Poco después de las nueve de esa noche, después
de la partida de Cleofas y Jacobo, mientras los gemelos Alfeo
consolaban a Pedro y Natanael discutía con Andrés, los diez apóstoles
estaban reunidos en el aposento superior, con todas las puertas cerradas
con seguro por temor de que los arrestaran, el Maestro, en forma
morontial, apareció de pronto en su medio, diciendo: «Que la paz sea con
vosotros. ¿Por qué tanto os aterrorizáis cuando yo aparezco, como si
vierais a un espíritu? ¿Acaso no os hablé yo de estas cosas cuando
estaba presente entre vosotros en la carne? ¿Acaso no os dije que los
altos sacerdotes y los líderes me entregarían para que sea matado; que
uno de entre vosotros mismos me traicionaría, y que al tercer día
resucitaría? ¿De dónde pues vienen todas vuestras incertidumbres y toda
esta discusión sobre el relato de las mujeres, de Cleofas y Jacobo, y
aun de Pedro? ¿Por cuánto tiempo seguiréis dudando de mis palabras y
negándoos a creer en mis promesas? Ahora bien, ya que realmente me veis,
¿creeréis? Aun ahora uno de vosotros está ausente. Cuando estéis juntos
nuevamente, y después que todos vosotros sepáis con certeza que el Hijo
del Hombre se ha levantado de la tumba, id a Galilea. Tened fe en Dios;
teneos fe mutuamente; así pues entraréis al nuevo servicio del reino
del cielo. Yo me quedaré en Jerusalén con vosotros, hasta que estéis
listos para ir a Galilea. Mi paz os dejo».
Cuando el Jesús morontial les hubo hablado,
desapareció en un instante de su vista. Todos ellos cayeron de bruces,
elevando loas a Dios y venerando a su desaparecido Maestro. Fue ésta la
novena aparición morontial del Maestro.