«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

sábado, 28 de diciembre de 2013

El perdón divino.

Ya durante varios días Pedro y Santiago habían discutido de sus diferencias de opinión sobre las enseñanzas del Maestro relativas al perdón de los pecados. Ambos habían acordado plantear el asunto a Jesús, y Pedro aprovechó esta ocasión como una oportunidad adecuada para obtener el consejo del Maestro. Por lo tanto, Simón Pedro interrumpió la conversación que trataba de las diferencias entre la alabanza y la adoración, preguntando: «Maestro, Santiago y yo no nos ponemos de acuerdo sobre tus enseñanzas relativas al perdón de los pecados. Santiago sostiene que tú enseñas que el Padre nos perdona aun antes de que nosotros se lo pidamos, y yo pienso que el arrepentimiento y la confesión deben preceder al perdón. ¿Quién de nosotros tiene razón? ¿Qué dices tú?»

      
Después de un corto silencio Jesús miró significativamente a los cuatro y contestó: «Hermanos míos, erráis en vuestras opiniones porque no comprendéis la naturaleza de esas relaciones íntimas y amantes entre la criatura y el Creador, entre el hombre y Dios. Falláis en captar esa compasión comprensiva que el padre sabio tiene para con su hijo inmaduro que, a veces, yerra. Es en verdad discutible si los padres inteligentes y afectuosos jamás se vean en una situación de perdonar a un hijo normal y corriente. Las relaciones comprensivas, asociadas con actitudes amantes, efectivamente previenen todas esas alienaciones que más tarde necesitan un reajuste mediante el arrepentimiento por parte del hijo y el perdón por parte del padre.
     
«Una parte de todo padre vive en el hijo. El padre disfruta de prioridad y superioridad de comprensión en todos los asuntos relacionados con la relación hijo-padre. El padre es capaz de ver la inmadurez del hijo a la luz de la madurez paterna más avanzada, la experiencia más madura del socio mayor. En el caso del hijo terrenal y el Padre celestial, el padre divino posee infinidad y divinidad de comprensión, y capacidad para una compasión amante. El perdón divino es inevitable; es inherente e inalienable a la infinita comprensión de Dios, en su conocimiento perfecto de todo lo que se relaciona con el juicio erróneo y la elección equivocada del hijo. La justicia divina es tan eternamente ecuánime que infaliblemente comprende una compasión misericordiosa.
      
«Cuando un hombre sabio comprende los impulsos interiores de sus semejantes, los amará. Y cuando amáis a vuestro hermano, ya le habéis perdonado. Esta capacidad de comprender la naturaleza humana y olvidar sus errores aparentes es deiforme. Si sois padres sabios, de esta manera amaréis y comprenderéis a vuestros hijos, aun les perdonaréis cuando una falta de comprensión pasajera os pueda aparentemente haber separado. El hijo, siendo inmaduro y faltándole la comprensión más plena de la profundidad de la relación hijopadre, debe frecuentemente experimentar una sensación de separación culpable de la aprobación plena del padre, pero el verdadero padre no tiene nunca conciencia de una separación semejante. El pecado es una experiencia de la conciencia de la criatura; no es parte de la conciencia de Dios.
      
«Vuestra incapacidad o falta de deseo de perdonar a vuestros semejantes es la medida de vuestra inmadurez, de vuestra incapacidad para alcanzar una compasión adulta, comprensión y amor. Sois rencorosos y vengativos en proporción directa a vuestra ignorancia de la naturaleza interior y de los deseos verdaderos de vuestros hijos y de vuestros semejantes. El amor es la manifestación exterior del impulso divino e interior de la vida. Está fundado en la comprensión, alimentado por el servicio altruista, y perfeccionado en la sabiduría».