El día siguiente, lunes, lo pasó Jesús
enteramente con las criaturas morontiales que en ese momento estaban
presentes en Urantia. Como participantes en la experiencia de transición
morontial del Maestro, habían venido a Urantia más de un millón de
directores y asociados morontiales juntamente con mortales en transición
de varias órdenes desde los siete mundos de estancia de Satania. El
Jesús morontial permaneció con estas espléndidas inteligencias por
cuarenta días. Los instruyó y aprendió de sus directores la vida de
transición morontial tal como la atraviesan los mortales de los mundos habitados de Satania al pasar ellos a través de las esferas morontiales del sistema.
Alrededor de la medianoche de este lunes,
la forma morontial del Maestro fue ajustada para su transición a la
segunda etapa de la progresión morontial. Cuando volvió a aparecer a sus
hijos mortales en la tierra, se encontraba como ser morontial de la
segunda etapa. Al progresar el Maestro en la carrera morontial, se
volvía técnicamente cada vez más difícil para las inteligencias
morontiales y sus asociados transformadores hacer que el Maestro pudiera
ser visualizado ante ojos mortales y materiales.
Jesús realizó el tránsito a la tercera
etapa morontial el viernes 14 de abril; a la cuarta etapa, el lunes
17; a la quinta etapa el sábado 22; a la sexta etapa el jueves 27; a la
séptima etapa el martes 2 de mayo; a la ciudadanía de Jerusem, el
domingo 7; y entró al abrazo de los Altísimos de Edentia, el domingo
14.
De esta forma Micael de Nebadon completó su
servicio de experiencia universal; puesto que en conexión con sus
autootorgamientos anteriores, ya había experimentado en pleno la vida de
los mortales ascendentes del tiempo y del espacio, desde la estadía en
la sede central de la constelación y aun hasta el servicio en la sede
central del superuniverso y a través de éste. Y fue mediante estas
mismas experiencias morontiales que el Hijo Creador de Nebadon realmente
terminó y completó aceptablemente su séptimo y último autootorgamineto
en el universo.
«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»
domingo, 28 de septiembre de 2014
jueves, 25 de septiembre de 2014
La primera aparición ante los apóstoles.
Poco después de las nueve de esa noche, después
de la partida de Cleofas y Jacobo, mientras los gemelos Alfeo
consolaban a Pedro y Natanael discutía con Andrés, los diez apóstoles
estaban reunidos en el aposento superior, con todas las puertas cerradas
con seguro por temor de que los arrestaran, el Maestro, en forma
morontial, apareció de pronto en su medio, diciendo: «Que la paz sea con
vosotros. ¿Por qué tanto os aterrorizáis cuando yo aparezco, como si
vierais a un espíritu? ¿Acaso no os hablé yo de estas cosas cuando
estaba presente entre vosotros en la carne? ¿Acaso no os dije que los
altos sacerdotes y los líderes me entregarían para que sea matado; que
uno de entre vosotros mismos me traicionaría, y que al tercer día
resucitaría? ¿De dónde pues vienen todas vuestras incertidumbres y toda
esta discusión sobre el relato de las mujeres, de Cleofas y Jacobo, y
aun de Pedro? ¿Por cuánto tiempo seguiréis dudando de mis palabras y
negándoos a creer en mis promesas? Ahora bien, ya que realmente me veis,
¿creeréis? Aun ahora uno de vosotros está ausente. Cuando estéis juntos
nuevamente, y después que todos vosotros sepáis con certeza que el Hijo
del Hombre se ha levantado de la tumba, id a Galilea. Tened fe en Dios;
teneos fe mutuamente; así pues entraréis al nuevo servicio del reino
del cielo. Yo me quedaré en Jerusalén con vosotros, hasta que estéis
listos para ir a Galilea. Mi paz os dejo».
Cuando el Jesús morontial les hubo hablado, desapareció en un instante de su vista. Todos ellos cayeron de bruces, elevando loas a Dios y venerando a su desaparecido Maestro. Fue ésta la novena aparición morontial del Maestro.
Cuando el Jesús morontial les hubo hablado, desapareció en un instante de su vista. Todos ellos cayeron de bruces, elevando loas a Dios y venerando a su desaparecido Maestro. Fue ésta la novena aparición morontial del Maestro.
lunes, 22 de septiembre de 2014
La aparición a Pedro.
Eran casi las ocho y media de la noche de este domingo, cuando Jesús
apareció ante Simón Pedro en el jardín de la casa de Marcos. Fue ésta su
octava manifestación morontial. Pedro había vivido bajo la pesada carga
de incertidumbre y culpa desde el momento de su negación del Maestro.
Durante todo el día sábado y ese domingo él se debatió en el temor de
que, tal vez, ya no era un apóstol. Tembló al enterarse del hado de
Judas y consideraba que él, también, había traicionado a su Maestro.
Toda esa tarde pensó que tal vez fuera su presencia entre los apóstoles
la que impedía que Jesús apareciera entre ellos; siempre y cuando, por
supuesto, él hubiese de veras resucitado de entre los muertos. Fue ante
Pedro, que estaba en ese estado de ánimo y de mente, ante el que Jesús
apareció, mientras el deprimido apóstol deambulaba entre las flores y
los arbustos.
Cuando Pedro pensó en la mirada amante del Maestro al pasar junto a Pedro en el portal de Anás, y al discurrir en el maravilloso mensaje traído, temprano por la mañana, por las mujeres que vinieron de la tumba vacía, «id y contadles a mis apóstoles —y a Pedro», al contemplar él estas muestras de misericordia, su fe empezó a superar sus dudas, y él se detuvo apretando los puños, mientras decía en voz alta: «Yo creo que ha resucitado de entre los muertos; iré y así les diré a mis hermanos». Al pronunciar él estas palabras, repentinamente apareció ante él la forma de un hombre, que le habló en un tono de voz familiar diciendo: «Pedro, el enemigo quería llevarte, pero yo no te abandonaré. Yo sabía que tu negación no provenía del corazón; por lo tanto, te perdoné aun antes de que me lo pidieras; pero ahora debes dejar de pensar en ti mismo y en los problemas del presente mientras te preparas para llevar la nueva buena del evangelio a los que están sentados en las tinieblas. Ya no debes preocuparte de lo que puedas obtener del reino, sino más bien debes ejercitarte en lo que tú puedes dar a los que viven en la más extrema pobreza espiritual. Prepárate, Simón, para la lucha del nuevo día, la batalla contra la obscuridad espiritual y las dudas malignas que habitan la mente natural de los hombres».
Pedro y el Jesús morontial anduvieron caminando por el jardín y hablaron de cosas pasadas, presentes y futuras por cerca de cinco minutos. Luego, el Maestro desapareció de su vista diciendo: «Adiós, Pedro, hasta que te vuelva a ver con tus hermanos».
Por un momento, Pedro fue sobrecogido por la comprensión de que había hablado con el Maestro resucitado, y de que podía tener la certeza de seguir siendo un embajador del reino. Acababa de oír al glorificado Maestro exhortarle a que fuera a predicar el evangelio. Con todo esto llenándole el corazón, corrió al aposento superior, adonde sus hermanos apóstoles, exclamando casi sin aliento: «Yo he visto al Maestro; estuvo en el jardín. Hablé con él, y me ha perdonado».
La declaración de Pedro de que había visto a Jesús en el jardín causó en sus hermanos apóstoles una profunda impresión, y estaban prontos a abandonar su incertidumbre cuando Andrés se levantó y les advirtió que no se dejaran influir tanto por el relato de su hermano. Andrés sugirió que ya en el pasado, Pedro había visto cosas que no existían. Aunque Andrés no aludió directamente a visión nocturna en el Mar de Galilea, cuando Pedro afirmó que había visto al Maestro caminando hacia ellos sobre el agua, dijo lo suficiente como para que todos los presentes se dieran cuenta de que él tenía en la mente este incidente. Simón Pedro se sintió muy herido por las insinuaciones de su hermano, e inmediatamente cayó en un silencio deprimido. Los gemelos mucho se apenaron por Pedro, y ambos se acercaron a expresarle su simpatía y decirle que ellos le creían, volviendo a repetir que la madre de ellos también había visto al Maestro.
Cuando Pedro pensó en la mirada amante del Maestro al pasar junto a Pedro en el portal de Anás, y al discurrir en el maravilloso mensaje traído, temprano por la mañana, por las mujeres que vinieron de la tumba vacía, «id y contadles a mis apóstoles —y a Pedro», al contemplar él estas muestras de misericordia, su fe empezó a superar sus dudas, y él se detuvo apretando los puños, mientras decía en voz alta: «Yo creo que ha resucitado de entre los muertos; iré y así les diré a mis hermanos». Al pronunciar él estas palabras, repentinamente apareció ante él la forma de un hombre, que le habló en un tono de voz familiar diciendo: «Pedro, el enemigo quería llevarte, pero yo no te abandonaré. Yo sabía que tu negación no provenía del corazón; por lo tanto, te perdoné aun antes de que me lo pidieras; pero ahora debes dejar de pensar en ti mismo y en los problemas del presente mientras te preparas para llevar la nueva buena del evangelio a los que están sentados en las tinieblas. Ya no debes preocuparte de lo que puedas obtener del reino, sino más bien debes ejercitarte en lo que tú puedes dar a los que viven en la más extrema pobreza espiritual. Prepárate, Simón, para la lucha del nuevo día, la batalla contra la obscuridad espiritual y las dudas malignas que habitan la mente natural de los hombres».
Pedro y el Jesús morontial anduvieron caminando por el jardín y hablaron de cosas pasadas, presentes y futuras por cerca de cinco minutos. Luego, el Maestro desapareció de su vista diciendo: «Adiós, Pedro, hasta que te vuelva a ver con tus hermanos».
Por un momento, Pedro fue sobrecogido por la comprensión de que había hablado con el Maestro resucitado, y de que podía tener la certeza de seguir siendo un embajador del reino. Acababa de oír al glorificado Maestro exhortarle a que fuera a predicar el evangelio. Con todo esto llenándole el corazón, corrió al aposento superior, adonde sus hermanos apóstoles, exclamando casi sin aliento: «Yo he visto al Maestro; estuvo en el jardín. Hablé con él, y me ha perdonado».
La declaración de Pedro de que había visto a Jesús en el jardín causó en sus hermanos apóstoles una profunda impresión, y estaban prontos a abandonar su incertidumbre cuando Andrés se levantó y les advirtió que no se dejaran influir tanto por el relato de su hermano. Andrés sugirió que ya en el pasado, Pedro había visto cosas que no existían. Aunque Andrés no aludió directamente a visión nocturna en el Mar de Galilea, cuando Pedro afirmó que había visto al Maestro caminando hacia ellos sobre el agua, dijo lo suficiente como para que todos los presentes se dieran cuenta de que él tenía en la mente este incidente. Simón Pedro se sintió muy herido por las insinuaciones de su hermano, e inmediatamente cayó en un silencio deprimido. Los gemelos mucho se apenaron por Pedro, y ambos se acercaron a expresarle su simpatía y decirle que ellos le creían, volviendo a repetir que la madre de ellos también había visto al Maestro.
sábado, 20 de septiembre de 2014
Las apariciones a los apostoles y a otros líderes religiosos.
EL DOMINGO de la resurrección fue un día terrible en la vida de los
apóstoles; diez de ellos pasaron la mayor parte del día en el aposento
superior tras puertas aseguradas. Podían haber huido de Jerusalén, pero
tenían miedo de ser arrestados por los agentes del sanedrín si se los
encontraban por la calle. Tomás estaba yendo a solas con sus problemas
en Betfagé. Mejor habría sido que hubiese permanecido con los demás
apóstoles, pues podría haberlos ayudado dirigiendo su discusión por
caminos más útiles.
Durante todo ese día Juan sostuvo la idea de que Jesús había resucitado de entre los muertos. Recordó no menos de cinco veces distintas en las que el Maestro había afirmado que resucitaría nuevamente y por lo menos tres veces en las que aludió al tercer día. La actitud de Juan tenía considerable influencia sobre ellos, especialmente sobre su hermano Santiago y sobre Natanael. Juan podría haber tenido mayor influencia sobre ellos si no hubiese sido el más joven del grupo.
El aislamiento de los apóstoles mucho tuvo que ver con sus problemas. Juan Marcos los mantenía en contacto con los acontecimientos del templo y les informaba en cuanto a los muchos rumores que se difundían por la ciudad, pero no se le ocurrió allegar noticias de los diferentes grupos de creyentes ante los que Jesús ya había aparecido. Este tipo de servicio había sido realizado hasta ese momento por los mensajeros de David, pero estaban todos ausentes en su última misión como heraldos de la resurrección ante aquellos grupos de creyentes que moraban lejos de Jerusalén. Por primera vez en todos estos años, los apóstoles se dieron cuenta de cuanto habían confiado en los mensajeros de David para recibir información diaria sobre los asuntos del reino.
Durante todo este día Pedro, como siempre, vaciló emocionalmente entre la fe y la incertidumbre sobre la resurrección del Maestro. Pedro no podía olvidar la vista de las ropas fúnebres yaciendo allí en la tumba como si el cuerpo de Jesús se hubiese evaporado desde adentro. «Pero», razonaba Pedro, «si ha resucitado y puede aparecer a las mujeres, ¿por qué no se aparece antes nosotros, sus apóstoles?» Pedro se apenaba cuando pensaba que tal vez debido a su presencia entre los apóstoles Jesús no venía a ellos, ya que él lo negó esa noche en el patio de Anás. Al mismo tiempo se consolaba por el mensaje traído por las mujeres, «id y contad a mis apóstoles —y a Pedro». Pero, para poder obtener consolación de este mensaje presuponía que él debía creer que las mujeres realmente habían visto y oído al Maestro resucitado. Así pues, Pedro alternó entre la fe y la duda a lo largo de todo el día, hasta poco después de las ocho de la noche, cuando se atrevió a salir al patio. Pedro pensaba alejarse de los apóstoles para que su presencia no impidiera la venida de Jesús, debido a que él había negado al Maestro.
Santiago Zebedeo, quien sostuvo al principio que sería conveniente que fueran todos al sepulcro, estaba fuertemente a favor de hacer algo para esclarecer este misterio. Natanael fue quien les impidió que se mostraran en público fuera de la casa como lo preconizaba Santiago, y lo hizo recordándoles la advertencia de Jesús de que no pusieran en peligro su vida en estos momentos. Al mediodía, Santiago también se tranquilizó, y todos aguardaban. Él dijo muy poco; estaba terriblemente desilusionado porque Jesús no había aparecido ante ellos, y aún no sabía de las muchas apariciones del Maestro a otros grupos e individuos.
Ese día Andrés escuchó mucho. Estaba efectivamente perplejo por la situación y tenía más incertidumbre de la necesaria, pero por lo menos disfrutaba de cierta sensación de liberación de las responsabilidades de dirigir a los demás apóstoles. En efecto, estaba agradecido de que el Maestro le hubiera liberado de la carga del liderazgo antes de entrar ellos en estos períodos difíciles.
Más de una vez durante las largas y fatigantes horas de este día trágico, la única influencia positiva en el grupo fue la contribución frecuente del característico tono filosófico de Natanael. Fue en verdad quien controló a los diez a lo largo de todo ese día. No se expresó ni una vez sobre la creencia o la incredulidad en cuanto a la resurrección del Maestro. Pero a medida que pasaba el día, cada vez más tendía a creer que Jesús había cumplido su promesa de resucitar.
Simón el Zelote estaba demasiado anonadado para participar en las discusiones. La mayor parte del tiempo estaba echado en un diván en un rincón del cuarto, mirando a la pared; no habló ni media docena de veces en todo ese día. Su concepto del reino se había derrumbado, y no discernía que la resurrección del Maestro pudiera cambiar materialmente la situación. Su desencanto era muy personal y en líneas generales demasiado agudo para que se pudiera recuperar a corto plazo, aun frente a un hecho tan estupendo como la resurrección.
Aunque parezca extraño, Felipe, generalmente poco expresivo, habló mucho durante toda la tarde de este día. Poco tuvo que decir por la mañana, pero durante el curso de la tarde se pasó haciendo preguntas a los demás apóstoles. Pedro se irritó repetidamente por las preguntas de Felipe, pero los demás las tomaron con buen humor. Felipe estaba particularmente deseoso de saber si, suponiendo que Jesús realmente se hubiera levantado de la tumba, tendría su cuerpo las marcas físicas de la crucifixión.
Mateo estaba altamente confundido; escuchó las discusiones de sus hermanos, pero pasó la mayor parte del tiempo reflexionando sobre los problemas financieros que le deparaba el futuro. Aparte de la supuesta resurrección de Jesús, Judas ya no estaba, David le había entregado los fondos sin ceremonia, y no tenían ellos un líder con autoridad. Antes de que Mateo hubiera llegado a considerar seriamente las argumentaciones de los demás sobre la resurrección, ya había visto al Maestro, cara a cara.
Los gemelos Alfeo poco participaron en estas discusiones serias; estaban bastante ocupados en sus ministraciones habituales. Uno de ellos expresó la actitud de ambos al decir, respondiendo a una pregunta de Felipe: «No entendemos esto de la resurrección, pero nuestra madre dice que habló con el Maestro, y nosotros le creemos».
Tomás se encontraba en medio de uno de sus típicos ataques de depresión desesperante. Durmió parte del día y anduvo por las colinas el resto del tiempo. Sentía una gran necesidad de unirse con los demás apóstoles, pero era más fuerte el deseo de estar a solas.
El Maestro demoró su primera aparición morontial a los apóstoles por una serie de razones. En primer lugar, quería que tuvieran tiempo, después de enterarse de su resurrección, para reflexionar sobre todo lo que les había dicho en cuanto a su muerte y resurrección cuando aún estaba con ellos en la carne. El Maestro quería que Pedro venciera algunas de las dificultades peculiares antes de manifestarse él ante todos ellos. En segundo lugar, deseaba que Tomás estuviera con ellos al tiempo de su primera aparición. Juan Marcos ubicó a Tomás en la casa de Simón en Betfagé, temprano por la mañana del domingo, y trajo a los apóstoles esta noticia a eso de las once. En cualquier momento durante ese día, Tomás habría regresado si Natanael o cualesquiera dos de otros apóstoles hubiesen ido a buscarlo. Él realmente quería volver, pero habiéndose ido la noche antes como se había ido, era demasiado orgulloso como para volver tan pronto por su propia cuenta. Pero al día siguiente se encontró tan deprimido que le llevó por lo menos una semana decidirse a volver. Los apóstoles lo aguardaban, y él esperaba que sus hermanos lo fueran a buscar y le pidieran que volviese con ellos. Por eso Tomás permaneció lejos de sus asociados hasta el siguiente sábado por la noche, cuando, al caer la noche, Pedro y Juan fueron a Betfagé y lo trajeron de vuelta con ellos. Ésta es la razón por la cual no fueron enseguida a Galilea después de que Jesús apareciera por primera vez ante ellos; no querían irse sin Tomás.
Durante todo ese día Juan sostuvo la idea de que Jesús había resucitado de entre los muertos. Recordó no menos de cinco veces distintas en las que el Maestro había afirmado que resucitaría nuevamente y por lo menos tres veces en las que aludió al tercer día. La actitud de Juan tenía considerable influencia sobre ellos, especialmente sobre su hermano Santiago y sobre Natanael. Juan podría haber tenido mayor influencia sobre ellos si no hubiese sido el más joven del grupo.
El aislamiento de los apóstoles mucho tuvo que ver con sus problemas. Juan Marcos los mantenía en contacto con los acontecimientos del templo y les informaba en cuanto a los muchos rumores que se difundían por la ciudad, pero no se le ocurrió allegar noticias de los diferentes grupos de creyentes ante los que Jesús ya había aparecido. Este tipo de servicio había sido realizado hasta ese momento por los mensajeros de David, pero estaban todos ausentes en su última misión como heraldos de la resurrección ante aquellos grupos de creyentes que moraban lejos de Jerusalén. Por primera vez en todos estos años, los apóstoles se dieron cuenta de cuanto habían confiado en los mensajeros de David para recibir información diaria sobre los asuntos del reino.
Durante todo este día Pedro, como siempre, vaciló emocionalmente entre la fe y la incertidumbre sobre la resurrección del Maestro. Pedro no podía olvidar la vista de las ropas fúnebres yaciendo allí en la tumba como si el cuerpo de Jesús se hubiese evaporado desde adentro. «Pero», razonaba Pedro, «si ha resucitado y puede aparecer a las mujeres, ¿por qué no se aparece antes nosotros, sus apóstoles?» Pedro se apenaba cuando pensaba que tal vez debido a su presencia entre los apóstoles Jesús no venía a ellos, ya que él lo negó esa noche en el patio de Anás. Al mismo tiempo se consolaba por el mensaje traído por las mujeres, «id y contad a mis apóstoles —y a Pedro». Pero, para poder obtener consolación de este mensaje presuponía que él debía creer que las mujeres realmente habían visto y oído al Maestro resucitado. Así pues, Pedro alternó entre la fe y la duda a lo largo de todo el día, hasta poco después de las ocho de la noche, cuando se atrevió a salir al patio. Pedro pensaba alejarse de los apóstoles para que su presencia no impidiera la venida de Jesús, debido a que él había negado al Maestro.
Santiago Zebedeo, quien sostuvo al principio que sería conveniente que fueran todos al sepulcro, estaba fuertemente a favor de hacer algo para esclarecer este misterio. Natanael fue quien les impidió que se mostraran en público fuera de la casa como lo preconizaba Santiago, y lo hizo recordándoles la advertencia de Jesús de que no pusieran en peligro su vida en estos momentos. Al mediodía, Santiago también se tranquilizó, y todos aguardaban. Él dijo muy poco; estaba terriblemente desilusionado porque Jesús no había aparecido ante ellos, y aún no sabía de las muchas apariciones del Maestro a otros grupos e individuos.
Ese día Andrés escuchó mucho. Estaba efectivamente perplejo por la situación y tenía más incertidumbre de la necesaria, pero por lo menos disfrutaba de cierta sensación de liberación de las responsabilidades de dirigir a los demás apóstoles. En efecto, estaba agradecido de que el Maestro le hubiera liberado de la carga del liderazgo antes de entrar ellos en estos períodos difíciles.
Más de una vez durante las largas y fatigantes horas de este día trágico, la única influencia positiva en el grupo fue la contribución frecuente del característico tono filosófico de Natanael. Fue en verdad quien controló a los diez a lo largo de todo ese día. No se expresó ni una vez sobre la creencia o la incredulidad en cuanto a la resurrección del Maestro. Pero a medida que pasaba el día, cada vez más tendía a creer que Jesús había cumplido su promesa de resucitar.
Simón el Zelote estaba demasiado anonadado para participar en las discusiones. La mayor parte del tiempo estaba echado en un diván en un rincón del cuarto, mirando a la pared; no habló ni media docena de veces en todo ese día. Su concepto del reino se había derrumbado, y no discernía que la resurrección del Maestro pudiera cambiar materialmente la situación. Su desencanto era muy personal y en líneas generales demasiado agudo para que se pudiera recuperar a corto plazo, aun frente a un hecho tan estupendo como la resurrección.
Aunque parezca extraño, Felipe, generalmente poco expresivo, habló mucho durante toda la tarde de este día. Poco tuvo que decir por la mañana, pero durante el curso de la tarde se pasó haciendo preguntas a los demás apóstoles. Pedro se irritó repetidamente por las preguntas de Felipe, pero los demás las tomaron con buen humor. Felipe estaba particularmente deseoso de saber si, suponiendo que Jesús realmente se hubiera levantado de la tumba, tendría su cuerpo las marcas físicas de la crucifixión.
Mateo estaba altamente confundido; escuchó las discusiones de sus hermanos, pero pasó la mayor parte del tiempo reflexionando sobre los problemas financieros que le deparaba el futuro. Aparte de la supuesta resurrección de Jesús, Judas ya no estaba, David le había entregado los fondos sin ceremonia, y no tenían ellos un líder con autoridad. Antes de que Mateo hubiera llegado a considerar seriamente las argumentaciones de los demás sobre la resurrección, ya había visto al Maestro, cara a cara.
Los gemelos Alfeo poco participaron en estas discusiones serias; estaban bastante ocupados en sus ministraciones habituales. Uno de ellos expresó la actitud de ambos al decir, respondiendo a una pregunta de Felipe: «No entendemos esto de la resurrección, pero nuestra madre dice que habló con el Maestro, y nosotros le creemos».
Tomás se encontraba en medio de uno de sus típicos ataques de depresión desesperante. Durmió parte del día y anduvo por las colinas el resto del tiempo. Sentía una gran necesidad de unirse con los demás apóstoles, pero era más fuerte el deseo de estar a solas.
El Maestro demoró su primera aparición morontial a los apóstoles por una serie de razones. En primer lugar, quería que tuvieran tiempo, después de enterarse de su resurrección, para reflexionar sobre todo lo que les había dicho en cuanto a su muerte y resurrección cuando aún estaba con ellos en la carne. El Maestro quería que Pedro venciera algunas de las dificultades peculiares antes de manifestarse él ante todos ellos. En segundo lugar, deseaba que Tomás estuviera con ellos al tiempo de su primera aparición. Juan Marcos ubicó a Tomás en la casa de Simón en Betfagé, temprano por la mañana del domingo, y trajo a los apóstoles esta noticia a eso de las once. En cualquier momento durante ese día, Tomás habría regresado si Natanael o cualesquiera dos de otros apóstoles hubiesen ido a buscarlo. Él realmente quería volver, pero habiéndose ido la noche antes como se había ido, era demasiado orgulloso como para volver tan pronto por su propia cuenta. Pero al día siguiente se encontró tan deprimido que le llevó por lo menos una semana decidirse a volver. Los apóstoles lo aguardaban, y él esperaba que sus hermanos lo fueran a buscar y le pidieran que volviese con ellos. Por eso Tomás permaneció lejos de sus asociados hasta el siguiente sábado por la noche, cuando, al caer la noche, Pedro y Juan fueron a Betfagé y lo trajeron de vuelta con ellos. Ésta es la razón por la cual no fueron enseguida a Galilea después de que Jesús apareciera por primera vez ante ellos; no querían irse sin Tomás.
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