Otro grupo de saduceos había sido instruido
para enredar a Jesús en preguntas sobre los ángeles, pero cuando
contemplaron la suerte de sus compañeros que habían tratado de hacerlo
caer en la trampa con las preguntas relativas a la resurrección, con
mucho tino decidieron permanecer callados; se retiraron sin hacer
preguntas. Era el plan premeditado de los confederados fariseos,
escribas, saduceos y herodianos plantear preguntas engorrosas durante
todo el día con la esperanza de desacreditar de esta manera a Jesús ante
la gente y al mismo tiempo de prevenir efectivamente que él tuviera
tiempo para la proclamación de sus enseñanzas perturbadoras.
Entonces se adelantó uno de los grupos de
los fariseos para hacerle preguntas embarazosas y el portavoz, señalando
hacia Jesús, dijo: «Maestro, soy abogado, y me gustaría preguntarte
cuál, en tu opinión, es el mandamiento más grande». Jesús respondió:
«Existe tan sólo un mandamiento, y ese mandamiento es el más grande de
todos, y ese mandamiento es: `Oye, Israel: el Señor nuestro Dios, el
Señor uno es; y amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón y con toda tu
alma, con toda tu mente y con toda tu fuerza'. Éste es el primero y el
gran mandamiento. Y el segundo mandamiento es como el primero; en
efecto, de él surge directamente, y es: `Amarás a tu prójimo como a ti
mismo'. No hay otros mandamientos más grandes que estos; sobre estos dos
mandamientos se apoyan toda la ley y los profetas».
Cuando el abogado percibió que Jesús había
respondido no sólo de acuerdo con el concepto más elevado de la religión
judía, sino que también había respondido sabiamente a los ojos de la
multitud reunida, pensó que la mejor actitud era alabar abiertamente la
respuesta del Maestro. Por lo tanto dijo: «En verdad, Maestro, bien has
dicho que Dios es uno y que no hay otro fuera de él; y que amarlo de
todo corazón, con toda comprensión y fuerza, y también amar al prójimo
como a uno mismo, es el primero, y gran mandamiento; y estamos de
acuerdo de que este gran mandamiento debe considerarse mucho más que
todos los holocaustos y sacrificios». Cuando el abogado contestó de esta
manera tan discreta, Jesús bajó la mirada sobre él y dijo: «Amigo mío,
percibo que no estás muy lejos del reino de Dios».
Jesús habló la verdad cuando se refirió a
este abogado diciendo «no estás muy lejos del reino», porque esa misma
noche él fue al campamento del Maestro cerca de Getsemaní, profesó su fe
en el evangelio del reino, y fue bautizado por Josías, uno de los
discípulos de Abner.
Dos o tres otros grupos de escribas y
fariseos estaban presentes y habían tenido la intención de hacer
preguntas, pero se encontraban desarmados por la respuesta de Jesús al
abogado o bien los disuadió la derrota de todos los que habían intentado
enredarlo. Después de esto, ningún hombre se atrevió a hacerle pregunta
alguna en público.
Como no hubo más preguntas, y como se
estaba acercando el mediodía, Jesús no reanudó su enseñanza sino que se
contentó con hacer una pregunta a los fariseos y a sus asociados. Dijo
Jesús: «Puesto que no hacéis más preguntas, me gustaría preguntaros una.
¿Qué pensáis del Libertador? Es decir, ¿de quién es hijo?» Después de
una breve pausa, uno de los escribas contestó: «El Mesías es el hijo de
David». Puesto que Jesús sabía que había habido mucha discusión, aun
entre sus propios discípulos, sobre si él era o no hijo de David, hizo
otra pregunta: «Si en efecto el Libertador es hijo de David, ¿cómo puede
ser que, en el salmo que acreditáis a David, él mismo, hablando en
el espíritu, dice: `El Señor dijo a mi señor: siéntate a mi diestra
hasta que ponga a tus enemigos de escaño a tus pies'. Si David lo llama
Señor, ¿cómo es posible que éste sea su hijo?». Aunque los líderes, los
escribas y los altos sacerdotes no contestaron esta pregunta, tampoco le
hicieron a él otras preguntas para enredarlo. No contestaron a esta
pregunta que Jesús les había hecho, pero después de la muerte del
Maestro intentaron obviar la dificultad cambiando la interpretación de
este salmo para que se refiriera a Abraham en vez del Mesías. Otros
trataron de escapar a este dilema diciendo que David no había sido el
autor de este así llamado salmo mesiánico.
Poco tiempo antes, los fariseos habían
disfrutado de la manera en la cual el Maestro había acallado a los
saduceos; ahora estaban encantados los saduceos por el fracaso de los
fariseos; pero esta rivalidad era tan sólo momentánea; rápidamente se
olvidaron de sus diferencias tradicionales en un esfuerzo unido para
impedir las enseñanzas y las obras de Jesús. Pero a lo largo de todas
estas experiencias la gente común le escuchó con deleite.