Al llegar a Sidón, Jesús y sus asociados pasaron por un puente, el
primero que muchos de ellos habían visto jamás. Al caminar sobre este
puente, Jesús, entre otras cosas, dijo: «Este mundo es tan sólo un
puente; podéis pasar por él, pero no debéis pensar en construir sobre él
vuestra morada».
Mientras los veinticuatro comenzaron su
labor en Sidón, Jesús fue a residir en una casa al norte de la ciudad,
la casa de Justa y de su madre Berenice. Jesús enseñó a los veinticuatro
todas las mañanas en la casa de Justa, y ellos salían a Sidón por la
tarde y por la noche para enseñar y predicar.
Los apóstoles y los evangelistas estaban
altamente regocijados por la forma en que los gentiles de Sidón recibían
su mensaje; durante su corta estadía muchos fueron recibidos en el reino. Este período de
unas seis semanas en Fenicia fue una época muy fructífera en el trabajo
de ganar almas, pero los escritores judíos que más tarde escribieron los
evangelios intentaron pasar por alto la cálida recepción de las
enseñanzas de Jesús por parte de estos gentiles, en el momento preciso
en que tantos de su propio pueblo se alineaban hostilmente contra él.
De muchas maneras los creyentes gentiles
apreciaban las enseñanzas de Jesús más plenamente que los judíos. Muchos
de estos sirofenicios de habla griega llegaron a saber no sólo que
Jesús era como Dios sino también que Dios era como Jesús. Estos así
llamados paganos alcanzaron a comprender bien las enseñanzas del Maestro
sobre la uniformidad de las leyes de este mundo y del universo entero.
Alcanzaron a entender la enseñanza de que Dios no hace acepción de
personas, razas o naciones; que no hay favoritismos para el Padre
universal; que el universo es completamente y para siempre respetuoso de
la ley e infaliblemente confiable. Estos gentiles no tenían miedo de
Jesús; se atrevieron a aceptar su mensaje. A través de todos los
tiempos, los hombres no han sido incapaces de comprender a Jesús; han
tenido miedo a hacerlo.
Jesús aclaró a los veinticuatro que él no
había huido de Galilea porque le faltara el coraje para enfrentarse con
sus enemigos. Ellos comprendieron que él no estaba aún listo para una
batalla abierta con la religión establecida, y que no buscaba
convertirse en mártir. Fue durante una de estas conferencias en la casa
de Justa cuando el Maestro dijo por primera vez a sus discípulos que
«aunque desaparezcan el cielo y la tierra, mis palabras de verdad no
desaparecerán».
El tema de las instrucciones de Jesús
durante la estadía en Sidón fue la progresión espiritual. Les dijo que
no podían quedarse inmóviles; debían seguir adelantando en rectitud o
retroceder en el mal y el pecado. Les advirtió que «olvidaran esas cosas
que están en el pasado, y lucharan por adelantarse hasta abrazar las
realidades más grandes del reino». Les imploró que no se conformaran con
ser niños en el evangelio sino que lucharan por alcanzar la estatura
plena de la filiación divina en la comunión del espíritu y en la
hermandad de los creyentes.
Dijo Jesús: «Mis discípulos deben no sólo
cesar de hacer el mal, sino que deben aprender a hacer el bien; debéis
no solamente limpiaros de todo pecado consciente, sino también negaros a
albergar aun los sentimientos de culpa. Si confesáis vuestros pecados,
éstos serán perdonados; por consiguiente debéis mantener una conciencia
libre de ofensa.»
Jesús mucho disfrutaba del agudo sentido
del humor que exhibían estos gentiles. Fue el sentido del humor
demostrado por Norana, la mujer siria, así como también su gran fe
persistente, lo que tanto conmovió el corazón del Maestro y atrajo su
misericordia. Jesús mucho lamentaba que su gente —los judíos— fueran tan
faltos de humor. Cierta vez le dijo a Tomás: «Mi pueblo se toma a sí
mismo demasiado en serio; casi son incapaces de apreciar el humor. La
opresiva religión de los fariseos no podría haberse originado en un
pueblo con sentido del humor. Les falta visión de conjunto; cuelan el
mosquito y se tragan el camello.»