Una vez que se retiraron los escribas y los
rectores, Jesús nuevamente se dirigió a la multitud reunida y relató la
parábola del festín de boda. Dijo:
«El reino del cielo es semejante a un rey
que le hizo fiesta de boda a su hijo y envió mensajeros a llamar a los
ya invitados al festín, diciendo: `Está todo listo para la cena de boda
en el palacio del rey'. Ahora pues, muchos de los que antes habían
prometido asistir, no quisieron venir. Cuando el rey escuchó que
rechazaban su invitación, envió a otros siervos y mensajeros, diciendo:
`Decid a todos los convidados, que vengan, porque, mirad, he preparado
mi comida. Mis bueyes y mis cebones
han sido matados, y todo está dispuesto para la celebración de la boda
inminente de mi hijo'. Pero nuevamente estos invitados desconsiderados
sin hacer caso de la convocatoria de su rey, se fueron por su camino,
uno a su labranza, otro a su cerámica y otro a sus negocios. Y otros no
se limitaron a despreciar así el llamado del rey, sino que en rebeldía
abierta atacaron a los mensajeros del rey y los trataron vergonzosamente
mal, aun matando a algunos de ellos. Cuando el rey percibió que sus
huéspedes elegidos, aun los que habían aceptado su invitación preliminar
y habían prometido asistir al festín de bodas, finalmente rechazaban su
llamado y en rebeldía habían atacado, asaltado y matado a sus
mensajeros elegidos, se airó extremadamente. Entonces este rey ofendido
mandó sus ejércitos y los ejércitos de sus aliados y les instruyó que
destruyeran a aquellos asesinos rebeldes y que incendiaran su ciudad.
«Y después de castigar así a los que habían
despreciado su invitación, estableció otra fecha distinta para el
festín de bodas y dijo a sus mensajeros: `Los que invité en primer
término a la boda no eran dignos; id ahora pues a las salidas de los
caminos y a las carreteras y aun más allá de los límites de la ciudad, e
invitad a cuantos halléis aun a los extranjeros, que vengan y que
asistan a este festín de bodas'. Entonces los siervos salieron a las
carreteras y a los lugares retirados, y juntaron a cuantos hallaron,
buenos y malos, ricos y pobres, de modo que por fin la cámara nupcial
estaba llena de convidados. Cuando todo estuvo listo, el rey se presentó
ante sus huéspedes, y se sorprendió de encontrar allí a un hombre sin
manto nupcial. El rey, puesto que había proveído generosamente mantos
nupciales para todos sus huéspedes, dirigiéndose a este hombre, dijo:
`Amigo mío, ¿por qué vienes convidado en esta ocasión sin el manto
nupcial'? Y este hombre que no estaba preparado enmudeció. Entonces dijo
el rey a sus siervos: `Arrojad a este convidado desconsiderado de mi
casa para que corra la misma suerte de todos los otros que despreciaron
mi hospitalidad y rechazaron mi llamado. No tendré aquí a nadie sino a
los que se regocijan de aceptar mi invitación, y que me hacen el honor
de llevar los mantos nupciales que tan generosamente se les han
proveído'».
Después de relatar esta parábola, Jesús
estaba a punto de despedir a la multitud cuando un creyente
simpatizante, abriéndose camino entre la multitud hacia él, preguntó:
«Pero, Maestro, ¿cómo nos enteraremos de estas cosas? ¿Cómo podremos
estar listos para la invitación del rey? ¿Qué signo nos darás para que
nosotros sepamos que tú eres el Hijo de Dios?» Y cuando el Maestro oyó
estas palabras, dijo: «Sólo un signo os será dado». Luego, indicando su
propio cuerpo, siguió: «Destruid este templo, y en tres días yo volveré a
levantarlo». Pero ellos no le comprendieron, y al dispersarse, hablaron
entre ellos diciendo: «Por casi cincuenta años se ha estado
construyendo este templo y sin embargo él dice que lo destruirá y lo
volverá a edificar en tres días». Aun sus propios apóstoles no
comprendieron el significado de esta declaración, pero posteriormente,
después de su resurrección, recordaron sus palabras.
A eso de las cuatro de esta tarde Jesús
señaló a sus apóstoles que deseaba salir del templo e ir a Betania para
cenar y descansar por la noche. Mientras ascendían el Oliveto Jesús
instruyó a Andrés, Felipe y Tomás que, al día siguiente, debían
establecer un campamento cerca de la ciudad, para que lo ocuparan
durante el resto de la semana pascual. De acuerdo con esta instrucción, a
la mañana siguiente armaron las tiendas en una hondonada de la colina,
desde la cual se veía el parque público del campamento de Getsemaní,
sobre una parcela de tierra que pertenecía a Simón de Betania.
Nuevamente fue un grupo silencioso de
judíos el que se abrió camino por la pendiente occidental del Monte de
los Olivos este lunes por la noche. Estos doce hombres sentían, como
nunca antes, que se avecinaba algo trágico. Aunque la limpieza dramática
del templo esa mañana temprano había aumentado sus esperanzas de ver al
Maestro imponerse él mismo y manifestar sus grandes poderes, los
acontecimientos de la tarde sólo les producían desilusión, porque
indicaban el rechazo certero de las enseñanzas de Jesús por parte de las
autoridades judías. Los apóstoles eran presa del suspenso y prisioneros
de una terrible incertidumbre. Se daban cuenta de que sólo unos pocos
días podían pasar entre los acontecimientos del día recién transcurrido y
el desencadenarse de la crisis inminente. Todos sentían que algo
tremendo estaba por suceder, pero no sabían qué esperar. Fueron a sus
distintos sitios de reposo, pero durmieron muy poco. Aun los gemelos
Alfeo se apercibieron por fin de que los acontecimientos de la vida del
Maestro se estaban acercando hacia su culminación final.