Qué insensatez la del hombre con mentalidad materialista cuando
permite que unas teorías tan vulnerables como las de un universo
mecanicista le priven de los enormes recursos espirituales de la
experiencia personal de la verdadera religión. Los hechos nunca están
reñidos con la auténtica fe espiritual; las teorías sí pueden estarlo.
La ciencia haría mejor en dedicarse a destruir la superstición, en lugar
de intentar aniquilar la fe religiosa —la creencia humana en las
realidades espirituales y los valores divinos.
La ciencia debería hacer materialmente por el hombre lo que la
religión hace espiritualmente por él: ampliar el horizonte de la vida y
engrandecer su personalidad. La verdadera ciencia no puede tener ninguna
discrepancia duradera con la verdadera religión. El «método científico»
es simplemente una vara intelectual para medir las aventuras materiales
y los logros físicos. Pero como es material y enteramente intelectual,
es totalmente inútil para evaluar las realidades espirituales y las
experiencias religiosas.
La contradicción del mecanicista moderno es la siguiente: Si este
universo fuera simplemente material y el hombre sólo fuera una máquina,
ese hombre sería enteramente incapaz de reconocerse como tal máquina;
además, un hombre-máquina así sería totalmente inconsciente del hecho de
que existe dicho universo material. El desaliento y la desesperación
materialista de una ciencia mecanicista no han logrado reconocer el
hecho de que la mente del científico está habitada por el espíritu,
aunque la perspicacia supermaterial del científico es precisamente la
que formula estos conceptos erróneos y contradictorios en sí mismos de un universo materialista.
Los valores paradisiacos de eternidad e infinidad, de verdad,
belleza y bondad, están escondidos dentro de los hechos de los fenómenos
de los universos del tiempo y del espacio. Pero es necesario el ojo de
la fe de un mortal nacido del espíritu para detectar y discernir estos
valores espirituales.
Las realidades y los valores del progreso espiritual no son una
«proyección psicológica» —un simple sueño despierto y glorificado de la
mente material. Estas cosas son las previsiones espirituales del
Ajustador interior, del espíritu de Dios que vive en la mente del
hombre. No dejéis que vuestros escarceos en los descubrimientos
ligeramente vislumbrados de la «relatividad» alteren vuestros conceptos
de la eternidad y de la infinidad de Dios. Y en todas vuestras
tentativas relacionadas con la necesidad de expresaros, no cometáis el error de omitir la expresión del Ajustador, la manifestación de vuestro yo real y mejor.
Si este universo sólo fuera material, el hombre material nunca
sería capaz de llegar al concepto del carácter mecanicista de una
existencia tan exclusivamente material. Este mismo concepto mecanicista
del universo es, en sí mismo, un fenómeno no material de la mente, y
toda mente es de origen no material, por mucho que pueda dar la
impresión de estar condicionada materialmente y controlada
mecánicamente.
El mecanismo mental parcialmente evolucionado del hombre mortal no
está muy dotado de coherencia ni de sabiduría. La presunción del hombre
sobrepasa a menudo su razón y elude su lógica.
El mismo pesimismo del materialista más pesimista es, en sí y por
sí mismo, una prueba suficiente de que el universo del pesimista no es
totalmente material. Tanto el optimismo como el pesimismo son unas
reacciones conceptuales que se producen en una mente que es consciente
de los valores así como de los hechos. Si el universo
fuera realmente lo que el materialista considera que es, entonces el
hombre, como máquina humana, estaría privado de todo reconocimiento
consciente de ese mismo hecho. Sin la conciencia del concepto de los valores
dentro de la mente nacida del espíritu, el hombre no podría reconocer
de ninguna manera el hecho del materialismo universal ni los fenómenos
mecanicistas de la acción del universo. Una máquina no puede ser
consciente de la naturaleza ni del valor de otra máquina.
Una filosofía mecanicista de la vida y del universo no puede ser
científica, porque la ciencia sólo reconoce y trata de los objetos
materiales y de los hechos. La filosofía es inevitablemente
supercientífica. El hombre es un hecho material de la naturaleza, pero
su vida es un fenómeno que trasciende los niveles materiales de
la naturaleza, porque manifiesta los atributos controladores de la
mente y las cualidades creativas del espíritu.
El esfuerzo sincero del hombre por volverse mecanicista representa
el fenómeno trágico del empeño inútil de ese hombre por suicidarse
intelectual y moralmente. Pero no puede conseguirlo.
Si el universo sólo fuera material y el hombre solamente una
máquina, no existiría ninguna ciencia que animara al científico a
postular esta mecanización del universo. Las máquinas no pueden medirse,
clasificarse ni evaluarse a sí mismas. Esta tarea científica sólo
podría ejecutarla una entidad con estatus de supermáquina.
Si la realidad del universo no es más que una inmensa máquina,
entonces el hombre debe estar fuera del universo y separado de él para
poder reconocer este hecho y ser consciente de la perspicacia de esta evaluación.
Si el hombre sólo es una máquina, ¿qué técnica utiliza para llegar a creer o a pretender saber
que sólo es una máquina? La experiencia de evaluarse conscientemente a
sí mismo nunca es atributo de una simple máquina. Un mecanicista
declarado y consciente de sí mismo es la mejor respuesta posible al
mecanismo. Si el materialismo fuera un hecho, no podría existir ningún
mecanicista consciente de sí mismo. También es cierto que primero hay
que ser una persona moral antes de poder realizar actos inmorales.
La pretensión misma del materialismo implica una conciencia
supermaterial de la mente que se atreve a afirmar tales dogmas. Un
mecanismo puede deteriorarse, pero nunca puede progresar. Las máquinas
no piensan, ni crean, ni sueñan, ni aspiran a algo, ni idealizan, ni
tienen hambre de verdad o sed de rectitud. No motivan su vida con la
pasión de servir a otras máquinas y escoger como meta de su progreso
eterno la sublime tarea de encontrar a Dios y de esforzarse en ser como
él. Las máquinas nunca son intelectuales, emotivas, estéticas, éticas,
morales ni espirituales.
El arte prueba que el hombre no es mecánico, pero no prueba que
sea espiritualmente inmortal. El arte es la morontia humana, el terreno
intermedio entre el hombre material y el hombre espiritual. La poesía es un
esfuerzo por huir de las realidades materiales hacia los valores
espirituales.
En una civilización elevada, el arte humaniza a la ciencia, y es
espiritualizado a su vez por la verdadera religión —la comprensión de
los valores espirituales y eternos. El arte representa la evaluación
humana y espacio-temporal de la realidad. La religión es el
abrazo divino de los valores cósmicos y conlleva un progreso eterno en
la ascensión y la expansión espirituales. El arte temporal sólo es
peligroso cuando se vuelve ciego a los modelos espirituales de los
arquetipos divinos que la eternidad refleja como sombras temporales de
la realidad. El arte verdadero es la manipulación eficaz de las cosas
materiales de la vida; la religión es la transformación ennoblecedora de
los hechos materiales de la vida, y nunca deja de evaluar el arte en el
sentido espiritual.
¡Cuán insensato es suponer que un autómata pueda concebir una
filosofía del automatismo, y cuán ridículo es creer que podría formarse
un concepto así de otros compañeros autómatas!
Cualquier interpretación científica del universo material carece de valor a menos que asegure un debido reconocimiento al científico. Ninguna apreciación del arte es auténtica a menos que conceda un reconocimiento al artista. Ninguna evaluación de la moral es válida a menos que incluya al moralista. Ningún reconocimiento de la filosofía es edificante si ignora al filósofo, y la religión no puede existir sin la experiencia real de la persona religiosa
que, en esta experiencia misma y a través de ella, intenta encontrar a
Dios y conocerlo. Del mismo modo, el universo de universos carece de
trascendencia separado del YO SOY, el Dios infinito que lo ha hecho y lo
gobierna sin cesar.
Los mecanicistas —los humanistas— tienden a ir a la deriva con las
corrientes materiales. Los idealistas y los espiritualistas se atreven
a utilizar sus remos con inteligencia y vigor a fin de modificar el
curso, en apariencia puramente material, de las corrientes de energía.
La ciencia vive gracias a las matemáticas de la mente; la música
expresa el ritmo de las emociones. La religión es el ritmo espiritual
del alma, en armonía espacio-temporal con las medidas melódicas
superiores y eternas de la Infinidad. La experiencia religiosa es algo
verdaderamente supermatemático en la vida humana.
En el lenguaje, el alfabeto representa el mecanismo del
materialismo, mientras que las palabras que expresan el significado de
mil pensamientos, grandes ideas y nobles ideales —de amor y de odio, de
cobardía y de valor— representan las actuaciones de la mente dentro del
alcance definido por la ley tanto material como espiritual, unas
actuaciones dirigidas por la afirmación de la voluntad de la
personalidad, y limitadas por la dotación inherente a la situación.
El universo no se parece a las leyes, los mecanismos y las
constantes que descubre el científico, y que llega a considerar como
ciencia, sino que se parece más bien al científico curioso que
piensa, escoge, crea, combina y discrimina, que observa así los
fenómenos del universo y clasifica los hechos matemáticos inherentes a
las fases mecanicistas del aspecto material de la creación. El universo
tampoco se parece al arte del artista, sino más bien al artista
que se esfuerza, sueña, aspira, progresa e intenta trascender el mundo
de las cosas materiales, en un esfuerzo por alcanzar una meta
espiritual.
Es el científico, y no la ciencia, el que percibe la realidad de
un universo de energía y materia en evolución y progreso. Es el artista,
y no el arte, el que demuestra la existencia del mundo morontial
transitorio interpuesto entre la existencia material y la libertad
espiritual. Es la persona religiosa, y no la religión, la que prueba la
existencia de las realidades del espíritu y de los valores divinos que
se habrán de encontrar durante el progreso en la eternidad.