A eso de las cuatro de la tarde del sábado 13
de mayo, el Maestro apareció ante Nalda y unos setenta y cinco creyentes
samaritanos junto al pozo de Jacob en Sicar. Los creyentes
acostumbraban a reunirse en este lugar, cerca del sitio donde Jesús
habló a Nalda sobre el agua viva. Este día, en el momento en que
terminaban su conversación sobre la noticia de la resurrección, Jesús
apareció repentinamente ante ellos diciendo:
«Que la paz sea con vosotros. Os regocijáis
de saber que yo soy la resurrección y la vida, pero esto de nada os
servirá a menos que primero nazcáis del espíritu eterno, llegando así a
poseer por la fe, el don de la vida eterna. Si sois hijos de mi Padre
por la fe, no moriréis jamás, no pereceréis. El evangelio del reino os
enseñó que todos los hombres son hijos de Dios. Y esta buena nueva sobre
el amor del Padre celestial por sus criaturas en la tierra, debe ser
difundida por todo el mundo. El momento ha llegado en que ya no
adoraréis a Dios ni en Gerizim ni en Jerusalén, sino donde estéis, como
estéis, en espíritu y en verdad. Es vuestra fe la que salva vuestra
alma. La salvación es el don de Dios, para todos los que creen que son
sus hijos. Pero no os engañéis; aunque la salvación es un don gratuito
de Dios y es otorgada a los que la aceptan por la fe, lo que sigue es la
experiencia de rendir los frutos de esta vida espiritual tal como se la
vive en la carne. La aceptación de la doctrina de la paternidad de Dios
implica que también aceptéis libremente la verdad asociada de la
hermandad del hombre. Si el hombre es tu hermano, él es aun más que tu prójimo, a quien el Padre exige
que ames como a ti mismo. Tu hermano pertenece a tu familia; así pues,
lo amarás no sólo con el afecto familiar sino que también lo servirás
como te servirías a ti mismo. Y amaréis y serviréis a vuestro hermano de
este modo porque vosotros, siendo mis hermanos, así habéis sido amados y
servidos por mí. Id pues por todo el mundo, difundiendo la buena nueva a
todas las criaturas de todas las razas, tribus y naciones. Mi espíritu
irá delante de vosotros, y yo estaré siempre con vosotros».
Estos samaritanos mucho se asombraron con
esta aparición del Maestro, y de prisa se fueron a las ciudades y aldeas
vecinas donde difundieron la nueva de que habían visto a Jesús, y que
les había hablado. Y ésta fue la decimoséptima aparición morontial del
Maestro.