«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

domingo, 8 de julio de 2012

La primera labor de los doce.

Después de vender el fruto de la pesca de dos semanas, Judas Iscariote, el que había sido elegido tesorero de los doce, dividió los fondos apostólicos en seis porciones iguales, pues los fondos para el cuidado de las familias dependientes ya habían sido obtenidos. Así pues casi a mediados de agosto del año 26 d. de J.C., se marcharon de dos en dos a los campos de trabajo asignados por Andrés. Las primeras dos semanas Jesús salió con Andrés y Pedro, las segundas dos semanas, con Santiago y Juan, y así sucesivamente con las otras parejas en el orden de su elección. De este modo él pudo salir por lo menos una vez con cada pareja antes de reunirlas para el comienzo de su ministerio público.
     
Jesús les enseñó a predicar el perdón de los pecados mediante la fe en Dios sin penitencia ni sacrificio, y que el Padre celestial ama a todos sus hijos con el mismo amor eterno. Ordenó a sus discípulos que se abstuvieran de discutir:
     
1. La obra y el encarcelamiento de Juan el Bautista.
     
2. La voz que se oyera cuando su bautismo. Jesús dijo: «Solamente los que oyeron la voz pueden referirse a ésa. Hablad solamente de las cosas que habéis oído de mí; no habléis los rumores».
     
3. La conversión del agua en vino en Caná. Jesús les admonestó seriamente, diciendo: «No digáis a ningún hombre nada acerca del agua y el vino».
      
Pasaron una época maravillosa durante estos cinco o seis meses en que trabajaban de pescadores cada dos semanas alternas, ganando así el dinero suficiente para mantenerse durante las dos semanas sucesivas de obra misionera para el reino.
     
La gente común se admiraba de las enseñanzas y ministerio de Jesús y sus apóstoles. Durante mucho tiempo los rabinos habían enseñado a los judíos que el ignorante no podía ser ni piadoso ni recto. Pero los apóstoles de Jesús eran así piadosos como justos; sin embargo ignoraban alegremente gran parte del saber de los rabinos y de la sabiduría del mundo.
     
Jesús les aclaró a sus apóstoles la diferencia entre el arrepentimiento por las así llamadas buenas obras que enseñaban los judíos y el cambio producido en la mente por la fe —el nuevo nacimiento— que él exigía como precio de admisión en el reino. Enseñó a sus apóstoles que la fe era el único requisito para entrar en el reino del Padre. Juan les había enseñado: «Arrepentíos —huid de la ira venidera». Jesús enseñaba: «La fe es la puerta abierta para entrar en el amor presente, perfecto y eterno de Dios». Jesús no hablaba como profeta, uno que viene a declarar la palabra de Dios. Parecía hablar de sí mismo como de aquel que tiene autoridad. Jesús trataba de desviar el pensamiento de ellos de la búsqueda del milagro y dirigirlo hacia el hallazgo de una experiencia verdadera y personal en la satisfacción y seguridad de que el espíritu de amor y misericordia salvadora de Dios reside en ellos.
      
Los discípulos aprendieron muy pronto que el Maestro tenía un profundo respeto y una compasiva consideración por todo ser humano con quien se encontraba, y mucho les conmovía esta consideración uniforme e invariable que él tan sistemáticamente brindaba a toda clase de hombres, mujeres y niños. A veces se interrumpía en el medio de un profundo discurso, para salir al camino y ofrecer unas palabras de aliento a una mujer que pasaba agobiada por el peso de su cuerpo y de su alma. Interrumpía una intensa conversación con sus apóstoles para fraternizar con un niño intruso. No había para Jesús nada más importante que ese individuo humano que al azar estaba en su presencia inmediata. Era instructor y maestro, pero era aun más —era también un amigo y un vecino, un camarada comprensivo.
     
Aunque la enseñanza pública de Jesús consistía fundamentalmente en parábolas y en discursos breves, invariablemente enseñaba a sus apóstoles mediante preguntas y respuestas. Posteriormente interrumpiría siempre sus discursos públicos para responder a las preguntas sinceras.
      
Al principio los apóstoles se asombraron de la forma en que trataba Jesús a las mujeres, pero pronto se acostumbraron; les hizo saber muy claramente que las mujeres habían de tener iguales derechos que los hombres en el reino.