A eso de las seis de la mañana del viernes 21 de abril, el Maestro
morontial hizo su aparición decimotercera, la primera en Galilea, ante
los diez apóstoles, en el momento en que se acercaba su barca a la
orilla, cerca del sitio donde usualmente atracaban en Betsaida.
El jueves, después de pasar los apóstoles
la tarde y las primeras horas de la noche en espera, en la casa de
Zebedeo, Simón Pedro sugirió que fueran a pescar. Cuando Pedro propuso
la pesca, todos los apóstoles decidieron ir. Echaron sus redes toda la noche, pero no pescaron nada. No se
preocuparon gran cosa por no haber pescado nada, porque tenían muchas
experiencias interesantes de las cuales hablaron, cosas que tan
recientemente les habían sucedido en Jerusalén. Pero cuando llegó la luz
del día, decidieron volver a Betsaida. Al acercarse a la orilla,
vislumbraron una persona en la playa, cerca del amarradero, de pie junto
a un fuego. Al principio pensaron que se trataba de Juan Marcos,
dispuesto a recibirlos con su pesca, pero a medida que se acercaban,
vieron que estaban equivocados —el hombre era demasiado alto para ser
Juan. A nadie se le ocurrió que la persona en la playa fuera el Maestro.
No entendían del todo por qué Jesús quería encontrarse con ellos en los
sitios de sus actividades previas, al aire libre, en contacto con la
naturaleza, lejos del ambiente cerrado de Jerusalén con su asociación
trágica de temor, traición y muerte. Les había dicho que, si iban a
Galilea, él se encontraría con ellos ahí, y estaba a punto de cumplir
esa promesa.
Cuando echaron el ancla y se prepararon
para trasladarse al bote pequeño que los llevaría hasta la orilla, el
hombre en la playa les gritó: «Muchachos, ¿habéis pescado algo?» Al
responderle ellos que no, volvió a hablar. «Echad la red a la derecha de
la barca, encontraréis allí peces». Aunque no sabían que era Jesús
quien les estaba hablando, al unísono echaron la red como se les había
instruido, e inmediatamente estuvo llena, tanto que casi no podían
cargarla de vuelta en la barca. Juan Zebedeo era de percepción rápida, y
al ver la red llena de peces, percibió que era el Maestro quien les
había hablado. Cuando ese pensamiento cruzó su mente, se inclinó y le
susurró a Pedro: «Es el Maestro». Pedro fue siempre hombre de acción
impensada y devoción impetuosa, de modo que, en cuanto Juan le susurró
eso al oído, se levantó de golpe y se echó al agua para llegar más
rápido junto al Maestro. Sus hermanos llegaron poco después de él,
habiendo alcanzado la orilla en la barca pequeña, arrastrando la red
llena de peces.
A esta altura ya se había levantado Juan
Marcos y, viendo a los apóstoles que llegaban a la orilla con su red
cargada, corrió a la playa para saludarlos; y cuando vio a once hombres
en vez de diez, supuso que a quien no reconocía sería Jesús resucitado, y
ante el asombro callado de los diez, el joven corrió junto al Maestro, e
hincando la rodilla a sus pies, dijo: «Señor mío y Maestro mío». Y
Jesús habló, no como lo había hecho en Jerusalén al saludarlos diciendo
«que la paz sea con vosotros», sino en tono familiar, dirigiéndose a
Juan Marcos: «Bien, Juan, me alegro de verte nuevamente, en la
despreocupada Galilea, donde podemos tener una buena visita. Quédate con
nosotros Juan, y desayuna».
Mientras Jesús hablaba con el joven, los
diez estaban tan asombrados y sorprendidos que se olvidaron de traer la
red llena de peces a la playa. Entonces habló Jesús: «Traed los peces y
preparad algunos para el desayuno, el fuego ya está prendido, y tenemos
bastante pan».
Mientras Juan Marcos estaba homenajeando al
Maestro, Pedro contemplaba fijamente el fuego de carbón que brillaba
allí en la playa; la escena le recordó vividamente el fuego de
medianoche en el patio de Anás, allí donde él negó al Maestro. Pero se
repuso al cabo de un momento y, arrodillándose a los pies del Maestro,
exclamó: «¡Señor mío y Maestro mío!»
Luego, Pedro se unió a sus hermanos para
traer la red. Cuando tuvieron su pesca sobre la playa contaron los
peces, y había 153 grandes. Nuevamente, se cometió el error de decir
que ésta había sido una pesca milagrosa. No hubo milagro alguno en este
episodio. Fue simplemente un ejercicio del preconocimiento del Maestro.
El sabía que los peces estaban allí y por consiguiente señaló a los
apóstoles el sitio donde debían echar la red.
Jesús les habló diciendo: «Venid pues todos
vosotros a desayunar. Aun los gemelos han de sentarse, mientras yo
converso con vosotros; Juan Marcos preparará los pescados». Juan Marcos
trajo siete peces de buen tamaño, que el Maestro puso al fuego, y cuando
estuvieron cocidos el muchacho los sirvió a los diez. Entonces, Jesús
rompió el pan y se lo entregó a Juan que, a su vez, sirvió a los
hambrientos apóstoles. Cuando todos estuvieron servidos, Jesús indicó a
Juan Marcos que se sentara mientras él mismo servía el pescado y el pan
al muchacho, y mientras comían, Jesús habló con ellos rememorando muchas
experiencias en Galilea junto a este mismo lago.
Ésta fue la tercera vez cuando Jesús se
manifestó a los apóstoles como grupo. Cuando Jesús se dirigió a ellos
por primera vez, preguntándoles si habían pescado, no sospecharon que
fuera él, porque era experiencia común para estos pescadores en el Mar
de Galilea, cuando se acercaban a la costa, que alguno de los mercaderes
de pescados de Tariquea les dirigiera así la palabra, pues se
encontraban generalmente allí para comprar la pesca fresca y entregarla a
los establecimientos que se ocupaban del secado.
Jesús conversó con los diez apóstoles y
Juan Marcos por más de una hora; luego, los condujo de a dos, paseando
de ida y de vuelta por la playa mientras les hablaba —pero no eran las
mismas parejas que él había formado para que salieran a enseñar. Los
once apóstoles habían venido juntos de Jerusalén, pero Simón el Zelote
se había puesto cada vez más deprimido a medida que se acercaban a
Galilea, de manera que, cuando llegaron a Betsaida, dejó a sus hermanos y
se fue a su casa.
Esta mañana, antes de despedirse de ellos,
Jesús les aconsejó que dos de los apóstoles fueran adonde Simón el
Zelote, y le trajeran de vuelta ese mismo día. Así lo hicieron Pedro y
Andrés.