«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

lunes, 16 de abril de 2012

El periodo de espera.

Ya estaba terminándose el verano, y se acercaba la fecha del día de la expiación y la fiesta de los tabernáculos. Jesús se reunió con su familia en Capernaum el sábado, y al día siguiente se dirigió a Jerusalén con Juan, el hijo de Zebedeo, tomando el camino al este del lago, y por Gérasa, y bajando por el valle del Jordán. Aunque Jesús departía de vez en cuando con su compañero de viaje por el camino, Juan notó en él un gran cambio.
      
Jesús y Juan se detuvieron en Betania donde pasaron la noche con Lázaro y sus hermanas, habiendo salido por la mañana siguiente a primera hora rumbo a Jerusalén. Pasaron casi tres semanas en la ciudad y en sus alrededores, por lo menos así lo hizo Juan. Muchos días, Juan fue solo a Jerusalén, mientras Jesús deambulaba por las colinas cercanas, dedicado a la comunión espiritual con su Padre en el cielo.
      
Ambos estuvieron presentes en los solemnes oficios del día de la expiación. Juan estaba muy conmovido por las ceremonias de este día importantísimo del ritual de la religión judía, pero Jesús permaneció como un espectador pensativo y taciturno. Esta ceremonia le resultaba penosa y patética al Hijo del Hombre. La veía como una tergiversación del carácter y de los atributos de su Padre celestial. Consideraba los sucesos de este día como una farsa de los hechos de la justicia divina y de la verdad de la misericordia infinita. Ardía en deseos de expresar abiertamente la verdad sobre el carácter amoroso y la conducta misericordiosa de su Padre en el universo, pero su fiel Monitor le advirtió que su hora aún no había llegado. Sin embargo, esa noche en Betania, Jesús hizo numerosos comentarios que perturbaron mucho a Juan; y Juan no acabó nunca de entender por completo el verdadero significado de lo que Jesús les dijo esa noche.
      
Jesús se proponía quedarse con Juan durante toda la semana de la fiesta de los tabernáculos. Esta fiesta era la fiesta anual de toda Palestina; era la época de las vacaciones de los judíos. Aunque Jesús no participó del júbilo de la ocasión, era evidente que se complacía y experimentaba satisfacción al contemplar la alegría y el gozoso abandono de jóvenes y ancianos.
      
A mediados de la semana de celebraciones, antes de que terminaran las festividades, Jesús se despidió de Juan, diciendo que deseaba retirarse a las colinas para comulgar mejor con su Padre Paradisiaco. Juan quería acompañarlo, pero Jesús insistió en que se quedara hasta el fin de las festividades, diciendo: «No necesitas llevar el peso del Hijo del Hombre; basta con que el centinela mantenga la vigilia, mientras la ciudad duerme en paz». Jesús no regresó a Jerusalén. Después de pasar casi una semana a solas en las colinas cerca de Betania, partió para Capernaum. Camino del hogar, pasó un día y una noche de soledad en las laderas de Gilboa, cerca de donde el rey Saúl se había quitado la vida; y cuando llegó a Capernaum, parecía más alegre que cuando se había despedido de Juan en Jerusalén.
      
A la mañana siguiente, Jesús se dirigió hacia el baúl que había dejado en el taller de Zebedeo y que contenía sus efectos personales; se puso su delantal, y se presentó al trabajo, diciendo: «Es menester que me mantenga ocupado mientras espero que llegue mi hora». Junto con su hermano Santiago, trabajó varios meses, hasta enero del año siguiente, en el taller de barcas. Después de trabajar junto a Jesús durante este período, y a pesar de las dudas que oscurecían su comprensión sobre la obra del Hijo del Hombre en la vida, Santiago nunca más renunció real y totalmente a su fe en la misión de Jesús.
      
Durante este período final de Jesús en el taller de barcas, dedicó la mayor parte de su tiempo al acabado interior de algunas de las barcas más grandes. Ponía gran cuidado en su artesanía, y parecía experimentar la satisfacción del logro humano cada vez que completaba una pieza digna de alabanza. Aunque no perdía el tiempo con pequeñeces, era un artesano paciente en la fabricación de los detalles esenciales de cualquier encargo que le encomendaban.
      
A medida que pasaba el tiempo, llegaban a Capernaum rumores de la aparición de un tal Juan que predicaba y bautizaba a los penitentes en el Jordán, y que su predicación era: «El reino del cielo se aproxima; arrepentíos y sed bautizados». Jesús escuchó estos informes mientras Juan remontaba lentamente el valle del Jordán desde el vado del río que estaba cerca de Jerusalén. Pero Jesús siguió trabajando, haciendo barcas, hasta que Juan llegó río arriba a un punto cercano a Pella, en el mes de enero del siguiente año, 26 d. de J. C. Entonces dejó sus herramientas, declarando, «Ha llegado mi hora», y seguidamente se presentó ante Juan para ser bautizado.
     
Pero un gran cambio se había producido en Jesús. Pocos de los que habían disfrutado de sus visitas y servicios en sus idas y venidas por la tierra, reconocerían más tarde en el maestro público a quien habían conocido y amado como persona privada en años anteriores. Había una razón para que estos primeros beneficiarios suyos no lo reconocieran en su papel posterior de maestro público lleno de autoridad. Durante muchos años, había estado en proceso ésta transformación de mente y espíritu, y se completó durante su extraordinaria permanencia en el Monte Hermón.