Muchas fueron las preguntas hechas a Jesús durante esta reunión
después del sermón. Algunas fueron formuladas por sus perplejos
discípulos, pero más provinieron de los críticos descreídos que tan sólo
trataban de poner a Jesús en apuros y hacerlo caer en una trampa.
Uno de los fariseos visitantes, montado en
un farol, gritó esta pregunta: «Nos dices que eres el pan de la vida.
¿Cómo puedes darnos tú tu carne para comer y tu sangre para beber? ¿De
qué vale tu enseñanza si no puede ser llevada a cabo?» Jesús respondió a
esta pregunta diciendo: «No os enseñé que mi carne es el pan de la vida
ni que mi sangre es el agua viva. Pero he dicho que mi vida en la carne
es un don del pan del cielo. El hecho del Verbo de Dios hecha carne y
el fenómeno del Hijo del Hombre sujeto a la voluntad de Dios,
constituyen una realidad de experiencia que es equivalente al alimento
divino. No podéis comer mi carne ni beber mi sangre, pero podéis en
espíritu volveros uno conmigo, aun como yo soy uno en espíritu con el
Padre. Podéis alimentaros con la palabra eterna de Dios, que es
verdaderamente el pan de la vida, y que ha sido donada en la semejanza
de la carne mortal; podéis regar vuestra alma con el espíritu divino,
que es verdaderamente el agua viva. El Padre me ha enviado al mundo,
para mostraros cómo desea morar en todos los hombres y guiarlos; y he
vivido esta vida en la carne para inspirar a todos los hombres para
siempre a que también traten de conocer y hacer la voluntad del Padre
celestial que en ellos reside».
Entonces uno de los espías de Jerusalén que
había estado observando a Jesús y a sus apóstoles, dijo: «Vemos que ni
tú ni tus apóstoles os laváis las manos en forma adecuada antes de comer
pan. Bien debéis saber que la práctica de comer con las manos sucias e
impuras es una transgresión de la ley de los ancianos. Tampoco laváis en
forma adecuada vuestras copas de beber y vuestras vasijas de comer.
¿Por qué mostráis tal falta de respeto por las tradiciones de los padres
y las leyes de nuestros ancianos?» Cuando Jesús lo oyó hablar,
respondió: «¿Por qué transgredís los mandamientos de Dios con las leyes
de la tradición? El mandamiento dice, `honrarás a tu padre y tu madre', y
os ordena que compartáis con ellos vuestra sustancia si es necesario;
pero vosotros aplicáis una ley basada en la tradición, que permite que
los hijos desobedientes digan que el dinero que pudiera haber ayudado a
los padres, ha sido `entregado a Dios'. Así libera la ley de los
ancianos a estos hijos mañosos de sus responsabilidades, sin tomar en
cuenta el hecho de que estos hijos subsiguientemente utilizan el dinero
para su propia comodidad. ¿Por qué anuláis de este modo el mandamiento,
basándoos en vuestra tradición? Bien profetizó Isaías vuestra hipocresía
diciendo: `Con sus labios este pueblo me honra, pero su corazón está
lejos de mí. En vano me adoran, enseñando como doctrinas los preceptos
de los hombres'.
«Bien podéis ver cómo olvidáis el
mandamiento, aferrándoos en cambio a las tradiciones de los hombres.
Rechazáis sin titubear la palabra de Dios, mientras mantenéis vuestra
tradición. De muchas otras maneras os atrevéis a emplazar vuestras
enseñanzas por encima de la ley y de los profetas».
Entonces se dirigió Jesús a todos los que
estaban presentes, diciendo: «Pero, prestadme atención todos vosotros.
No es lo que entra por la boca, lo que ensucia espiritualmente al
hombre, sino más bien, lo que procede de la boca y del corazón». Pero ni
siquiera los apóstoles pudieron captar plenamente el significado de sus palabras, porque Simón
Pedro también le preguntó: «Para que algunos de tus oyentes no se
sientan innecesariamente ofendidos, ¿puedes explicarnos el significado
de estas palabras?» Entonces le dijo Jesús a Pedro: «¿Es que tú también
eres duro de comprensión? ¿Acaso no sabes que toda planta que no haya
sembrado mi Padre será desarraigada? Presta atención a los que quieren
conocer la verdad. No puedes obligar a los hombres a que amen la verdad.
Muchos de estos maestros, son guías ciegos. Y tú sabes que, si un ciego
conduce a un ciego, ambos caerán al precipicio. Pero, prestad atención
cuando os digo la verdad sobre esas cosas que ensucian moralmente y
contaminan espiritualmente a los hombres. Yo declaro que no es lo que
entra al cuerpo por la boca o llega a la mente por los ojos y los oídos,
lo que ensucia al hombre. El hombre tan sólo se ensucia por el mal que
puede originarse dentro de su corazón, y que encuentra expresión en las
palabras y acciones de estas personas impuras. ¿Acaso no sabes que es
del corazón de donde provienen los malos pensamientos, los protervos
proyectos de asesinato, robo y adulterio, juntamente con los celos, el
orgullo, la ira, la venganza, los regaños y el falso testimonio? Estas
son precisamente las cosas que ensucian al hombre, y no el comer pan con
las manos ceremonialmente sucias».
Ya los comisionados fariseos del sanedrín
de Jerusalén estaban casi convencidos de que había que arrestar a Jesús
por blasfemia o porque se mofaba de la ley sagrada de los judíos; por
eso intentaban enredarlo en discusiones sobre algunas de las tradiciones
de los ancianos, las así llamadas leyes orales del país, para darle la
oportunidad de que las atacara. Sin importarles el hecho que hubiera
escasez de agua, estos judíos encadenados por las tradiciones no dejaban
jamás de realizar el lavado ceremonial de las manos antes de cada
comida. Era su creencia que «es mejor morir, que transgredir los
mandamientos de los ancianos». Los espías hicieron esta pregunta, porque
sabían que Jesús había dicho «la salvación es asunto de corazón limpio
más bien que de manos limpias». Pero estas creencias, cuando se vuelven
parte de una religión, son difíciles de eliminar. Aun muchos años
después de este día, el apóstol Pedro seguía siendo esclavo temeroso de
muchas de estas tradiciones sobre la limpieza y la impureza, y
finalmente se liberó mediante la experiencia de un sueño extraordinario y
vívido. Todo esto se puede comprender mejor si se recuerda que estos
judíos consideraban que comer sin lavarse las manos equivalía a
comerciar con una prostituta, y ambas acciones eran igualmente
castigables de excomunión.
Así pues, eligió el Maestro discutir y
exponer la locura del entero sistema rabínico de reglas y
reglamentaciones representado por la ley oral —las tradiciones de los
ancianos, todas las cuales eran consideradas más sagradas y más
obligatorias para los judíos que las enseñanzas mismas de las
Escrituras. Y Jesús habló con menos reserva, porque sabía que había
llegado la hora en la que nada más podía hacer para prevenir una ruptura
abierta de las relaciones con estos dirigentes religiosos.