Mientras los once apóstoles iban en camino a
Galilea, acercándose al fin de su viaje, el martes 18 de abril, por la
noche, a eso de las ocho y media, Jesús apareció ante Rodán y unos
ochenta demás creyentes en Alejandría. Fue ésta la duodécima aparición
del Maestro en forma morontial. Jesús apareció ante estos griegos y
judíos al finalizar el relato de un mensajero de David sobre la
crucifixión. Este mensajero, siendo el quinto de la serie de corredores
camino de Jerusalén a Alejandría, había llegado a Alejandría en las
últimas horas de esa tarde, y cuando hubo entregado su mensaje a Rodán,
se decidió que se convocaría a los creyentes para recibir del mensajero
mismo la noticia trágica. A eso de las ocho de la noche, el mensajero,
Natán de Busiris, se presentó ante este grupo y les relató con detalle
todo lo que el corredor precedente le había contado a él. Natán finalizó
su emotivo relato con estas palabras: «Pero David, quien nos envía con
esta noticia, informa que el Maestro, al pronosticar su muerte, declaró
que volvería a resucitar». Aun mientras hablaba Natán, apareció allí el
Maestro morontial a plena vista de todos. Y cuando Natán se sentó, Jesús
dijo:
«Que la paz sea con vosotros. Lo que mi
Padre me envió a este mundo para que yo estableciera pertenece, no a una
raza, ni a una nación, ni a un grupo especial de maestros o
predicadores. Este evangelio del reino pertenece tanto a los judíos como
a los gentiles, a los ricos y a los pobres, a los libres y a los
esclavos, a los hombres y a las mujeres, aun a los niños pequeños. Todos
vosotros debéis proclamar este evangelio de amor y verdad mediante la
vida que viváis en la carne. Os amaréis los unos a los otros con un
afecto nuevo y sorprendente, aun como yo os he amado a vosotros.
Serviréis a la humanidad con una devoción nueva y sorprendente, aun como
yo os he servido a vosotros, y cuando los hombres vean que vosotros
tanto los amáis, y cuando contemplen cuán fervientemente los servís,
percibirán que vosotros sois hermanos de la fe en el reino del cielo, y
seguirán al Espíritu de la Verdad al que verán en vuestras vidas, hasta
encontrar la salvación eterna.
«Así como el Padre me envió a este mundo,
aun así ahora yo os envío a vosotros. Todos vosotros sois llamados a
llevar la buena nueva a los que están en las tinieblas. Este evangelio
del reino, pertenece a todos los que en ése crean; no deberá ser
confiado en las manos de meros sacerdotes. Pronto vendrá sobre vosotros
el Espíritu de la Verdad, y él os conducirá a toda verdad. Salid pues al
mundo, predicando este evangelio, y pensad que yo estoy con vosotros
siempre, aun hasta el fin de los tiempos».
Cuando el Maestro hubo hablado así,
desapareció de su vista. Durante toda esa noche, estos creyentes
permanecieron allí juntos, recordando las experiencias como creyentes
del reino y escuchando las muchas palabras de Rodán y de sus asociados.
Todos ellos creyeron que Jesús había resucitado de entre los muertos.
Imaginad la sorpresa del heraldo de la resurrección enviado por David,
que llegó al segundo día después de este acontecimiento, cuando
contestaron a su anuncio diciendo: «Sí, lo sabemos, porque lo hemos
visto. Él apareció ante nosotros anteayer».