Cerca de la casa de Karuska, donde se alojaba el Maestro, vivía una
mujer siria que mucho había oído sobre Jesús como gran curador y
maestro, y este sábado por la tarde vino con su hijita. La niña, de unos
doce años de edad, estaba afligida por un doloroso trastorno nervioso
que se caracterizaba por convulsiones y otras manifestaciones penosas.
Jesús había encargado a sus asociados que a
nadie dijeran nada de su presencia en la casa de Karuska explicando que
deseaba descansar. Aunque ellos obedecieron las instrucciones de su
Maestro, la criada de Karuska fue a la casa de esta mujer siria, Norana,
para informarle que Jesús se hallaba alojado en la casa de su ama y
urgió a esta madre ansiosa que trajera a su hija afligida para que la
curara. Esta madre, por supuesto, creía que su hija estaba poseída por
un demonio, un espíritu impuro.
Cuando Norana llegó con su hija, los
gemelos Alfeo explicaron mediante un intérprete que el Maestro estaba
descansando y no podía ser molestado; por lo cual Norana replicó que
ella y la niña permanecerían allí hasta que el Maestro terminara su
descanso. Pedro también trató de razonar con ella y de persuadirla que
se volviese a su casa. Explicó que Jesús estaba cansado de tanta
enseñanza y curación, y que había venido a Fenicia para pasar un período
de tranquilidad y descanso. Pero fue inútil. Norana no quería irse.
Ante las exhortaciones de Pedro, ella tan sólo replicó: «No me iré hasta
tanto no haya visto a vuestro Maestro. Yo sé que él puede echar al
demonio que posee a mi niña, y no me iré hasta que el curador haya visto
a mi hija».
Entonces Tomás trató de despedir a la
mujer, pero tampoco tuvo éxito. Ella le dijo a él: «Tengo fe de que
vuestro Maestro puede echar a este demonio que atormenta a mi hija. Me he enterado de sus obras
poderosas en Galilea, y creo en él. ¿Qué es lo que os ha pasado a
vosotros, sus discípulos, que despedís a los que vienen en busca de la
ayuda de vuestro Maestro?» Y cuando así ella habló, Tomás se retiró.
Vino luego Simón el Zelote para argüir con
Norana. Dijo Simón: «Mujer, eres una gentil que habla griego. No es
justo que esperes que el Maestro tome el pan reservado a los hijos de la
casa favorita y se lo eche a los perros». Pero Norana no se ofendió por
las palabras de Simón. Tan sólo replicó: «Sí, maestro, comprendo tus
palabras. Yo no soy sino un perro a los ojos de los judíos, pero en
cuanto a vuestro Maestro, soy un perro creyente. Estoy decidida a que él
vea a mi hija porque estoy persuadida de que, si tan sólo la mira, la
curará. Y aun tú, buen hombre, no te atreverías a quitarle a los perros
el privilegio de comer las migajas de pan que suelen caer de la mesa de
los niños».
Precisamente en ese momento, la niñita
sufrió una violenta convulsión delante de todos ellos, y la madre gritó:
«He aquí, bien podéis ver que mi niña está poseída por un mal espíritu.
Si nuestra necesidad no os conmueve, sí conmoverá a vuestro Maestro,
quien según me han dicho, ama a todos los hombres y aun se atreve a
curar a los gentiles cuando estos creen. Vosotros no sois dignos de ser
sus discípulos. No me iré hasta que mi hija no esté curada».
Jesús, que había escuchado toda esta
conversación por una ventana abierta, salió pues con gran sorpresa de
ellos y dijo: «Oh mujer, grande es tu fe, tan grande que no puedo
negarte lo que tú deseas; vete en paz. Tu hija ya ha sido curada». Y la
niñita estuvo bien desde ese momento. Cuando Norana y la niña se
despidieron, Jesús les advirtió que a nadie relataran este suceso; y
aunque sus asociados sí cumplieron con esta solicitud, la madre y la
niña no cesaron de proclamar el hecho de la curación de la pequeña a lo
largo y a lo ancho de la región y aun en Sidón, tanto que Jesús halló
conveniente mudarse de residencia pocos días más tarde.
Al día siguiente, al enseñar Jesús a sus
apóstoles, comentando sobre la curación de la hija de la mujer siria,
dijo: «Así ha sido desde un principio; podéis ver vosotros mismos cómo
los gentiles son capaces de alimentar una fe salvadora en las enseñanzas
del evangelio del reino del cielo. De cierto, de cierto os digo que los
gentiles van tomar posesión del reino del Padre si los hijos de Abraham
no están dispuestos a mostrar la fe necesaria para entrar en él».