Después de la consolidación del régimen político romano y tras la
propagación del cristianismo, los cristianos se encontraron con un solo
Dios, un gran concepto religioso, pero sin imperio. Los grecorromanos se
encontraron con un gran imperio, pero sin un Dios que sirviera como
concepto religioso satisfactorio para el culto del imperio y la
unificación espiritual. Los cristianos aceptaron el imperio, y el
imperio adoptó el cristianismo. Los romanos proporcionaron una unidad de
gobierno político; los griegos, una unidad de cultura y de instrucción;
y el cristianismo, una unidad de pensamiento y de práctica religiosos.
Roma venció la tradición del nacionalismo mediante un
universalismo imperial, y por primera vez en la historia hizo posible
que diversas razas y naciones aceptaran, al menos nominalmente, una
misma religión.
El cristianismo tuvo la aceptación de Roma en un momento en que
había grandes discusiones entre las vigorosas enseñanzas de los estoicos
y las promesas de salvación de los cultos de misterio. El cristianismo
aportó un consuelo reconfortante y un poder liberador a un pueblo
espiritualmente hambriento cuyo idioma no contenía la palabra
«desinterés».
Lo que dio mayor poder al cristianismo fue la manera en que sus
creyentes vivieron una vida de servicio, e incluso la forma en que
murieron por su fe durante los primeros tiempos de persecuciones
radicales.
La enseñanza acerca del amor de Cristo por los niños pronto puso
fin a la práctica generalizada de exponer a la muerte a los niños no
deseados, en particular a las niñas.
El primer modelo de culto cristiano fue ampliamente tomado de las
sinagogas judías, y modificado por el ritual mitríaco; más tarde se
añadió mucha pompa pagana. Los griegos cristianizados, prosélitos del
judaísmo, componían la columna vertebral de la iglesia cristiana
primitiva.
El siglo segundo después de Cristo fue el mejor período de toda la
historia mundial para que una buena religión progresara en el mundo
occidental. Durante el siglo primero, el cristianismo se había
preparado, mediante la lucha y los compromisos, para echar raíces y
difundirse rápidamente. El cristianismo adoptó al emperador, y más tarde
éste adoptó el cristianismo. Fue una gran época para la difusión de una
nueva religión. Había libertad religiosa, los viajes se habían
generalizado y el libre pensamiento no tenía trabas.
El ímpetu espiritual de aceptar nominalmente el cristianismo
helenizado llegó a Roma demasiado tarde para impedir su decadencia moral
bien avanzada, o para compensar el deterioro racial ya bien establecido
y en aumento. Esta nueva religión era una necesidad cultural para la
Roma imperial, y es extremadamente desafortunado que no se convirtiera
en un medio de salvación espiritual en un sentido más amplio.
Ni siquiera una buena religión podía salvar a un gran imperio de
los resultados inevitables de la falta de participación individual en
los asuntos del gobierno, del paternalismo excesivo, del exceso de
impuestos y de los abusos flagrantes en su recaudación, de un comercio
desequilibrado con el Levante que agotaba el oro, de la locura por las
diversiones, de la estandarización romana, de la degradación de la
mujer, de la esclavitud y la decadencia racial, de las calamidades
físicas y de una iglesia estatal que se institucionalizó hasta el punto
de llegar casi a la esterilidad espiritual.
Sin embargo, las condiciones no eran tan malas en Alejandría. Las
primeras escuelas siguieron conservando muchas enseñanzas de Jesús
libres de compromisos. Pantaenos enseñó a Clemente, y luego siguió a
Natanael para proclamar a Cristo en la India. Aunque algunos ideales de
Jesús fueron sacrificados para construir el cristianismo, hay que
indicar con toda justicia que a finales del siglo segundo prácticamente
todas las grandes mentes del mundo grecorromano se habían vuelto
cristianas. El triunfo se acercaba a su culminación.
Y este imperio romano duró el tiempo suficiente como para asegurar
la supervivencia del cristianismo, incluso después de que se derrumbara
el imperio. Pero a menudo hemos conjeturado sobre qué hubiera sucedido
en Roma y en el mundo si se hubiera aceptado el evangelio del reino en
lugar del cristianismo griego.