«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

lunes, 30 de diciembre de 2013

Las preguntas de los dirigentes judíos.

El lunes por la noche se celebró un concilio entre el sanedrín y unos cincuenta líderes adicionales, seleccionados entre los escribas, fariseos y saduceos. Fue consenso de esta reunión que sería peligroso arrestar a Jesús en público, debido al afecto con que contaba entre la gente común. También era opinión de la mayoría que debía hacerse un esfuerzo decidido por desacreditarlo a los ojos de la multitud antes de arrestarlo y llevarlo a juicio. Por lo tanto, varios grupos de hombres eruditos fueron designados para estar disponibles a la mañana siguiente en el templo con el objeto de hacerlo caer en la trampa de preguntas difíciles, y de otra manera tratar de ponerlo en una situación embarazosa ante la gente. Por fin, los fariseos, los saduceos y aun los herodianos estaban todos unidos en este esfuerzo dirigido a desacreditar a Jesús a los ojos de las multitudes pascuales.
      
El martes por la mañana, cuando Jesús llegó al patio del templo y comenzó a enseñar, apenas si había pronunciado unas pocas palabras cuando un grupo de los estudiantes más jóvenes de las academias, a quienes se había hecho ensayar con este propósito, se adelantaron y por medio de su portavoz se dirigieron a Jesús: «Maestro, sabemos que eres un instructor recto, y sabemos que proclamas los caminos de la verdad, y que tan sólo sirves a Dios, porque no temes a ningún hombre, y no haces acepción de personas. Somos tan sólo estudiantes, y nos gustaría conocer la verdad sobre un asunto que nos preocupa; nuestra dificultad es ésta: ¿Es legal para nosotros pagar tributo al césar? ¿Hemos de pagar tributo o no?» Jesús, percibiendo su hipocresía y artificio, les dijo: «¿Por qué venís de esta manera para tentarme? Mostradme el dinero del tributo, y yo os contestaré». Y cuando ellos le entregaron un denario, él lo miró y dijo: «¿Qué imagen e inscripción lleva esta moneda?» Cuando ellos le contestaron: «La del césar», Jesús dijo: «Dad al césar las cosas que son del césar y dad a Dios las cosas que son de Dios».
     
Cuando así hubo contestado, estos jóvenes escribas y sus cómplices herodianos, se retiraron de su presencia, y la gente, aun los saduceos, disfrutaron de su derrota. Aun los jóvenes que habían intentado hacerlo caer en la trampa, grandemente se maravillaron de la inesperada sagacidad de la respuesta del Maestro.
      
El día anterior, los líderes habían tratado de hacerlo tropezar ante la multitud en asuntos de autoridad eclesiástica, y habiendo fracasado, ahora intentaban enredarlo en una discusión dañina de la autoridad civil. Tanto Pilato como Herodes estaban en Jerusalén en ese momento, y los enemigos de Jesús conjeturaban que, si él se atrevía a aconsejar que no se pagara el tributo al césar, podrían ir inmediatamente ante las autoridades romanas y acusarlo de sedición. Por otra parte, si aconsejaba en muchas palabras explicativas el pago del tributo calculaban con justicia que dicha declaración heriría grandemente el orgullo nacional de sus oyentes judíos, alienando de esta manera la buena voluntad y el afecto de la multitud.
      
En todo esto, los enemigos de Jesús fueron derrotados puesto que era regla bien conocida del sanedrín, establecida para guiar a los judíos dispersos entre las naciones gentiles, que el «derecho de acuñar monedas conllevaba el derecho de cobrar impuestos». De esta manera Jesús había evitado la trampa. Haber contestado «no» a su pregunta habría sido equivalente a incitar a la rebelión; haber contestado «sí» habría chocado a los sentimientos nacionalistas profundamente arraigados de esa época. El Maestro no evadió la pregunta; meramente empleó la sabiduría de ofrecer una respuesta doble. Jesús nunca fue evasivo, pero siempre fue sabio en su trato con los que trataban de turbarlo y de destruirlo.