Mientras los dos apóstoles corrían hacia el Gólgota en dirección a la
tumba de José, los pensamientos de Pedro alternaban entre terror y
esperanza; temía encontrar al Maestro, pero su esperanza resurgía, por
el relato de que Jesús le había enviado un mensaje especial. Estaba casi
persuadido de que Jesús estaba realmente vivo; recordó la promesa de
que resucitaría al tercer día. Es extraño decirlo, pero hasta este
momento, mientras corría él en dirección al norte, cruzando Jerusalén,
no había pensado en esta promesa. Mientras Juan se daba prisa saliendo
de la ciudad, un éxtasis extraño de regocijo y esperanza inundaba su
alma. Estaba casi convencido de que las mujeres realmente habían visto
al Maestro resucitado.
Juan, como era más joven que Pedro, corrió
más rápido y llegó primero a la tumba. Juan permaneció en la entrada
contemplando la tumba, que era tal como María la había descrito. Poco
después llegó corriendo Simón Pedro y, entrando, vio la misma tumba
vacía con los mantos fúnebres tan singularmente dispuestos. Cuando Pedro
salió, Juan también entró y lo vio todo, y luego se sentaron en la
piedra para reflexionar sobre el significado de lo que habían visto y
oído. Mientras estaban allí, reflexionaron sobre todas las cosas que
ellos habían oído sobre Jesús, pero no podían percibir claramente qué
había sucedido.
Primero Pedro sugirió que la tumba había
sido saqueado, que los enemigos habían robado los restos, tal vez
sobornando a los centinelas. Pero Juan razonó que la tumba no habría
quedado tan ordenada si se hubieran robado el cadáver, y también se
preguntó cómo podía ser que los vendajes hubieran quedado aparentemente
intactos. Nuevamente volvieron al sepulcro para examinar más
cuidadosamente los mantos fúnebres. Al salir de la tumba la segunda vez
encontraron a María Magdalena que había vuelto y lloraba junto a la
entrada. María había ido a ver a los apóstoles, en la creencia de que
Jesús había resucitado de la tumba pero cuando todos ellos se negaron a
creer en su informe, se deprimió y no sabía qué pensar. Deseaba volver
junto a la tumba, donde le pareció que había oído la voz familiar de
Jesús.
Mientras María permanecía allí después de
la partida de Pedro y Juan, el Maestro se le apareció nuevamente,
diciendo: «No dudes; ten el valor de creer en lo que has visto y oído. Vuelve adonde mis
apóstoles y nuevamente diles que yo he resucitado, que apareceré ante
ellos, y que finalmente caminaré delante de ellos a Galilea como lo
prometí».
María se dio prisa de vuelta a la casa de
Marcos y dijo a los apóstoles que nuevamente había hablado con Jesús,
pero ellos no quisieron creerle. Pero cuando volvieron Pedro y Juan, los
demás ya no se mofaron de María, sino que se llenaron de temor y
aprensión.