El jueves 1 de mayo por la mañana temprano, Jesús hizo su última
aparición en la tierra como personalidad morontial. Cuando los once
apóstoles estaban a punto de sentarse para compartir el desayuno en el
aposento superior de la casa de María Marcos, Jesús apareció ante ellos y
les dijo:
«Que la paz sea con vosotros. Os he pedido
que os quedéis aquí en Jerusalén hasta que yo ascienda al Padre, aun
hasta que yo os envíe el Espíritu de la Verdad, que pronto será
derramado sobre toda la carne y que os dotará de poder desde lo alto.»
Simón el Zelote interrumpió a Jesús, preguntando: «Entonces, Maestro,
¿restaurarás el reino, y veremos nosotros la gloria de Dios manifestada
en la tierra?» Cuando Jesús hubo escuchado la pregunta de Simón,
respondió: «Simón, aún te afierras a tus viejas ideas del Mesías judío y
del reino material. Pero recibirás poder espiritual después de que el
espíritu haya descendido sobre vosotros, y luego iréis a todo el mundo
predicando este evangelio del reino. Así como el Padre me envió al
mundo, así os envío yo. Y deseo que os améis unos a los otros y que
confiéis los unos en los otros. Judas ya no está con vosotros, porque se
enfrió su amor, y porque se negó a confiar en vosotros, sus leales
hermanos. ¿Acaso no habéis leído en las Escrituras donde está escrito:
`No es bueno para el hombre estar solo. Ningún hombre vive para sí
mismo'? Y también allí donde dice: ¿`el que quiere tener amigos debe
mostrarse amigo'? Y ¿acaso no os envié a enseñar de dos en dos, para que
no estuvierais solos y no cayerais en la maldad y las tristezas del
aislamiento? También sabéis bien que, cuando vivía en la carne, no me
permití a mí mismo estar a solas por largos períodos. Desde el comienzo
mismo de nuestra asociación tuve siempre a dos o tres de vosotros
constantemente a mi lado o muy cerca de mí, aun cuando comulgaba con el
Padre. Confiad, pues, los unos en los otros. Y esto es aun más necesario
ahora, puesto que este día yo os dejo solos en el mundo. La hora ha
llegado; estoy por irme al Padre».
Cuando hubo hablado les indicó con un gesto
que fueran con él, y los condujo afuera hasta el Monte de los Olivos,
donde les dijo adiós preparándose para partir de Urantia. Fue éste un
viaje solemne al Oliveto. Nadie habló una sola palabra desde el momento
en que salieron del aposento superior hasta que Jesús se detuvo con
ellos en el Monte de los Olivos.