Ya durante varios días Pedro y Santiago
habían discutido de sus diferencias de opinión sobre las enseñanzas del
Maestro relativas al perdón de los pecados. Ambos habían acordado
plantear el asunto a Jesús, y Pedro aprovechó esta ocasión como una
oportunidad adecuada para obtener el consejo del Maestro. Por lo tanto,
Simón Pedro interrumpió la conversación que trataba de las diferencias
entre la alabanza y la adoración, preguntando: «Maestro, Santiago y yo
no nos ponemos de acuerdo sobre tus enseñanzas relativas al perdón de
los pecados. Santiago sostiene que tú enseñas que el Padre nos perdona
aun antes de que nosotros se lo pidamos, y yo pienso que el
arrepentimiento y la confesión deben preceder al perdón. ¿Quién de
nosotros tiene razón? ¿Qué dices tú?»
Después de un corto silencio Jesús miró
significativamente a los cuatro y contestó: «Hermanos míos, erráis en
vuestras opiniones porque no comprendéis la naturaleza de esas
relaciones íntimas y amantes entre la criatura y el Creador, entre el
hombre y Dios. Falláis en captar esa compasión comprensiva que el padre
sabio tiene para con su hijo inmaduro que, a veces, yerra. Es en verdad
discutible si los padres inteligentes y afectuosos jamás se vean en una
situación de perdonar a un hijo normal y corriente. Las relaciones
comprensivas, asociadas con actitudes amantes, efectivamente previenen
todas esas alienaciones que más tarde necesitan un reajuste mediante el
arrepentimiento por parte del hijo y el perdón por parte del padre.
«Una parte de todo padre vive en el hijo.
El padre disfruta de prioridad y superioridad de comprensión en todos
los asuntos relacionados con la relación hijo-padre. El padre es capaz
de ver la inmadurez del hijo a la luz de la madurez paterna más
avanzada, la experiencia más madura del socio mayor. En el caso del hijo
terrenal y el Padre celestial, el padre divino posee infinidad y
divinidad de comprensión, y capacidad para una compasión amante. El
perdón divino es inevitable; es inherente e inalienable a la infinita
comprensión de Dios, en su conocimiento perfecto de todo lo que se
relaciona con el juicio erróneo y la elección equivocada del hijo. La
justicia divina es tan eternamente ecuánime que infaliblemente comprende
una compasión misericordiosa.
«Cuando un hombre sabio comprende los
impulsos interiores de sus semejantes, los amará. Y cuando amáis a
vuestro hermano, ya le habéis perdonado. Esta capacidad de comprender la
naturaleza humana y olvidar sus errores aparentes es deiforme. Si sois
padres sabios, de esta manera amaréis y comprenderéis a vuestros hijos,
aun les perdonaréis cuando una falta de comprensión pasajera os pueda
aparentemente haber separado. El hijo, siendo inmaduro y faltándole la
comprensión más plena de la profundidad de la relación hijopadre, debe
frecuentemente experimentar una sensación de separación culpable de la
aprobación plena del padre, pero el verdadero padre no tiene nunca
conciencia de una separación semejante. El pecado es una experiencia de
la conciencia de la criatura; no es parte de la conciencia de Dios.
«Vuestra incapacidad o falta de deseo de
perdonar a vuestros semejantes es la medida de vuestra inmadurez, de
vuestra incapacidad para alcanzar una compasión adulta, comprensión y
amor. Sois rencorosos y vengativos en proporción directa a vuestra
ignorancia de la naturaleza interior y de los deseos verdaderos de
vuestros hijos y de vuestros semejantes. El amor es la manifestación
exterior del impulso divino e interior de la vida. Está fundado en la
comprensión, alimentado por el servicio altruista, y perfeccionado en la
sabiduría».