mediante la presencia de mi espíritu que pronto será derramado sobre toda carne. Aunque así estaré presente con vosotros en espíritu, también os prometo que alguna vez volveré a este mundo, donde he vivido esta vida en la carne logrando la experiencia simultánea de revelar a Dios al hombre y conducir al hombre a Dios. Muy pronto debo abandonaros y emprender la obra que el Padre ha confiado en mis manos, pero seáis valerosos porque alguna vez retornaré. Mientras tanto, mi Espíritu de la Verdad de un universo os confortará y os guiará.
       
«Ahora me contempláis en debilidad y en la carne, pero cuando retorne, será con poder y en el espíritu. El ojo de la carne contempla al Hijo del Hombre en la carne, pero sólo el ojo del espíritu podrá contemplar al Hijo del Hombre glorificado por su Padre y apareciendo en la tierra en su propio nombre.
      
«Pero los tiempos de la reaparición del Hijo del Hombre tan sólo son conocidos en los concilios del Paraíso; ni siquiera los ángeles del cielo saben cuándo esto ocurrirá. Sin embargo, deberíais comprender que, cuando este evangelio del reino haya sido proclamado a todo el mundo para la salvación de todos los pueblos, y cuando la plenitud de la era haya acontecido, el Padre os enviará otro otorgamiento dispensacional, o si no, el Hijo del Hombre retornará para adjudicar la era.
      
«Ahora bien, en cuanto a las tribulaciones de Jerusalén, de las que os he hablado, no pasará esta generación hasta que se cumplan mis palabras; pero en cuanto a los tiempos del nuevo advenimiento del Hijo del Hombre, nadie en el cielo ni en la tierra puede presumir hablar. Pero conoced la maduración de una era; debéis estar alertas para discernir los signos de los tiempos. Sabéis que cuando ya la rama de la higuera está tierna y brotan sus hojas, el verano está cerca. Del mismo modo, cuando el mundo haya pasado el largo invierno de la mentalidad materialista y discernáis el advenimiento de la primavera espiritual de una nueva dispensación, sabréis que se acerca el verano de una nueva visitación.
      
«Pero, ¿cuál es el significado de esta enseñanza que tiene que ver con la venida de los Hijos de Dios? ¿Acaso no percibís que, cuando cada uno de vosotros sea llamado a abandonar la lucha de la vida y transponer la puerta de la muerte, estaréis en la inmediata presencia de la justicia, y que estáis cara a cara ante el hecho de una nueva dispensación de servicio en el plan eterno del Padre infinito? A lo que el mundo entero debe de hecho enfrentarse al final de una era, vosotros, como individuos, debéis enfrentaros con certeza, como experiencia personal, cuando alcancéis el fin de vuestra vida natural y por ello debéis pasar y enfrentarte a las condiciones y demandas inherentes a la próxima revelación de la progresión eterna del reino del Padre».
      
De todos los discursos que pronunció el Maestro a sus apóstoles, ninguno resultó nunca tan confuso en la mente de ellos como éste, pronunciado ese martes al anochecer en el Monte de los Olivos, referente al doble tema de la destrucción de Jerusalén y del segundo advenimiento del Maestro. Hubo por lo tanto poco acuerdo entre los relatos escritos subsiguientes, basados en los recuerdos de lo que había dicho el Maestro en esta extraordinaria ocasión. Como quedaron muchas lagunas en lo que posteriormente fue escrito sobre lo dicho este martes por la noche, surgieron muchas tradiciones; y muy pronto, en el segundo siglo, un escrito apocalíptico judío sobre el Mesías, originado por un tal Selta, empleado en la corte del emperador Calígula, fue enteramente copiado en el Evangelio según Mateo y posteriormente agregado (en parte) a los registros de Marcos y Lucas. Fue en estos escritos de Selta en los que apareció la parábola de las diez vírgenes. Ninguna parte del escrito evangélico sufrió nunca de la tergiversación tan desconcertante como sufrieran las enseñanzas de esta noche. Pero el apóstol Juan nunca se confundió de esta manera.
      
Mientras estos trece hombres reanudaban su viaje hacia el campamento, estaban mudos y bajo gran tensión emocional. Judas había finalmente confirmado su decisión de abandonar a sus asociados. Era tarde cuando David Zebedeo, Juan Marcos, y varios de los discípulos principales recibieron a Jesús y a los doce en el nuevo campamento, pero los apóstoles no querían dormir; querían saber más sobre la destrucción de Jerusalén, la partida del Maestro y el fin del mundo.

domingo, 19 de enero de 2014

La destrucción de Jerusalén.

Al responder a la pregunta de Natanael, Jesús dijo: «Sí, os diré de los tiempos en que este pueblo habrá llenado la copa de su iniquidad; cuando la justicia caerá súbitamente sobre esta ciudad y sobre nuestros padres. Estoy a punto de dejaros; iré adonde el Padre. Después que os deje, prestad atención que ningún hombre os engañe, porque muchos vendrán como liberadores y conducirán a muchos por el camino equivocado. Cuando escuchéis de guerras y rumores de guerras, no os preocupéis, porque aunque estas cosas sucederán, el fin de Jerusalén aún no habrá llegado. No os perturbéis por la escasez y los terremotos; tampoco debéis preocuparos cuando se os entregue a las autoridades civiles y seáis perseguidos a causa del evangelio. Seréis expulsados de la sinagoga e iréis a la prisión por mí, y algunos de vosotros seréis matados. Cuando seáis llevados ante los gobernadores y los gobernantes, será para atestiguar vuestra fe y para mostrar vuestra firme fidelidad al evangelio del reino. Y cuando estéis ante la presencia de los jueces, no os pongáis ansiosos de antemano por lo que debáis decir porque el espíritu os enseñará en esa misma hora lo que debéis contestar a vuestros adversarios. En estos días de congoja, aun vuestros parientes, bajo el liderazgo de los que han rechazado al Hijo del Hombre, os entregarán a la prisión y a la muerte. Por un tiempo puede que todos los hombres os odien por mí, pero aun en estas persecuciones yo no os abandonaré; mi espíritu no os desertará. ¡Tened paciencia! No dudéis de que este evangelio del reino triunfará sobre todos los enemigos y finalmente será proclamado a todas las naciones».
      
Jesús hizo una pausa mientras contemplaba la ciudad. El Maestro se percataba de que el rechazo del concepto espiritual del Mesías, la determinación de aferrarse con persistencia y ciegamente a la misión material del libertador esperado, llevaría finalmente a los judíos a un conflicto directo con los poderosos ejércitos romanos, y que esa lucha tan sólo resultaría en la destrucción final y completa de la nación judía. Cuando su pueblo rechazó su autootorgamiento espiritual y se negó a recibir la luz del cielo que tan misericordiosamente brillaba sobre ellos, sellaron así su destino como pueblo independiente con una especial misión espiritual en la tierra. Aun los líderes judíos posteriormente reconocieron que fue esta idea secular del Mesías la que llevó directamente a la turbulencia que finalmente produjo su destrucción.
     
Puesto que Jerusalén sería la cuna del primitivo movimiento del evangelio, Jesús no quería que los maestros y predicadores de éste perecieran en la derrota terrible del pueblo judío en conexión con la destrucción de Jerusalén; por eso él dio estas instrucciones a sus seguidores. Mucho le preocupaba a Jesús que algunos de sus discípulos cayeran en las revueltas venideras y perecieran en la caída de Jerusalén.
     
Entonces preguntó Andrés: «Pero, Maestro, si la ciudad santa y el templo han de ser destruidos, y si tú no estarás aquí para guiarnos, ¿cuándo debemos abandonar Jerusalén?» Dijo Jesús: «Podéis permanecer en la ciudad después que yo me haya ido, aun a través de estos tiempos de congoja y persecución amarga, pero cuando veáis que Jerusalén está siendo rodeada por los ejércitos romanos después de la revuelta de los falsos profetas, entonces sabréis que su desolación está por llegar; entonces debéis huir a las montañas. Que nadie de los que están en la ciudad y a su alrededor se quede para tomar nada, y que nadie de los que están afuera se atreva a entrar. Habrá gran tribulación porque esos serán los días de la venganza gentil. Una vez que vosotros hayáis abandonado la ciudad, este pueblo desobediente caerá por la espada y será cautivo de todas las naciones; así destruirán los gentiles la ciudad de Jerusalén. Mientras tanto, os advierto, no os engañéis. Si alguien viene a vosotros diciendo: `Mirad, aquí está el Libertador', o `Mirad, allí está él', no le creáis, porque surgirán muchos falsos maestros y muchos serán conducidos por el camino erróneo; pero vosotros no debéis engañaros porque os he dicho esto por adelantado».
     
Los apóstoles permanecieron sentados en silencio a la luz de la luna durante un largo período, mientras estas predicciones sorprendentes del Maestro se iban asentando en sus mentes confusas. Y fue en conformidad con esta misma advertencia en conformidad con la que prácticamente todo el grupo de creyentes y discípulos huyó de Jerusalén en cuanto aparecieron las tropas romanas, y buscó amparo seguro en Pella al norte.
     
Aun después de esta advertencia explícita, muchos de los seguidores de Jesús interpretaron estas predicciones como refiriéndose a los cambios que obviamente ocurrirían en Jerusalén cuando la reaparición del Mesías resultara en el establecimiento de la Nueva Jerusalén y en la expansión de la ciudad que luego se tornaría la capital del mundo. En su mente estos judíos estaban decididos a relacionar la destrucción del templo con el «fin del mundo». Creían que esta Nueva Jerusalén llenaría toda Palestina; que el fin del mundo sería seguido por la aparición inmediata de los «nuevos cielos y la nueva tierra». Así pues no es extraño que Pedro dijera: «Maestro, sabemos que todas las cosas pasarán cuando aparezcan los nuevos cielos y la nueva tierra, pero, ¿cómo sabremos cuándo retornarás tú para que todo esto ocurra?»
      
Cuando Jesús oyó esto, permaneció pensativo por un tiempo y luego dijo: «Tú caes constantemente en el error porque siempre tratas de vincular la nueva enseñanza con la vieja; estás resuelto a tergiversar todas mis enseñanzas; insistes en interpretar el evangelio de acuerdo con tus creencias preestablecidas. Sin embargo, trataré de esclarecerte».

sábado, 18 de enero de 2014

El anochecer del martes en el monte de los Olivos.


ESTE martes por la tarde, al pasar Jesús y los apóstoles por delante del templo camino del campamento de Getsemaní, Mateo, llamando la atención sobre la construcción del templo, dijo: «Maestro, observa qué edificios son éstos. Mira las piedras macizas y los bellos adornos; ¿es posible que estos edificios sean destruidos?» Mientras caminaban hacia el Oliveto, Jesús dijo: «Veis estas piedras y este templo masivo; de cierto, de cierto os digo: en los días que pronto llegarán no quedará piedra sobre piedra. Todas serán derribadas». Estas observaciones que ilustraban la destrucción del templo sagrado, estimularon la curiosidad de los apóstoles que caminaban detrás del Maestro; no podían concebir un evento, como no fuera el fin del mundo, que pudiera ocasionar la destrucción del templo.

Para evitar a las multitudes que pasaban a lo largo del valle de Cedrón hacia Getsemaní, Jesús y sus asociados decidieron trepar la pendiente occidental del Oliveto por una corta distancia y luego seguir un sendero que conducía a su campamento privado cerca de Getsemaní ubicado a corta distancia encima del campamento público. Mientras se volvían para abandonar el camino que conducía a Betania, vieron el templo, glorificado por los rayos del sol poniente; y al detenerse en el monte, vieron aparecer las luces de la ciudad y contemplaron la belleza del templo iluminado; y allí, bajo la suave luz de la luna llena, Jesús y los doce se sentaron. El Maestro conversaba con ellos, y de repente Natanael hizo esta pregunta: «Dinos Maestro, ¿cómo sabremos cuándo ocurrirán estos acontecimientos?»

viernes, 17 de enero de 2014

La situación en Jerusalén.

Al concluir Jesús su último discurso en el templo, los apóstoles sufrieron una vez más un estado de confusión y consternación. Antes de que el Maestro comenzara su denuncia terrible contra los potentates judíos, regresó Judas al templo; todos los doce así oyeron la última mitad del último discurso de Jesús en el templo. Fue desafortunado que Judas Iscariote no hubiera podido oír la primera mitad de este discurso de despedida, que contenía la oferta de misericordia. Él no oyó esta última oferta de misericordia a los líderes judíos porque aún se encontraba conferenciando con cierto grupo de saduceos parientes y amigos con los cuales había almorzado, y con los cuales estaba discutiendo la forma más adecuada de desasociarse de Jesús y de sus hermanos apóstoles. Fue al escuchar la acusación final del Maestro contra los líderes y gobernantes judíos, cuando Judas final y plenamente decidió abandonar el movimiento del evangelio y lavarse las manos de todo el asunto. Sin embargo, abandonó el templo en compañía de los doce, fue con ellos al Monte de los Olivos, donde, con sus hermanos apóstoles, escuchó ese discurso fatídico sobre la destrucción de Jerusalén y el fin de la nación judía, y permaneció con ellos ese martes por la noche en el nuevo campamento cerca de Getsemaní.
     
La multitud que escuchó a Jesús pasar de su llamado compasivo a los líderes judíos al reproche subitáneo y ardiente que lindaba en una denuncia sin cuartel, se quedó pasmada y anonadada. Esa noche, mientras el sanedrín estaba sentado decidiendo la sentencia de muerte contra Jesús, y mientras el Maestro sentado con sus apóstoles y algunos de sus discípulos en el Monte de los Olivos estaba pronosticando la muerte de la nación judía, toda Jerusalén estaba involucrada en una discusión seria y callada de una sola pregunta: «¿Qué harán con Jesús?»
      
En la casa de Nicodemo, más de treinta judíos prominentes que eran creyentes secretos del reino, se reunieron y debatieron el curso de acción que debían de seguir en caso de una rotura abierta con el sanedrín. Todos los presentes acordaron que declararían abiertamente su alianza con el Maestro en la hora misma en que se enteraron de su arresto. Eso fue precisamente lo que hicieron.
      
 Los saduceos, que ahora controlaban y dominaban el sanedrín, deseaban eliminar a Jesús por las siguientes razones:
      
1. Temían que el aumento del favor popular por parte de las multitudes pusiera en peligro la existencia de la nación judía, debido a una posible involucración con las autoridades romanas.
      
2. Su celo por la reforma en el templo ponía directamente en peligro los ingresos de ellos; la purificación del templo afectaba su bolsa.
      
3. Se sentían responsables de la preservación del orden social, y temían las consecuencias de una expansión ulterior de la extraña y nueva doctrina de Jesús de la hermandad de los hombres.
      
Los fariseos tenían motivos distintos por su deseo de ver que Jesús sea matado. Le temían porque:
     
1. Se había dispuesto en terminante oposición a la dominación tradicional que ellos ejercían sobre el pueblo. Los fariseos eran ultraconservadores, y resentían amargamente estos ataques supuestamente radicales a su prestigio establecido como maestros religiosos.
     
2. Sostenían que Jesús estaba en contravención de la ley; que exhibía un desprecio total por el sábado y por numerosos otros requisitos legales y ceremoniales.
      
3. Le acusaban de blasfemia porque aludía a Dios como su Padre.
     
4. Además, ahora estaban furiosos con él por su último discurso de amarga condena, pronunciado ese día mismo en el templo como punto final de su sermón de despedida.
      
El sanedrín, después de haber decretado formalmente la muerte de Jesús y emitido órdenes para su arresto, levantó la reunión este martes cerca de la medianoche, después de decidir una convocatoria para las diez de la mañana siguiente en la casa de Caifás el sumo sacerdote con el propósito de levantar las acusaciones para someter a Jesús a juicio.
      
Un pequeño grupo de saduceos había llegado a proponer que dispusieran de Jesús mediante el asesinato, pero los fariseos se negaron firmemente a este procedimiento.
      
Ésta era pues la situación en Jerusalén y entre los hombres en este día lleno de acontecimientos, mientras vastas huestes de seres celestiales contemplaban esta dramática escena en la tierra, ansiosos por hacer algo en ayuda de su amado Soberano pero sin poder actuar porque estaban bajo la efectiva prohibición de sus superiores.

martes, 14 de enero de 2014

La fatídica reunión del Sanedrín.

A las ocho de la noche de este martes se convocó la fatídica reunión del sanedrín. En muchas ocasiones previas este supremo tribunal de la nación judía había decretado en forma casual la muerte de Jesús. Muchas veces este augusto cuerpo gobernante determinó poner punto final a su obra, pero nunca antes habían resuelto arrestarlo y ocasionar su muerte a toda costa. Fue justo antes de la medianoche de este martes 4 de abril del 30 d. de J.C. cuando el sanedrín, así como estaba compuesto en ese momento, votó oficial y unánimemente imponer la sentencia de muerte a Jesús y a Lázaro. Ésta fue la respuesta al último llamado del Maestro a los potentados de los judíos, llamado hecho sólo unas pocas horas antes en el templo; representó su reacción de amargo resentimiento ante la última y vigorosa acusación de Jesús contra estos mismos altos sacerdotes y saduceos y fariseos impenitentes. La resolución de condenar a muerte (aun antes de su juicio) al Hijo de Dios fue la respuesta del sanedrín a la última oferta de misericordia celestial que fuera extendida jamás a la nación judía como tal.
      
Desde este momento en adelante los judíos se encontraron solos para completar el breve y corto período que les quedaba de vida nacional, como cualquier otro grupo puramente humano entre las naciones de Urantia. Israel había repudiado al Hijo de aquel Dios, que hiciera un pacto con Abraham; y el plan de que los hijos de Abraham fueran los portadores de la luz de la verdad en el mundo, se hizo añicos. Se había abrogado el pacto divino, y se aproximó a pasos agigantados el fin de la nación hebrea.
     
Los funcionarios del sanedrín recibieron la orden de arrestar a Jesús temprano a la mañana siguiente, pero con instrucciones de que no debía ser arrestado en público. Se les dijo que planearan arrestarlo en secreto, preferiblemente en forma repentina y de noche. Comprendiendo que tal vez no volvería ese día (miércoles) para enseñar en el templo, ellos instruyeron a estos oficiales del sanedrín que «lo traigan ante el alto tribunal judío en algún momento antes de la medianoche del jueves.»

lunes, 13 de enero de 2014

La posición del judío.


El hecho de que los líderes espirituales y maestros religiosos de la nación judía en cierto momento rechazaron las enseñanzas de Jesús y conspiraron para ocasionar su muerte cruel, no afecta de ninguna manera la posición de cada judío ante los ojos de Dios. Este hecho no debe motivar a los que profesan seguir al Cristo, a que tengan prejuicios contra el judío, su semejante mortal. Los judíos, como nación, como grupo sociopolítico, pagaron plenamente el precio terrible de rechazar al Príncipe de la Paz. Hace mucho tiempo que cesaron de ser los abanderados espirituales de la verdad divina para las razas de la humanidad, pero no es ésta razón válida para que los descendientes de estos antiguos judíos deban sufrir las persecuciones que han caído sobre ellos a manos de los seguidores intolerantes, inmeritorios y prejuiciosos de Jesús de Nazaret, quien fue judío de nacimiento en la tierra.
     
Muchas veces esta persecución y este odio irrazonables que nada tienen que ver con la naturaleza de Cristo contra los judíos modernos acaba en sufrimiento y muerte de judíos inocentes y sin ofensa, cuyos antepasados mismos, en los tiempos de Jesús, aceptaron de todo corazón su evangelio y finalmente murieron sin vacilar por esa verdad en la cual creían tan sinceramente. ¡Qué escalofrío de horror corre por los seres celestiales cuando contemplan a los seguidores profesos de Jesús perseguir, atormentar y aun asesinar a los descendientes de Pedro, Felipe y Mateo, y de otros judíos palestinos que tan gloriosamente dieron sus vidas como los primeros mártires del evangelio del reino del cielo!
     
¡Cuán cruel e irrazonable es obligar a niños inocentes a que sufran por los pecados de sus progenitores, por malas acciones que ignoran por completo, sin tener responsabilidad alguna por aquellas! Además, ¡actuar tan cruelmente, en nombre de aquel que enseñó a sus discípulos a que amaran aun a sus enemigos! Ha sido necesario, en este relato de la vida de Jesús, ilustrar la manera en que algunos de sus compatriotas judíos lo rechazaron, conspirando para ocasionar su muerte ignominiosa; pero queremos advertir a todos los que lean esta narrativa que la presentación de este recital histórico no justifica de ninguna manera el odio injusto, ni perdona la inicua actitud mental que tantos cristianos profesos han manifestado durante tantos siglos contra los judíos. Los creyentes en el reino, los que siguen las enseñanzas de Jesús, deben dejar de maltratar a los judíos con el pretexto de que éstos fueron culpables de rechazar a Jesús y crucificarlo. El Padre y su Hijo Creador no han cesado nunca de amar a los judíos. Dios no hace acepción de personas, y la salvación es para los judíos tanto como para los gentiles.

martes, 7 de enero de 2014

El discurso.


«He estado con vosotros este largo tiempo, yendo y viniendo por la tierra proclamando el amor del Padre por los hijos de los hombres, y muchos han visto la luz y, por la fe, han entrado al reino del cielo. En relación con esta enseñanza y predicación, el Padre ha hecho muchas obras maravillosas, aun hasta la resurrección de los muertos. Muchos enfermos y afligidos han sido curados porque han creído; pero toda esta proclamación de verdad y curación de las enfermedades no abrió los ojos de los que se niegan a ver la luz, los que están decididos a rechazar este evangelio del reino.
      
«De toda forma posible, que esté de acuerdo con el hacer la voluntad de mi Padre, yo y mis apóstoles nos hemos esforzado por vivir en paz con nuestros hermanos, por conformar con los requisitos razonables de las leyes de Moisés y de las tradiciones de Israel. Hemos persistentemente buscado la paz, pero los líderes de Israel no lo quieren así. Al rechazar la verdad de Dios y la luz del cielo, se están aliando con el error y con las tinieblas. No puede haber paz entre la luz y las tinieblas, entre la vida y la muerte, entre la verdad y el error.
      
«Muchos de vosotros os habéis atrevido a creer en mis enseñanzas y ya habéis entrado en la felicidad y libertad de la conciencia de la filiación de Dios. Y atestiguaréis que he ofrecido esta misma filiación de Dios a toda la nación judía, aun a aquellos mismos hombres que ahora buscan mi destrucción. Aun ahora mi Padre recibiría a estos maestros cegados y a estos líderes hipócritas si tan sólo se volvieran a él y aceptaran su misericordia. Aun ahora no es demasiado tarde para que reciba esta gente la palabra del cielo y dé la bienvenida al Hijo del Hombre.

«Mi Padre ha tratado por mucho tiempo con misericordia a esta gente. Generación tras generación enviamos nuestros profetas para enseñarles y advertirles, y generación tras generación ellos mataron a estos maestros enviados por el cielo. Y ahora, vuestros obstinados altos sacerdotes y vuestros potentados testarudos siguen haciendo la misma cosa. Así como Herodes ocasionó la muerte de Juan, vosotros del mismo modo os preparáis para destruir al Hijo del Hombre.
      
«Hasta tanto haya una posibilidad de que los judíos se vuelvan a mi Padre y busquen la salvación, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob mantendrá tendidas sus manos de misericordia hacia vosotros; pero cuando ya hayáis llenado vuestra copa de impenitencia, y cuando ya hayáis rechazado finalmente la misericordia de mi Padre, esta nación será abandonada a sus propias luces, y rápidamente caerá en un fin ignominioso. Este pueblo fue llamado para ser la luz del mundo, para mostrar la gloria espiritual de una raza conocedora de Dios, pero tanto os habéis alejado del cumplimiento de vuestros privilegios divinos que vuestros líderes están a punto de cometer la suprema locura de todos los tiempos, porque están por rechazar finalmente el don de Dios a todos los hombres y a todos los tiempos —la revelación del amor del Padre en el cielo por todas sus criaturas en la tierra.
     
«Una vez que rechacéis esta revelación de Dios al hombre, el reino del cielo será entregado a otros pueblos, a aquellos que lo reciban con regocijo y felicidad. En nombre del Padre que me envió, yo os advierto solemnemente que estáis a punto de perder vuestra posición en el mundo como abanderados de la verdad eterna y custodios de la ley divina. Estoy en este momento ofreciéndoos vuestra última oportunidad de presentaros y arrepentiros para significar vuestra intención de buscar a Dios con todo vuestro corazón y de entrar, como niños y por la fe sincera, en la seguridad y salvación del reino del cielo.
      
Mi Padre por mucho tiempo ha laborado por vuestra salvación, y yo he descendido para vivir entre vosotros y mostraros personalmente el camino. Muchos, tanto entre los judíos como entre los samaritanos, y aun entre los gentiles, han creído el evangelio del reino, pero los que deberían ser los primeros en adelantarse y aceptar la luz del cielo se han negado repetidamente a creer la revelación de la verdad de Dios: Dios revelado en el hombre y el hombre elevado a Dios.
      
«Esta tarde mis apóstoles están aquí ante vosotros en silencio, pero pronto oiréis sus voces resonando con el llamado a la salvación y con la admonición de uniros con el reino celestial como hijos del Dios vivo. Ahora pues, llamo a testimonio a estos, mis discípulos y creyentes en el evangelio del reino, así como también a los mensajeros invisibles a su lado, de que una vez más he ofrecido a Israel y a sus dirigentes, liberación y salvación. Pero todos vosotros contempláis cómo la misericordia del Padre es despreciada y cómo son rechazados los mensajeros de la verdad. Sin embargo, os advierto que estos escribas y fariseos aún están sentados en el trono de Moisés, y por lo tanto, hasta que los Altísimos que gobiernan en los reinos de los hombres sobrecojan finalmente esta nación y destruyan el sitio de estos potentados, yo os exhorto a que cooperéis con estos ancianos de Israel. No se os requiere que os unáis con ellos en sus planes de destrucción del Hijo del Hombre, pero en todo lo que se relaciona con la paz de Israel, debéis someteros a ellos. En todos estos asuntos, haced lo que ellos os ordenan y cumplid con la esencia de la ley, pero no sigáis el ejemplo de sus malas obras. Recordad, éste es el pecado de estos gobernantes: Que dicen lo que es bueno, pero no lo hacen. Bien sabéis cómo estos líderes echan pesadas cargas sobre vuestros hombros, cargas difíciles de llevar, pero no están dispuestos ni de levantar un dedo para ayudaros a vosotros que lleváis cargas tan pesadas. Os han oprimido con ceremonias y esclavizado con tradiciones. 

«Además, estos gobernantes egocéntricos se deleitan en hacer sus buenas obras para ser vistos por los hombres. Agrandan sus filaterías y ensanchan los bordes de su manto oficial. Anhelan los sitios principales en los festines y demandan las sillas de honor en las sinagogas. Codician las salutaciones laudatorias en las plazas públicas y quieren que todos los llamen rabinos. Aun mientras buscan ser así honrados por los hombres, en secreto se apoderan de las casas de las viudas y sacan provecho de los servicios del templo sagrado. Estos hipócritas oran pretenciosa y prolongadamente en público y dan limosna para atraer la atención de sus semejantes.
     
«Aunque vosotros debéis honrar a vuestros dirigentes y reverenciar a vuestros maestros, no debéis llamar Padre a ningún hombre en el sentido espiritual, porque hay uno solo que es vuestro Padre, aun Dios. No tratéis tampoco de dominar a vuestros hermanos en el reino. Recordad, os he enseñado que el que quiere ser más grande entre vosotros debe ser el siervo de todos. Si presumís exaltaros ante Dios, con certeza seréis humillados; pero los que verdaderamente se humillan, serán con certeza exaltados. Buscad en vuestra vida diaria, no la autoglorificación, sino la gloria de Dios. Someted inteligentemente vuestra propia voluntad a la voluntad del Padre en el cielo.
      
«No interpretéis mal mis palabras. No tengo malicia alguna contra los altos sacerdotes y los potentates que aun en este momento buscan mi destrucción; no tengo mala voluntad contra estos escribas y fariseos que rechazan mis enseñanzas. Yo sé que muchos de vosotros creen en secreto, y sé que profesaréis abiertamente vuestra lealtad al reino cuando llegue mi hora. Pero, ¿cómo podrán justificarse vuestros rabinos que profesan hablar con Dios y tienen la presunción de rechazar y destruir a aquél que viene para revelar al Padre a los mundos?
      
«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Queréis cerrar las puertas del reino del cielo a los hombres sinceros, tan sólo porque ignoran los caminos de vuestra enseñanza. Os negáis a entrar en el reino y al mismo tiempo hacéis todo lo que podéis para prevenir que entren todos los demás. Estáis de pie dándole la espalda a las puertas de la salvación y peleáis con los que quieren entrar.
      
«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas que sois! Porque en verdad recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, no os conformáis hasta hacerle dos veces peor de lo que era como hijo de los paganos.
      
«¡Ay de vosotros, altos sacerdotes y rectores que os apropiáis de los bienes de los pobres y demandáis onerosos impuestos de los que quieren servir a Dios como piensan que ordenó Moisés! Vosotros que os negáis a mostrar misericordia, ¿podéis esperar misericordia en los mundos venideros?
      
«¡Ay de vosotros, falsos maestros, guías ciegos! ¿Qué se puede esperar de una nación cuando los ciegos conducen a los ciegos? Ambos tropezarán y caerán al abismo de la destrucción.
     
«¡Ay de vosotros que disimuláis al jurar! Sois tramposos porque enseñáis que si alguno jura por el templo no es nada; pero si alguno jura por el oro del templo, es deudor. Sois todos necios y ciegos. Ni siquiera sois uniformes en vuestra deshonestidad, porque, ¿cuál es mayor, el oro o el templo que supuestamente ha santificado al oro? También enseñáis que si un hombre jura por el altar, no es nada; pero que, si jura por la ofrenda que está sobre el altar, es deudor. Nuevamente sois ciegos ante la verdad, porque ¿cuál es mayor, la ofrenda o el altar que santifica la ofrenda? ¿Cómo podéis justificar tal hipocresía y deshonestidad a los ojos de Dios en el cielo?

«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos y todos los demás hipócritas que se aseguran de diezmar la menta, el eneldo y el comino, y hacen caso omiso de los asuntos más serios de la ley: la fe, la misericordia y la justicia! Dentro de lo razonable, esto era necesario hacer sin dejar de hacer lo otro. De veras sois guías ciegos y maestros necios; coláis el mosquito y tragáis el camello.
   
«¡Ay de vosotros, escribas, fariseos e hipócritas! Escrupulosamente limpiáis la parte de afuera de la copa y del plato, pero adentro queda la suciedad de la extorsión, los excesos y la decepción. Sois espiritualmente ciegos. ¿Acaso no reconocéis cuánto mejor sería limpiar primero la parte de adentro de la copa, y luego el agua que derramare afuera limpiaría por sí mismo lo de afuera? ¡Vosotros, viciosos malvados! Hacéis que las manifestaciones exteriores de vuestra religión se conformen con la letra de vuestra interpretación de la ley de Moisés, mientras que vuestra alma está hundida en iniquidad y llena de asesinato.
     
«¡Ay de todos vosotros que rechazáis la verdad y os burláis de la misericordia! Muchos entre vosotros sois como sepulcros blanqueados, que por fuera aparecen hermosos pero por dentro están llenos de los huesos de hombres muertos y todo tipo de inmundicia. Aun así vosotros que rechazáis a sabiendas el consejo de Dios aparecéis por fuera como santos y rectos a los hombres, pero por dentro vuestro corazón está lleno de hipocresía e iniquidad.
     
«¡Ay de vosotros, falsos guías de una nación! Habéis construido más allá un monumento a los profetas mártires de antaño, mientras complotáis para destruir a aquel de quien ellos hablaban. Adornáis los monumentos de los justos y presumís que si hubierais vivido en los días de vuestros padres, no habríais matado a los profetas; y con este pensamiento santurrón en vuestra mente, os preparáis para asesinar a aquel de quien hablaban los profetas: el Hijo del Hombre. En cuanto hacéis estas cosas, dais por testimonio contra vosotros mismos, de que sois los hijos protervos de los que mataron a los profetas. ¡Id pues y llenad la copa de vuestra condenación hasta su plenitud!
      
«¡Ay de vosotros, hijos del mal! Juan en verdad os llamó los descendientes de las víboras, y yo os pregunto, ¿cómo podéis escapar al juicio que Juan pronunciara sobre vosotros?
      
«Pero aun ahora os ofrezco en nombre de mi Padre misericordia y perdón; aun ahora os tiendo la mano amante de la hermandad eterna. Mi Padre os ha enviado los sabios y los profetas; a unos vosotros perseguisteis, a otros matasteis. Luego llegó Juan y proclamó el advenimiento del Hijo del Hombre, y a él vosotros destruisteis después de que muchos habían creído sus enseñanzas. Ahora os preparáis a derramar aun más sangre inocente. ¿Acaso no comprendéis que llegará el día terrible del juicio, cuando el Juez de toda la tierra requerirá de este pueblo que rinda cuentas de la forma en que rechazaron, persiguieron y destruyeron a estos mensajeros del cielo? ¿Acaso no comprendéis que debéis rendir cuentas a todos de esta sangre justa, desde el primer profeta asesinado hasta los tiempos de Zacarías, a quien matasteis entre el templo y el altar? Si continuáis por este camino malvado, puede que este rendimiento de cuentas os sea requerida en esta misma generación.
      
«¡Oh Jerusalén, oh hijos de Abraham, vosotros que habéis apedreado a los profetas y matado a los maestros que os fueran enviados, aun ahora yo juntaría a vuestros hijos, como la gallina junta a sus polluelos debajo de las alas, pero vosotros no queréis!
      
«Ahora yo me despido de vosotros. Habéis oído mi mensaje y habéis tomado vuestra decisión. Los que creyeron mi evangelio están aun ahora a salvo en el reino de Dios. A vosotros, que habéis elegido rechazar la ofrenda de Dios, yo os digo que ya no me veréis enseñando en el templo. Mi obra para vosotros está hecha. ¡He aquí que ahora yo salgo con mis hijos, y vuestra casa os queda desolada!»
      
Y luego el Maestro señaló a sus seguidores que partieran del templo.

domingo, 5 de enero de 2014

El último discurso en el templo.


POCO después de las dos de la tarde de este martes, Jesús, acompañado por once apóstoles, José de Arimatea, los treinta griegos, y algunos discípulos específicos, llegó al templo y pronunció su último sermón en los patios del edificio sagrado. El propósito de este discurso era el dar su último llamado al pueblo judío y la acusación final contra los enemigos vehementes que buscaban su destrucción: los escribas, los fariseos, los saduceos y los líderes principales de Israel. A lo largo de la mañana, varios grupos habían tenido la oportunidad de hacer preguntas a Jesús; esta tarde, nadie le preguntó nada.

Cuando el Maestro comenzó a hablar, el patio del templo estaba silencioso y ordenado. Los cambistas de dinero y los mercaderes no se habían atrevido a volver a entrar al templo después de haber sido echados el día anterior por Jesús y una multitud tumultuosa. Antes de comenzar el discurso, Jesús miró tiernamente a este público que tan pronto escucharía su discurso de despedida, su mensaje de misericordia a la humanidad combinado con la última denuncia de los falsos maestros y los fanáticos líderes de los judíos.

sábado, 4 de enero de 2014

Los griegos indagadores.

Alrededor de mediodía, mientras Felipe compraba abastecimiento para el nuevo campamento que se estaba estableciendo ese día cerca de Getsemaní, se le acercó una delegación de extranjeros, un grupo de griegos creyentes de Alejandría, Atenas y Roma, cuyo portavoz dijo al apóstol: «Los que te conocen te han señalado; por eso, venimos a ti, Señor, con la petición de ver a Jesús, tu Maestro». Felipe fue tomado de sorpresa al encontrar así a estos gentiles griegos prominentes e indagadores en la plaza, y, puesto que Jesús había tan explícitamente encargado a los doce que no hicieran enseñanza pública alguna durante la semana de Pascua, estuvo un tanto perplejo en cuanto a cómo manejar este asunto. También estaba desconcertado porque estos hombres eran gentiles extranjeros. Si hubieran sido judíos o gentiles conocidos de la zona, no habría titubeado tan marcadamente. Lo que hizo fue: Les pidió a los griegos que permanecieran allí donde estaban. Cuando se alejó de prisa, supusieron que había ido en busca de Jesús, pero en realidad corrió a la casa de José, donde sabía que estaban almorzando Andrés y los demás apóstoles; y llamando afuera a Andrés, le explicó el propósito de su venida, y luego, acompañado por Andrés, retornó a donde esperaban los griegos.
      
Puesto que Felipe había prácticamente terminado de comprar los abastecimientos, él y Andrés volvieron con los griegos a la casa de José, donde Jesús los recibió; y se sentaron junto a él mientras hablaba a sus apóstoles y a un grupo de discípulos importantes reunidos en este almuerzo. Dijo Jesús:

    
«Mi Padre me envió a este mundo para revelar su comprensión amante a los hijos de los hombres, pero aquellos a quienes primero me dirigí se han negado a recibirme. Es verdad que muchos de vosotros habéis creído mi evangelio, pero los hijos de Abraham y sus líderes están por rechazarme, y al así hacer, ellos rechazan a Aquél que me envió. Yo he proclamado libremente el evangelio de la salvación a este pueblo; les he hablado de la filiación con felicidad, libertad y vida más abundante en el espíritu. Mi Padre ha hecho muchas obras maravillosas entre estos hijos del hombre dominados por el temor. Pero en verdad el profeta Isaías se refirió a este pueblo cuando escribió: `Señor, ¿quién ha creído nuestras enseñanzas? ¿A quién ha sido revelado el Señor?' En verdad los líderes de mi pueblo deliberadamente han cegado sus ojos para no ver, y endurecido su corazón para no creer ni ser salvados. Todos estos años he tratado de curarlos de su incredulidad para que puedan recibir la salvación eterna del Padre. Sé que no todos me han fallado; algunos entre vosotros habéis en verdad creído mi mensaje. En este aposento ahora hay una veintena de hombres que fueron anteriormente miembros del sanedrín, o que ocupaban altas posiciones en los concilios de la nación, aunque algunos entre vosotros todavía os resistís a confesar abiertamente la verdad, para que no os expulsen de la sinagoga. Algunos entre vosotros están tentados de amar la gloria de los hombres más que la gloria de Dios. Pero yo me veo obligado a mostrar paciencia, puesto que temo por la seguridad y la lealtad aun algunos de los que han estado por tanto tiempo junto a mí, y que han vivido tan cerca a mi lado.
      
«En este aposento de banquetes percibo que hay judíos y gentiles en números aproximadamente iguales, y os dirigiré la palabra como a los primeros y a los últimos de tal grupo que yo pueda instruir en los asuntos del reino antes de ir a mi Padre».
      
Estos griegos habían asistido fielmente a las enseñanzas de Jesús en el templo. El lunes por la noche habían celebrado una conferencia en la casa de Nicodemo, que se prolongó hasta el amanecer del día, y treinta de entre ellos habían elegido entrar al reino.
      
Al estar Jesús de pie ante ellos en este momento, percibió el fin de una dispensación y el comienzo de otra. Volviendo su atención a los griegos, el Maestro dijo:
     
«El que cree en este evangelio, cree no solamente en mí sino en Aquél que me envió. Cuando me contempláis, veis no solamente al Hijo del Hombre, sino también a Aquél que me envió. Yo soy la luz del mundo, y el que crea mi enseñanza ya no vivirá en las tinieblas. Si vosotros los gentiles me escucháis, recibiréis las palabras de la vida y entraréis inmediatamente en la libertad regocijante de la verdad de la filiación de Dios. Si mis conciudadanos, los judíos, eligen rechazarme y rehúsan mis enseñanzas, no los juzgaré, porque no he venido para juzgar al mundo sino para ofrecerle salvación. Sin embargo, los que me rechazan y rehusan recibir mis enseñanzas serán llevados a juicio cuando la temporada sea propicia por mi Padre y por aquellos a quienes él ha nombrado para que juzguen a los que rechazan los dones de la misericordia y las verdades de la salvación. Recordad todos vosotros que hablo no por mí mismo, sino que he declarado fielmente a vosotros lo que el Padre mandó que yo debía revelar a los hijos de los hombres. Y estas palabras que el Padre me dijo que hablara al mundo son palabras de verdad divina, misericordia sempiterna y vida eterna.
     
«Pero tanto a los judíos como a los gentiles yo declaro que está por haber llegado la hora en la que el Hijo del Hombre será glorificado. Bien sabéis que, excepto que un grano de trigo caiga a la tierra y muera, permanece solo; pero si muere en buena tierra, surge nuevamente a la vida y rinde mucho fruto. Aquél que ama con egoísmo su vida, corre peligro de perderla; pero el que está dispuesto a dar su vida por mí y por el evangelio gozará de una existencia más abundante sobre la tierra y en el cielo, vida eterna. Si en verdad me seguís, aun después que yo haya ido al Padre, seréis mis discípulos y los siervos sinceros de vuestros semejantes mortales.
      
«Sé que mi hora se avecina, y estoy turbado. Percibo que mi pueblo está decidido a despreciar el reino, pero me regocija recibir a estos gentiles que buscan la verdad, que están aquí hoy preguntando por el camino de la luz. Sin embargo, mi corazón sufre por mi pueblo, y mi alma está atribulada por lo que me espera. ¿Qué debo decir al mirar al futuro y discernir lo que está por caer sobre mí? ¿Acaso diré: Padre, sálvame de esta hora espantosa? ¡No! Por este mismo propósito he venido al mundo y aun a esta hora. Más bien diré y oraré para que os unáis a mí: Padre, glorifica tu nombre; se hará tu voluntad».
      
Cuando Jesús habló así, su Ajustador Personalizado que había residido en él antes de su bautismo apareció ante él, y al hacer una pausa de manera evidente, este espíritu ahora poderoso de representación del Padre habló a Jesús de Nazaret, diciendo: «He glorificado mi nombre muchas veces en tus autootorgamientos, y una vez más lo glorificaré».
      
Aunque los judíos y gentiles allí reunidos no oyeron ninguna voz, no pudieron dejar de discernir que el Maestro había pausado en su discurso mientras le llegaba un mensaje de alguna fuente sobrehumana. Todos ellos dijeron, cada uno al que estaba al lado de él: «Un ángel le ha hablado».
      
Entonces Jesús continuó hablando: «Todo esto no ha ocurrido por mi bien, sino por el vuestro. Yo sé con certidumbre que el Padre me recibirá y aceptará mi misión en vuestro nombre, pero es necesario que seáis alentados y preparados para la prueba de fuego que se avecina. Dejadme aseguraros que la victoria eventualmente coronará vuestros esfuerzos unidos por esclarecer al mundo y liberar a la humanidad. El viejo orden se está enjuiciando a sí mismo; yo ya he expulsado al Príncipe de este mundo; y todos los hombres serán libres por la luz del espíritu que yo derramaré sobre toda carne después de ascender a mi Padre en el cielo.
     
«Y ahora pues, os declaro que, cuando sea elevado de la tierra y de vuestras vidas, atraeré a mí a todos los hombres, a la comunidad de mi Padre. Habéis creído que el Libertador moraría por siempre en la tierra, pero yo declaro que el Hijo del Hombre será rechazado por los hombres, y que volverá al Padre. Sólo por un corto tiempo estaré con vosotros; sólo por un corto tiempo estará la luz viva en el medio de esta generación en tinieblas. Caminad mientras tengáis esta luz para que las tinieblas y la confusión venideras no os sobrecojan. El que camina en las tinieblas no sabe adonde va; pero si elegís caminar en la luz, en verdad seréis, todos vosotros, hijos liberados de Dios. Ahora pues, todos vosotros, venid conmigo para volver al templo y yo les diré palabras de adiós a los altos sacerdotes, los escribas, los fariseos, los saduceos, los herodianos y los dirigentes de Israel sumidos en la ignorancia».
      
Habiendo hablado así, Jesús condujo al grupo por las angostas calles de Jerusalén, de vuelta al templo. Acababan de oír al Maestro decir que éste sería su discurso de adiós en el templo, y le siguieron en silencio y profunda meditación.

jueves, 2 de enero de 2014

El gran mandamiento.

Otro grupo de saduceos había sido instruido para enredar a Jesús en preguntas sobre los ángeles, pero cuando contemplaron la suerte de sus compañeros que habían tratado de hacerlo caer en la trampa con las preguntas relativas a la resurrección, con mucho tino decidieron permanecer callados; se retiraron sin hacer preguntas. Era el plan premeditado de los confederados fariseos, escribas, saduceos y herodianos plantear preguntas engorrosas durante todo el día con la esperanza de desacreditar de esta manera a Jesús ante la gente y al mismo tiempo de prevenir efectivamente que él tuviera tiempo para la proclamación de sus enseñanzas perturbadoras.      
Entonces se adelantó uno de los grupos de los fariseos para hacerle preguntas embarazosas y el portavoz, señalando hacia Jesús, dijo: «Maestro, soy abogado, y me gustaría preguntarte cuál, en tu opinión, es el mandamiento más grande». Jesús respondió: «Existe tan sólo un mandamiento, y ese mandamiento es el más grande de todos, y ese mandamiento es: `Oye, Israel: el Señor nuestro Dios, el Señor uno es; y amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón y con toda tu alma, con toda tu mente y con toda tu fuerza'. Éste es el primero y el gran mandamiento. Y el segundo mandamiento es como el primero; en efecto, de él surge directamente, y es: `Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. No hay otros mandamientos más grandes que estos; sobre estos dos mandamientos se apoyan toda la ley y los profetas».
     
Cuando el abogado percibió que Jesús había respondido no sólo de acuerdo con el concepto más elevado de la religión judía, sino que también había respondido sabiamente a los ojos de la multitud reunida, pensó que la mejor actitud era alabar abiertamente la respuesta del Maestro. Por lo tanto dijo: «En verdad, Maestro, bien has dicho que Dios es uno y que no hay otro fuera de él; y que amarlo de todo corazón, con toda comprensión y fuerza, y también amar al prójimo como a uno mismo, es el primero, y gran mandamiento; y estamos de acuerdo de que este gran mandamiento debe considerarse mucho más que todos los holocaustos y sacrificios». Cuando el abogado contestó de esta manera tan discreta, Jesús bajó la mirada sobre él y dijo: «Amigo mío, percibo que no estás muy lejos del reino de Dios».
     
Jesús habló la verdad cuando se refirió a este abogado diciendo «no estás muy lejos del reino», porque esa misma noche él fue al campamento del Maestro cerca de Getsemaní, profesó su fe en el evangelio del reino, y fue bautizado por Josías, uno de los discípulos de Abner.
     
Dos o tres otros grupos de escribas y fariseos estaban presentes y habían tenido la intención de hacer preguntas, pero se encontraban desarmados por la respuesta de Jesús al abogado o bien los disuadió la derrota de todos los que habían intentado enredarlo. Después de esto, ningún hombre se atrevió a hacerle pregunta alguna en público.
     
Como no hubo más preguntas, y como se estaba acercando el mediodía, Jesús no reanudó su enseñanza sino que se contentó con hacer una pregunta a los fariseos y a sus asociados. Dijo Jesús: «Puesto que no hacéis más preguntas, me gustaría preguntaros una. ¿Qué pensáis del Libertador? Es decir, ¿de quién es hijo?» Después de una breve pausa, uno de los escribas contestó: «El Mesías es el hijo de David». Puesto que Jesús sabía que había habido mucha discusión, aun entre sus propios discípulos, sobre si él era o no hijo de David, hizo otra pregunta: «Si en efecto el Libertador es hijo de David, ¿cómo puede ser que, en el salmo que acreditáis a David, él mismo, hablando en el espíritu, dice: `El Señor dijo a mi señor: siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos de escaño a tus pies'. Si David lo llama Señor, ¿cómo es posible que éste sea su hijo?». Aunque los líderes, los escribas y los altos sacerdotes no contestaron esta pregunta, tampoco le hicieron a él otras preguntas para enredarlo. No contestaron a esta pregunta que Jesús les había hecho, pero después de la muerte del Maestro intentaron obviar la dificultad cambiando la interpretación de este salmo para que se refiriera a Abraham en vez del Mesías. Otros trataron de escapar a este dilema diciendo que David no había sido el autor de este así llamado salmo mesiánico.
     
Poco tiempo antes, los fariseos habían disfrutado de la manera en la cual el Maestro había acallado a los saduceos; ahora estaban encantados los saduceos por el fracaso de los fariseos; pero esta rivalidad era tan sólo momentánea; rápidamente se olvidaron de sus diferencias tradicionales en un esfuerzo unido para impedir las enseñanzas y las obras de Jesús. Pero a lo largo de todas estas experiencias la gente común le escuchó con deleite.