La noticia de las apariciones de Jesús se
estaba difundiendo por todo Galilea, y cada día llegaban más creyentes a
la casa de Zebedeo para preguntar sobre la resurrección del Maestro y
averiguar la verdad sobre estas supuestas apariciones. Pedro comunicó, a
principios de la semana, que celebraría una reunión pública junto al
lago, el próximo sábado a las tres de la tarde.
Por lo tanto, el sábado 29 de abril, a las
tres de la tarde, más de quinientos creyentes de los alrededores de
Capernaum se reunieron en Betsaida para escuchar a Pedro predicar su
primer sermón público desde la resurrección. La elocuencia del apóstol
fue notable, y después de terminar él su emocionante discurso, pocos de
los oyentes dudaron de que el Maestro había resucitado de entre los
muertos.
Pedro terminó su sermón diciendo:
«Afirmamos que Jesús de Nazaret no está muerto, declaramos que se ha
levantado de la tumba; proclamamos que lo hemos visto y hemos hablado
con él». En el momento en que terminaba de pronunciar esta declaración
de fe, allí, a su lado, a plena vista de toda la gente, apareció el
Maestro en forma morontial y, hablándoles con voz conocida, dijo: «Que
la paz sea con vosotros, y mi paz os dejo». Después de aparecer así y
decir estas palabras, desapareció de su vista. Fue ésta la decimoquinta
manifestación morontial de Jesús resucitado.
Debido a ciertas cosas que Jesús dijo a los
once mientras estaban conferenciando con él en el monte de la
ordenación, los apóstoles recibieron la impresión de que su Maestro
haría finalmente una aparición pública ante un grupo de creyentes
galileos y que, después de dicho acontecimiento, ellos debían regresar a
Jerusalén. Por lo tanto, al día siguiente, domingo 30 de abril, los
once partieron temprano de Betsaida en dirección a Jerusalén. Hicieron
mucha enseñanza y predicación mientras bajaban a lo largo del Jordán, de
modo que no llegaron a la casa de los Marcos en Jerusalén hasta tarde
el día miércoles, 3 de mayo.
Éste fue un regreso triste a casa para Juan
Marcos. Unas pocas horas antes de llegar él a su casa, su padre, Elías
Marcos, murió repentinamente de una hemorragia cerebral. Aunque la idea
de la certeza de la resurrección de los muertos, hizo mucho para
consolar a los apóstoles en su dolor, al mismo tiempo lloraron
sinceramente la pérdida de este buen amigo, que los había apoyado
audazmente, aun en momentos de grandes problemas y desencantos. Juan
Marcos hizo todo lo que pudo para consolar a su madre y, hablando por
ella, invitó a los apóstoles a que siguieran considerando su casa la
casa de ella. Y los once instalaron su centro de operaciones en el
aposento superior hasta después del día de Pentecostés.
Los apóstoles premeditadamente habían
entrado a Jerusalén después de la caída de la noche, para que no los
vieran las autoridades judías. Tampoco aparecieron en público en
relación con el funeral de Elías Marcos. Durante todo el día siguiente
permanecieron en calma reclusión en este pletórico aposento superior.
El jueves por la noche los apóstoles
tuvieron una estupenda reunión en este aposento superior y se
prometieron a sí mismos salir a predicar públicamente el nuevo evangelio
del Señor resucitado, excepto Tomás, Simón el Zelote y los gemelos
Alfeo. Ya habían dado los primeros pasos que transformarían el evangelio
del reino —filiación de Dios y hermandad del hombre— en una
proclamación de la resurrección de Jesús. Natanael se opuso a este
cambio de énfasis en el mensaje público, pero no pudo detener la
elocuencia de Pedro y el entusiasmo de los discípulos, especialmente de
las mujeres creyentes.
Así pues, bajo el vigoroso liderazgo de
Pedro y antes de que el Maestro ascendiera al Padre, sus bien
intencionados representantes comenzaron el sutil proceso de una
transformación paulatina y certera de la religión de Jesús a una nueva forma modificada de religión sobre Jesús.
«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»
martes, 6 de enero de 2015
viernes, 2 de enero de 2015
En el monte de la ordenación.
Al mediodía del sábado 22 de abril, los once apóstoles se reunieron
tal como indicado en la colina cerca de Capernaum, y Jesús apareció
entre ellos. Este encuentro ocurrió en el mismo monte en que el Maestro
los había apartado como sus apóstoles y como embajadores del reino del
Padre en la tierra. Y era ésta la decimocuarta manifestación morontial
del Maestro.
En esta ocasión los once apóstoles se arrodillaron formando un círculo alrededor del Maestro, le oyeron repetir los encargos y le vieron volver a representar la escena de la ordenación así como cuando fueron apartados por primera vez para el trabajo especial del reino. Todo esto fue para ellos como una recordación de su consagración al servicio del Padre, excepto por la oración del Maestro. Ahora, cuando el Maestro —el Jesús morontial— oró, fue en tonos de majestad y con palabras de poder tales como los apóstoles nunca habían oído antes. Su Maestro hablaba ahora con los gobernantes de los universos como el que, en su propio universo, tenía en sus manos pleno poder y autoridad. Estos once hombres no olvidaron nunca la experiencia de la rededicación morontial a las promesas previas de embajadores. El Maestro pasó tan sólo una hora en este monte con sus embajadores, y después de despedirse de ellos con afecto, desapareció de su vista.
Nadie vio a Jesús durante una semana entera. Los apóstoles realmente no sabían qué hacer, sin saber si el Maestro había ido al Padre. En este estado de incertidumbre, permanecieron en Betsaida. No se atrevían a irse de pesca por si él venía a visitarlos y ellos no lo veían. Durante toda esa semana, Jesús estuvo ocupado con las criaturas morontiales en la tierra y con los asuntos de la transición morontial que estaba experimentando en este mundo.
En esta ocasión los once apóstoles se arrodillaron formando un círculo alrededor del Maestro, le oyeron repetir los encargos y le vieron volver a representar la escena de la ordenación así como cuando fueron apartados por primera vez para el trabajo especial del reino. Todo esto fue para ellos como una recordación de su consagración al servicio del Padre, excepto por la oración del Maestro. Ahora, cuando el Maestro —el Jesús morontial— oró, fue en tonos de majestad y con palabras de poder tales como los apóstoles nunca habían oído antes. Su Maestro hablaba ahora con los gobernantes de los universos como el que, en su propio universo, tenía en sus manos pleno poder y autoridad. Estos once hombres no olvidaron nunca la experiencia de la rededicación morontial a las promesas previas de embajadores. El Maestro pasó tan sólo una hora en este monte con sus embajadores, y después de despedirse de ellos con afecto, desapareció de su vista.
Nadie vio a Jesús durante una semana entera. Los apóstoles realmente no sabían qué hacer, sin saber si el Maestro había ido al Padre. En este estado de incertidumbre, permanecieron en Betsaida. No se atrevían a irse de pesca por si él venía a visitarlos y ellos no lo veían. Durante toda esa semana, Jesús estuvo ocupado con las criaturas morontiales en la tierra y con los asuntos de la transición morontial que estaba experimentando en este mundo.
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