Alrededor de las cuatro y media, en la casa de un tal Flavio, el
Maestro hizo su sexta aparición morontial a unos cuarenta creyentes
griegos allí reunidos. Mientras estaban ellos discutiendo los informes
sobre la resurrección del Maestro, él se manifestó en su medio, a pesar
de que las puertas estaban cerradas con seguro, y les habló diciendo: «Que la paz sea con
vosotros. Aunque el Hijo del Hombre apareció en la tierra entre los
judíos, él vino para ministrar a todos los hombres. En el reino de mi
Padre no habrá ni judíos ni gentiles; seréis todos hermanos — los hijos
de Dios. Id pues al mundo, proclamando este evangelio de salvación, así
como lo habéis recibido de los embajadores del reino, y yo os recibiré
en la comunión de la hermandad de los hijos de la fe y de la verdad del
Padre». Cuando así les habló, se despidió, y no le volvieron a ver.
Permanecieron dentro de la casa toda la noche, estaban demasiado
sobrecogidos de pavor y temor para atreverse a salir. Tampoco durmieron
estos griegos esa noche; permanecieron despiertos, discutiendo estas
cosas y esperando que el Maestro los pudiera visitar nuevamente. En este
grupo estaban muchos de los griegos que se encontraban en Getsemaní
cuando los soldados arrestaron a Jesús después de que Judas le traicionó
con un beso.
Los rumores de la resurrección de Jesús y
los informes sobre las muchas apariciones a sus seguidores se estaban
difundiendo rápidamente, y la ciudad entera estaba en un estado de tensa
excitación. Ya el Maestro había aparecido ante su familia, las mujeres,
y los griegos, y dentro de poco, se manifestaría entre los apóstoles.
El sanedrín pronto está por empezar la discusión de estos nuevos
problemas que tan repentinamente se han precipitado sobre los potentados
judíos. Jesús piensa mucho acerca de sus apóstoles, pero desea que
sigan estando solos por unas horas más, para que reflexionen
solemnemente y consideren las cosas antes de que él los visite.