«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

martes, 26 de marzo de 2013

Los últimos días en Capernaum.

EN LA memorable noche del sábado 30 de abril, mientras Jesús decía palabras de consuelo y valor a sus deprimidos y perplejos discípulos, se estaba celebrando en Tiberias un concilio entre Herodes Antipas y un grupo de comisionados especiales que representaban el sanedrín de Jerusalén. Estos escribas y fariseos instaron a Herodes a que arrestara a Jesús; hicieron todo lo posible por convencerlo de que Jesús inflamaba la plebe, incitándola a la oposición y aun a la rebelión. Pero Herodes se negó a tomar acción contra él como delincuente político. Los consejeros de Herodes le habían informado correctamente sobre el episodio al otro lado del lago, cuando la multitud quiso proclamar rey a Jesús y como él rechazó esa propuesta.
 
      
Uno de los miembros de la familia oficial de Herodes, Chuza, cuya esposa pertenecía al cuerpo del servicio de mujeres, le había informado de que Jesús no se proponía entrometerse en los asuntos del gobierno terrestre; que tan sólo le interesaba el establecimiento de la hermandad espiritual de sus creyentes, hermandad que llamaba el reino del cielo. Herodes confiaba en los informes de Chuza, tanto que se negó a interferir en las actividades de Jesús. En ese momento también influía en la actitud de Herodes hacia Jesús su temor supersticioso de Juan Bautista. Herodes era uno de esos judíos apóstatas que, aunque nada creía, a todo le temía. Tenía la conciencia manchada por haber dispuesto la muerte de Juan, y no quería enmarañarse en estas intrigas contra Jesús. Conocía muchos casos de enfermedad que habían sido aparentemente curados por Jesús, y lo consideraba un profeta o un fanático religioso relativamente inocuo.
      
Al amenazar los judíos que informarían a césar de que él protegía a un traidor, Herodes los echó de la cámara del concilio. Así quedaron pues estos asuntos por una semana, durante la cual Jesús preparó a sus seguidores para la dispersión inminente.