Los romanos se apoderaron en su totalidad de la cultura griega,
sustituyendo el gobierno echado a suertes por un gobierno
representativo. Este cambio favoreció pronto al cristianismo, ya que
Roma introdujo en todo el mundo occidental una nueva tolerancia por los
idiomas y los pueblos extranjeros, e incluso por las religiones ajenas.
En Roma, muchas de las primeras persecuciones contra los
cristianos se debieron únicamente a la desafortunada utilización, en sus
predicaciones, de la palabra «reino». Los romanos eran tolerantes con
todas y cada una de las religiones, pero muy susceptibles ante cualquier
cosa que tuviera sabor a rivalidad política. Por eso, cuando estas
primeras persecuciones —debidas tan ampliamente a los malentendidos—
desaparecieron, el campo para la propaganda religiosa se encontró
completamente abierto. A los romanos les interesaba la administración
política; el arte o la religión les resultaban indiferentes, pero eran
excepcionalmente tolerantes con los dos.
La ley oriental era rígida y arbitraria; la ley griega era fluida y
artística; la ley romana tenía dignidad y causaba respeto. La educación
romana engendraba una lealtad inaudita e imperturbable. Los primeros
romanos eran unos individuos políticamente dedicados y sublimemente
consagrados. Eran honrados, incondicionales y entregados a sus ideales,
pero sin una religión digna de ese nombre. No es de extrañar que sus
educadores griegos fueran capaces de persuadirlos para que aceptaran el
cristianismo de Pablo.
Estos romanos eran un gran pueblo. Podían gobernar Occidente
porque se gobernaban a sí mismos. Esta honradez sin igual, esta devoción
y este firme autocontrol constituían un terreno ideal para la recepción
y el crecimiento del cristianismo.
A estos grecorromanos les resultaba igual de fácil consagrarse
espiritualmente a una iglesia institucional, como hacerlo políticamente
al Estado. Los romanos sólo lucharon contra la iglesia cuando temieron
que ésta le hiciera la competencia al Estado. Como Roma tenía poca
filosofía nacional o cultura nativa, se apoderó de la cultura griega
como si fuera suya y adoptó audazmente a Cristo como filosofía moral. El
cristianismo se convirtió en la cultura moral de Roma pero difícilmente
en su religión, en el sentido de ser una experiencia individual de
crecimiento espiritual para aquellos que abrazaron la nueva religión de una manera tan masiva. Es verdad que muchas personas
penetraron bajo la superficie de toda esta religión estatal y
encontraron, para alimento de su alma, los verdaderos valores de los
significados ocultos contenidos en las verdades latentes del
cristianismo helenizado y paganizado.
Los estoicos y su vigoroso llamamiento a «la naturaleza y la
conciencia» habían preparado mucho mejor toda Roma para recibir a
Cristo, al menos en un sentido intelectual. El romano era un jurista por
naturaleza y por educación; veneraba incluso las leyes de la
naturaleza. Y ahora, en el cristianismo, discernía las leyes de Dios en
las leyes de la naturaleza. Un pueblo que podía dar a un Cicerón y a un
Virgilio estaba maduro para el cristianismo helenizado de Pablo.
Y así, estos griegos romanizados forzaron tanto a los judíos como a
los cristianos a hacer filosófica su religión, a coordinar sus ideas y
sistematizar sus ideales, a adaptar las prácticas religiosas a la marcha
existente de la vida. Todo esto fue enormemente favorecido por la
traducción al griego de las escrituras hebreas y la redacción posterior
del Nuevo Testamento en lengua griega.
Durante largo tiempo, los griegos, a diferencia de los judíos y de
otros muchos pueblos, habían creído provisionalmente en la
inmortalidad, en alguna clase de supervivencia después de la muerte.
Puesto que éste era el centro mismo de la enseñanza de Jesús, era seguro
que el cristianismo ejercería un poderoso atractivo sobre ellos.
Una sucesión de victorias de la cultura griega y de la política
romana había consolidado a los países mediterráneos en un solo imperio,
con un solo idioma y una sola cultura, y había preparado al mundo
occidental para un solo Dios. El judaísmo proporcionaba este Dios, pero
el judaísmo era inaceptable como religión para estos griegos
romanizados. Filón ayudó a algunos a mitigar sus objeciones, pero el
cristianismo les reveló un concepto aún mejor de un solo Dios, y lo
aceptaron inmediatamente.