J
esús hizo una pausa mientras contemplaba
la ciudad. El Maestro se percataba de que el rechazo del concepto
espiritual del Mesías, la determinación de aferrarse con persistencia y
ciegamente a la misión material del libertador esperado, llevaría
finalmente a los judíos a un conflicto directo con los poderosos
ejércitos romanos, y que esa lucha tan sólo resultaría en la destrucción
final y completa de la nación judía. Cuando su pueblo rechazó su
autootorgamiento espiritual y se negó a recibir la luz del cielo que tan
misericordiosamente brillaba sobre ellos, sellaron así su destino como
pueblo independiente con una especial misión espiritual en la tierra.
Aun los líderes judíos posteriormente reconocieron que fue esta idea
secular del Mesías la que llevó directamente a la turbulencia que
finalmente produjo su destrucción.Puesto que Jerusalén sería la cuna del primitivo movimiento del evangelio, Jesús no quería que los maestros y predicadores de éste perecieran en la derrota terrible del pueblo judío en conexión con la destrucción de Jerusalén; por eso él dio estas instrucciones a sus seguidores. Mucho le preocupaba a Jesús que algunos de sus discípulos cayeran en las revueltas venideras y perecieran en la caída de Jerusalén.
Entonces preguntó Andrés: «Pero, Maestro, si la ciudad santa y el templo han de ser destruidos, y si tú no estarás aquí para guiarnos, ¿cuándo debemos abandonar Jerusalén?» Dijo Jesús: «Podéis permanecer en la ciudad después que yo me haya ido, aun a través de estos tiempos de congoja y persecución amarga, pero cuando veáis que Jerusalén está siendo rodeada por los ejércitos romanos después de la revuelta de los falsos profetas, entonces sabréis que su desolación está por llegar; entonces debéis huir a las montañas. Que nadie de los que están en la ciudad y a su alrededor se quede para tomar nada, y que nadie de los que están afuera se atreva a entrar. Habrá gran tribulación porque esos serán los días de la venganza gentil. Una vez que vosotros hayáis abandonado la ciudad, este pueblo desobediente caerá por la espada y será cautivo de todas las naciones; así destruirán los gentiles la ciudad de Jerusalén. Mientras tanto, os advierto, no os engañéis. Si alguien viene a vosotros diciendo: `Mirad, aquí está el Libertador', o `Mirad, allí está él', no le creáis, porque surgirán muchos falsos maestros y muchos serán conducidos por el camino erróneo; pero vosotros no debéis engañaros porque os he dicho esto por adelantado».
Los apóstoles permanecieron sentados en silencio a la luz de la luna durante un largo período, mientras estas predicciones sorprendentes del Maestro se iban asentando en sus mentes confusas. Y fue en conformidad con esta misma advertencia en conformidad con la que prácticamente todo el grupo de creyentes y discípulos huyó de Jerusalén en cuanto aparecieron las tropas romanas, y buscó amparo seguro en Pella al norte.
Aun después de esta advertencia explícita,
muchos de los seguidores de Jesús interpretaron estas predicciones como
refiriéndose a los cambios que obviamente ocurrirían en Jerusalén cuando
la reaparición del Mesías resultara en el establecimiento de la Nueva
Jerusalén y en la expansión de la ciudad que luego se tornaría la
capital del mundo. En su mente estos judíos estaban decididos a
relacionar la destrucción del templo con el «fin del mundo». Creían que
esta Nueva Jerusalén llenaría toda Palestina; que el fin del mundo sería
seguido por la aparición inmediata de los «nuevos cielos y la nueva tierra». Así pues no es extraño que
Pedro dijera: «Maestro, sabemos que todas las cosas pasarán cuando
aparezcan los nuevos cielos y la nueva tierra, pero, ¿cómo sabremos
cuándo retornarás tú para que todo esto ocurra?»
Cuando Jesús oyó esto, permaneció pensativo por un tiempo y luego dijo: «Tú caes constantemente en el error porque siempre tratas de vincular la nueva enseñanza con la vieja; estás resuelto a tergiversar todas mis enseñanzas; insistes en interpretar el evangelio de acuerdo con tus creencias preestablecidas. Sin embargo, trataré de esclarecerte».