La quinta manifestación morontial de Jesús
ante ojos mortales ocurrió en presencia de unas veinticinco mujeres
creyentes reunidas en la casa de José de Arimatea, aproximadamente
quince minutos después de las cuatro de este mismo domingo por la tarde.
María Magdalena había vuelto de la casa de José unos pocos minutos
antes de esta aparición. Santiago, el hermano de Jesús, había solicitado
que nada se dijera a los apóstoles sobre la aparición del Maestro en
Betania. No le había pedido a María que no informara a sus hermanas
creyentes de este hecho. Por lo tanto, una vez que María hizo prometer a
todas las mujeres que mantendrían el secreto, procedió a relatar lo que
tan recientemente había sucedido mientras ella estaba con la familia de
Jesús en Betania. Estaban precisamente en el medio de este relato
apasionante, cuando cayó sobre ellas un silencio súbito y solemne;
contemplaron entonces en su medio, la forma enteramente visible del
Jesús resucitado. Él las saludó diciendo: «Que la paz sea con vosotras.
En la comunidad del reino no habrá judíos ni gentiles, ricos ni pobres,
libres ni esclavos, hombres ni mujeres. También sois llamadas a difundir
la buena nueva de la liberación de la humanidad mediante el evangelio
de la filiación con Dios en el reino del cielo. Id a todo el mundo
proclamando este evangelio y confirmando a los creyentes en la fe del
mismo. Mientras hacéis esto, no olvidéis ministrar a los enfermos y
fortalecer a los que son de corazón débil y que se dejan dominar por el
temor. Y estaré con vosotras siempre, aun hasta los confines de la
tierra». Y cuando hubo hablado así, desapareció de su vista, mientras
las mujeres caían de bruces y adoraban en silencio.
De las cinco apariciones morontiales de Jesús que ocurrieron hasta ese momento, María Magdalena presenció cuatro.
Como resultado del envío de los mensajeros
al mediodía y como consecuencia de la filtración inconsciente de
sugerencias sobre la aparición de Jesús en la casa de José, se corrió
entre los líderes de los judíos, durante el anochecer, el rumor de que
en la ciudad se decía que Jesús se había levantado de entre los muertos,
y que muchas personas decían haberlo visto. Los sanedristas estaban muy
perturbados por estos rumores. Después de una apresurada consulta con
Anás, Caifás convocó al sanedrín para que se reuniera a las ocho de esa
noche. En esta reunión se tomó la decisión de echar de la sinagoga a
toda persona que mencionara la resurrección de Jesús. Aun se sugirió,
que el que dijera haberlo visto debía ser puesto a muerte. Esta
propuesta, sin embargo, no llegó a votación puesto que la reunión se
levantó en una confusión tan grande que lindaba en el verdadero pánico.
Se habían atrevido a pensar que estaban libres de Jesús. Ahora estaban
por descubrir que sus problemas reales con el varón de Nazaret recién
empezaban.