LA DECIMOSEXTA manifestación morontial de Jesús ocurrió el viernes 5
de mayo, en el patio de Nicodemo, a eso de las nueve de la noche. Esa
noche los creyentes de Jerusalén intentaron reunirse por primera vez
desde la resurrección. Estaban congregados aquí en este momento los once
apóstoles, el cuerpo de mujeres y sus asociadas, y unos cincuenta
discípulos importantes del Maestro, incluyendo a varios griegos. Este
grupo de creyentes había estado conversando casualmente por más de media
hora, cuando de pronto, el Maestro morontial apareció a plena vista e
inmediatamente comenzó a instruirlos. Dijo Jesús:
«Que la paz sea con vosotros. Éste es el
grupo más representativo de creyentes —apóstoles y discípulos, hombres y
mujeres— ante el cual yo haya aparecido, desde el momento de mi
liberación de la carne. Os llamo ahora a testimonio de que os dije de
antemano que mi estadía entre vosotros tendría fin. Yo os dije que
finalmente debo volver al Padre. Luego os dije claramente de qué manera
me entregarían los altos sacerdotes y los líderes de los judíos, para
que fuera yo puesto a muerte, y que me levantaría de la tumba. ¿Por qué,
pues, os dejasteis perturbar por todo esto cuando sucedió? ¿Por qué
tanto os sorprendisteis cuando me levanté del sepulcro al tercer día?
Vosotros no creísteis en mí, porque escuchasteis mis palabras sin
comprender su significado.
«Ahora pues debéis prestar oído a mis
palabras, para no cometer nuevamente el error de oír mis enseñanzas con
la mente mientras vuestro corazón no comprende el significado. Desde el
comienzo de mi estadía como uno de vosotros, os enseñé que mi único
propósito era revelar a mi Padre en el cielo a sus hijos en la tierra.
He vivido el autootorgamiento revelador de Dios para que vosotros
pudieseis experimentar la carrera del que conoce a Dios. He revelado a
Dios, como vuestro Padre en el cielo; os he revelado a vosotros, como
hijos de Dios en la tierra. Es un hecho de que Dios os ama a vosotors, a
sus hijos. Por la fe en mi palabra, este hecho se torna una verdad
eterna y viva en vuestro corazón. Cuando, por la fe viva, os tornéis
divinamente conscientes de Dios, naceréis del espíritu como hijos de la
luz y de la vida, aun la vida eterna en la cual ascenderéis al universo
de los universos y alcanzaréis la experiencia de encontrar a Dios el
Padre en el Paraíso.
«Os advierto que recordéis siempre que
vuestra misión entre los hombres es la proclamación del evangelio del
reino —la realidad de la paternidad de Dios y la verdad de la filiación
del hombre. Proclamad toda la verdad de la buena nueva, no tan sólo una
parte del evangelio salvador. Vuestro mensaje no ha de cambiar por mi
experiencia de resurrección. La filiación con Dios por la fe sigue
siendo la verdad salvadora del evangelio del reino. Debéis salir
predicando el amor de Dios y el servicio al hombre. Lo que el mundo
necesita más que nada saber es: los hombres son hijos de Dios, y por la
fe pueden en verdad realizar, y diariamente experimentar, esta verdad
ennoblecedora. Mi autootorgamiento debe ayudar a todos los hombres a conocer que ellos son hijos de Dios, pero ese
conocimiento no es suficiente si personalmente no captan por la fe la
verdad salvadora de que ellos son los hijos de espíritu vivientes del
Padre eterno. El evangelio del reino comprende el amor del Padre y el
servicio de sus hijos en la tierra.
«Entre vosotros, compartís aquí, el
conocimiento de que yo he resucitado de entre los muertos, pero eso no
es extraño. Yo tengo el poder de poner mi vida y tomarla nuevamente; el
Padre otorga ese poder a sus Hijos del Paraíso. Más bien, que vuestro
corazón se estremezca por el conocimiento de que los muertos de una era
ingresaron a la ascensión eterna poco después de que yo salí de la nueva
tumba de José. Viví mi vida en la carne para mostraros cómo vosotros
podréis, mediante el servicio amante, tornaros reveladores de Dios a
vuestros semejantes así como, amándoos a vosotros y sirviéndoos, yo me
he tornado revelador de Dios a vosotros. He vivido entre vosotros como
el Hijo del Hombre para que vosotros, y todos los demás hombres, podáis
conocer que de veras sois hijos de Dios. Por lo tanto, id pues al mundo
predicando este evangelio del reino del cielo a todos los hombres. Amad a
todos los hombres así como yo os he amado; servid a vuestros semejantes
mortales así como yo os he servido. Habéis recibido libremente, dad
libremente. Permaneced aquí en Jerusalén solamente hasta que yo vaya al
Padre y os envíe el Espíritu de la Verdad. Él os guiará a una verdad más
amplia, y yo iré con vosotros a todo el mundo. Estoy con vosotros
siempre, y mi paz os dejo».
Cuando el Maestro hubo hablado, desapareció
de su vista. Era casi el alba cuando los creyentes se dispersaron; toda
esa noche permanecieron juntos, discutiendo intensamente las
admoniciones del Maestro y discurriendo todo lo que les había ocurrido.
Santiago Zebedeo y otros de los apóstoles también relataron sus
experiencias con el Maestro morontial en Galilea y recitaron cómo se les
había aparecido tres veces.