Durante esta reunión después de los servicios,
en el medio de las discusiones, uno de los fariseos de Jerusalén condujo
ante Jesús a un joven perturbado, poseído por un espíritu rebelde y
turbulento. Después de conducir a este mancebo demente ante Jesús, dijo:
«¿Qué puedes hacer tú por semejante aflicción? ¿Puedes echar afuera a
los diablos?» Cuando el Maestro contempló al joven, fue conmovido por la
compasión y, señalando al muchacho que se le acercara, lo tomó de la
mano y dijo: «Tú sabes quién soy yo; sal de él; ¡y yo ordeno a uno de
tus semejantes leales que se asegure de que no vuelvas!»
Inmediatamente el joven se sintió normal y recobró su mente sana. Éste
es el primer caso en el que Jesús realmente echó a un «espíritu malvado»
fuera de un ser humano. Todos los casos previos sólo habían sido
supuestamente poseídos por el diablo; pero éste era un caso genuino de
posesión demoníaca, tal como de cuando en cuando ocurría en aquellos
días y hasta el día de Pentecostés, cuando el espíritu del Maestro fue
derramado sobre toda la carne, haciendo por siempre imposible que estos
pocos rebeldes celestiales se aprovecharan de ciertos tipos inestables
de seres humanos.
Al mostrar el pueblo admiración, uno de los
fariseos se puso de pie y acusó a Jesús de que podía hacer estas cosas
porque estaba aliado con los diablos; que admitía en el lenguaje mismo
que empleó para echar fuera a este diablo, que se conocían; y siguió
diciendo que los instructores y dirigentes religiosos en Jerusalén
habían decidido que Jesús realizaba todos sus así llamados milagros por
el poder de Beelzebú, el príncipe de los diablos. Dijo el fariseo: «No
os asociéis con este hombre; es socio de Satanás».
Entonces dijo Jesús: «¿Cómo puede Satanás
echar afuera a Satanás? Un reino dividido contra sí mismo no puede
permanecer; si una casa está dividida contra sí misma, pronto cae en la
desolación. ¿Puede resistir el sitio una ciudad desunida? Si Satanás
echa a Satanás, está dividido contra sí mismo; ¿de qué manera pues puede
perdurar su reino? Pero deberíais saber que nadie puede entrar en la
casa de un hombre fuerte y despojarlo de sus bienes, si antes no lo
vence y lo ata. Así pues, si yo por el poder de Beelzebú echo afuera a
los demonios, ¿por qué poder los echan vuestros hijos? Por eso ellos
serán vuestros jueces. Pero si yo, por el espíritu de Dios, echo fuera a
los diablos, entonces el reino de Dios ha de veras venido sobre
vosotros. Si no estuvierais cegados por el prejuicio y confundidos por
el temor y el orgullo, fácilmente percibiríais que el que es más grande
que los diablos está en vuestro medio. Me obligáis a declarar que el que
no está conmigo, está contra mí, que el que no cosecha conmigo lo
dispersa todo a los cuatro vientos. ¡Dejadme pronunciar una advertencia
solemne, a vosotros que presumís, con los ojos abiertos y con malicia
premeditada, atribuir a sabiendas la obra de Dios a las acciones de los
diablos! De cierto, de cierto os digo que todos vuestros pecados serán
perdonados, aun todas vuestras blasfemias, pero la blasfemia deliberada y
maligna contra Dios no os será perdonada. Puesto que estos obreros
persistentes de la iniquidad nunca buscarán ni recibirán perdón, son
culpables del pecado de rechazar eternamente el perdón divino.
«Muchos entre vosotros habéis llegado este
día a la bifurcación de los caminos; habéis llegado al comienzo de la
elección inevitable entre la voluntad del Padre y los caminos
autoelegidos de las tinieblas. Así como vosotros elegís ahora, así
seréis con el tiempo. Debéis hacer bueno el árbol y bueno su fruto, o de
lo contrario el árbol será corrupto y corrupto su fruto. Yo declaro que
en el reino eterno de mi Padre, el árbol se conoce por sus frutos. Pero
algunos entre vosotros que sois como víboras, ¿cómo podéis, habiendo ya
elegido el mal, dar buenos frutos? Después de todo, por vuestra boca
habla la abundancia del mal en vuestro corazón».
Entonces otro fariseo se puso de pie,
diciendo: «Maestro, querríamos que nos dieses un signo predeterminado
conque todos estemos de acuerdo que estableces tu autoridad y derecho de
enseñar. ¿Estás de acuerdo con este arreglo?» Y cuando Jesús escuchó
esto, dijo: «Esta generación incrédula y buscadora de signos desea un
portento, pero ningún signo se os dará excepto el que ya tenéis, y el
que veréis cuando el Hijo del Hombre parta de entre vosotros».
Y cuando hubo terminado de hablar, sus
apóstoles lo rodearon y lo condujeron fuera de la sinagoga. En silencio
se dirigieron con él a la casa en Betsaida. Todos estaban sorprendidos y
un tanto atemorizados por el repentino cambio en las tácticas de enseñanza del Maestro. No estaban acostumbrados para nada a verle actuar de esa forma tan militante.