Eran casi las ocho y media de la noche de este domingo, cuando Jesús
apareció ante Simón Pedro en el jardín de la casa de Marcos. Fue ésta su
octava manifestación morontial. Pedro había vivido bajo la pesada carga
de incertidumbre y culpa desde el momento de su negación del Maestro.
Durante todo el día sábado y ese domingo él se debatió en el temor de
que, tal vez, ya no era un apóstol. Tembló al enterarse del hado de
Judas y consideraba que él, también, había traicionado a su Maestro.
Toda esa tarde pensó que tal vez fuera su presencia entre los apóstoles
la que impedía que Jesús apareciera entre ellos; siempre y cuando, por
supuesto, él hubiese de veras resucitado de entre los muertos. Fue ante
Pedro, que estaba en ese estado de ánimo y de mente, ante el que Jesús
apareció, mientras el deprimido apóstol deambulaba entre las flores y
los arbustos.
Cuando Pedro pensó en la mirada amante del
Maestro al pasar junto a Pedro en el portal de Anás, y al discurrir en
el maravilloso mensaje traído, temprano por la mañana, por las mujeres
que vinieron de la tumba vacía, «id y contadles a mis apóstoles —y a
Pedro», al contemplar él estas muestras de misericordia, su fe empezó a
superar sus dudas, y él se detuvo apretando los puños, mientras decía en
voz alta: «Yo creo que ha resucitado de entre los muertos; iré y así
les diré a mis hermanos». Al pronunciar él estas palabras,
repentinamente apareció ante él la forma de un hombre, que le habló en
un tono de voz familiar diciendo: «Pedro, el enemigo quería llevarte,
pero yo no te abandonaré. Yo sabía que tu negación no provenía del
corazón; por lo tanto, te perdoné aun antes de que me lo pidieras; pero
ahora debes dejar de pensar en ti mismo y en los problemas del presente
mientras te preparas para llevar la nueva buena del evangelio a los que
están sentados en las tinieblas. Ya no debes preocuparte de lo que
puedas obtener del reino, sino más bien debes ejercitarte en lo que tú
puedes dar a los que viven en la más extrema pobreza espiritual.
Prepárate, Simón, para la lucha del nuevo día, la batalla contra la
obscuridad espiritual y las dudas malignas que habitan la mente natural
de los hombres».
Pedro y el Jesús morontial anduvieron
caminando por el jardín y hablaron de cosas pasadas, presentes y futuras
por cerca de cinco minutos. Luego, el Maestro desapareció de su vista
diciendo: «Adiós, Pedro, hasta que te vuelva a ver con tus hermanos».
Por un momento, Pedro fue sobrecogido por
la comprensión de que había hablado con el Maestro resucitado, y de que
podía tener la certeza de seguir siendo un embajador del reino. Acababa de oír al
glorificado Maestro exhortarle a que fuera a predicar el evangelio. Con
todo esto llenándole el corazón, corrió al aposento superior, adonde sus
hermanos apóstoles, exclamando casi sin aliento: «Yo he visto al
Maestro; estuvo en el jardín. Hablé con él, y me ha perdonado».
La declaración de Pedro de que había visto a
Jesús en el jardín causó en sus hermanos apóstoles una profunda
impresión, y estaban prontos a abandonar su incertidumbre cuando Andrés
se levantó y les advirtió que no se dejaran influir tanto por el relato
de su hermano. Andrés sugirió que ya en el pasado, Pedro había visto
cosas que no existían. Aunque Andrés no aludió directamente a visión
nocturna en el Mar de Galilea, cuando Pedro afirmó que había visto al
Maestro caminando hacia ellos sobre el agua, dijo lo suficiente como
para que todos los presentes se dieran cuenta de que él tenía en la
mente este incidente. Simón Pedro se sintió muy herido por las
insinuaciones de su hermano, e inmediatamente cayó en un silencio
deprimido. Los gemelos mucho se apenaron por Pedro, y ambos se acercaron
a expresarle su simpatía y decirle que ellos le creían, volviendo a
repetir que la madre de ellos también había visto al Maestro.