La experiencia personal religiosa espiritual, resuelve eficazmente la
mayoria de las dificultades mortales; es un clasificador eficaz, un
evaluador y ajustador de todos los problemas humanos. La religión no
elimina ni destruye los problemas humanos, pero los disuelve, los
absorbe, los ilumina y los trasciende. La verdadera religión unifica la
personalidad para un ajuste efectivo a todos los requisitos mortales. La
fe religiosa —la guía positiva de la presencia divina residente—
permite infaliblemente al hombre que conoce a Dios llenar el vacío que
existe entre la lógica intelectual que reconoce la Primera Causa
Universal como Eso y las afirmaciones positivas del alma que atestiguan que la Primera Causa es Él, el Padre celestial del evangelio de Jesús, el Dios personal de la salvación humana.
Tan sólo hay tres elementos en la realidad
universal: hecho, idea y relación. La conciencia religiosa identifica
estas realidades como ciencia, filosofía y verdad. La filosofía tiende a
considerar estas actividades como razón, sabiduría y fe —realidad
física, realidad intelectual y realidad espiritual. Nosotros tenemos por
costumbre designar estas realidades como cosa, significado y valor.
La comprensión progresiva de la realidad es
el equivalente de acercarse a Dios. Encontrar a Dios, la conciencia de
la identidad con la realidad, es el equivalente de experimentar el yo
completo —el yo entero, el yo total. La experiencia de la realidad total
es la realización plena de Dios, la finalidad de la experiencia
conocedora de Dios.
La suma total de la vida humana es el
conocimiento de que al hombre se le educa con los hechos, se ennoblece
por la sabiduría, y se salva —se justifica— por la fe religiosa.La
certeza física consiste en la lógica de la ciencia; la certeza moral, en
la sabiduría de la filosofía; la certeza espiritual, en la verdad de
una experiencia religiosa genuina.
La mente del hombre puede alcanzar altos
niveles de visión espiritual y esferas correspondientes de valores de
divinidad porque no es totalmente material. Existe en la mente del
hombre un núcleo espiritual —el Ajustador de presencia divina. Hay tres
evidencias distintas de la existencia de este espíritu en la mente
humana:
1. La solidaridad humanitaria: amor. La
mente puramente animal puede ser gregaria para autoprotegerse, pero sólo
el intelecto con un espíritu residente es capaz de autoolvido y de
altruismo y ama incondicionalmente.
2. La interpretación del universo:
sabiduría. Sólo la mente con un espíritu residente puede comprender que
el universo se muestra cordial hacia el individuo.
3.
La evaluación espiritual de la vida: adoración. Sólo el hombre con un
espíritu residente puede darse cuenta de la presencia divina y buscar el
alcance de una experiencia más plena en y con esta anticipación de la
divinidad.
La mente humana no crea valores verdaderos;
la experiencia humana no permite un entendimiento del universo. En
cuanto al entendimiento, el reconocimiento de los valores morales y el
discernimiento de los significados espirituales, todo lo que la mente
humana puede hacer es descubrir, reconocer, interpretar y seleccionar.
Los valores morales del universo se vuelven
posesiones intelectuales mediante el ejercicio de tres juicios o
selecciones básicas, de la mente mortal:
1.
Autojuicio —selección moral.
2.
Juicio social —selección ética.
3.
Juicio de Dios —selección religiosa.
Así pues parece que todo progreso humano se efectúa mediante una técnica conjunta de la evolución revelacional.
El hombre no podría amar altruistica y
espiritualmente si no viviera en su mente un amante divino. El hombre no
podría comprender verdaderamente la unidad del universo si no viviera
en su mente un intérprete. No podría estimar los valores morales y
reconocer los significados espirituales si no viviera en su mente un
evaluador. Y este amante surge de la fuente misma del amor infinito;
este intérprete es parte de la Unidad Universal; este evaluador es el
hijo del Centro y Fuente de todos los valores absolutos de la realidad
divina y eterna.
La evaluación moral con significación
religiosa —entendimiento espiritual— connota la elección del individuo
entre el bien y el mal, la verdad y el error, lo material y lo
espiritual, lo humano y lo divino, tiempo y eternidad. La sobrevivencia
humana depende en gran parte de que la voluntad humana se consagre a
elegir aquellos valores que este clasificador de valores espirituales
—el intérprete y unificador residente— haya seleccionado. La experiencia
religiosa personal consiste en dos fases: descubrimiento en la mente
humana y revelación por el espíritu divino residente. Debido a una
sofisticación excesiva o como resultado de la conducta irreligiosa de
los religionistas profesos, un hombre o aun una generación de hombres,
pueden elegir interrumpir sus esfuerzos para que descubran a Dios que
vive en ellos; pueden dejar de progresar en la revelación divina y de
alcanzarla. Pero estas actitudes de falta de progreso espiritual no
pueden persistir por mucho tiempo, debido a la presencia e influencia de
los Ajustadores del Pensamiento residentes.
Esta profunda experiencia de la realidad de
la residencia divina trasciende por siempre la técnica materialista
poco refinada de las ciencias físicas. No podéis colocar el gozo
espiritual bajo un microscopio; no podéis pesar el amor en una balanza;
no podéis medir los valores morales; tampoco podéis estimar la calidad
de la adoración espiritual.
Los hebreos tenían una religión de
sublimidad moral; los griegos desarrollaron una religión basada en la
belleza; Pablo y sus asociados fundaron una religión de fe, esperanza y
caridad. Jesús reveló y ejemplificó una religión de amor: seguridad en
el amor del Padre, con regocijo y satisfacción consiguientes al
compartir este amor en el servicio de la hermandad humana.
Cada vez que el hombre hace una elección
moral reflexiva, al instante experimenta una invasión divina de su alma.
La elección moral designa la religión como el motivo de respuesta
interior a las condiciones exteriores. Pero esta religión real no es una
experiencia puramente subjetiva. Significa el total de la subjetividad
del individuo ocupado en una respuesta significativa e inteligente a la
objetividad total —el universo y su Hacedor.
La experiencia exquisita y transcendental
de amar y ser amado no es solamente una ilusión psíquica sólo porque es
tan puramente subjetiva. La única realidad verdaderamente divina y
objetiva asociada con los seres mortales, el Ajustador del Pensamiento,
funciona aparentemente para la observación humana como un fenómeno
subjetivo exclusivo. El contacto del hombre con la realidad objetiva más
alta, Dios, es solamente a través de la experiencia puramente subjetiva
de conocerlo, adorarlo y comprender la filiación con él.
La verdadera adoración religiosa no es un
fútil monólogo de autodecepción. La adoración es comunión personal con
lo que es divinamente real, con lo que es la fuente misma de la
realidad. El hombre aspira a adorar para ser mejor, y de este modo por
fin alcanza lo óptimo.
La idealización y el intento de servir la
verdad, la belleza y la bondad no es un sustituto de la experiencia
religiosa genuina —la realidad espiritual. La psicología y el idealismo
no son equivalentes a la realidad religiosa. Las proyecciones del
intelecto humano pueden en efecto originar dioses falsos —dioses a
imagen del hombre— pero la verdadera conciencia de Dios no se origina de
tal manera. La conciencia de Dios reside en el espíritu residente.
Muchos de los sistemas religiosos del hombre vienen de las formulaciones
del intelecto humano, pero la conciencia de Dios no es necesariamente
parte de estos sistemas grotescos de esclavitud religiosa.
Dios
no es una mera invención del idealismo del hombre; él es la fuente
misma de tales visiones y valores superanimales. Dios no es una
hipótesis formulada para unificar los conceptos humanos de verdad,
belleza y bondad; él es la personalidad del amor del cual derivan todas
las manifestaciones en el universo. La verdad, belleza y bondad del
mundo del hombre están unificadas por la espiritualidad creciente de la experiencia de los mortales que
ascienden hacia las realidades del Paraíso. La unificación de la verdad,
la belleza y la bondad tan sólo se puede realizar en la experiencia
espiritual de la personalidad conocedora de Dios.
La moralidad es el terreno esencial
preexistente a la conciencia personal de Dios, la realización personal
de la presencia interior del Ajustador, pero esta moralidad no es la
fuente de la experiencia religiosa ni del entendimiento espiritual
resultante. La naturaleza moral es superanimal pero subespiritual. La
moralidad es equivalente al reconocimiento del deber, la comprensión de
la existencia del bien y del mal. La zona moral interviene entre el tipo
animal y el tipo humano de mente, así como funciona morontia entre las
esferas materiales y espirituales en lo que una personalidad alcanza.
La mente evolucionaria es capaz de
descubrir la ley, la moral y la ética; pero el espíritu otorgado, el
Ajustador residente, revela a la mente evolutiva humana al dador de la
ley, el Padre-fuente de todo lo que es verdad, bello y bueno; y un
hombre así iluminado tiene una religión que está espiritualmente
equipada para comenzar la larga y aventurosa búsqueda de Dios.
La
moralidad no es necesariamente espiritual; puede ser total y puramente
humana, aunque la verdadera religión enaltece todos los valores morales,
haciéndolos más significativos. La moralidad sin religión no alcanza a
revelar la bondad última y también fracasa en proveer la sobrevivencia
aun de sus propios valores morales. La religión provee el
enaltecimiento, la glorificación y la sobrevivencia certera de todo lo
que la moralidad reconoce y aprueba.
La religión está por encima de la ciencia,
el arte, la filosofía, la ética y la moral, pero no es independiente de
éstas. Todos estos conceptos están indisolublemente interrelacionados en
la experiencia humana, personal y social. La religión es la experiencia
suprema del hombre en la naturaleza mortal; pero el lenguaje finito
hace por siempre imposible para la teología ilustrar adecuadamente la
verdadera experiencia religiosa.
El entendimiento religioso posee el poder
de transformar la derrota en anhelos más altos y nuevas determinaciones.
El amor es la motivación más alta que el hombre pueda utilizar en su
ascensión en el universo. Pero el amor, si se lo despoja de la verdad,
la belleza y la bondad, es tan sólo un sentimiento, una distorsión
filosófica, una ilusión psíquica, una decepción espiritual. El amor debe
ser siempre redefinido en los niveles sucesivos de progresión morontial
y espiritual.
El arte resulta del intento del hombre de
escapar a la falta de belleza en su medio ambiente material; es un gesto
hacia el nivel morontial. La ciencia es el esfuerzo del hombre por
solucionar las adivinanzas aparentes del universo material. La filosofía
es el esfuerzo del hombre por unificar la experiencia humana. La
religión es el gesto supremo del hombre, su alcance magnífico hacia la
realidad final, su determinación de encontrar a Dios y de ser como él
es.
En el reino de la experiencia religiosa, la
posibilidad espiritual es realidad potencial. El impulso espiritual
hacia delante del hombre no es una ilusión psíquica. Puede que no sea
todo en el fantaseamiento del hombre sobre el universo un hecho, pero
mucho, muchísimo en él es verdad.
La vida de algunos hombres es demasiado
grande y noble para descender al nivel bajo del ser puramente exitoso.
El animal debe adaptarse al medio ambiente, pero el hombre religioso
transciende su medio y de esta manera escapa a las limitaciones del
mundo material presente, mediante su visión del amor divino. Este
concepto de amor genera en el alma del hombre ese esfuerzo superanimal
por encontrar la verdad, la belleza y la bondad. Y cuando los encuentra,
su abrazo lo glorifica a él; lo consume el deseo de vivirlos en su
vida, de hacer la rectitud.
No os desalentéis; la evolución humana sigue progresando, y la revelación de Dios al mundo, en Jesús y por Jesús, no fracasará.
El gran desafío del hombre moderno consiste
en alcanzar una mejor comunicación con el Monitor divino que reside en
la mente humana. La aventura más grande del hombre en la carne consiste
en un esfuerzo bien balanceado y sano por avanzar los límites de la
autoconciencia hasta los ocultos reinos de la conciencia embriónica del
alma en un esfuerzo sincero por alcanzar el terreno que linda con la
conciencia espiritual —al contacto con la presencia divina. Esta
experiencia constituye la conciencia de Dios, una experiencia
poderosamente confirmadora de la verdad preexistente de la experiencia
religiosa de conocer a Dios. Esta conciencia del espíritu equivale al
conocimiento de la actualidad de la filiación de Dios. De otra manera,
la certeza de la filiación es una experiencia de fe.
La conciencia de Dios es equivalente a la
integración del yo con el universo, y en sus niveles más altos de la
realidad espiritual. Sólo el contenido espiritual de cualquier valor es
imperecedero. Aun lo que es verdadero, bello y bueno no puede perecer en
la experiencia humana. Si el hombre no elige sobrevivir, el Ajustador
sobreviviente conservará esas realidades nacidas del amor y alimentadas
en el servicio. Todas estas cosas son parte del Padre Universal. El
Padre es amor vivo, y esta vida del Padre reside en sus Hijos. Y el
espíritu del Padre reside en los hijos de sus Hijos —los hombres
mortales. Al fin y al cabo, la idea del Padre seguirá siendo el más alto
concepto humano de Dios.
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FÍN