Jesús estaba a punto de tomar de las manos de
Juan la cesta del almuerzo, pero el joven se aventuró a decir: «Pero,
Maestro, es posible que dejes la cesta en el piso para ir a orar y te
alejes sin llevártela. Además, si yo te acompaño para llevar el
almuerzo, tú estarás más libre para adorar, y yo con toda seguridad me
quedaré callado. No haré ninguna pregunta y me quedaré con la cesta
cuando tu te apartes para orar».
Al hacer este discurso, cuya temeridad
sorprendió a algunos de los oyentes que se encontraban allí, Juan se
atrevió a seguir sosteniendo la cesta. Ahí estaban Juan y Jesús, ambos aferrados de la cesta.
Dentro de poco el Maestro la soltó y, bajando la mirada sobre el
muchacho, dijo: «Puesto que anhelas de todo corazón acompañarme, no se
te negará. Nos iremos por nuestra cuenta y tendremos una buena charla.
Podrás hacerme toda pregunta que surja de tu corazón, y nos consolaremos
mutuamente. Puedes empezar llevando el almuerzo, y cuando te canses, te
ayudaré. Sígueme pues».
Jesús no retornó al campamento esa noche
hasta después de la puesta del sol. El Maestro pasó este su último día
de quietud sobre la tierra, en compañía de este joven hambriento de
verdad, y hablando con su Padre en el Paraíso. Este acontecimiento se
conoció en lo alto como «el día que cierto joven lo pasó con Dios en las
colinas». Por siempre esta ocasión ejemplifica el deseo del Creador de
fraternizar con la criatura. Hasta un mancebo, si el deseo de su corazón
es realmente supremo, puede obtener la atención y disfrutar de la
compañía amante del Dios de un universo, experimentar realmente el
éxtasis inolvidable de estar a solas con Dios en las colinas, y todo
eso, por todo un día. Ésta fue la experiencia singular de Juan Marcos
este miércoles en las colinas de Judea.
Jesús habló mucho con Juan, conversando
libremente de los asuntos de este mundo y del próximo. Juan le dijo a
Jesús cuánto lamentaba no haber tenido edad suficiente para ser uno de
los apóstoles y expresó su gran apreciación por haberle sido permitido
seguirlos, desde la primera predicación de ellos junto al vado del
Jordán cerca de Jericó, exceptuando el viaje a Fenicia. Jesús le
advirtió al joven que no se desalentara por los acontecimientos
inminentes y le aseguró que viviría para transformarse en un poderoso
mensajero del reino.
Juan Marcos estaba emocionado por el
recuerdo de este día con Jesús en las colinas, pero nunca olvidó la
admonición final del Maestro, pronunciada cuando estaban por retornar al
campamento de Getsemaní, cuando dijo: «Bien, Juan, hemos tenido una
buena conversación, un verdadero día de descanso, pero cuídate de no
contar a nadie las cosas que te dije». Juan Marcos nunca reveló nada de
lo que sucedió durante ese día que pasó con Jesús en las colinas.
A lo largo de las pocas horas restantes de
la vida terrenal de Jesús, Juan Marcos no permitió que el Maestro se
alejara por mucho tiempo de su vista. El muchacho estaba siempre oculto,
pero cerca; sólo durmió cuando Jesús dormía.