«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

martes, 5 de agosto de 2014

Las apariciones morontiales de Jesús.

EL JESÚS resucitado se prepara para pasar un corto período en Urantia, con el objeto de experimentar la carrera morontial ascendente de un mortal de los reinos. Aunque este tiempo de la vida morontial se pasará en el mundo de su encarnación mortal, será sin embargo en todos los aspectos la contraparte de la experiencia de los mortales de Satania que pasan a través de la vida morontial progresiva en los siete mundos de estancia de Jerusem.
      
Todo este poder inherente en Jesús —el don de vida— que le permitió levantarse de los muertos, es el don mismo de vida eterna que él otorga a los creyentes del reino, y que aun ahora proporciona la certeza de la resurrección de los vínculos de la muerte natural.
     
Los mortales de los reinos se levantarán en la mañana de la resurrección con el mismo tipo de cuerpo de transición o morontial que Jesús tenía cuando se levantó de la tumba ese domingo por la mañana. Estos cuerpos no tienen circulación sanguínea, ni comparten de los alimentos materiales comunes; sin embargo, estas formas morontiales son reales. Cuando los distintos creyentes vieron a Jesús después de su resurrección, realmente lo vieron, no fueron víctimas autoengañadas de visiones ni de alucinaciones.
      
La fe absoluta en la resurrección de Jesús fue la característica cardinal de la fe de todas las ramas de las primeras enseñanzas del evangelio. En Jerusalén, Alejandría, Antioquía y Filadelfia, todos los maestros del evangelio se unieron en esta fe implícita en la resurrección del Maestro.
      
Al considerar el papel prominente que jugó María Magdalena en la proclamación de la resurrección del Maestro, es importante notar que María era la portavoz principal del cuerpo de mujeres, así como Pedro lo era de los apóstoles. María no era la jefa de las mujeres, pero sí era su maestra jefa y su portavoz pública. María se había vuelto altamente circunspecta, de manera que su atrevimiento al dirigir la palabra a un hombre que ella consideraba ser el cuidador del jardín de José sólo indica cuán horrorizada estaba por haber encontrado vacía la tumba. Fue la profundidad y agonía de su amor, la plenitud de su devoción, lo que causó que ella olvidara, por un momento, las limitaciones convencionales impuestas a la forma en que una mujer judía podía dirigirse a un hombre extraño.