Los viajeros no tenían más que un propósito al ir a Creta, y ése era distraerse, pasear por la isla y escalar las montañas. Los cretenses de esa época no disfrutaban de una reputación envidiable entre los pueblos vecinos. No obstante, Jesús y Ganid ganaron muchas almas para los niveles más elevados del pensamiento y de la vida, estableciendo así los cimientos que permitieron la rápida recepción de las enseñanzas evangélicas posteriores cuando llegaron los primeros predicadores de Jerusalén. Jesús amaba a estos cretenses, pese a las duras palabras con que Pablo más tarde se referiría a ellos, cuando posteriormente envió a Tito a la isla para reorganizar sus iglesias.
En las montañas de Creta, tuvo Jesús su primera larga conversación con Gonod sobre la religión. Y el padre quedó muy impresionado, diciendo: «No me extraña que el chico crea todo lo que le dices; pero yo no sabía que existiese tal religión en Jerusalén, mucho menos en Damasco». Fue durante la estadía en la isla cuando Gonod por primera vez propuso a Jesús que fuera con ellos a la India, y Ganid estaba encantado con el pensamiento de que Jesús pudiera consentir a tal arreglo.
Cierto día, al preguntarle Ganid a Jesús por qué no se dedicaba a enseñar públicamente, le respondió: «Hijo mío, todo ha de aguardar su hora. Naces en el mundo, pero no hay ansiedad ni manifestación de impaciencia capaces de hacerte crecer. En todos estos asuntos, hay que darle tiempo al tiempo. Sólo el tiempo madurará la fruta verde en el árbol. Una estación sucede a la otra, y el atardecer sigue al amanecer sólo con el paso del tiempo. Ahora estoy yo camino a Roma con tu padre y contigo, y eso es suficiente por hoy. Mi mañana esta totalmente en las manos de mi Padre en el cielo». Y procedió Jesús luego relatándole a Ganid la historia de Moisés y de sus cuarenta años de vigilante espera y continua preparación.
Una cosa sucedió en una visita a Buenos Puertos que Ganid nunca olvidó; el recuerdo de este episodio siempre le hacía desear que pudiera hacer algo para cambiar el sistema de castas de su India natal. Un ebrio degenerado estaba atacando a una joven esclava en la carretera pública. Al ver Jesús el apuro de la muchacha, se abalanzó hacia ellos, rescatando a la doncella del asalto del loco. Mientras la niña empavorecida se asía de él, Jesús mantenía al hombre enloquecido a una distancia prudencial con su poderoso brazo derecho extendido, hasta que el pobre tipo quedó poco a poco agotado de tanto lanzar golpes furiosos en el aire. Ganid sentía un fuerte impulso de ayudar a Jesús en manejar este incidente, pero su padre se lo prohibió. Aunque no hablaban el idioma de la muchacha, ella podía entender su acto de misericordia y manifestó claramente su gratitud de alma mientras los tres la acompañaban hasta su casa. Fue éste tal vez lo más parecido a un tropiezo personal con un semejante que Jesús hubiera tenido a lo largo de toda su vida en la carne. Pero esa tarde le costó bastante hacerle entender a Ganid por qué no había golpeado al borracho. Según Ganid hubiera sido justo golpear a este hombre por lo menos tantas veces como había golpeado a la joven.