«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

martes, 17 de diciembre de 2013

El martes por la mañana en el templo.

A ESO de las siete de este martes por la mañana Jesús se reunió con los apóstoles, el cuerpo de mujeres, y unas dos docenas de otros discípulos prominentes en la casa de Simón. En esta reunión se despidió de Lázaro, dándole esa instrucción que le llevó tan pronto después a huir a Filadelfia en Perea, donde más tarde se relacionó con el movimiento misionero que tenía su central en esa ciudad. Jesús también se despidió del anciano Simón, y dio sus consejos de despedida al cuerpo de mujeres, puesto que no volvió a dirigirse a ellas formalmente.
      
Esta mañana saludó a cada uno de lo doce con un saludo personal. A Andrés le dijo: «No te desanimes por los acontecimientos inminentes. Controla firmemente a tus hermanos y cuida de que no te vean deprimido». A Pedro le dijo: «No deposites tu confianza en el brazo ni en el acero. Establécete sobre los cimientos espirituales de las rocas eternas». A Santiago le dijo: «No titubees por las apariencias exteriores. Permanece fiel en tu fe, y pronto conocerás la realidad de aquello en lo que crees». A Juan le dijo: «Sé tierno; ama aun a tus enemigos; sé tolerante. Y recuerda que yo te he confiado muchas cosas». A Natanael le dijo: «No juzgues por las apariencias; permanece firme en tu fe aun cuando todo parezca esfumarse; sé fiel a tu misión de embajador del reino». A Felipe le dijo: «No te dejes conmover por los acontecimientos inminentes. Permanece inmutable, aun cuando no puedas ver el camino. Sé leal a tu juramento de consagración». A Mateo le dijo: «No olvides la misericordia que te recibió en el reino. Que ningún hombre te quite tu recompensa eterna. Así como has resistido las inclinaciones de la naturaleza mortal, dispónte a ser constante». A Tomás le dijo: «Aunque sea muy difícil, ahora debes caminar por lo que crees y no por lo que ves. No tengas dudas de mi habilidad para completar la obra que he comenzado, hasta que finalmente veré a todos mis fieles embajadores en el reino más allá». A los gemelos Alfeo les dijo: «No permitáis que las cosas que no podéis comprender os sobrecojan. Sed fieles al afecto de vuestro corazón y no coloquéis vuestra confianza ni en grandes hombres ni en la actitud cambiante de la gente. Aliaos con vuestros hermanos». A Simón el Zelote le dijo: «Simón, puedes estar sobrecogido por la desilusión, pero tu espíritu se elevará por sobre todas las cosas que te puedan suceder. Lo que no pudiste aprender de mí, mi espíritu te lo enseñará. Persigue las realidades verdaderas del espíritu y deja de ser atraído por las sombras irreales y materiales». Y a Judas Iscariote le dijo: «Judas, te he amado y he orado para que tú amaras a tus hermanos. No te canses de hacer el bien; y quiero advertirte que te cuides de los senderos resbalosos de las lisonjas y de los dardos envenenados del ridículo».
      
Y cuando hubo concluido estas salutaciones, partió hacia Jerusalén con Andrés, Pedro, Santiago y Juan mientras los demás apóstoles establecían el campamento de Getsemaní, a donde irían esa noche, y donde trasladaron su sede central por el resto de la vida en la carne del Maestro. Aproximadamente a mitad del camino bajando el Monte de los Olivos, Jesús pausó y conversó más de una hora con los cuatro apóstoles.