Una congregación distinguida recibió a Jesús a las tres de la tarde
de este bellísimo sábado, en la nueva sinagoga de Capernaum. Jairo
presidía y entregó a Jesús las Escrituras para leer. El día anterior,
habían llegado de Jerusalén cincuenta y tres fariseos y saduceos;
también estaban presentes más de treinta de los líderes y rectores de
las sinagogas vecinas. Estos líderes religiosos judíos actuaban
directamente bajo las órdenes del sanedrín de Jerusalén, y constituían
la vanguardia ortodoxa que venía para inaugurar una guerrilla abierta
contra Jesús y sus discípulos. Sentados junto a estos
dirigentes judíos, en los asientos de honor de la sinagoga, estaban los
observadores oficiales de Herodes Antipas, enviados por él para que
averiguaran la verdad sobre los preocupantes rumores de que la plebe
había intentado en tierras de su hermano Felipe, proclamar a Jesús rey
de los judíos.
Jesús comprendía que estaba por enfrentarse
con una inmediata declaración de guerra abierta y jurada por parte de
sus enemigos en aumento, y audazmente eligió tomar la ofensiva. Al
alimentar a los cinco mil había desafiado las ideas de éstos sobre el
Mesías material; ahora, nuevamente decidió poner abiertamente en tela de
juicio el concepto del libertador judío. Esta crisis, que comenzó con
la alimentación de los cinco mil y culminó con este sermón de la tarde
del sábado, marcó el momento en que se redujo drásticamente la corriente
de su fama y popularidad. De allí en adelante, el trabajo del reino
estaría cada vez más dedicado a la tarea más importante de ganar
conversos espirituales duraderos para la hermandad verdaderamente
religiosa de la humanidad. Este sermón marca la crisis en la transición,
del período de discusión, controversia y decisión, al de guerra abierta
y aceptación final o rechazo final.
El Maestro bien sabía que muchos de sus
seguidores estaban, lenta pero seguramente, preparándose mentalmente
para un rechazo final. Del mismo modo sabía que muchos de sus discípulos
estaban, lenta pero seguramente, pasando por esa capacitación de la
mente y esa disciplina del alma que les permitirían triunfar sobre la
duda y valientemente afirmar su fe madura en el evangelio del reino.
Jesús comprendía plenamente cómo se preparan los hombres para tomar
decisiones en una crisis y realizar acciones inmediatas y audaces
mediante un lento proceso de selección reiterada entre situaciones
recurrentes de bien y mal. Sometió a sus mensajeros elegidos a repetidas
pruebas de desilusión y les proporcionó con frecuencia oportunidades
llenas de dificultad para que seleccionaran entre el camino justo y el
camino erróneo de enfrentar las pruebas espirituales. Sabía que podía
confiar en sus seguidores, cuando éstos se enfrentaran con la prueba
final, que ellos tomarían sus decisiones vitales de acuerdo con
actitudes mentales y reacciones espirituales previas y habituales.
Esta crisis en la vida terrenal de Jesús
comenzó con el episodio de la comida para los cinco mil y terminó con
este sermón en la sinagoga; la crisis en la vida de los apóstoles
comenzó con este sermón en la sinagoga y continuó durante todo un año,
terminando tan sólo con el juicio y crucifixión del Maestro.
Mientras estaban sentados allí en la
sinagoga esa tarde, antes de que Jesús comenzara a hablar, un solo gran
misterio, una sola pregunta suprema, se alojaba en la mente de todos.
Tanto sus amigos como sus enemigos tenían un solo pensamiento, y era
éste: «¿Por qué sofocó él tan deliberada y eficazmente el entusiasmo
popular?» Fue inmediatamente antes e inmediatamente después de este
sermón, cuando la incertidumbre y el desencanto de sus seguidores
desilusionados cundieron en una oposición inconsciente que finalmente se
transformó en auténtico encono. Fue después de este sermón en la
sinagoga cuando Judas Iscariote acarició su primer pensamiento
consciente de deserción. Pero supo, por el momento, dominar eficazmente
tales inclinaciones.
Todos se encontraban en un estado de
perplejidad. Jesús los había dejado confundidos y en zozobra.
Recientemente, se había lanzado a la más grande demostración de poder
sobrenatural de toda su carrera. El episodio en que sació a los cinco
mil fue el acontecimiento singular de su vida terrenal que más apeló al concepto judío del Mesías esperado. Pero esta
extraordinaria ventaja fue inmediatamente contrarrestada en forma
inexplicable por su pronto e inequívoco rechazo de la corona de rey.
El viernes por la noche, y nuevamente el
sábado por la mañana, los dirigentes de Jerusalén trataron de convencer a
Jairo de que impidiera el discurso de Jesús en la sinagoga, pero sin
resultados. La única respuesta de Jairo a sus ruegos fue: «Yo he
otorgado su solicitud, y no me retractaré».