

«Bien podéis ver cómo olvidáis el mandamiento, aferrándoos en cambio a las tradiciones de los hombres. Rechazáis sin titubear la palabra de Dios, mientras mantenéis vuestra tradición. De muchas otras maneras os atrevéis a emplazar vuestras enseñanzas por encima de la ley y de los profetas».
Entonces se dirigió Jesús a todos los que estaban presentes, diciendo: «Pero, prestadme atención todos vosotros. No es lo que entra por la boca, lo que ensucia espiritualmente al hombre, sino más bien, lo que procede de la boca y del corazón». Pero ni siquiera los apóstoles pudieron captar plenamente el significado de sus palabras, porque Simón Pedro también le preguntó: «Para que algunos de tus oyentes no se sientan innecesariamente ofendidos, ¿puedes explicarnos el significado de estas palabras?» Entonces le dijo Jesús a Pedro: «¿Es que tú también eres duro de comprensión? ¿Acaso no sabes que toda planta que no haya sembrado mi Padre será desarraigada? Presta atención a los que quieren conocer la verdad. No puedes obligar a los hombres a que amen la verdad. Muchos de estos maestros, son guías ciegos. Y tú sabes que, si un ciego conduce a un ciego, ambos caerán al precipicio. Pero, prestad atención cuando os digo la verdad sobre esas cosas que ensucian moralmente y contaminan espiritualmente a los hombres. Yo declaro que no es lo que entra al cuerpo por la boca o llega a la mente por los ojos y los oídos, lo que ensucia al hombre. El hombre tan sólo se ensucia por el mal que puede originarse dentro de su corazón, y que encuentra expresión en las palabras y acciones de estas personas impuras. ¿Acaso no sabes que es del corazón de donde provienen los malos pensamientos, los protervos proyectos de asesinato, robo y adulterio, juntamente con los celos, el orgullo, la ira, la venganza, los regaños y el falso testimonio? Estas son precisamente las cosas que ensucian al hombre, y no el comer pan con las manos ceremonialmente sucias».
Ya los comisionados fariseos del sanedrín de Jerusalén estaban casi convencidos de que había que arrestar a Jesús por blasfemia o porque se mofaba de la ley sagrada de los judíos; por eso intentaban enredarlo en discusiones sobre algunas de las tradiciones de los ancianos, las así llamadas leyes orales del país, para darle la oportunidad de que las atacara. Sin importarles el hecho que hubiera escasez de agua, estos judíos encadenados por las tradiciones no dejaban jamás de realizar el lavado ceremonial de las manos antes de cada comida. Era su creencia que «es mejor morir, que transgredir los mandamientos de los ancianos». Los espías hicieron esta pregunta, porque sabían que Jesús había dicho «la salvación es asunto de corazón limpio más bien que de manos limpias». Pero estas creencias, cuando se vuelven parte de una religión, son difíciles de eliminar. Aun muchos años después de este día, el apóstol Pedro seguía siendo esclavo temeroso de muchas de estas tradiciones sobre la limpieza y la impureza, y finalmente se liberó mediante la experiencia de un sueño extraordinario y vívido. Todo esto se puede comprender mejor si se recuerda que estos judíos consideraban que comer sin lavarse las manos equivalía a comerciar con una prostituta, y ambas acciones eran igualmente castigables de excomunión.
Así pues, eligió el Maestro discutir y exponer la locura del entero sistema rabínico de reglas y reglamentaciones representado por la ley oral —las tradiciones de los ancianos, todas las cuales eran consideradas más sagradas y más obligatorias para los judíos que las enseñanzas mismas de las Escrituras. Y Jesús habló con menos reserva, porque sabía que había llegado la hora en la que nada más podía hacer para prevenir una ruptura abierta de las relaciones con estos dirigentes religiosos.