«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

martes, 31 de mayo de 2016

El sermón de Pentecostés

Los apóstoles habían permanecido ocultos durante cuarenta días. Ocurrió que este día era el festival judío de Pentecostés, y miles de visitantes de todas partes del mundo se encontraban en Jerusalén. Muchos habían llegado para esta festividad, pero la mayoría se había quedado en la ciudad desde la Pascua. Ahora, estos aterrados apóstoles emergieron de sus semanas de reclusión, apareciendo audazmente en el templo en el que comenzaron a predicar el nuevo mensaje de un Mesías resucitado. Y asimismo todos los discípulos tenían conciencia de haber recibido una nueva dote espiritual de discernimiento y poder.
     
Eran aproximadamente las dos cuando Pedro se puso de pie, en el mismo lugar en que su Maestro había enseñado por última vez en el templo, y pronunció ese llamado apasionado que resultó en la ganancia para el reino de más de dos mil almas. El Maestro ya no estaba, pero de pronto ellos descubrieron que el relato sobre él ejercía gran poder sobre el pueblo. No es de extrañar que fueron llevados a la proclamación ulterior de lo que reinvidicaba su previa devoción a Jesús y al mismo tiempo, tan fuertemente instaba a los hombres a creer en él. Seis de los apóstoles participaron en esta reunión: Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Felipe y Mateo. Hablaron más de una hora y media y pronunciaron mensajes en griego, hebreo y aramaico, así como también algunas pocas palabras en otras lenguas de las que tenían un ligero conocimiento.
     
Los líderes de los judíos estaban estupefactos frente a la audacia de los apóstoles, pero tuvieron miedo de importunarlos debido al gran número de gente que creía en este relato.
     
Para las cuatro y media, más de dos mil nuevos creyentes siguieron a los apóstoles hasta el estanque de Siloé, donde Pedro, Andrés, Santiago y Juan los bautizaron en nombre del Maestro. Ya era de noche cuando terminaron de bautizar a la multitud.
      
Pentecostés era el gran festival del bautismo, la época en la que se aceptaban como miembros a los prosélitos de la puerta, aquellos gentiles que deseaban servir a Yahvé. Por lo tanto era más probable que grandes números de judíos y gentiles se sometieran al bautismo en este día. Al hacerlo, no se separaban de manera alguna de la fe judía. Aun por cierto tiempo después, los creyentes de Jesús constituyeron una secta dentro del judaísmo. Todos ellos, incluyendo los apóstoles, seguían siendo leales a los requisitos sustanciales del sistema ceremonial judío.