Mientras se reunían alrededor del fuego, unos veinte de ellos, Tomás
preguntó: «Puesto que has de volver para terminar la obra del reino,
¿cuál debe ser nuestra actitud mientras tú estás lejos, ocupado en los
asuntos de tu Padre?» Jesús, mirándolos a la luz de las llamas,
respondió:
«Tomás, tú tampoco comprendes lo que yo he
estado diciendo. ¿Acaso no te he enseñado todo este tiempo que tu
relación con el reino es espiritual e individual, que es totalmente un
asunto de experiencia personal en el espíritu, mediante la comprensión
por la fe de que tú eres un hijo de Dios? ¿Qué más he de decir? La caída
de las naciones, la derrota de los imperios, la destrucción de los
judíos incrédulos, el fin de una era, aun el fin del mundo, ¿qué tienen
que ver todas estas cosas con el que cree en el evangelio y que ha
refugiado su vida al amparo del reino eterno? Vosotros que sois
conocedores de Dios y creyentes en el evangelio, ya habéis recibido la
certeza de la vida eterna. Puesto que vuestras vidas han sido vividas en
el espíritu y para el Padre, nada puede ser una preocupación seria para
vosotros. Los constructores del reino, los ciudadanos acreditados de
los mundos celestiales, no se molestan por los altibajos temporales ni
se perturban por los cataclismos terrestres. ¿Qué importancia tiene,
para vosotros que creéis en este evangelio del reino, de que caigan las
naciones, que termine la era, que todas las cosas visibles se destruyan?
en vista de que sabéis que vuestra vida es el don del Hijo, y que está
eternamente segura en el Padre. Habiendo vivido la vida temporal por la
fe y habiendo rendido los frutos del espíritu en forma de la rectitud
que se manifiesta en servicio amoroso para con vuestros semejantes,
podéis contemplar con confianza el próximo paso en la carrera eterna,
con la misma fe de sobrevivencia que os ha llevado a través de vuestra
primera y terrenal aventura en la filiación con Dios.
«Cada generación de creyentes debe
continuar su obra, en vista del posible retorno del Hijo del Hombre,
exactamente como cada creyente lleva hacia adelante su obra de vida en
vista de la muerte natural inevitable y siempre amenazante. Cuando te
hayas establecido de una vez por la fe como hijo de Dios, ninguna otra
cosa importa en cuanto a la certeza de la sobrevivencia. Pero, ¡no os
equivoquéis! Esta fe de sobrevivencia es una fe viva, y cada vez
manifiesta más frutos de ese divino espíritu que la inspirara en primer
término en el corazón humano. El que hayáis aceptado cierta vez la
filiación en el reino celestial, no os salva si persistentemente y de
sabiendas rechazáis aquellas verdades que tienen que ver con la
rendición progresiva de frutos espirituales de los hijos de Dios en la
carne. Vosotros que habéis estado conmigo en los trabajos del Padre
sobre la tierra aun ahora podéis desertar el reino si halláis que no
amáis el camino del servicio del Padre para con la humanidad.
«Como individuos, y como generación de
creyentes, oídme cuando os digo una parábola: Hubo cierta vez un gran
hombre que, antes de partir para un largo viaje a otro país, llamó a
todos sus siervos de confianza y les entregó sus bienes. A uno dio cinco
talentos, a otro dos y a otro uno. Y así sucesivamente a todo el grupo
de mayordomos honrados le confió a cada uno sus bienes conforme a las
varias habilidades de cada cual; y luego partió de viaje. Cuando su amo
hubo partido, los siervos se pusieron a trabajar para hacer ganancias de
la riqueza que él les había confiado. Inmediatamente el que había
recibido cinco talentos fue y negoció con ellos y muy pronto ganó otros
cinco talentos. Asimismo el que había recibido dos talentos poco después
tenía dos más. Así pues todos los siervos lograron ganancias para su
maestro excepto aquel que había recibido un solo talento. Él se fue por su cuenta y cavó un
hoyo en la tierra y allí escondió el dinero de su señor. Dentro de poco
el señor retornó inesperadamente y llamó a sus mayordomos para que le
rindieran cuentas. Y cuando todos ellos fueron convocados ante su amo,
el que había recibido los cinco talentos se adelantó con el dinero que
se le había confiado y los cinco talentos adicionales, diciendo: `Señor,
cinco talentos me entregaste para invertir, y me regocija entregarte
otros cinco talentos de ganancia'. Y entonces el amo le dijo: `Bien
hecho, mi buen y fiel siervo, sobre poco has sido fiel; ahora te
nombraré mayordomo sobre muchas cosas; entra así en el gozo de tu
señor'. Luego el que había recibido los dos talentos se adelantó
diciendo: `Señor, dos talentos me entregaste; he aquí que yo he ganado
otros dos talentos adicionales'. Su señor entonces le dijo: `Bien hecho,
mi buen y fiel mayordomo; tú también has sido fiel sobre pocas cosas y
ahora te pondré a cargo de muchas; entra en el gozo de tu señor'. Luego
se presentó para rendir cuentas el que había recibido un talento. Este
siervo se adelantó diciendo: `Señor, yo te conocía y me daba cuenta de
que eras un hombre duro porque esperas ganancias sin haber trabajado
personalmente; por lo cual tuve miedo de arriesgar lo que se me había
confiado. Escondí en lugar seguro tu talento en la tierra; aquí está;
aquí tienes lo que es tuyo'. Pero su amo respondió: `Tú eres un
mayordomo indolente y holgazán. Por tus propias palabras tú confiesas
que sabías que yo requeriría de ti una rendición de cuenta con una
ganancia razonable, tal como tus diligentes semejantes me han rendido
este día. Sabiendo esto, por lo menos debías haber dado mi dinero a los
banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los
intereses'. Entonces al mayordomo jefe este señor le dijo: `Quitadle
pues este talento a este siervo que no piensa en la ganancia y dadlo al
que tiene los diez talentos'.
«Al que tiene, más le será dado, y tendrá
en abundancia; pero al que no tiene, aun lo poco que tiene le será
quitado. No podéis estaros quietos en los asuntos del reino eterno. Mi
Padre requiere que todos sus hijos crezcan en la gracia y en el
conocimiento de la verdad. Vosotros que conocéis estas verdades debéis
rendir cada vez más los frutos del espíritu y manifestar una devoción
creciente al servicio altruista de vuestros conservidores. Y recordad
que, cuando ministréis aun al más humilde de mis hermanos, hacéis ese
servicio para mí.
«Así pues deberíais proseguir en la obra de
los asuntos del Padre, ahora y después, aun por siempre jamás.
Continuad hasta que yo regrese. Haced fielmente lo que se os ha
encomendado, así estaréis listos para el llamado de cuentas cuando la
muerte os llegue. Habiendo vivido así para la gloria del Padre y la
satisfacción del Hijo, entraréis con regocijo y enorme gozo al servicio
eterno del reino sempiterno».
La verdad está viva; el espíritu de la
verdad por siempre conduce a los hijos de la luz a nuevos dominios de
realidad espiritual y servicio divino. No se os da la verdad para que la
cristalicéis en formas establecidas, seguras y honradas. Vuestra
revelación de la verdad tanto se ha de enaltecer al pasar por vuestra
experiencia personal que se descubrirá nueva belleza y nuevos frutos
espirituales ante todos los que contemplan vuestros frutos espirituales y
por ello son conducidos a glorificar al Padre que está en el cielo.
Sólo aquellos siervos fieles que crecen así en el conocimiento de la
verdad, y que así desarrollan una capacidad de apreciación divina de las
realidades espirituales, pueden esperar alguna vez «entrar plenamente
en el gozo de su Señor». Qué triste visión para las generaciones
sucesivas de los seguidores profesos de Jesús decir, refiriéndose a su
mayordomía de la verdad divina: «Aquí, Maestro, está la verdad que tú
nos confiaste cien o mil años atrás. Nada perdimos; hemos conservado
fielmente todo lo que nos diste; no hemos permitido que se haga ningún
cambio en lo que nos enseñaste; aquí está la verdad que tú nos diste».
Pero este llamado concerniente a la indolencia espiritual no justifica
al mayordomo de verdad vacío en la presencia del Maestro. De acuerdo con
la verdad entregada a vuestras manos, el Maestro de la verdad requerirá
una rendición de cuentas.
En el próximo mundo se os pedirá que deis
cuenta de los dones y mayordomías de este mundo. Sean los talentos
inherentes pocos o muchos, es necesario enfrentarse con una rendición de
cuenta justa y misericordiosa. Si los dones se usan tan sólo en
empresas egoístas y no se presta atención alguna a los deberes más altos
de obtener mayores frutos del espíritu, tal como se manifiestan en el
servicio de los hombres cada vez más extenso y en la adoración de Dios,
tales mayordomos egoístas deben aceptar las consecuencias de su elección
deliberada.
¡Cuán semejante a todos los mortales
egoístas fue este siervo infiel con un solo talento por cuanto culpó
directamente a su señor de su propia indolencia! ¡Cuánta tendencia tiene
el hombre, cuando se enfrenta con su propio fracaso, a culpar a otros,
muchas veces a los que menos se lo merecen!
Dijo Jesús esa noche al dirigirse ellos a
su reposo: «Libremente habéis recibido; por lo tanto, libremente debéis
dar de la verdad del cielo, y esta verdad se multiplicará al ser dada, y
se mostrará en una luz creciente de gracia salvadora, aun a medida que
vosotros la ministráis».