Los apóstoles pasaron la mayor parte de este día caminando por el
Monte de los Olivos y conversando con los discípulos que allí acampaban
con ellos, pero por la tarde temprano ansiaban ver el retorno de Jesús. A
medida que fue pasando el día, se pusieron cada vez más agitados
pensando en su seguridad; se sentían inexpresablemente solos sin él.
Hubo durante todo ese día mucho debate sobre si se le debería haber
permitido al Maestro irse solo a las colinas, acompañado solamente por
un muchacho mandadero. Aunque ningún hombre expresó sus pensamientos
abiertamente, no había uno entre ellos, salvo Judas Iscariote, que no
deseara estar en el lugar de Juan Marcos.
Fue a mediados de la tarde cuando Natanael
dirigió su discurso sobre «el deseo supremo» a una media docena de
apóstoles e igual número de discípulos; la conclusión de dicho discurso
fue: «Lo que pasa con la mayoría de nosotros es que no nos dedicamos de
todo corazón. No llegamos a amar al Maestro como él nos ama a nosotros.
Si todos nosotros hubiéramos querido ir con él tanto como lo deseaba
Juan Marcos, Jesús con toda seguridad nos habría llevado a todos. Nos
quedamos mirando mientras el muchacho se acercaba al Maestro y le
ofrecía la cesta, pero cuando el Maestro la tomó, el muchacho no la
soltó. Así pues, el Maestro nos dejó aquí, yéndose a las colinas con
cesta, mancebo y todo».
A eso de las cuatro de la tarde, llegaron
corredores adonde David Zebedeo trayéndole un mensaje de su madre en
Betsaida y de la madre de Jesús. Varios días antes, David había
concluido que evidentemente los altos sacerdotes y dirigentes matarían a
Jesús. David sabía que estaban decididos a destruir al Maestro, y
estaba casi convencido de que Jesús no ejercería su poder divino para
salvarse, ni permitiría a sus seguidores que emplearan la fuerza en su
defensa. Habiendo llegado a estas conclusiones, no perdió tiempo en
despachar a un mensajero a su madre, urgiéndola a que viniera enseguida a
Jerusalén y que trajera a María, la madre de Jesús, y a todos los
integrantes de su familia.
La madre de David hizo lo que le pidió su
hijo, y los corredores volvían ahora a David, trayéndole el mensaje de
que su madre y la familia entera de Jesús estaban camino de Jerusalén y
llegarían en algún momento de la tarde del día siguiente o muy temprano a
la mañana subsiguiente. Puesto que David había actuado de esta manera
por su propia iniciativa, decidió que sería sabio mantener confidencial
el asunto. Por lo tanto, no le dijo a nadie que la familia de Jesús
estaba camino de Jerusalén.
Poco después de mediodía, llegaron al
campamento más de veinte de los griegos que se habían encontrado con
Jesús y los doce en la casa de José de Arimatea, y Pedro y Juan pasaron
varias horas en conferencia con ellos. Estos griegos, por lo menos
algunos de ellos, eran bien avanzados en el conocimiento del reino, pues
habían sido instruidos por Rodán en Alejandría.
Esa noche, después de volver al campamento,
Jesús se encontró y conversó con los griegos, y de no haber sido porque
tal curso de acción hubiera turbado grandemente a sus apóstoles y a
muchos de sus discípulos principales, él habría ordenado a estos veinte
griegos, así como había ordenado a los setenta.
Mientras estaba ocurriendo todo esto en el
campamento, en Jerusalén los altos sacerdotes y ancianos estaban
sorprendidos de que Jesús no volviese para dirigirse a las multitudes.
Aunque es cierto que el día anterior, al abandonar el templo, él había
dicho, «os dejo vuestra casa desolada», ellos no podían entender que
dejara de aprovechar la gran ventaja conseguida en el favor de las
multitudes. Aunque temían que él pudiese producir un tumulto en el
pueblo, las últimas palabras que dirigiera el Maestro a la multitud
habían sido en forma de exhortación a que conformaran en maneras
razonables a la autoridad de los «que se sientan en el trono de Moisés».
Pero estaban muy ocupados ese día en la ciudad, puesto que se
preparaban simultáneamente para celebrar la Pascua y para finiquitar los
planes para la destrucción de Jesús.
No vino mucha gente al campamento, porque
su ubicación era un secreto bien guardado por los que sabían que Jesús
deseaba permanecer allí en vez de volver a Betania por las noches.