En verdad, el cristianismo ha hecho un gran servicio a este mundo,
pero a quien más se necesita ahora es a Jesús. El mundo necesita ver a
Jesús viviendo de nuevo en la Tierra en la experiencia de los mortales
nacidos del espíritu que revelan el Maestro eficazmente a todos los
hombres. Es inútil hablar de un renacimiento del cristianismo primitivo;
tenéis que avanzar desde el lugar donde os encontráis. La cultura
moderna debe bautizarse espiritualmente con una nueva revelación de la
vida de Jesús, e iluminarse con una nueva comprensión de su evangelio de
salvación eterna. Y cuando Jesús sea elevado así, atraerá a todos los
hombres hacia él. Los discípulos de Jesús deberían de ser más que
conquistadores, e incluso fuentes desbordantes de inspiración y de vida
realzada para todos los hombres. La religión no es más que un humanismo
elevado hasta que se hace divina mediante el descubrimiento de la
realidad de la presencia de Dios en la experiencia personal.
La belleza y la sublimidad, la humanidad y la divinidad, la
sencillez y la singularidad de la vida de Jesús en la Tierra presentan
un cuadro tan sorprendente y atractivo de la salvación del hombre y de
la revelación de Dios, que los teólogos y los filósofos de todos los
tiempos deberían reprimir eficazmente el atrevimiento de formular credos
o de crear sistemas teológicos de esclavitud espiritual partiendo de
esta donación trascendental de Dios en la forma del hombre. En Jesús, el
universo produjo un hombre mortal en quien el espíritu de amor triunfó
sobre los obstáculos materiales del tiempo y superó el hecho del origen
físico.
Tened siempre presente que Dios y el hombre se necesitan el uno al
otro. Son mutuamente necesarios para alcanzar de manera plena y final
la experiencia de la personalidad eterna en el destino divino de la
finalidad del universo.
«El reino de Dios está dentro de vosotros» fue probablemente la
proclamación más grande que Jesús hiciera nunca, después de la
declaración de que su Padre es un espíritu vivo y amoroso.
Para ganar almas para el Maestro, no es la primera legua recorrida
por coacción, deber o convencionalismo la que transformará al hombre y a
su mundo, sino que es más bien la segunda legua de servicio
libre y de devoción amante de la libertad la que revela que el discípulo
de Jesús ha alargado la mano para coger a su hermano con amor y
llevarlo, bajo la guía espiritual, hacia la meta superior y divina de la
existencia mortal. Ahora mismo, el cristianismo recorre con gusto la primera
legua, pero la humanidad languidece y tropieza en las tinieblas morales
porque hay muy pocos discípulos auténticos que recorran la segunda
legua —muy pocos seguidores declarados de Jesús que vivan y amen
realmente como él enseñó a sus discípulos a vivir, amar y servir.
La llamada a la aventura de construir una sociedad humana nueva y
transformada mediante el renacimiento espiritual de la fraternidad del
reino de Jesús debería emocionar a todos los que creen en él como los
hombres no se han conmovido desde la época en que caminaban por la
Tierra como compañeros suyos en la carne.
Ningún sistema social o régimen político que niegue la realidad de
Dios puede contribuir de manera constructiva y duradera al progreso de
la civilización humana. Pero el cristianismo, tal como hoy está
subdividido y secularizado, representa el mayor de todos los obstáculos
para su propio progreso ulterior; esto es especialmente cierto en lo que
concierne a oriente.
El poder eclesiástico es ahora y siempre incompatible con la fe
viviente, el espíritu creciente y la experiencia de primera mano de los
compañeros, por la fe, de Jesús en la fraternidad de los hombres, en la
asociación espiritual del reino de los cielos. El deseo loable de
preservar las tradiciones de los logros pasados conduce a menudo a defender unos sistemas de adoración
obsoletos. El deseo bien intencionado de fomentar antiguos sistemas de
pensamiento impide eficazmente patrocinar unos medios y unos métodos
nuevos y adecuados destinados a satisfacer los anhelos espirituales de
la mente en expansión y en progreso del hombre moderno. Asímismo, las
iglesias cristianas del siglo veinte se alzan como enormes obstáculos,
aunque enteramente inconscientes, para el progreso inmediato del
verdadero evangelio —las enseñanzas de Jesús de Nazaret.
Muchas personas serias que ofrecerían gustosamente su lealtad al
Cristo del evangelio, encuentran muy difícil apoyar con entusiasmo a una
iglesia que da tan pocas muestras del espíritu de su vida y de sus
enseñanzas, y a estas personas se les ha enseñado erróneamente que él la
fundó. Jesús no fundó la llamada iglesia cristiana, pero de todas las
maneras compatibles con su naturaleza, la ha fomentado como la mejor representante existente de la obra de su vida en la Tierra.
Si la iglesia cristiana se atreviera tan sólo a abrazar el
programa del Maestro, miles de jóvenes aparentemente indiferentes se
precipitarían para alistarse en esta empresa espiritual, y no dudarían
en llevar a cabo hasta el fin esta gran aventura.
El cristianismo se enfrenta seriamente con la sentencia incluida
en uno de sus propios lemas: «Una casa dividida contra sí misma no puede
subsistir». El mundo no cristiano difícilmente capitulará ante una
cristiandad dividida en sectas. El Jesús vivo es la única esperanza de
una posible unificación del cristianismo. La verdadera iglesia —la
fraternidad de Jesús— es invisible, espiritual y está caracterizada por
la unidad, pero no necesariamente por la uniformidad.
La uniformidad es la marca distintiva del mundo físico de naturaleza
mecanicista. La unidad espiritual es el fruto de la unión por la fe con
el Jesús vivo. La iglesia visible debería negarse a continuar
obstaculizando el progreso de la fraternidad invisible y espiritual del
reino de Dios. Esta fraternidad está destinada a convertirse en un organismo viviente,
en contraste con una organización social institucionalizada. Puede
utilizar muy bien estas organizaciones sociales, pero no debe ser
sustituida por ellas.
Pero incluso el cristianismo del siglo veinte no debe ser
despreciado. Es el producto del genio moral combinado de los hombres que
conocían a Dios pertenecientes a muchas razas y durante muchas épocas;
ha sido realmente uno de los más grandes poderes benéficos de la Tierra,
y por consiguiente nadie debería considerarlo a la ligera, a pesar de
sus defectos inherentes y adquiridos. El cristianismo continúa
ingeniándoselas para incitar, con poderosas emociones morales, la mente
de los hombres reflexivos.
Pero la implicación de la iglesia en el comercio y la política no
tiene excusa; estas alianzas profanas son una flagrante traición al
Maestro. Y los auténticos amantes de la verdad tardarán mucho tiempo en
olvidar que esta poderosa iglesia institucionalizada se ha atrevido con
frecuencia a sofocar una fe recién nacida, y a perseguir a los
portadores de la verdad que aparecían por casualidad con vestiduras no
ortodoxas.
Es demasiado cierto que esta iglesia no habría sobrevivido si no
hubiera habido hombres en el mundo que prefirieran esta forma de culto.
Muchas almas espiritualmente indolentes anhelan una religión antigua y
autoritaria de rituales y de tradiciones consagradas. La evolución
humana y el progreso espiritual apenas son suficientes para hacer que
todos los hombres prescindan de una autoridad religiosa. Y la
fraternidad invisible del reino puede muy bien incluir a estos grupos
familiares de diversas clases sociales y temperamentales, con tal que
estén dispuestos a convertirse en unos hijos de Dios realmente
conducidos por el espíritu. Pero en esta fraternidad de Jesús no hay
sitio para las rivalidades sectarias, el resentimiento entre los grupos,
ni para las afirmaciones de superioridad moral e infalibilidad
espiritual.
Estas diversas agrupaciones de cristianos pueden servir para
albergar a los numerosos tipos diferentes de supuestos creyentes entre
los diversos pueblos de la civilización occidental, pero esta división
de la cristiandad muestra una grave debilidad cuando intenta llevar el
evangelio de Jesús a los pueblos orientales. Esas razas no comprenden
todavía que existe una religión de Jesús separada, y un poco apartada, del cristianismo, el cual se ha vuelto cada vez más una religión acerca de Jesús.
La gran esperanza de Urantia reside en la posibilidad de una nueva
revelación de Jesús, con una presentación nueva y ampliada de su
mensaje salvador, que uniría espiritualmente en un servicio amoroso a
las numerosas familias de sus seguidores declarados de hoy en día.
Incluso la educación laica podría ayudar a este gran renacimiento
espiritual, si prestara más atención a la tarea de enseñar a los jóvenes
cómo acometer la planificación de la vida y el desarrollo del carácter.
La meta de toda educación debería consistir en fomentar y promover el
objetivo supremo de la vida, el desarrollo de una personalidad
majestuosa y bien equilibrada. Existe una gran necesidad de enseñar la
disciplina moral en lugar de tantas satisfacciones egoístas. Sobre esta
base, la religión puede aportar su estímulo espiritual para ampliar y
enriquecer la vida humana, e incluso para asegurar y realzar la vida
eterna.
El cristianismo es una religión improvisada, y por eso debe
funcionar a baja velocidad. Las actuaciones espirituales a gran
velocidad deben esperar la nueva revelación y la aceptación más
generalizada de la verdadera religión de Jesús. Pero el cristianismo es
una religión poderosa, puesto que los discípulos corrientes de un
carpintero crucificado pusieron en marcha las enseñanzas que
conquistaron el mundo romano en trescientos años, y luego continuaron
hasta vencer a los bárbaros que derrocaron a Roma. Este mismo
cristianismo conquistó —absorbió y exaltó— toda la corriente de la
teología hebrea y de la filosofía griega. Luego, cuando esta religión
cristiana cayó en estado de coma durante más de mil años a causa de una
dosis excesiva de misterios y de paganismo, se resucitó a sí misma y
reconquistó virtualmente todo el mundo occidental. El cristianismo
contiene suficientes enseñanzas de Jesús como para volverse inmortal.
Si el cristianismo tan sólo pudiera captar una mayor cantidad de
enseñanzas de Jesús, podría hacer mucho más para ayudar al hombre
moderno a resolver sus problemas nuevos y cada vez más complejos.
El cristianismo sufre una gran desventaja porque ha sido
identificado, en la mente de todo el mundo, como una parte del sistema
social, la vida industrial y los criterios morales de la civilización
occidental; de este modo, el cristianismo ha parecido patrocinar, sin
ser consciente de ello, una sociedad que se tambalea bajo la
culpabilidad de tolerar una ciencia sin idealismo, una política sin
principios, una riqueza sin trabajo, un placer sin restricción, un
conocimiento sin carácter, un poder sin conciencia y una industria sin
moralidad.
La esperanza del cristianismo moderno consiste en dejar de
patrocinar los sistemas sociales y las políticas industriales de la
civilización occidental, e inclinarse humildemente ante la cruz que
ensalza tan valientemente, para aprender allí otra vez de Jesús de
Nazaret las verdades más grandes que el hombre mortal pueda escuchar
jamás —el evangelio viviente de la paternidad de Dios y de la
fraternidad de los hombres.