Al responder a la pregunta de Natanael, Jesús
dijo: «Sí, os diré de los tiempos en que este pueblo habrá llenado la
copa de su iniquidad; cuando la justicia caerá súbitamente sobre esta
ciudad y sobre nuestros padres. Estoy a punto de dejaros; iré adonde el
Padre. Después que os deje, prestad atención que ningún hombre os
engañe, porque muchos vendrán como liberadores y conducirán a muchos por
el camino equivocado. Cuando escuchéis de guerras y rumores de guerras,
no os preocupéis, porque aunque estas cosas sucederán, el fin de
Jerusalén aún no habrá llegado. No os perturbéis por la escasez y los
terremotos; tampoco debéis preocuparos cuando se os entregue a las
autoridades civiles y seáis perseguidos a causa del evangelio. Seréis
expulsados de la sinagoga e iréis a la prisión por mí, y algunos de
vosotros seréis matados. Cuando seáis llevados ante los gobernadores y
los gobernantes, será para atestiguar vuestra fe y para mostrar vuestra
firme fidelidad al evangelio del reino. Y cuando estéis ante la
presencia de los jueces, no os pongáis ansiosos de antemano por lo que
debáis decir porque el espíritu os enseñará en esa misma hora lo que
debéis contestar a vuestros adversarios. En estos días de congoja, aun vuestros parientes, bajo el
liderazgo de los que han rechazado al Hijo del Hombre, os entregarán a
la prisión y a la muerte. Por un tiempo puede que todos los hombres os
odien por mí, pero aun en estas persecuciones yo no os abandonaré; mi
espíritu no os desertará. ¡Tened paciencia! No dudéis de que este
evangelio del reino triunfará sobre todos los enemigos y finalmente será
proclamado a todas las naciones».
Jesús hizo una pausa mientras contemplaba
la ciudad. El Maestro se percataba de que el rechazo del concepto
espiritual del Mesías, la determinación de aferrarse con persistencia y
ciegamente a la misión material del libertador esperado, llevaría
finalmente a los judíos a un conflicto directo con los poderosos
ejércitos romanos, y que esa lucha tan sólo resultaría en la destrucción
final y completa de la nación judía. Cuando su pueblo rechazó su
autootorgamiento espiritual y se negó a recibir la luz del cielo que tan
misericordiosamente brillaba sobre ellos, sellaron así su destino como
pueblo independiente con una especial misión espiritual en la tierra.
Aun los líderes judíos posteriormente reconocieron que fue esta idea
secular del Mesías la que llevó directamente a la turbulencia que
finalmente produjo su destrucción.
Puesto que Jerusalén sería la cuna del
primitivo movimiento del evangelio, Jesús no quería que los maestros y
predicadores de éste perecieran en la derrota terrible del pueblo judío
en conexión con la destrucción de Jerusalén; por eso él dio estas
instrucciones a sus seguidores. Mucho le preocupaba a Jesús que algunos
de sus discípulos cayeran en las revueltas venideras y perecieran en la
caída de Jerusalén.
Entonces preguntó Andrés: «Pero, Maestro,
si la ciudad santa y el templo han de ser destruidos, y si tú no estarás
aquí para guiarnos, ¿cuándo debemos abandonar Jerusalén?» Dijo Jesús:
«Podéis permanecer en la ciudad después que yo me haya ido, aun a través
de estos tiempos de congoja y persecución amarga, pero cuando veáis que
Jerusalén está siendo rodeada por los ejércitos romanos después de la
revuelta de los falsos profetas, entonces sabréis que su desolación está
por llegar; entonces debéis huir a las montañas. Que nadie de los que
están en la ciudad y a su alrededor se quede para tomar nada, y que
nadie de los que están afuera se atreva a entrar. Habrá gran tribulación
porque esos serán los días de la venganza gentil. Una vez que vosotros
hayáis abandonado la ciudad, este pueblo desobediente caerá por la
espada y será cautivo de todas las naciones; así destruirán los gentiles
la ciudad de Jerusalén. Mientras tanto, os advierto, no os engañéis. Si
alguien viene a vosotros diciendo: `Mirad, aquí está el Libertador', o
`Mirad, allí está él', no le creáis, porque surgirán muchos falsos
maestros y muchos serán conducidos por el camino erróneo; pero vosotros
no debéis engañaros porque os he dicho esto por adelantado».
Los apóstoles permanecieron sentados en
silencio a la luz de la luna durante un largo período, mientras estas
predicciones sorprendentes del Maestro se iban asentando en sus mentes
confusas. Y fue en conformidad con esta misma advertencia en conformidad
con la que prácticamente todo el grupo de creyentes y discípulos huyó
de Jerusalén en cuanto aparecieron las tropas romanas, y buscó amparo
seguro en Pella al norte.
Aun después de esta advertencia explícita,
muchos de los seguidores de Jesús interpretaron estas predicciones como
refiriéndose a los cambios que obviamente ocurrirían en Jerusalén cuando
la reaparición del Mesías resultara en el establecimiento de la Nueva
Jerusalén y en la expansión de la ciudad que luego se tornaría la
capital del mundo. En su mente estos judíos estaban decididos a
relacionar la destrucción del templo con el «fin del mundo». Creían que
esta Nueva Jerusalén llenaría toda Palestina; que el fin del mundo sería
seguido por la aparición inmediata de los «nuevos cielos y la nueva tierra». Así pues no es extraño que
Pedro dijera: «Maestro, sabemos que todas las cosas pasarán cuando
aparezcan los nuevos cielos y la nueva tierra, pero, ¿cómo sabremos
cuándo retornarás tú para que todo esto ocurra?»
Cuando Jesús oyó esto, permaneció pensativo
por un tiempo y luego dijo: «Tú caes constantemente en el error porque
siempre tratas de vincular la nueva enseñanza con la vieja; estás
resuelto a tergiversar todas mis enseñanzas; insistes en interpretar el
evangelio de acuerdo con tus creencias preestablecidas. Sin embargo,
trataré de esclarecerte».