Bien sabía Jesús que sus apóstoles no asimilaban del todo sus enseñanzas. Decidió impartir instrucciones especiales a Pedro, Santiago y Juan, con la esperanza de que pudieran ellos aclarar las ideas de sus asociados. Veía que, aunque algunas características de la idea de un reino espiritual eran comprendidas por los doce, ellos persistían en relacionar estas nuevas enseñanzas espirituales directamente con los antiguos y arraigados conceptos literales del reino del cielo como la restauración del trono de David y el restablecimiento de Israel como un poder temporal en la tierra. Por consiguiente, el jueves por la tarde Jesús se alejó de la costa en una barca con Pedro, Santiago y Juan, para hablar de los asuntos del reino. Fue ésta una lección instructiva de cuatro horas, que comprendió decenas de preguntas y respuestas, y para los fines de esta narración, es más provechoso reorganizar el resumen que, de esa tarde importantísima, hiciera Simón Pedro a su hermano Andrés a la mañana siguiente:
1.
Hacer la voluntad del Padre. Las enseñanzas de Jesús en cuanto a confiar en el cuidado del Padre celestial no era un fatalismo ciego y pasivo. Esa tarde citó con aprobación un viejo dicho hebreo: «El que no trabaja no come». Señaló su propia experiencia como ilustración suficiente de sus enseñanzas. Sus preceptos sobre la confianza en el Padre no deben juzgarse sobre la base de las condiciones sociales o económicas de los tiempos modernos ni de ninguna otra época. Sus enseñanzas abarcan los principios ideales del vivir cerca de Dios en todas las épocas y en todos los mundos.
Jesús les aclaró a los tres la diferencia entre las exigencias del apostolado y las del discipulado. Aun entonces no prohibió a los doce el ejercicio de la prudencia y de la previsión. Su prédica no iba contra la previsión sino contra la ansiedad, la preocupación. Enseñaba la sumisión activa y alerta a la voluntad de Dios. En respuesta a muchas de sus preguntas sobre la frugalidad y la economía, les llamó sencillamente la atención sobre su propia vida como carpintero, fabricante de barcas y pescador, y su cuidadosa organización de los doce. Trató de aclarar que el mundo no debe ser considerado un enemigo; que las circunstancias de la vida constituyen un plan divino que actúa junto con los hijos de Dios.
Jesús encontró grandes dificultades en hacerles comprender su práctica personal de no resistencia. Se negaba en forma absoluta a defenderse a sí mismo, y les pareció a los apóstoles que le hubiera gustado que ellos siguieran la misma política. Les enseñó a no resistir el mal, a no combatir la injusticia o la injuria, pero no les enseñó a tolerar pasivamente las maldades. Indicó muy claramente en esa tarde que él aprobaba el castigo social de los malhechores y criminales, y que el gobierno civil a veces debe emplear la fuerza para mantener el orden social y aplicar la justicia.
No dejó nunca de advertir a sus discípulos contra la práctica malvada de la represalia; no permitía la venganza, la idea de desquitarse. Deploraba guardar rencor. Desaprobaba la idea de ojo por ojo y diente por diente. Le desagradaba todo el concepto de la venganza privada y personal, y prefería asignar estos asuntos al gobierno civil por una parte, y al juicio de Dios por la otra. Les aclaró a los tres que sus enseñanzas se referían al individuo, y no al estado. Resumió sus instrucciones hasta ese momento sobre estos asuntos como sigue:
Amad a vuestros enemigos —recordad las exigencias morales de la hermandad humana.
La futilidad del mal: un agravio no se corrige con la venganza. No cometáis el error de luchar contra el mal con sus propias armas.
Tened fe —confianza en el triunfo final de la justicia divina y de la bondad eterna.
2. Actitud política. Advirtió a sus apóstoles que fuesen discretos en sus comentarios relativos a las difíciles relaciones existentes a la sazón entre el pueblo judío y el gobierno romano; les prohibió que en modo alguno se enredaran en estas dificultades. Él siempre tuvo cuidado de evitar las trampas políticas de sus enemigos, siempre respondiendo: «Dad al césar las cosas que son de césar y a Dios las que son de Dios». No permitía que su atención fuese desviada de su misión de establecer un nuevo camino de salvación; no se permitía a sí mismo preocuparse por otras cosas. En su vida personal siempre cumplió fielmente con todas las leyes y reglas civiles; y en sus enseñanzas públicas ignoró los ámbitos cívicos, sociales y económicos. Les dijo a los tres apóstoles que a él sólo le preocupaban los principios de la vida espiritual interior y personal del hombre.
Jesús no fue pues un reformador político. No vino para reorganizar el mundo; aunque lo hubiese hecho, sólo podría haber sido aplicable a esa época y a esa generación. Sin embargo, mostró al hombre la óptima manera de vivir, y ninguna generación está exenta de la tarea de descubrir como adaptar de la mejor manera, la vida de Jesús a sus propios problemas. Pero, no cometáis jamás el error de identificar las enseñanzas de Jesús con alguna teoría política o económica, con algún sistema social o industrial.
3. Actitud social. Los rabinos judíos venían debatiendo desde hacía mucho el problema: ¿Quién es mi prójimo? Jesús llegó con la idea de una generosidad activa y espontánea, un amor por los semejantes tan genuino que expandía el concepto de vecino hasta incluir al mundo entero, tornando en vecinos por lo tanto a todos los hombres. Pero pese a todo esto, Jesús estaba interesado solamente en el individuo, no en la masa. Jesús no era un sociólogo, pero se esforzó por echar por tierra toda forma de aislamiento egoísta. Enseñó comprensión pura, compasión. Micael de Nebadon es un Hijo dominado por la misericordia; la compasión es su naturaleza propia.
El Maestro no dijo que los hombres nunca debían agasajar a sus amigos, pero sí dijo que sus discípulos deberían ofrecer fiestas a los pobres y a los desafortunados. Jesús tenía un firme sentido de la justicia, pero era una justicia siempre atemperada por la misericordia. No enseñó a sus apóstoles que se dejaran dominar por los parásitos sociales ni por los buscadores profesionales de limosnas. Lo más cercano a un comentario sociológico que hizo Jesús fue: «No juzguéis, para que no seáis juzgados».
Dijo claramente que la lástima indiscriminada puede producir muchos males sociales. Al día siguiente Jesús instruyó en forma clara a Judas de que no debían entregarse fondos apostólicos en limosnas excepto si él o dos de los apóstoles juntos se lo pedían. En todos estos asuntos era práctica de Jesús decir siempre: «Sed tan sabios como serpientes pero tan inocuos como palomas». Parecía ser su propósito en toda situación social enseñar paciencia, tolerancia y perdón.
La familia ocupaba el centro mismo de la filosofía de la vida de Jesús —aquí y en lo sucesivo. Las enseñanzas sobre Dios las basaba en la familia, tratando al mismo tiempo de corregir la tendencia judía de honrar excesivamente a los antepasados. Exaltaba la vida familiar como el deber más alto de la humanidad, pero decía claramente que las relaciones familiares no deben interferir con las obligaciones religiosas. Llamaba la atención sobre el hecho de que la familia es una institución temporal; que no sobrevive a la muerte. Jesús no vaciló en dejar a su familia cuando la familia fue en contra de la voluntad del Padre. Enseñó la nueva y más amplia hermandad del hombre —la de los hijos de Dios. En los tiempos de Jesús, el divorcio era fácil tanto en Palestina como en todo el Imperio Romano. Se negó repetidamente a establecer leyes sobre el matrimonio y el divorcio, pero muchos de los primeros seguidores de Jesús tenían opiniones definidas sobre el divorcio y no vacilaron en atribuírselas a él. Todos los escritores del Nuevo Testamento se adhirieron a estas ideas más estrictas y avanzadas sobre el divorcio, excepto Juan Marcos.
4. Actitud económica. Jesús trabajó, vivió y actuó en el mundo tal como lo encontró. No era un reformador económico, a pesar de que llamó frecuentemente la atención sobre la injusticia de una distribución desigual de la riqueza. Pero no ofreció sugerencia alguna para remediarla. Dijo claramente a los tres que, aunque sus apóstoles no debían tener propiedad privada, no predicaba contra la riqueza y la propiedad, sino solamente contra su distribución desigual e injusta. Reconocía la necesidad de la justicia social y la ecuanimidad industrial, pero no ofrecía regla alguna para lograrlas.
No enseñó nunca a sus seguidores a que evitaran las posesiones terrestres, sólo a sus doce apóstoles. Lucas, el médico, creía firmemente en la igualdad social, y mucho hizo por interpretar las palabras de Jesús en armonía con sus creencias personales. Jesús no dijo nunca personalmente a sus discípulos que adoptaran un modo de vida comunal; no hizo ningún pronunciamiento de ningún tipo sobre estos asuntos.
Jesús advirtió frecuentemente a sus seguidores contra la codicia, declarando que «la felicidad de un hombre no consiste en la abundancia de sus posesiones materiales». Reiteraba constantemente: «¿Qué gana un hombre si llega a poseer el mundo entero y pierde su propia alma?» Nunca atacó directamente la propiedad privada, pero insistía que lo esencial eternamente es la primacía de los valores espirituales. En sus enseñanzas posteriores trató de corregir muchas erróneas opiniones urantianas sobre la vida, con numerosas parábolas que presentó en el curso de su ministerio público. Jesús no tuvo nunca la intención de elaborar teorías económicas; bien sabía que cada época debe desarrollar sus propios remedios para los problemas existentes. Si Jesús estuviera en la tierra hoy día, viviendo su vida en la carne, sería una gran desilusión para la mayoría de los hombres y mujeres buenos, por la sencilla razón de que no tomaría partido en las disputas políticas, sociales o económicas del día corriente. Se mantendría apartado de estas cosas, en cambio os enseñaría cómo perfeccionar vuestra vida espiritual interior para haceros mucho más capaces de solucionar vuestros problemas puramente humanos.
Jesús haría que todos los hombres fueran semejantes a Dios y luego se apartaría para contemplar con compasión como estos hijos de Dios solucionarían sus propios problemas sociales, políticos y económicos. No era la riqueza lo que denunciaba, sino lo que hace la riqueza con la mayoría de sus devotos. Este jueves por la tarde, por primera vez dijo Jesús a sus asociados que «es más bendito dar que recibir».
5. Religión personal. Vosotros, así como lo hicieron sus apóstoles, podréis comprender mejor las enseñanzas de Jesús por su vida. Vivió una vida perfeccionada en Urantia, y sus enseñanzas singulares sólo pueden ser comprendidas cuando se visualiza esa vida dentro de su ambiente inmediato. Es su vida, y no sus lecciones a los doce ni los sermones a las multitudes, la que os ayudará a revelar el carácter divino y la personalidad amante del Padre.
Jesús no atacó las enseñanzas de los profetas hebreos ni de los moralistas griegos. El Maestro reconocía las muchas cosas buenas que estos grandes pensadores preconizaban, pero había venido a la tierra para enseñar algo más: «la conformidad voluntaria de la voluntad del hombre a la voluntad de Dios». Jesús no quería sencillamente producir un hombre religioso, un mortal totalmente ocupado con sentimientos religiosos y sólo estimulado por impulsos espirituales. Si vosotros hubierais podido verlo aunque hubiera sido una sola vez, habríais conocido que Jesús era un hombre real de gran experiencia en las cosas de este mundo. Las enseñanzas de Jesús en este respecto han sido groseramente pervertidas y grandemente tergiversadas a través de los siglos de la era cristiana; también habéis tenido ideas pervertidas sobre la mansedumbre y humildad del Maestro. Su propósito en su vida fue al parecer un gran respeto por sí mismo. Aconsejaba al hombre a que se humillara para llegar a ser realmente exaltado; lo que realmente buscaba era una humildad auténtica ante Dios. Mucho valoraba la sinceridad —un corazón puro. La fidelidad era una virtud cardinal en su evaluación del carácter, mientras que el coraje estaba el corazón mismo de sus enseñanzas. «No temáis» era su consigna, y la resistencia paciente, su ideal de fuerza de carácter. Las enseñanzas de Jesús constituyen una religión de valor, coraje y heroísmo. Precisamente por esto escogió como sus representantes personales a doce hombres comunes y corrientes, la mayoría de los cuales eran pescadores toscos, viriles y varoniles.
Jesús poco tenía que decir sobre los vicios sociales de su era; pocas veces se refirió a la delincuencia moral. Era un maestro positivo de la virtud verdadera. Evitaba cuidadosamente el método negativo de impartir instrucción; se negaba a publicar el mal. No era ni siquiera un reformador moral. Bien sabía, y enseñó a sus apóstoles, que los impulsos sensuales de la humanidad no se reprimen mediante el reproche religioso ni las prohibiciones legales. Sus pocas denuncias estaban dirigidas en gran parte contra el orgullo, la crueldad, la opresión y la hipocresía.
Jesús ni siquiera denunció con vehemencia a los fariseos como lo hiciera Juan. Sabía que muchos de los escribas y fariseos eran de corazón honesto; comprendía que eran esclavos de las tradiciones religiosas. Jesús insistía en «primero sanar el árbol». Reiteró a los tres que él valoraba toda la vida, y no sólo unas pocas virtudes especiales.
Lo único que aprendió Juan de esta lección fue que el corazón de la religión de Jesús consistía en lograr un carácter compasivo combinado con una personalidad motivada para hacer la voluntad del Padre en el Paraíso.
Pedro entendió la idea de que el evangelio que estaban a punto de proclamar era realmente un nuevo comienzo para toda la raza humana. Más tarde transmitió esta impresión a Pablo, quien de allí elaboró su doctrina de Cristo como «el segundo Adán».
Santiago comprendió la estremecedora verdad de que Jesús deseaba que sus hijos en la tierra vivieran como si fuesen ciudadanos del reino de los cielos ya completado.
Jesús sabía que cada hombre es distinto de los demás, y así enseñó a sus apóstoles. Repetidamente les advirtió que no intentaran moldear a los discípulos y a los creyentes según un modelo preestablecido. Lo que buscaba era que cada alma pudiera desarrollarse a su propia manera, como individuo distinto y en vías de perfeccionamiento ante Dios. En respuesta a una de las muchas preguntas de Pedro, el Maestro dijo: «Quiero liberar a los hombres para que puedan empezar de nuevo como niños una vida nueva y mejor». Jesús siempre insistía que la verdadera bondad debe ser inconsciente, y que al hacer caridad no se permita que la mano izquierda sepa lo que está haciendo la mano derecha.
Los tres apóstoles se escandalizaron esa tarde cuando se dieron cuenta de que la religión de su Maestro no tenía disposición alguna para un examen de conciencia espiritual. Todas las religiones antes y después de los tiempos de Jesús, aun el cristianismo, ofrecen medios cuidadosos para realizar examen de conciencia. Pero no la religión de Jesús de Nazaret. La filosofía de vida de Jesús carece de introspección religiosa. El hijo del carpintero nunca enseñó la
formación del carácter; enseñó el
crecimiento del carácter, declarando que el reino del cielo es como un grano de mostaza. Pero Jesús nada dijo que proscribiera el autoanálisis con el objeto de prevenir todo egotismo arrogante.
El derecho de entrar en el reino está condicionado por la fe, la creencia personal. El costo de permanecer en la ascensión progresiva del reino es una perla de gran precio; para poseerla, el hombre vende todo lo que tiene.
Las enseñanzas de Jesús son una religión para todos, no solamente para débiles y esclavos. Su religión no se cristalizó (en su época) en credos y leyes teológicas; no dejó una sola línea escrita. Su vida y sus enseñanzas fueron legadas al universo como herencia inspiradora e ideal para la guía espiritual e instrucción moral en todas las épocas en todos los mundos. Y aun hoy, las enseñanzas de Jesús se distinguen de todas las religiones, como tales, aunque son la esperanza viviente de cada una de éstas.
Jesús no enseñó a sus apóstoles que la religión es la única ocupación del hombre en la tierra; ésa era la idea judía de servir a Dios. Pero sí insistió en que la religión fuera la ocupación exclusiva de los doce. Jesús nada enseñó que desviara a sus creyentes de la búsqueda de la cultura genuina; tan sólo quiso apartarse de las escuelas religiosas de Jerusalén, las cuales estaban esclavizadas por las tradiciones. Era liberal, de gran corazón, culto y tolerante. La mojigatería no tiene lugar en su filosofía de un recto vivir.
El Maestro no ofrecía soluciones para los problemas no religiosos de su propia época ni de las épocas subsiguientes. Jesús deseaba desarrollar el discernimiento espiritual para captar las realidades eternas y estimular la iniciativa en la originalidad en el vivir; se dedicaba exclusivamente a las necesidades espirituales fundamentales y permanentes de la raza humana. Revelaba una bondad igual a Dios. Exaltaba el amor —la verdad, la belleza y la bondad— como ideal divino y realidad eterna.
El Maestro vino para crear en el hombre un nuevo espíritu, una voluntad nueva —para impartir una capacidad nueva para conocer la verdad, experienciar la compasión y elegir la virtud— la voluntad de estar en armonía con la voluntad de Dios, combinada con el impulso eterno de volverse perfecto, así como es perfecto el Padre en los cielos.