Muchas enseñanzas extrañas y raras se asociaron con las primeras
narrativas del día de Pentecostés. En épocas subsiguientes, los sucesos
de este día, en el cual vino el Espíritu de la Verdad, el nuevo maestro,
a morar con la humanidad, se han confundido con explosiones necias de
emocionalismo exagerado. La misión principal de este espíritu derramado
del Padre y del Hijo consiste en enseñar a los hombres las verdades del
amor del Padre y de la misericordia del Hijo. Éstas son las verdades de
la divinidad que los hombres pueden comprender más plenamente que todos
los demás rasgos divinos de carácter. El Espíritu de la Verdad se ocupa
principalmente de la revelación de la naturaleza espiritual del Padre y
del carácter moral del Hijo. El Hijo Creador, en la carne, reveló Dios a
los hombres; el Espíritu de la Verdad, en el corazón, revela el Hijo
Creador a los hombres. Cuando el hombre rinde los «frutos del espíritu»
en su vida, simplemente exhibe los rasgos que el Maestro manifestó en su
vida terrenal. Cuando Jesús estuvo en la tierra, vivió su vida como una
personalidad —Jesús de Nazaret. Como espíritu residente del «nuevo
maestro», el Maestro, desde Pentecostés, ha podido vivir su vida
nuevamente en la experiencia de cada creyente enseñado por la verdad.
Muchas cosas que pasan en el curso de la
vida humana son difíciles de comprender, difíciles de reconciliar con la
idea de que éste es un universo en el cual prevalece la verdad y la rectitud triunfa. Muy
frecuentemente parecería que prevaleciesen el insulto, las mentiras, la
deshonestidad y la falta de rectitud —el pecado. ¿Triunfa realmente, por
fin, la fe obre el mal, sobre el pecado y sobre la iniquidad? Sí. La
vida y muerte de Jesús son prueba eterna de que la verdad de la bondad y
la fe de la criatura conducida por el espíritu serán siempre
reivindicadas. Se mofaron de Jesús en la cruz diciendo: «Veamos si viene
Dios y lo libra». El día de la crucifixión estuvo oscuro, pero la
mañana de la resurrección fue gloriosamente luminosa; el día de
Pentecostés fue aun más luminoso y lleno de júbilo. Las religiones de la
desesperación pesimista anhelan liberarse de las cargas de la vida;
ansían la extinción en un sueño y un reposo sin fin. Éstas son las
religiones de los temores y terrores primitivos. La religión de Jesús es
un nuevo evangelio de fe que ha de ser proclamado a la humanidad
forcejeante. Esta nueva religión está fundada en la fe, la esperanza y
el amor. La vida mortal golpeó a Jesús con dureza,
crueldad y amargura; pero este hombre enfrentó estas ministraciones de
desesperación con fe, coraje y la determinación inamovible de hacer la
voluntad del Padre. Jesús aceptó el desafío de la vida en su realidad
más terrible, y la conquistó —aun en la muerte. Él no utilizó la
religión como liberación de la vida. La religión de Jesús no busca
escapar de esta vida para disfrutar de la felicidad que aguarda en otra
existencia. La religión de Jesús prporciona la felicidad y la paz de
otra existencia espiritual para elevar y ennoblecer la vida que los
hombres viven ahora en la carne.
Si la religión es el opio del pueblo, no es
la religión de Jesús. En la cruz, él se negó a beber la droga
adormecedora, y su espíritu, derramado sobre toda la carne, es una
poderosa influencia mundial que conduce al hombre hacia las alturas y lo
impulsa hacia adelante. El impulso espiritual hacia adelante es la más
poderosa fuerza que existe en este mundo; el creyente que aprende la
verdad es la verdadera alma progresiva y agresiva en la tierra.
El día de Pentecostés la religión de Jesús
rompió todas las restricciones nacionales y las cadenas raciales. Es
para siempre verdad que «donde se encuentra el espíritu del Señor, se
encuentra la libertad». En este día, el Espíritu de la Verdad se tornó
el don personal del Maestro para cada mortal. Este espíritu fue otorgado
con el propósito de calificar a los creyentes para que prediquen más
eficazmente el evangelio del reino, pero ellos confundieron la
experiencia de recibir el espíritu derramado, con una parte del nuevo
evangelio que inconscientemente estaban formulando.
No paséis por alto el hecho de que el
Espíritu de la Verdad fue otorgado a todos los creyentes sinceros; este
don del espíritu no vino solamente a los apóstoles. Los ciento veinte
hombres y mujeres congregados en el aposento superior recibieron el
nuevo maestro, así como lo hicieron también todos los de corazón honesto
en todo el mundo. Este nuevo maestro fue otorgado a la humanidad, y
todas las almas lo recibieron según su amor a la verdad y su capacidad
de captar y comprender las realidades espirituales. Por fin, la religión
verdadera se libera de la custodia de los sacerdotes y de todas las
castas sagradas, y encuentra su manifestación real en el alma de cada
hombre.
La religión de Jesús fomenta el tipo más
alto de civilización humana porque crea el tipo más alto de personalidad
espiritual y proclama la condición sagrada de esa persona.
La llegada del Espíritu de la Verdad en
Pentecostés, posibilitó una religión que no es ni radical ni
conservadora; ni antigua ni nueva; no esta dominada ni por los viejos ni
por los jóvenes. El hecho de la vida terrenal de Jesús provee un punto
fijo para el ancla del tiempo, mientras que el
otorgamiento del Espíritu de la Verdad provee la expansión eterna y el
crecimiento interminable de la religión que él vivió y del evangelio que
él proclamó. El espíritu guía a toda la verdad; es el maestro de una
religión en expansión y constante crecimiento, de progreso sin fin y
desarrollo divino. Este nuevo maestro se revela por siempre para el
creyente que busca la verdad, lo que estuvo tan divinamente contenido en
la persona y naturaleza del Hijo del Hombre.
Las manifestaciones asociadas con el
advenimiento del «nuevo maestro», y la recepción de la predicación de
los apóstoles por parte de hombres de distintas razas y naciones,
reunidos en Jerusalén, señalan la universalidad de la religión de Jesús;
el evangelio del reino no debía identificarse específicamente con
ninguna raza, cultura o idioma. Este día de Pentecostés presenció el
gran esfuerzo del espíritu por liberar la religión de Jesús de las
cadenas judaicas heredadas. Aun después de esta demostración del
derramamiento del espíritu sobre toda la carne, los apóstoles al
principio trataron de imponer los requisitos del judaísmo a sus
conversos. Aun Pablo tuvo problemas con sus hermanos jerosolimitanos
porque se negó a someter a los gentiles a estas prácticas judías.
Ninguna religión revelada puede difundirse a todo el mundo si comete el
serio error de dejarse imbuir de alguna cultura nacional o asociarse con
prácticas raciales, sociales o económicas ya establecidas.
El otorgamiento del Espíritu de la Verdad
aconteció independientemente de toda forma, ceremonia, lugar sagrado y
conducta especial por parte de los que recibieron la plenitud de su
manifestación. Cuando el espíritu descendió sobre los que se encontraban
en el aposento superior, ellos simplemente estaban sentados allí,
después de haber orado en silencio. El espíritu descendió tanto en el
campo como en la ciudad. No fue necesario que los apóstoles se retiraran
a un lugar aislado y que pasaran años de meditación solitaria para
recibir el espíritu. Para siempre, Pentecostés disocia la idea de la
experiencia espiritual del concepto de un medio ambiente particularmente
favorable.
Pentecostés, con su don espiritual, fue
concebido para liberar por siempre la religión del Maestro de toda
dependencia de la fuerza física; los maestros de esta nueva religión ya
cuentan con armas espirituales. Deben salir para conquistar el mundo con
una capacidad infalible para perdonar, incomparable buena voluntad, y
amor abundante. Están equipados para sobrecoger el mal con el bien, para
vencer el odio con el amor, y para destruir el temor con la valiente y
viva fe en la verdad. Jesús ya había enseñado a sus seguidores que su
religión no era nunca pasiva; sus apóstoles debían tomar siempre una
posición activa y positiva en su ministerio de misericordia y en sus
manifestaciones de amor. Ya no consideraban estos creyentes a Yahvé como
«el Señor de las Huestes». Ahora consideraban a la Deidad eterna como
«Dios y Padre del Señor Jesús Cristo». Por lo menos hicieron ese
progreso, aunque en cierta medida no supieron captar plenamente la
verdad de que Dios es también el Padre espiritual de cada individuo.
Pentecostés dotó al hombre mortal con el
poder para perdonar las injurias personales, para mantenerse dulce en
medio de las injusticias más graves, para permanecer inamovible frente
al peligro más tremendo, y para desafiar los males del odio y de la ira
mediante actos audaces de amor y paciencia. Urantia ha pasado por la
destrucción de tremendas guerras a través de su historia. Todos los
participantes de estas grandes luchas fueron derrotados. Tan sólo hubo
un vencedor. Tan sólo uno salió de estas luchas amargas con una mejor
reputación elevada —ese fue Jesús de Nazaret y su evangelio de
sobrecoger el mal con el bien. El secreto de una civilización mejor está
encerrado en las enseñanzas del Maestro sobre la buena voluntad del
amor y la confianza mutua.
Hasta Pentecostés, la religión tan sólo
había revelado al hombre que buscaba a Dios; a partir de Pentecostés, el
hombre aún está buscando a Dios, pero brilla sobre el mundo el
espectáculo de Dios que también busca al hombre y que envía su espíritu
para que more en él cuando lo haya encontrado.
Antes de las enseñanzas de Jesús que
culminaron en Pentecostés, las mujeres prácticamente no tenían posición
espiritual alguna en los dogmas de las religiones más viejas. Después de
Pentecostés, en la hermandad del reino la mujer se encontró ante Dios
en igualdad de condiciones que el hombre. Entre los ciento veinte que
recibieron esta visitación especial del espíritu habían muchas de las
discípulas, y ellas compartieron estas bendiciones en igual medida con
los creyentes varones. El hombre ya no puede presumir monopolizar el
ministerio del servicio religioso. El fariseo podrá seguir agradeciendo a
Dios el no haber nacido «ni mujer, ni leproso, ni gentil», pero entre
los seguidores de Jesús la mujer ha sido emancipada para siempre de toda
discriminación religiosa basada en el sexo. Pentecostés obliteró toda
discriminación religiosa fundada en la distinción racial, las
diferencias culturales, las castas sociales, o los prejuicios en cuanto
al sexo. No es de extrañar que estos creyentes de la nueva religión
clamaran a gritos: «Allí donde se encuentra el espíritu del Señor, se
encuentra la libertad».
Tanto la madre como un hermano de Jesús
estaban presentes entre los ciento veinte creyentes, y como miembros de
este grupo común de discípulos, también recibieron el espíritu
esparcido. No recibieron mayor cantidad del buen don que sus semejantes.
Los miembros de la familia terrenal de Jesús no recibieron dones
especiales. Pentecostés marcó el fin de los sacerdocios especiales y
toda creencia en las familias sagradas.
Antes de Pentecostés los apóstoles habían
renunciado a mucho por Jesús. Habían sacrificado sus hogares, familias,
amigos, bienes mundanos y posición. En Pentecostés se entregaron a Dios,
y el Padre y el Hijo respondieron entregándose al hombre —enviando sus
espíritus para que moraran en el hombre. Esta experiencia de perder el
yo y encontrar el espíritu no fue una experiencia emocional; fue un acto
de autoentrega inteligente y consagración sin reservas.
Pentecostés fue el llamado a la unidad
espiritual entre los creyentes del evangelio. Cuando el espíritu
descendió sobre los discípulos en Jerusalén, lo mismo sucedió en
Filadelfia, en Alejandría y en todos los demás lugares donde vivían
creyentes sinceros. Fue literalmente cierto que «había un solo corazón y
una sola alma en la multitud de los creyentes». La religión de Jesús es
la influencia unificadora más poderosa que el mundo haya conocido
jamás.
Pentecostés tuvo el propósito de aminorar
la presunción de individuos, grupos, naciones y razas. Este espíritu de
presunción es lo que tanto aumenta las tensiones que periódicamente
estallan en guerras destructivas. La humanidad tan sólo puede unificarse
mediante el enfoque espiritual, y el Espíritu de la Verdad es una
influencia mundial que influye uniformemente.
La llegada del Espíritu de la Verdad
purifica el corazón humano y conduce al que lo recibe a formular un
propósito de vida dedicado exclusivamente a hacer la voluntad de Dios y
promover el bienestar de los hombres. El espíritu material del egoísmo
ha sido neutralizado en este nuevo otorgamiento espiritual de altruismo.
Pentecostés, entonces y ahora, significa que el Jesús de la historia se
ha tornado en el Hijo divino de la experiencia viviente. La felicidad
de este espíritu derramado, cuando se experimenta conscientemente en la
vida humana, es tónico para la salud, estímulo para la mente, y energía
infalible para el alma.
La oración no atrajo al espíritu en el día
de Pentecostés, pero en mucho determinó la capacidad de receptividad que
caracterizó a cada creyente. La oración no convence al corazón divino de la generosidad
de su don, pero muy a menudo cava canales más amplios y profundos por
los que pueden correr los dones divinos al corazón y al alma de los que
de este modo recuerdan mantener ininterrumpida la comunión con su
Hacedor mediante la oración sincera y la adoración verdadera.