«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

viernes, 26 de diciembre de 2014

Las conversaciones con los apóstoles de dos en dos.

Cuando terminaron el desayuno y mientras los demás estaban sentados junto al fuego, Jesús señaló a Pedro y a Juan que le acompañaran caminando por la playa. Mientras iban caminando, Jesús le dijo a Juan: «Juan, ¿me amas?» Cuando Juan contestó: «Sí, Maestro, con todo mi corazón», el Maestro dijo: «Entonces, Juan, abandona tu intolerancia y aprende a amar a los hombres así como yo te he amado a ti. Dedica tu vida a la demostración de que el amor es la cosa más grande del mundo. Es el amor de Dios el que impulsa a los hombres a buscar la salvación. El amor es el antecesor de toda bondad espiritual, la esencia de lo verdadero y de lo bello».
      
Jesús se volvió entonces a Pedro y preguntó: «Pedro, ¿me amas?» Pedro contestó: «Señor, tú sabes que te amo con toda mi alma». Entonces dijo Jesús: «Si tú me amas, Pedro, apacienta a mis corderos. No olvides ministrar a los débiles, los pobres, los jóvenes y los niños. Predica el evangelio sin temor ni favor; siempre recuerda que Dios no hace acepción de personas. Sirve a tus semejantes aun como yo te he servido a ti; perdona a tus semejantes mortales aun como yo te he perdonado a ti. Que la experiencia te enseñe el valor de la meditación y el poder de la reflexión inteligente».
      
Después de caminar un poco más, el Maestro se volvió a Pedro y preguntó: «Pedro, ¿realmente me amas?» Y entonces dijo Simón: «Sí, Señor, tú sabes que te amo». Y nuevamente dijo Jesús: «Cuida bien de mi rebaño. Sé un pastor bueno y verdadero para con el rebaño. No traiciones su confianza en ti. No te dejes sorprender por la mano enemiga. Permanece alerta en todo momento —vigila y ora».
      
Después de caminar unos pasos más, Jesús se dirigió a Pedro por tercera vez y preguntó: «Pedro, ¿me amas verdaderamente?» Entonces Pedro, levemente herido por la aparente desconfianza del Maestro, dijo con gran emoción: «Señor, tú lo sabes todo, y por lo tanto, tú sabes que yo realmente y verdaderamente te amo». Entonces dijo Jesús: «Apacienta mis ovejas. No abandones el redil. Sé un ejemplo e inspiración para todos los demás pastores. Ama el redil así como yo te he amado a ti y dedícate a su bienestar así como yo he dedicado mi vida a tu bienestar. Y sigue mis pasos aun hasta el fin».
      
Pedro tomó esta declaración al pie de la letra —que debía seguirlo por la playa— y volviéndose a Jesús, señaló a Juan preguntando: «Si yo sigo tus pasos, ¿qué hará este varón?» Entonces, percibiendo que Pedro había entendido mal sus palabras, Jesús dijo: «Pedro, no te preocupes por lo que harán tus hermanos. Si yo deseo que Juan permanezca aquí después de que tú te hayas ido, aun hasta que yo vuelva, ¿qué te importa a ti? Asegúrate tan sólo de seguir mis pasos».
      
Esta observación se difundió entre los hermanos y fue interpretada como una declaración de que Juan no moriría antes de que volviese el Maestro, como muchos pensaban y esperaban, para establecer el reino en poder y gloria. Fue esta interpretación de lo que había dicho Jesús la que mucho tuvo que ver con traer a Simón el Zelote de vuelta al servicio, y a que perseverara en la tarea.
     
Cuando volvieron adonde estaban los demás, Jesús se fue a caminar y hablar con Andrés y Santiago. Después de caminar una corta distancia, Jesús dijo a Andrés: «Andrés, ¿confías en mí?» Y cuando el ex jefe de los apóstoles oyó la pregunta que le hacía Jesús, se detuvo y contestó: «Sí, Maestro, por cierto confío en ti, y tú sabes que es así». Entonces dijo Jesús: «Andrés, si tú confías en mí, confía aun más en tus hermanos —aun en Pedro. En el pasado yo te confié el liderazgo de tus hermanos. Ahora al dejarte yo para ir al Padre debes tú confiar en otros. Cuando tus hermanos comiencen a dispersarse por causa de las amargas persecuciones, sé un consejero comprensivo y sabio con Santiago mi hermano en la carne, cuando le pongan pesadas cargas sobre sus hombros, a los que él no está capacitado para sobrellevar por falta de experiencia. Sigue confiando, porque yo no te fallaré. Cuando hayas terminado tu tarea en la tierra, vendrás a mí».
     
Luego Jesús se volvió a Santiago, preguntando: «Santiago ¿confías en mí?» Y por supuesto Santiago replicó: «Sí, Maestro, confío en ti de todo corazón». Entonces dijo Jesús: «Santiago, si confías más en mí, serás menos impaciente con tus hermanos. Si confías en mí, serás más compasivo con la hermandad de los creyentes. Aprende a pesar las consecuencias de tus palabras y acciones. Recuerda que quien siembra recoge. Ora para pedir serenidad de espíritu y cultiva la paciencia. Estas gracias, juntamente con la fe viva, te sostendrán cuando llegue la hora de beber la copa del sacrificio. Pero no desmayes nunca; cuando hayas terminado en la tierra, también vendrás a mí».
      
Luego habló Jesús con Tomás y Natanael. Le dijo a Tomás: «Tomás, ¿me sirves?» Tomás contestó: «Sí, Señor, yo te sirvo ahora y siempre». Entonces dijo Jesús: «Si quieres servirme, sirve a mis hermanos en la carne aun como yo te he servido a ti. Y no te canses en esta obra de bien, sino que persevera como el que ha sido ordenado por Dios para este servicio de amor. Cuando hayas terminado tu servicio conmigo en la tierra, servirás conmigo en gloria. Tomás, debes dejar de dudar; debes crecer en la fe y en el conocimiento de la verdad. Cree en Dios como un niño, pero deja de actuar tan infantilmente. Ten coraje; sé fuerte en la fe y poderoso en el reino de Dios».
       
Entonces le dijo el Maestro a Natanael: «Natanael, ¿me sirves tú?» El apóstol respondió: «Sí, Maestro, y con afecto total». Entonces dijo Jesús: «Si tú, pues, me sirves de todo corazón, asegúrate de dedicarte con afecto incansable al bienestar de mis hermanos en la tierra. Agrega amistad a tu consejo y añade amor a tu filosofía. Sirve a tus semejantes aun como yo te he servido a ti. Sé fiel a los hombres así como yo he vigilado por ti. Sé menos crítico; no esperes tanto de algunos hombres, de este modo tendrás menos desilusiones. Y cuando el trabajo aquí haya terminado, tú servirás conmigo en lo alto».
      
Después de esto el Maestro habló con Mateo y Felipe. A Felipe le dijo: «Felipe, ¿Me obedeces?» Felipe respondió: «Sí, Señor, te obedeceré aun con mi vida». Entonces dijo Jesús: «Si quieres obedecerme, ve pues a las tierras de los gentiles y proclama este evangelio. Los profetas te han dicho que obedecer es mejor que sacrificar. Por la fe has llegado a ser un hijo del reino, que conoce a Dios. Tan sólo existe una ley que se ha de obedecer —y ésa es, el mandamiento de salir a proclamar el evangelio del reino. Deja de temer a los hombres; no tengas temor de predicar la buena nueva de la vida eterna a tus semejantes que languidecen en las tinieblas y tienen hambre de la luz de la verdad. Felipe, ya no tendrás que ocuparte de dinero ni de bienes; ya eres libre de predicar la buena nueva, como tus hermanos. Yo iré delante de ti y estaré contigo aun hasta el fin».
     
Y luego, hablando a Mateo, el Maestro preguntó: «Mateo, ¿albergas en tu corazón el deseo de obedecerme?» Mateo respondió: «Sí, Señor, estoy totalmente dedicado a hacer tu voluntad». Entonces dijo el Maestro: «Mateo, si quieres obedecerme, sal a enseñar a todos los pueblos este evangelio del reino. Ya no servirás más a tus hermanos en las cosas materiales de la vida; de ahora en adelante, tú también debes proclamar la buena nueva de la salvación espiritual. De ahora en adelante, pon tu atención sólo en obedecer tu encargo de predicar este evangelio del reino del Padre. Así como yo he hecho la voluntad del Padre en la tierra, así cumplirás tú la misión divina. Recuerda, tanto los judíos como los gentiles son tus hermanos. No temas a ningún hombre al proclamar las verdades salvadoras del evangelio del reino del cielo. Adonde yo voy, tú dentro de poco vendrás».
     
Después caminó y habló con los gemelos Alfeo, Jacobo y Judas, y dirigiéndose a ambos preguntó: «Jacobo y Judas, ¿creéis vosotros en mí?» Y cuando ambos respondieron: «Sí, Maestro, creemos», él dijo: «Pronto os dejaré. Veis que ya os he dejado en forma material. Permaneceré sólo un corto período en esta forma antes de ir al Padre. Creéis en mí —sois mis apóstoles y siempre lo seréis. Continuad creyendo y recordando vuestra asociación conmigo, cuando yo ya no esté, cuando acaso hayáis retornado al trabajo que hacíais antes de venir a vivir conmigo. No permitáis nunca que el ocuparos de una tarea exterior distinta influya sobre vuestra lealtad. Tened fe en Dios hasta el fin de vuestros días en la tierra. No olvidéis jamás que, una vez que seas un hijo de fe de Dios, todo trabajo honesto del reino es sagrado. Nada de lo que haga un hijo de Dios es ordinario. Haced pues vuestro trabajo, de aquí en adelante, como si fuera para Dios. Y cuando hayáis terminado en este mundo, yo tengo otros mundos mejores, donde igualmente trabajaréis para mí. En todo este trabajo, en este mundo y en los otros mundos, yo trabajaré con vosotros, y mi espíritu vivirá dentro de vosotros».
      
Eran casi las diez cuando Jesús volvió de su conversación con los gemelos Alfeo, y al dejar a los apóstoles dijo: «Adiós, hasta que os encuentre a todos en el monte de vuestra ordenación mañana al mediodía». Después de hablar así, desapareció de su vista.