Muchas veces esta persecución y este odio irrazonables que nada tienen que ver con la naturaleza de Cristo contra los judíos modernos acaba en sufrimiento y muerte de judíos inocentes y sin ofensa, cuyos antepasados mismos, en los tiempos de Jesús, aceptaron de todo corazón su evangelio y finalmente murieron sin vacilar por esa verdad en la cual creían tan sinceramente. ¡Qué escalofrío de horror corre por los seres celestiales cuando contemplan a los seguidores profesos de Jesús perseguir, atormentar y aun asesinar a los descendientes de Pedro, Felipe y Mateo, y de otros judíos palestinos que tan gloriosamente dieron sus vidas como los primeros mártires del evangelio del reino del cielo!
¡Cuán cruel e irrazonable es obligar a niños inocentes a que sufran por los pecados de sus progenitores, por malas acciones que ignoran por completo, sin tener responsabilidad alguna por aquellas! Además, ¡actuar tan cruelmente, en nombre de aquel que enseñó a sus discípulos a que amaran aun a sus enemigos! Ha sido necesario, en este relato de la vida de Jesús, ilustrar la manera en que algunos de sus compatriotas judíos lo rechazaron, conspirando para ocasionar su muerte ignominiosa; pero queremos advertir a todos los que lean esta narrativa que la presentación de este recital histórico no justifica de ninguna manera el odio injusto, ni perdona la inicua actitud mental que tantos cristianos profesos han manifestado durante tantos siglos contra los judíos. Los creyentes en el reino, los que siguen las enseñanzas de Jesús, deben dejar de maltratar a los judíos con el pretexto de que éstos fueron culpables de rechazar a Jesús y crucificarlo. El Padre y su Hijo Creador no han cesado nunca de amar a los judíos. Dios no hace acepción de personas, y la salvación es para los judíos tanto como para los gentiles.